12. El color del rencor
Recibió la noticia en su momento de reposo, tejiendo sobre su enorme barriga cerca de la cuna del bebé a días de nacer y sorbiendo a pequeños tragos los remedios que los doctores veían convenientes para su estado. Pensaba en las margaritas que solo vio una vez en su vida y habían sido arrancadas por su inesperada aparición y poca combinación con el palacio. Con una suave sonrisa prometió cultivarlas y enseñárselas a su próximo heredero o heredera que la esperaba.
Su padre llegó un momento después con su pulcra imagen intacta, mas con el rostro carcomido por la culpa. Él la miró un breve segundo, observando su camisola e inusual tranquilidad; quiso retroceder y hacerlo en otro momento para darle su momento de privacidad, aquella que solo fue capaz de disfrutar habiéndose casado, pero creyó que al menos merecía enterarse por él. Se acercó despacio, se arrodilló a su altura (situación irónica e inadecuada de un rey hacia una princesa) y con voz suave pero firme le notificó la muerte de su madre.
«Murió de una corta gripe, no fue capaz de soportarlo y tan solo, descansó», le dijo. Su hija lo miró con el cejo fruncido por largos segundos, con el rostro convertido en una pintura de tonos neutros. De pronto, sus ojos dilataron y pareció encontrarles el sentido a sus palabras, tomó la mano de su padre y la apretó compartiendo palabras por medio de sus miradas. Él tan solo asintió y dejándola en su soledad, sin antes advertir cómo contemplaba a la nada con los párpados caídos.
Ella se quedó allí por más de una hora, sintiendo las cálidas lágrimas arrastrar un fuego candente sobre su piel húmeda. Sus piernas se habían entumecido por su posición incómoda y sus manos se movían frenéticas sobre su regazo, libres de poder temblar sin restricciones; en su estómago sintió la zozobra de un bote sin velas y deseó poder vomitar el malestar de sus tripulantes, una carga que no le pertenecía. Buscó a tiendas su bastón de madera y limpió sus lágrimas con la falda de su camisola, cambió su vestuario y se dirigió a la salida con el corazón a punto de salírsele del pecho.
De camino encontró a su esposo caminando angustiado hacia un objetivo seguro: su habitación. Probablemente venía a contarle la noticia o darle su pésame. Al mirarla agrandó los ojos y corrió hacia ella para preguntarle su estado mientras se agarraba de sus hombros para sostenerla, su respuesta fue contundente.
—Estoy bien, déjame sola.
—¿Dónde irás? —Ojeó la barriga y ella entendió su preocupación.
—Me despediré —accedió, irritada—. No le pasará nada a tu hijo.
Siguió avanzándolo y dejó atrás a su esposo ahogado en lástima por ella, con el tiempo éste dejó de ser su testigo en la lejanía y abandonó el pasillo con dirección a los jardines. La princesa recorrió el camino hasta la otra punta del palacio, donde habían mantenido a su madre alejada con su desnutrida silueta bañada en desgracia e infortunio, y ordenó con un ademán seco vaciar todos los alrededores.
Con una mano tomó el picaporte dorado y con la otra subió su palma al cielo y rezó a Oman por su alma quebradiza que nunca encontraría descanso por su egoísmo ciego. Abrió la puerta lentamente dejando que su cuerpo se adaptara al caliente ambiente. Un aroma penetrante a cera y arcilla se introdujo en sus fosas nasales al instante y estrujó su agitado pecho haciendo que sus ojos lagrimaran resentidos.
Escrutó la habitación como alguna vez lo hizo de niña, pero esta vez sin preguntarse qué tenía aquella que era más importante para su madre que su propia hija. No necesitaba más preguntas, conocía sus respuestas. Su aposento era un cubículo pequeño de tonos marrones con un estampado ornamental cubriendo las paredes, una imagen de Oman estaba en cada pared y una triste cama de resortes oxidados ocupaba el centro del todo; una extraña posición que tarde, entendió el motivo de su ubicación.
Las ventanas estaban cerradas y las cortinas cubrían cualquier indicio de luz exterior, teniendo tan solo a las lámparas de aceite como fuente luminosa. El poco aire y iluminación hacía que otro aroma surgiera del medio de la nada: el de humedad y moho. Un antiguo escritorio de roble se desbordaba en arcilla y materiales para tallar y esculpir justo frente a la cama con el espacio suficiente para empujar la silla de metal blanco y sentarse con apenas movilidad.
