31. El color de la perdición en Aloevy [Parte I]

Mihuji kaniqué Coloripronunció Bitzo y un segundo después, habían desaparecido.

Aterrizaron en una húmeda hierba, con un olor a tierra mojada surcándoles las narices y una suave música turbando su habitual paz. Dama se sintió mareada al ver a su alrededor, los inconstantes colores de Sindora habían sido reemplazados por inmóviles matices neutros a causa de la noche. El suelo también había dejado de serpentear y el aura que solía salir de la vegetación ahora solo era parte de su imaginación. Tarde se dio cuenta que no había apreciado lo suficiente aquellos detalles de su antiguo hogar y que no habría otra oportunidad.

El mundo humano parecía tan simple a comparación, como alguna vez había dicho Bitzo.

A su cuerpo le tomó trabajo acostumbrarse al nuevo ambiente, al contrario del chico que se levantó de un salto y recorrió por los alrededores para cerciorarse de haber escogido el lugar correcto. Un sitio donde pudieran estar a solas.

Cuando ella por fin pudo levantarse, el corazón le dio un vuelto y el nerviosismo le hizo temblar las rodillas. El palacio se elevaba frente suyo con las paredes descuidadas y los lirios marchitos, el musgo y el moho se había apoderado de sus rincones y un lúgubre aspecto era iluminado por los cientos de farolas que colgaban del techo. Ya no eran farolas con velas, ahora eran distintas.

Parecía tan igual todo y la vez, tan diferente; tan ajeno a ella.

Los recuerdos la invadieron y se vio identificando el árbol a unos pasos suyos: Zalí alguna vez se había escondido ahí. Recordó su infancia y luego, su adolescencia como una sombra difuminada que pasaba frente a las ventanas y le sonreía al verla. Todo su pasado volvió en forma de una bandada de pájaros que ya no la buscaban para picotearla y solo seguían de largo. El pecho se le estrujó en un revuelo de emociones.

—Despejado, estamos listos. Ya sabe qué hacer: búsquelo y una vez que lo encuentre, tóquelo e imagine como su propio calor interno viaja hasta él, ¿bien? Yo estaré a su lado hasta que cumpla cada paso. Si me necesita solo háblame. —Le extendió un reloj—. Estaré aquí dentro.

Ella enarcó las cejas. Bitzo se rio.

—El fuego no tiene tamaño.

Ella miró el reloj con bordes dorados y una tapa del mismo color. La levantó y se topó de inmediato con números romanos y un cristal roto. Esperó a que las manecillas se movieran, pero éstas no lo hicieron.

—Era de mi padre —repuso con voz afligida—. ¿Lista?

De repente, por primera vez en el día sus energéticos y rápidos movimientos se detuvieron y se atrevió a mirarla a los ojos. Dama observó como gradualmente las lágrimas se apoderaban de su lagrimal y sus manos se contraían en un puño. Por reflejo, su visión empezó a cristalizarse.

—Ay, cariño —pronunció con la voz rota.

Lo abrazó, lo tomó entre sus brazos y lo apretó contra su pecho, saboreando su calidez y la sensación que la asaltaba al saber que estaba allí, junto a ella. Sin embargo, la preocupación la perturbó cuando el chico, lenta y dolorosamente le devolvió el abrazo. Ella lo atribuyó al sensible momento y no lo cuestionó.

Se apartaron y sus siguientes palabras estallaron en su interior con desconcierto:

—Ya es hora, no nos queda mucho tiempo —susurró con un nudo apretándole la garganta.

Ella asintió, con una sonrisa triste disfrutó la última imagen del chico y el olor salado que emitía su piel. Él hizo un ademán para irse, pero ella no se lo permitió.

—Te quiero, Bitzo.

Esas palabras le dejaron un trillo ardiente en la garganta que ascendió hasta sus ojos. Por primera vez, desde lo sucedido con su hija, se sintió completa y no culpable; porque quería a al chico como si fuera otro de sus hijos y no reemplazando el amor de su hija, como siempre temió que sucedería.

Saboreó cada letra, cada sílaba y las dejó florecer en su boca, navegar libre por cada rincón de su interior.

Algo pareció cambiar en él también, su semblante se relajó y los hombros descendieron. Se abalanzó hacia ella en un abrazo y correspondió sus palabras con un tenue murmullo. Si bien, su abrazo fue distinto: fue urgente, de necesidad y despedida; de perdón y arrepentimiento; de culpa e ira. Sentimientos que Dama no logró comprender, pero de los que no pudo reflexionar demasiado antes de que él se apartara y se limpiara las mejillas con el antebrazo.

—Vamos, se nos acaba el tiempo. Tome —anunció entregándole el vendaje desde su chaleco y con el semblante ensombrecido pronunció su oración—: Silaamparina tuzicamivita.

Antes de poder hablar él se desdibujó frente a sus ojos y se introdujo dentro del reloj que Dama sostenía con intranquilidad. La preocupada irse así, mas parecía capaz de entenderlo: nadie sufría de igual manera.

