XIV - Volver a creer

Junio de 2010

Kayden estaba enojado. No, enojado no era la palabra. Estaba furioso. Habían conversado toda la noche anterior sobre como escapar del radar de los nuevos padres. Como se cuidarían mutuamente y saldrían invictos de esa jornada.

Y Anthony tenía que arruinarlo todo.

¿Que importaba si a la mujer le llegaba el pelotazo en la cabeza? No era su problema. Ellos tenían que mantenerse lo más alejado de los futuros padres si es que querían seguir con su vida como era hasta el momento. Pero como siempre San Anthony tenía que salvar el día, detener el balón y quedar justo frente a los ojos de Katia Bradley.

A veces se preguntaba porque eran mejores amigos.

Ahora estaban en problemas y nuevamente Anthony y Elena estaban discutiendo. Si es que se podía llamar discusión a una Elena intentando hablar y a un Anthony sentado en una silla con Teddy en sus brazos ignorándola olímpicamente.

–No quiero irme.

Bueno, no ignorándola completamente, pero durante la última hora seria todo lo que abandonaría la boca de su amigo.

–Cariño, por favor hablemos. Sabes que es lo mejor para ti.

– ¿Igual que la última vez?

Auch. Golpe bajo. Incluso él pudo notar la mueca de dolor en el rostro de Elena.

–Nadie sabía quién era realmente Luis Spencer. Vamos a investigar tanto a Camilo como a Katia. Marcos se encargara de todo. Solo te pido que no te cierres a la posibilidad de una familia.

– ¡Porque estas tan empeñada en que me vaya! –y con ese grito, Anthony salió corriendo de la cocina dejando a un atónito Kay y una catatónica Elena que de un momento a otro se derrumbó en el suelo como si la palabras hubieran sido un balazo directo en su corazón. Tal vez lo eran.

Llego a su dormitorio agitado y aterrado. ¿Realmente le había gritado a Elena y luego huido? Con razón la mujer quería que se marchase. No era más que un estorbo mal agradecido.

El orfanato no era su casa, por mucho que sus fantasías de niño pequeño lo quisieran. Él era una carga. Mantenía ocupada la cama que podría servir a otro niño y comía la comida que tal vez hacia más falta en otro estómago.

Tenía la opción de ser adoptado y se estaba negando únicamente por su personalidad egoísta y malcriada.

Su padre tenía razón. No era más que un error.

Se acostó mirando a Teddy y soltando suaves sollozos que aun así sacudían su joven marco.

No quería irse.

No de nuevo.

Pero Elena tenía razón, él se estaba cerrando, estaba siendo egoísta.

– ¿Cariño?

Se apretó aún más al cuerpo de Teddy cuando escucho la voz desde la puerta. ¿Estaba enojada? No sonaba enojada. ¿Le castigaría por gritarle y no ser más que un maldito error?

–Cariño perdóname.

Anthony se movió tan rápido que por un segundo toda su visión se volvió negra. ¿Perdonarla? Miro con grandes ojos a Elena parada a un lado de la cama, con las manos arremangando el delantal y la vista caída. ¿Ella le pedía perdón? ¿A él?

–Yo...yo no. –Se quedó sin palabras, no entendía la situación. Él había gritado. Había sido insolente además de egoísta y malcriado. Siempre causaba más problemas de los que merecía y ahora Elena le estaba pidiendo disculpas. ¿Porque? –no entiendo.

Se sentó suavemente en la cama buscando su mirada. –Yo no debí obligarte a aceptar la adopción ni la vez anterior ni esta. Es solo que he llegado a quererte tanto que me ilusiona el hecho de que tengas una familia propia. Que puedas ser feliz.

–Soy feliz.

– ¿Lo eres?

¿Lo era? Jamás se había preguntado si era feliz o que significaba la felicidad para él. Había sido feliz mientras Mayra estaba viva. Había sido feliz viviendo junto a Aleska y Kay. Había sido feliz en esas comidas familiares en la casa de los Spencer. Era feliz cada vez que Elena le abrazaba.

