11. La Carreta
Trabajar para Gio es más fácil de lo que imaginé, me paso el día escondida detrás de una estantería. Aprendo mucho y gano lo suficiente. Ya sabía hilar, pero Gio me ha enseñado a utilizar todo tipo de material de costura.
También he hecho amigos. Mina viene todo el tiempo al Burdel de las telas a ceñirse vestidos, y ha pedido que sea yo quien lleve a su casa sus encargos cuando Gio esté ocupado. Cuando voy, Baron sale a mi encuentro y platicamos. Nada en especial, sólo frioleras. Sin embargo, a pesar de lo que dice Gio y lo que Baron demuestra, no quiero gustarle al sobrino de la reina. Él no tomaría en serio a una campesina, y yo no soy cualquier campesina, soy Elena Novak. Igual qué más da. Me iré en un mes de Bitania y todo esto sólo será un vago recuerdo.
—¡Está aquí! —Gio corre a sacarme de mi escondite. Hace eso cada que alguien importante viene—. Ven. Quiero que la conozcas.
—¿Qué? ¿A quién? —acompaño a Gio al salón principal. Olya y Nastia ya se están poniéndose de alfombra para recibir a la princesa—. Alteza —saludo, con una reverencia.
Isobel me dedica una sonrisa amable, pero se dirige únicamente a Gio —Vengo acompañada esta vez.
La condesa de Vavan y Lady Farrah están esperando en el vestíbulo.
Gio disimula mal la contrariedad por semejante visita. —Que gusto tenerles aquí a todas —saluda hipócrita.
—Asumí que trayendo conmigo a Isobel sí me atenderías de buena manera, modisto —refunfuña la condesa.
—Y yo que pensé que era Isobel quien le traía a usted —se burla a su estilo Gio.
—¿Dónde está el vestido, señor Bassop? —le rechina los dientes la vieja.
Olya corre a buscar el vestido de novia antes de que Gio lo ordene. No la culpo, el tono autoritario de la condesa confunde a cualquiera.
—Tomemos asiento, condesa. Farrah —Isobel se acomoda en un sofá.
La condesa accede de mala gana. En cuanto a Farrah, no ha dicho una sola palabra desde que llegaron. Se le ve cansada e impaciente.
Olya coloca el maniquí con el vestido de novia frente a la nariz de la condesa. —No han avanzado nada desde el miércoles —se queja ella.
—¿Cuándo es la boda, Excelencia?
—Como si no lo supieras.
—En dos meses, Gio —responde Isobel por la condesa.
—Entonces no hay prisa.
—¿Cómo se atreve a cuestionarme?
—Usted quiere un trabajo bien hecho. ¿A que sí?
—¿En dónde encuentro a otro modisto, Isobel? Ya no quiero que este tipo trabaje en el vestido de novia de mi hija.
—Gio es el mejor, condesa. Sólo necesita un poco de paciencia.
—Quiero irme —la condesa se pone de píe. Farrah la imita—. Ese vestido es todavía un andrajo mal hilado. Farrah no se ceñirá algo así.
Lady Farrah sigue a su madre a la salida.
Gio conserva la compostura hasta que la condesa y su hija se marchan, después se vuelve a Isobel. —Si tu madre pide mi cabeza, te juro que...
—A mi madre no podría importarle menos un nuevo berrinche de la condesa, Gio —se queja la princesa, presionado sus sienes. Imagino el dolor de cabeza que debe ser soportar a esa mujer—. Pero intenta tener algún avance para el viernes, ¿quieres? Es a mí a la que desespera.
—¿Siguen retrasando todo?
—Sí. Pero no sé qué tipo de milagro espera Gavrel. De todas formas va a suceder.
Gio ríe. —¿Es una boda o una sentencia a muerte?
—Pregúntale a Gavrel. Es él el que no ve la diferencia.
...
Salgo antes de medio día del Burdel de las telas. Tengo un último negocio que atender antes de que termine el día. Igual no soy tan útil como el par de cacatúas.
Ato a Regalo detrás de la herrería de Servando Rangel y saco de mi macuto una peluca y uno de los vestidos que me regaló Gio. Si, uno de esos que juré jamás ponerme otra vez, pero Tienes que acostumbrarte, Elena, bla bla bla. Este en particular lo iba a vender, pero hubo un cambio de planes.
