XX - Marginados
Octubre de 2011
El golpe contra la pared resonó en todo el callejón. – ¡Por dios Anthony, reacciona! Somos huérfanos. Llevamos más de diez años en este maldito lugar. ¿Realmente crees que alguien nos va a adoptar a esta edad? Somos unas malditas basuras para esta sociedad.
No, no lo creía. Había pasado ya por dos hogares de los cuales lo único que había ganado era un nuevo repertorio para sus pesadillas. De aquel niño que se aferraba a un oso frente a las puertas del orfanato Vicente Miller quedaba solo un recuerdo triste en el fondo de su memoria. Toda la inocencia y alegría que mantenía a esa edad se habían diluido ante el verdadero rostro de la humanidad: el odio.
A los catorce años Anthony era solo una sombra de lo que en algún momento fue. Su cabello estaba largo, sus ojos estaban vacíos y su sonrisa había adquirido un tono oscuro que no le correspondía a ningún niño.
Observo el rostro de Kayden. Sí, él no era el único deteriorado por la vida. De aquel pequeño con un oso llamado Bob no quedaba casi nada.
– ¿Qué quieres que te diga Kay? ¿Que la vida es una mierda? ¿Que Dios nos abandonó? Vamos hermano, no necesito decirte todo eso en la cara para que tú lo sepas.
El silencio los embargo como una manta pesada. Hace un par de semanas que Kay venia sensible con el tema de la adopción, y hoy, justo hoy que se cumplía otro año desde que habían adoptado a Aleska parecía que todo estaba estallando en la mente de su amigo.
Lo vio caer lentamente hasta detenerse en el frio y mugriento suelo de aquel callejón que ambos habían tomado como propio. Su base secreta para escapar de la realidad. Su fortaleza del mundo entre las calles atestadas de gente de Chicago.
Faltaban dos meses para que Kay cumpliera quince. Y tres años para que tuviera que dejar el orfanato por obligación.
La perspectiva de su vida no era muy alegre que digamos.
Se adaptaron al silencio sumido cada uno en sus caóticas mentes. Fue tanto lo que se perdieron que cuando Kay hablo fue como despertar de un largo sueño.
– ¿Sabes que el otro día la vi?
Anthony no respondió, sabia de quien estaba hablando pero no creía que en este momento vagar por los pasadizos del pasado fuera una buena idea.
–Tenía el pelo tomado en una tensa y un vestido azul que le llegaba a la rodilla.
Estaba divagando... de cierta forma sintió que divagar sobre aquella chica que a veces veían pasar por las concurridas calles de Chicago era la única forma de Kay de mantener vivo el recuerdo de la que alguna vez fue su mejor amiga.
–Se veía hermosa.
Anthony sabía. Había descubierto hace años que el cariño fraternal de Kay por Aleska había mutado en amor con su ausencia.
Ese tipo de amor que uno crea al idealizar un recuerdo, al formar una imagen de una persona en base a expectativas y deseos propios.
Sí. Ocho años después de que Aleska se fuera del orfanato y Kayden James estaba profundamente enamorado de su recuerdo.
–Creí que después del accidente de la plaza ya no estarías interesado en ella. –Era una mentira, ambos sabían que el accidente de la plaza, aquel desastroso encuentro en el cual Aleska los había ignorado completamente era una pequeña nimiedad en la mente de Kay.
–Sabes que eso fue porque iba acompañada. Sus padres deben ser estrictos. Si hubiese ido sola jamás se habría comportado de esa forma.
La mentira estaba tan bien respaldada que parecía real. En la mente de Kayden era real. Pero Anthony sabía que el comportamiento de Aleska habría sido exactamente el mismo sola o acompañada.
A su lado Kay soltó un cansado suspiro y saco de su bolsillo un cigarrillo.
–Elena te matara si llegas pasado a humo.
–Corrección, Elena me mataría si supiera que el cigarro no es lo único que consumo. Relájate enano, este es nuestro momento. ¿Quieres?
–Sabes que no fumo.
–Tú mami Elena no se enojara por un cigarro.
–No es eso. No me gusta. –Era verdad. El simple olor le daba asco. Y no ero solo que no quisiese decepcionar a Elena. El humo, el olor de aquel cilindro era muy parecido al olor que almacenaba su memoria de la última vez que vio a su padre.