–Sí. –Y era verdad. El orfanato lo hacía feliz. Elena y Kay le hacían feliz. No necesitaba tanto. No era tan exigente. Podía vivir a base de pequeños momentos robados al tiempo. –Ustedes me hacen feliz.

–Cariño. Está bien. Si no quieres ser adoptado, si queras permanecer aquí, está bien. No te volveré a obligar.

Ella quería que se quedara. Ella le estaba permitiendo quedarse.

Estaba tan feliz que se tiró a sus brazos y se refugió en su regazo como jamás se había permitido hacerlo.

No tendría que irse.

¿Pero no sería acaso eso seguir siendo egoísta? El quedarse significaba un peso más para Elena, significaba ocupar un cupo en el orfanato que tal vez otro niño necesitaba más. Quedarse significaba que viviría toda su vida con la sensación de que era una carga. Elena le estaba permitiendo quedarse, pero ¿No era eso producto del cariño que sentía la mujer tras su arrebato? Después de todo, él sabía que ella jamás le aria daño. Él estaba siendo egoísta y ella se lo permitía para mantenerlo feliz.

–Si me voy... ¿podre venir de visita y llamar todos los días?

– ¿Cómo? –Elena no entendía, ¿acaso no estaba feliz por quedarse? ¿No era eso lo que quería?

–Si aceptara la adopción. ¿Puedo volver?

–Cariño, no te entiendo. Recién llorabas porque no querías marcharte y ahora, ¿me preguntas si puedes llamar cuando te vayas? No entiendo.

Anthony agarro a Teddy aún más fuerte entre sus brazos e intento ordenar sus pensamientos. –Creo que entiendo tu punto de vista. Entiendo que quieras que yo tenga una familia. Quiero intentarlo. Pero no quiero perderte a ti y a Kay.

–Cariño, no nos perderás. Podrás venir y llamar cuantas veces quieras.

– ¿Te olvidaras de mí?

–Claro que no. Por supuesto que no. –Elena abrazo al pequeño en sus brazos. Era tan fácil olvidar que solo tenía ocho años. Era una negligencia que hacía más veces de las que les gustaría admitir.

La puerta que había quedado entreabierta sonó al golpearse contra la pared terminando el abrazo de forma abrupta. Pequeños pasos sonaban por el pasillo en una carrera acelerada al baño.

– ¿Kay? ¡Kay! –Anthony se paró dejando a Teddy sobre la cama y corriendo hacia el baño. – ¡Kayden! Abre por favor.

– ¡No! Te vas a ir. Prometimos que ninguno de los dos nos iríamos y tú te vas a volver a ir.

–Kay, abre. Hablemos. Por favor. –Apoyo su mano y su frente en la puerta escuchando como leves sollozos lograban escapar.

Elena se acercó lentamente, observando como con palabras suaves y a la vez tan desesperadas, Anthony intentaba entrar en la fortaleza de su amigo para poder hablar con él.

Existía una frase que Marcos siempre repetía y Elena odiaba. Creía que el decirla, aparte de clasificar a los niños del orfanato como si fueran enfermos o algo parecidos, daba una mala imagen de los pequeños. Pero ahora, viendo a Anthony rogar porque Kay le escuchara y al niño negar a través de la puerta, aferrándose a temas tan grandes como la traición o el abandono, encontraba que aquella frase era tan real y dolorosa como la escena frente a ella.

«Tus niños Elena, sufren todos de problemas de personalidad. Tienen dos personalidades, dos mentes en un mismo cuerpo. Suerte para ti mujer que aún no encuentras uno que sea un ángel y un asesino»

¿Sería verdad?

Muchas veces se había cuestionado en silencio el comportamiento de Anthony. Los cambios de actitud bruscos que mutaban de un niño desamparado a un adolescente rebelde a un adulto serio y responsable en cosa de segundos. Las múltiples mascaras que cruzaban cada día su joven rostro y le impedían conocer realmente al niño que llevaba casi cuatro años bajo su cargo.