Indago los alrededores para percatarme de que nadie me ve y prosigo a disfrazarme.
Tuve suerte de convencer a mi socio de permitirme usar una peluca de rizos negros y no una rubia. Suficiente tengo con que ahora tenga que frecuentar a la nobleza, como para que también tenga que lucir una rubia cabellera.
Me dirijo hacia la calle de los orfebres buscando a la cuadrilla de Garay. Él está de píe sobre un carromato, y no sé si es Castor o Ratón feliz quien está ofreciendo las pócimas a las damas y a uno que otro caballero. Todos los de la cuadrilla están disfrazados. No los reconocería si de antemano no supiera que son ellos.
Mantengo mi distancia porque aún no es requerida mi presencia. Garay todavía no termina su discurso. Fanfarrón. Él no sólo es un maestro del disfraz, también es buen orador.
—Para la inteligencia, para bajar de peso, para el mal olor en los píes, para revivir al muerto, los caballeros me entienden... —risas. Garay explica todo al público mientras su ayudante les ofrece diferentes botellas de colores—. ¡Llévelo todo a buen precio!
Conejo tuerto, que no está tuerto por el momento y está escondiendo sus dientes de conejo detrás de una barba, me da un golpecito en la espalda cuando pasa junto a mí. Debo estar lista porque pronto saldré a escena. Mientras tanto, finjo estar ocupada leyendo una carta.
—Y también traigo para ustedes, la más novedosa creación de la alquimia: la pócima para el amor —anuncia Garay.
Ya casi me toca.
El público, en parte temeroso y en parte dudoso, todavía no quiere creerle.
—¿Cómo podemos estar seguros de que usted no es un charlatán? —se queja Conejo tuerto, abriéndose paso entre la gente alrededor del carromato. Su tono de voz es elevado para que todos puedan oírle—. Demando que demuestre lo que dice —reta a Garay, e influye en los demás para pedir lo mismo.
Ya casi...
Garay baja del carromato y pide silencio; y con una actitud diáfana, acepta el reto. —Está bien, caballero —dice a Conejo tuerto—. Escoja usted mismo a una dama y le probaré que lo que digo es cierto.
Escucho más murmullos mientras finjo seguir leyendo la carta.
—Ella —escucho decir a Conejo tuerto y espero.
Garay camina hacía y mi y me pide disculpas por interrumpir mi lectura, se presenta y besa mi mano para demostrarme su caballerosidad.
—No se preocupe, buen hombre, ya terminé de leer —digo, y guardo mi carta.
—Espero que sean buenas noticias, mi señora.
—Lo son. Mi prometido regresará pronto de su viaje de negocios.
Los dos tenemos que hablar lo suficientemente alto para que la gente alrededor del carromato nos escuche. Y por si no fuera suficiente, Conejo tuerto les repite lo que decimos para que no quede duda de que el alquimista no es un estafador.
—No cabe duda, mi señora, de que ningún caballero se atrevería a dejarle sola por demasiado tiempo.
Río como una tonta y agradezco el elogio del alquimista. Sin embargo, le aclaro que al único que amo es a mi prometido e intento despedirme.
—No le quitaré más su tiempo, mi señora. Es sólo que le vi sedienta y quise venir a ofrecerle un humilde vaso con agua.
Me entrega el vaso con agua y me muestro desconcertada, pues soy una dama que está siendo persuadida por un extraño.
—No insistiré si se niega a beberla, pero me sentiré halago si acepta.
El alquimista me convence y bebo el líquido. No tengo de qué preocuparme, es agua adulterada con más agua. Me despido y retomo mi camino, dando la espalda al carromato. Conejo tuerto ya debe estar acusando a Garay de estafador. Cuento diez segundos y me vuelvo con apremio hacía los brazos de Garay.
El público alrededor del carromato me ve sorprendido.
—No puedo irme sin antes decirle... —digo de cara a Garay. Estoy desesperada.
Esta vez estamos más cerca del público para que puedan vernos y escucharnos mejor.
—¿Qué, mi señora?
—Su voz, el brillo de sus ojos y sus labios rosados... —le digo, mirando su boca—... me han cautivado.
Cuando lo intento besar, Garay me detiene. —Mi señora, me halagan sus palabras, pero ¿qué será de su prometido?