Kayden fumaba desde los doce, y consumía otras cosas hace un año. Anthony jamás le había dicho a nadie. Cubría a su amigo para ocultar su secreto. Si esa era su manera de olvidar la mierda de mundo en el que Vivian ¿quién era el para quitárselo?
–Eres un santo enano.
–Como si tú fueras el diablo. –Se rio ante la mala imitación de Kay de un pandillero, lanzando una piedra a su alcance contra la pared y dándole una calada al cigarro.
El chico malo que cuando veía a su amigo tener una pesadilla se metía a su cama con su oso de felpa. Si los maleantes fueran así las cárceles estarían vacías.
–A veces quisiera irme.
– ¿Donde?
–A cualquier parte. Lejos de todo esto. Ignorar que no tengo familia y que el lugar al cual he llamado hogar los últimos quince años no es mío. Olvidar que soy reemplazable para la gente y que al mundo no le importa si estoy vivo o muerto.
–A mi me importaría, James. –Pocas veces le llamaba por su apellido, principalmente porque lo odiaba. Le recordaba a la madre que no fue capaz de criarlo y lo dejo antes de siquiera intentarlo. Pero cuando tocaba el tema de la muerte, simplemente no era capaz de decirle Kayden.
–No me llames así enano, sabes que lo odio.
–Y yo odio que hables de ti como si fueras basura. Eres importante para mi Kay, eres mi hermano. Si te perdiera, si te perdiera yo...
–Sin sentimentalismos Anthony. –Le dio otra calada al cigarro antes de suspirar–. Yo también te quiero.
Guardaron silencio, apreciando esa amistad como nadie podría hacerlo.
¿Qué sería de Anthony si perdiera a Kay?
La muerte.
Anthony Harper moriría el día en que perdiera a su hermano. El día en que perdiera a la única familia que sentía real.
Movió la cabeza quitando esos pensamientos de su mente, Kay no iría a ninguna parte. Él no se lo permitiría.
Lanzo otra piedra contra la pared más cercana antes de comenzar a reír.
Kay levanto una pálida ceja en dirección a su amigo – ¿Ahora qué?
–Estaba pensando, ¿cuánto crees que se demore Elena en descubrir que no estamos en el dormitorio terminando la tarea?
–Según mis estimaciones, lo descubrió hace dos horas y nos está esperando en la cocina con la loza sucia del almuerzo y la once.
Ambos niños comenzaron a reír ante la imagen de Elena Miller, con sus anteojos demasiado grandes para su rostro, hablando sola en la cocina sobre adolescentes irresponsables que le sacaban canas antes de tiempo.
–Okey ya es tarde. Termina de fumar luego, tenemos que volver.
–Tranquilo niño de oro. Cinco minutos más.
Y se quedaron esos cinco minutos, recostados en aquel mugroso callejón, viendo como el cielo de Chicago se desteñía lentamente en una sangrienta acuarela. Dejando que el tiempo transcurriera ajeno a ellos.
Cuando volvieron al antiguo Orfanato un presentimiento le embargo. Era una sensación fría que recorría su espalda en una caricia lenta, hasta detenerse en su pecho y tomar su corazón en un fiero agarre.
Levanto la vista, frente a él la figura de Kay se difuminaba entre las luces de Chicago como un anima, como un ser que ya no está aferrado a este mundo. Una aparición espectral entre callejones vacíos y farolas titilantes.
Y por un instante, por un segundo tuvo la enorme certeza de que su mejor amigo estaba más perdido de lo que él creía. De que quizás Kayden James estaba más allá de toda salvación.
Negó con la cabeza.
No podía pensar así. Las tonteras de Kay le afectaban más de lo debido.
Este era su amigo, su hermano. No lo dejaría.
Pero aun así, el sentimiento de que algo se escaba en la orilla de su conciencia se mantuvo presente toda la noche.
Después de su castigo de lavar platos, en el refugio de su habitación y con los suaves ronquidos de Kay durmiendo en la cama de al lado, la sensación de que algo estaba mal se esfumo.
Estaba siendo un idiota, Nada malo pasaría.
Kayden estaba bien.
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