Kay era más fácil. Sus repentinos ataques de madures se referían principalmente a temas relacionados con Anthony, e incluso estos lapsus eran más una parodia de un adolescente rebelde que de una madurez plena.

No había visto a ningún niño que tuviera la madurez de Anthony, porque ningún pequeño tenía la conciencia del mundo real como la tenía ese niño.

Entendía que Kay realmente no estaba enojado, era más miedo a la soledad, a la pérdida de su mejor amigo que una rabia real. Y por la forma en que Anthony hablaba e intentaba que el niño se abriera, sabía que él también lo comprendía.

¿Era normal que un niño de ocho años tuviera esa capacidad de empatía? ¿Esa capacidad de comprensión emocional de las personas que le rodean?

–Kay, conversemos. Si quieres después no te hablo más, pero déjame entrar.

Milagrosamente, la frase que llevaba repitiendo por más de quince minutos tuvo efecto. El sonido del pestillo al ser quitado resonó en todo el pasillo y antes que el niño al interior del baño se pudiera arrepentir Anthony entro y volvió a colocar el seguro para evitar interrupciones ajenas.

Kayden estaba en una esquina, con el cuerpo apretado en el espacio entre la taza de baño y la tina. Sus manos envolvían firmemente sus rodillas y su cuerpo temblaba en una mezcla de frio y sollozos mal contenidos.

–Te vas a ir. –No fue una pregunta. Aun así Anthony genero una respuesta.

–Sí. –El silencio tras aquella palabra fue tan espeso que parecía ahogar a los dos niños hasta que sus pulmones suplicaban un nuevo aliento. Se agacho frente a su amigo y tomo las manos un poco más grandes que las suyas. –Kay. No te voy a dejar. Seguiremos juntos en la escuela y te vendré a ver todos los días. Pero necesito esto.

–Quieres irte. –La frase fue dicha con rabia y el acto de Kayden soltando sus manos fue unas de las cosas más dolorosas que Anthony había sentido.

– ¡Por supuesto que no! – ¿cómo podía pensar que él deseaba dejar el orfanato? Tenía que explicarle, tenía que lograr que entendiera, que comprendiera por qué debía aceptar ñola oferta de adopción. –Kay, ¿has pensado alguna vez cuanto gasto y esfuerzo significamos para Elena? ¿El hecho de que si nosotros nos quedamos aquí le estamos quitando la oportunidad a un niño que quizás si lo necesita?

– ¿De qué estás hablando enano? –El molesto apodo jamás calmo tanto a Anthony. Kay le estaba escuchando.

–Estoy hablando sobre lo que tú ya sabes. Quedarnos aquí. Vivir juntos hasta cumplir los dieciocho, permanecer junto a Elena, es solo un sueño Kay. –Se apoyó contra la tina y bajo un poco el volumen de su voz cerrando los ojos para bloquear las blancas paredes del baño. –Existe una posibilidad escasa de que alguien nos quiera adoptar, pasamos la edad de los cinco años que es el número estándar. Y este lugar, este orfanato solo tiene espacio para diez niños. Allá afuera hay una pareja que quiere adoptarme y yo no quiero. Lo sabes. Pero si acepto, le daré una oportunidad a otro niño para que venga a este maravilloso lugar.

–San Anthony protegiendo a todo el mundo. –Kay entendía, para mal suyo entendía. Conocía historias de otros orfanatos en que los niños sufrían día y noche, comparado con eso, este lugar era un paraíso. Anthony siempre pensaba en los demás antes de en el mismo, ¿porque creyó que su intención de aceptar la adopción tenía algo que ver con él? Sonrió con tristeza antes de tirar al niño más pequeño en sus brazos y ocultar su cabeza en el desordenado cabello negro. – ¿Vendrás a verme?

–Cada día.

Y al final eso era todo. Dos niños abrazados en un baño helado intentado comprender como es que funcionaba el mundo.

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