A diferencia de las estanterías a su cabeza, toda la habitación se encontraba a oscuras y envuelta en polvo. Allí se hallaban sus esculturas, las que habían robado su atención, su cariño y afecto, ordenadas por tamaño sobre nueve largas estanterías que recorrían las paredes.
La princesa cerró la puerta a su espalda y avanzó hacia ellas sosteniendo su vientre. Sus figuras eran tan escalofriantes como bellas, con un característico estilo liso y pulido acompañado por detalles ásperos que se adentraban en sus superficies como un cuchillo sobre la piel, tal vez demasiado profundos y sin sangre que pudiera ser una queja de su rudeza. Parecían tener iluminación propia que los exentaba de los pecados de su madre y una tez pálida que demostraba su desconcertante neutralidad.
Miles de rostros de crudas naturalezas la miraban expectantes, retándola y burlándose de su hipócrita sufrimiento. Eran rostros humanos, otros de animales y finalmente, de fantasmas deformados; bebían su viveza y juventud, los sentía acribillar en sus venas buscando más vitalidad qué robar. Aquellos seres consumían su bienestar como algún día su madre lo hizo con su familia, compartiendo su continua tragedia para no responsabilizarse de ella. Con el dedo índice recorrió la superficie de una de ellas: una mujer con la cabizbaja y de cabello grueso enmarcando su rostro, probablemente bañado en agua. Eran tan lisas y suaves como profesaban.
Detuvo su dedo cuando llegó a los pies de la mujer, tomó la figura envolviendo sus piernas y descendió con ella en la mano escrutando cada uno de sus detalles con un rencor que solo crecía y creaba un ser oscuro que tocaba sus hombros y le pedía un deseo. Ella, extasiada, lo cumplió.
El sonido de la arcilla rompiéndose contra las paredes envolvió el áspero silencioso de la habitación. Su estruendo era ensordecedor, pero encantador a sus oídos. Rompió una tras de otra al compás de los nuevos recuerdos, de los rostros indiferentes y del sentimiento de abandono que le chupó el pecho. Lloró sofocando sus alaridos con la palma de su mano mientras rememoraba los viajes en carruaje por el jardín, de su mudez cuando lloraba y pedía su ayuda, de la noche que llegó a su habitación después de la prueba de su padre y ella no osó en abrir la puerta, de su reemplazo por esculturas de arcilla y la última ocasión en que la vio sonreír y era capaz de recordar el motivo: otro ser que venía a reemplazarla como hija y murió en el intento.
Su esposo, que solo había fingido retirarse, entró a la quinta estatua rota y tomó sus muñecas.
—¡Déjame!
—Para —ordenó calmado, buscando sus ojos—. Piensa en el bebé.
—Solo eso te importa, ¿no? —afirmó ella dejando que la última estatua se deslizara por sus dedos y se rompiera de un golpe sobre las baldosas desgastadas dividiéndose en miles de pedazos. Por primera vez, era ella la que no subía la mirada y lo enfrentaba.
—No es así —hizo una pausa—. Me importas.
Un poderoso sentimiento parecido al revoloteo de una gran ave le invadió el pecho y le dio las fuerzas para soltarse de su agarre y limpiar su mejilla empapada. Finalmente, miró a su esposo a los ojos y con brevedad replicó:
—No iré a su funeral, ni quiero saber nada de ella. No merece nada de mí. Díselo a mi padre o encuentra alguien que lo haga —aseveró y atisbó a ver la imagen de Oman sobre su hombro lo que añadió más palabras a su discurso—. Ser mi esposo no te da derecho a seguirme y entrometerte así en mis problemas.
Una mueca molesta surgió de sus facciones y acompañó la emoción con ademanes frustrados.
—¡No me quedaré de brazos cruzados mientras pierdes la cabeza!
Ella no respondió, cortó el momento y se dirigió a la salida, volviendo a sus aposentos. Años después agradecería su intromisión cuando Zalí hizo las esculturas suyas, apreciando el arte que su madre creó de la miseria.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top