Súbitamente una voz en su mente la hizo sobresaltarse.

«Puede hablar por aquí y yo la escucharé».

Observó a su alrededor por instinto, aun sabiendo que aquella voz había rebotado en las paredes de su mente.

«Pero debe estar en contacto con el reloj, si no, no podré hablarle».

Ella tragó saliva y apretó la fría superficie del reloj con los dedos. Solo hasta que Bitzo no desapareció no recordó eran inicios de Fasis, el invierno arrasador que cubría las tierras cada cincuenta años a la ausencia de su Dama de Color. Sintió el frío calar por sus huesos y el terror invadirla al dar el primer paso hacia el palacio, paralizándose en el acto. Se obligó a recordar lo que estaba en riesgo:

«Si no lo hace, ellos me matarán a mí, a usted y a todo lo existente», le explicó Bitzo días antes de llegar allí. A ella no le importaba su vida, ni la de nadie más que la del chico, la cual era suficiente impulso para seguir adelante.

Exhaló un largo vaho y avanzó entre los árboles en dirección a las ventanas altas, suficientemente anchas para entrar. Ella se encontraba a un lado del palacio y el más cercano al profundo bosque. La música se hacía cada vez más fuerte junto al resplandor de las luces, para nada iguales a las de su época. Al llegar notó dos grandes guardias a los lados de cada ventana en la parte de dentro y se ocultó cuando uno de ellos la notó por el rabillo del ojo y se volteó.

Ahí la verían.

«Tienes que buscar otra forma».

«Lo sé», respondió ella.

Sin embargo, antes de hacerlo se acercó a la siguiente ventana con más precaución y contempló lo que se hallaba dentro. La gente bailaba con largos vestidos cilíndricos, el color de las paredes y muebles habían cambiado por tonos azules que representaban Catusk, pero las baldosas seguían siendo las mismas junto a los decorados dorados recorriendo con hilos las paredes y el techo, como telarañas de oro. Se apartó al sentir la melancolía espesando su respiración y volvió al bosque, en busca de otra forma de entrar.

«Podrías entrar como los demás», razonó Bitzo.

Ella bajó la vista a sus ropas y descubrió largos rasguños en las piernas, probablemente a causa de los zarzales que debió atravesar para llegar a las ventanas, estaba empapada de la cintura para abajo con manchas marrones decorando sus tobillos y tenía los pies desnudos. No podía entrar así a una fiesta de etiqueta.

«¿Hay otras entradas?», preguntó luego.

«La entrada de los lacayos, pero está en los jardines, habrá personas», recordó ella.

Cruzó a tientas hacia la parte trasera y contempló la fiesta de luces que cubrían cada rincón del extraño jardín. Nunca lo había podido contemplar de noche y ahora, con aquellas luces similares a luciérnagas a la distancia, sus alrededores se deslumbraban con una melancolía romántica. Más que encontrarse con un desconocido jardín sin un solo lirio purificando sus alrededores, halló a varias personas paseando por entre un laberinto de altos setos totalmente nuevo y más específicamente, una pareja solitaria en una banca lejana, encima de una plataforma circular de concreto liso casi oculta en su totalidad por los mismos setos que lo ocultaban de la entrada trasera dirigida solo a la nobleza.

«Es su decisión, Dama. Puede entrar discreta o a la fuerza, tienes el poder para hacerlo», aseveró el chico.

«Sabes que no pienso hacerle daño a nadie».

«No tiene por qué, puede crear espectros».

Se refería a las alucinaciones, era una palabra en el idioma que él siempre confundía con espectros por su similar terminación en sindoro: ezpertralac. Pensó en sus opciones: podía usar sus poderes para neutralizar a la pareja y vestir sus ropas para entrar o usar su propio vestido y tratar de desorientarlos entrando deliberadamente. No obstante, su poder no era tan simple y eso Bitzo se lo explicó en la fase Florva.

En ambas opciones corría el peligro de consumir todo el color de las personas y por tanto, toda su vida. Necesitaba un poco para dejarlos inconscientes y otro poco para dejar su mente lo suficiente vulnerable para creer en sus espectros, como lo llamaba el chico. Su poder era tan poderoso que necesitaba algo más que autocontrol, necesitaba concentración; difícil de conseguir en medio de gritos de pánico y voces desamparadas.

«Se acaba el tiempo», anunció Bitzo y aún sin verlo sabía que torcía la boca.

Su padre pareció regresar del pasado, pararse a su lado y acercarse a su oído para preguntar: ¿Qué haría una reina? Una frase que repitió tantas veces que, en ocasiones, seguía usando para tomar sus decisiones. Ella sabía lo que haría una reina: arriesgar la menor cantidad de personas, lo que quería decir, escoger la primera opción y neutralizar a la pareja. Mas, el solo pensar que podría que matarlos la hizo retroceder, asustada.

«No puedo hacer más daño. Simplemente no puedo causarlo más», dijo al chico.

«No hay tiempo para otras opciones, por favor recuerde lo que está en juego», insistió Bitzo.