—Él tendrá que entenderlo —insisto, como una amante impaciente y beso a Garay.
Ahí los tenemos.
El público se emociona, algunos aplauden y otros se vuelcan a pedir pócimas para el amor a Castor.
Garay me está besando con más fervor que la última vez, cuando fingí ser la esposa del vendedor de huevos de serpiente que ayudan a encender la llama del amor, que en realidad eran huevos de gallina teñidos de negro.
—Bueno, ya —lo empujo discretamente.
—¿Por qué no sólo cierras los ojos y disfrutas? —él intenta besarme otra vez, pero le doy un puntapié.
—Como si no supiera que no soy la única. Págame y me voy, mi amor.
—Qué carácter.
Examino el rostro de Gavrel Abularach toscamente acuñado en las dos monedas de plata que recibí de mi socio. Al inverso de cada moneda está el castillo de piedra. Silbo. Nada de qué preocuparse, las monedas no son falsas. Me siento importante. Una moneda de plata no es tan valiosa como una de oro —que tiene acuñado el horrible rostro de Eleanor y al inverso el sol— pero, ¿qué más da? mis manos sólo están acostumbradas a tocar monedas de bronce o peniques de cobre. Esto es una novedad. Estoy feliz.
Paseo un rato por la plaza de la moneda y compro un par de zapatos y una camisa para Thiago. También busco a Kire, pero no la encuentro. ¿Dónde te metiste? Después compro carne, mantequilla, huevos y especies. Acomodo todo en mi macuto y echo andar a Regalo. Hoy llevo comida a nuestra mesa que no tuve que robar... Bueno. Estafar no es robar. Está bien, sí lo es.
Me siento afortunada cuando alejo de mi nariz el olor a rancio que arría la plaza de moneda. No se compara al olor a pino y sensación de familiaridad del campo. Está cayendo la tarde, pero los grillos no han empezado a cantar. Es un buen momento para tatarear una canción de Garay.
Relinchos y un estruendo.
Me vuelvo para ver qué pasa. Una carreta viene detrás de mí. No, no puede ser. Simplemente para por aquí. Continuo mi camino, pero siento un cosquilleo en mi espalda, ¿por qué no mantiene su distancia? Me siento vigilada. Apresuro a Regalo e intento alejarme. Los casquillos de los caballos que tiran de la carreta hacen lo mismo. El cosquilleo en mi espalda aumenta y con él mi galope. Veo sobre mi hombro y mi corazón se detiene un segundo: mientras el cochero intenta mantener la dirección de la carreta, otro jinete, que viste de verde y amarillo y está viéndome con malicia, se cierne sobre la montura de uno de los caballos. Un soldado. Escucho un chasquido y veo como el caballo que sostiene al soldado se desprende de las riendas del cochero. Grito. ¡Vienen por mí! Tengo que escapar.
Apresuro a Regalo ¡Tengo que escapar! Escudriño mi camino, pero no atisbo una sola casa o algún campesino cerca ¡No! Estoy en la zona que divide al Callado de la plaza de la moneda. Mi única oportunidad pudiera ser huir al bosque y perderme entre los árboles. ¡Vamos! Tiro las riendas de Regalo y abandono la calzada. Mis perseguidores hacen lo mismo, pero todos nos vemos obligados a reducir el galope, el terreno se vuelve cada vez más inestable. Les escucho llamarme de forma soez, pero intento concentrarme en mi camino y obligo a Regalo a que corra un poco más de prisa, pero vamos, él no está acostumbrado a cambiar su ruta.
Antes de que pueda empezar a rezar, la buena providencia en jaque me abandona. Regalo y yo caemos en una zanja ¡No! Él relincha, pero se pone de píe de inmediato. Yo soy más lenta. Caí sobre mi brazo. ¡Me duele!
—¡Oh! —escucho— el soldado detiene a su caballo, salta y corre hacia mí.
Como puedo me quito el macuto y busco mis dagas entre los pliegues de mi vestido. No las encuentro. ¿Dónde están? En mi otro vestido. El que me quité para poder disfrazarme. ¡No! Busco en mi macuto e intento ponerme de píe para pelear. Pero ya es demasiado tarde, un brazo está alrededor de mi cuello.
—Eres una puta osada —se burla el soldado—, pero ya te tengo.
No puedo respirar.
----------------------
Esto se puso color de hormiga...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top