Ella se llevó las manos a los lados de su cabeza y apretó con las palmas, sin saber qué hacer.

«Por favor», repitió el chico, impaciente.

Ella suspiró y tomó una decisión. Tomó un paso, pero se detuvo, incapaz de hacerlo.

«Busco otra entrada, otra opción. Siempre hay otra opción», argumentó.

Se apoyó en esa idea y asintió repetidas veces hasta que esta vez fue Bitzo quien la detuvo.

«Pero no hay tiempo suficiente, Dama. Y si pierde el control los matará a todos. Son ellos o son todos».

Se le revolvió el estómago. Mientras más se empecinaba en buscar una alternativa, más se percataba de que solo tenía una opción y solo tenía una hora para completar la fase.

«En sesenta minutos humanos debe suceder, en sesenta minutos humanos debe hacerse libre el color» le había dicho Bitzo, recitando las palabras de Lizzim.

¿Qué haría una reina?, la pregunta volvió a su mente, esperando más que una respuesta, una acción.

Tomó una profunda respiración y se obligó a avanzar rápido entre la maleza aprovechando las risas de la pareja para ocultar el crujido de las hojas. Llegado el límite, se ocultó tras un árbol y se sostuvo el pecho, sintiendo los agitados latidos retumbándole en los oídos. Se colocó el vendaje y esperó.

Tomando una profunda respiración, salió de su escondite.

No avanzó mucho cuando ellos se dieron cuenta y ahogaron un grito.

Era demasiado tarde para echarse atrás y ella lo sabía, así que actuó en consecuencia y fue rápida en todo su proceso.

—Necesito ayuda —pidió Dama sosteniéndose una de sus piernas. Se acercó mientras asimilaban sus palabras y cuando estuvo lo suficientemente cerca corrió hacia ellos a una velocidad tan rápida que la pareja no fue capaz de seguirle el rastro. Antes de darles la oportunidad de gritar siquiera, ella tocó el hombro de la mujer y la mano desnuda del hombre con sus fríos y muertos dedos.

Se obligó a concentrarse, quitarle el color suficiente para dejarlos inconscientes y no sin vida. Expresiones de auténtico terror invadieron sus rostros, quienes se apoyaron al respaldo y los brazos de la banca en busca de una salida con ayuda de sus pocas fuerzas. En el hombre era evidente que había funcionado, sus colores se volvieron de un ligero opaco, pero no desaparecieron. Sin embargo, cuando Dama volvió su cabeza hacia la mujer debido a sus ruidosos jadeos ahogados se topó con la peor imagen. Ella tenía los ojos muy abiertos, perturbada y con las facciones alargadas, su color se estaba evaporando desde la punta de su hombro hasta el pecho a una velocidad constante que seguía descendiendo.

«¡Quita las manos!», le ordenó Bitzo.

Ella las retiró de inmediato, como si quemaran bajo sus calientes pieles y retrocedió observando como la mujer caía sin vida hacia adelante y el hombre permanecía inconsciente en su posición. Su cuerpo gris la hizo recordar a Viglu Yigurú, la flor que Bitzo le regaló muchos años atrás que desplegaba sus endebles raíces al suelo en forma de lágrimas alargadas. Sintió la muerte recorriendo sus dedos y hormigueándole la piel con amargura.

El silencio fue propagándose, ella dejó caer el reloj de sus manos temblorosas. Lo dejó allí por largos segundos, deseando un momento de soledad.

—Perdóname —susurró La Dama con voz rota, como el quejido de un animal herido. Se dirigió hacia la mujer en el suelo y le quitó el vestido gris entre llantos silencios y movimientos temblorosos—. Lo siento mucho.

Deslizó el vestido por su cabeza y se lo colocó a toda prisa. De él cayó un grueso papel: la invitación. También le quitó los zapatos de tacón del mismo tono, sin dejar de escrutar su pigmentaba piel muerta. Se enrolló el pelo en un despeinado moño y limpió sus lágrimas bajo el vendaje. Antes de salir de aquel lugar los miró por última vez y de manera inevitable, pensó en la vida que les había arrebatado. Buscó el abrigo del hombre y se colocó a la mujer sobre el camisón. Tomó el reloj del suelo y escuchó la voz de Bitzo.

«Yo... lo lamento tanto...».

«No lo lamentes, no eras parte de su familia para lamentarlo», espetó, consiente de sus duras palabras que él no merecía. Se dispuso a disculparse, antes de que él continuara:

«Lamento que haya tenido que hacerlo», repuso con evidente molestia. «Pero si no lo hacía, no podría saber qué hubiera pasado con el resto. Era lo que tenía que hacer, Dama y no debe pedir perdón por ello».

Se tragó su disculpa. ¿De verdad hablaba con Bitzo?

Contuvo sus palabras y se abstuvo a responder en honor sus últimas horas juntos que no quería pasar en discusión. Se quitó el vendaje y lo guardó en su vestido. Giró sobre sus talones y se dirigió a la entrada del palacio donde sabía, la esperaba su esposo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top