La cura del frio.
Durante su vida en Camelot, Morgana le enseño a defenderse de diferentes tipos de magia. Lo cual le ayuda a identificar algunas, sin estar buscando cuidarse de los ataques. Esto la ayudaba a ponerse en camino, y saber con quien no meterse.
Pese a esto, la hechicera no alcanzo enseñarle a defenderse de todo tipos de atacantes. Morgana estaba segura que Arabella hallaría la manera de ampliar sus conocimientos, sin importar que métodos usara. No podía prohibirle el meterse en problemas, cuando esto era parte de su naturaleza.
Por eso, cuando aquel golpe frio le dio de lleno en el pecho, Arabella quedo desconcertada. Tenia a penas veintidós años, y una larga lista de malas ideas en las que se vio involucrada. Haberle hecho frente a un extraño hechicero fue una, pero ya lo había hecho antes, razón por la cual no evito hacerlo.
El frio se espacio con rapidez desde el pecho, hasta recorrerle todo el cuerpo. Fue algo de unos segundos, aun así, no evito sentirse extraña por eso. Cuando quiso preguntar de que se trataba todo eso, o devolverle el golpe, el hombre que le lanzo el hechizo no estaba, en su lugar solo quedo nieve y escarcha, que lento se fue derritiendo.
—¿Qué fue todo eso? —pregunto Arabella.
Vio sus manos, un poco celestes, y luego volvieron a ser del mismo color de siempre. Tirito, y se abrazo cuando el frio volvió a cubrirle el cuerpo.
—¿Estas bien? —pregunto Galaga.
Se acerco a ella, y le puso el corto chaleco que traía.
—¿Qué fue todo eso? —le pregunto—. ¿Debes jugar a los hechizos con todos los extraños que te encuentras?
—No empecé yo —se quejo Arabella.
—Si, nunca eres tu —dijo Galaga—. ¿Quién era?
Arabella vio el pequeño charco de agua en el suelo, y negó con la cabeza. No tenía idea de quien se trataba, pero no mentía cuando le decía a su compañero que ella no había empezado. Venía de dormir mal, como para ponerse a pelear con extraños de la nada, no sin estar aburrida.
—Me llamó —se pauso, y llevo la vista a Galaga—, me llamó hija de Morgana. Me molesto, y antes de cualquier cosa, solo me tiro un hechizo. Juro que no fui yo.
—Bien, pequeña tramposa —dijo Galaga—. Te creo. Estas algo fría, iremos por una sopa.
•
Era mas de media noche, cuando el frio fue mucho mas fuerte que las tres frazadas que tenia puesta encima. Estando en plena primavera, no entendía porque se sentía de esa manera. Los últimos días fueron de calor agradable, no solo durante las horas de sol, sino cuando la luna estaba en lo mas alto del cielo oscuro.
Se sentó en la cama, cubriéndose con un acolchado. Notó que el fuego aun seguía encendido, y el fulgor llegaba hasta unos centímetros de ella.
—Maldición —murmuro.
Se puso de pie, salió de la cama, y se acerco a donde estaba Galaga durmiendo muy profundo. Lo llamo, y él se dio la vuelta. Lo volvió a llamar llamar, y este no hizo nada.
—¡Gal! —grito.
El muchacho dio un salto en la cama, y quedo sentado viendo a la figura cubierta de su compañera. El cabello rubio se mantenía dentro de la frazada, y pudo notar sus mejillas enrojecidas, y la nariz en la misma condición.
—Tengo frio —hablo Arabella—. ¿Puedo dormir contigo?
—¿Qué?
—Déjame dormir contigo, me congelo —insistió ella—. Por favor.
Galaga hizo un movimiento con la cabeza, y alzo su frazada. Arabella fue rápida, y se acurruco contra su pecho, buscando mas calor. Ella no lo tenia, sentía que lo dejo tras el ataque del hechicero desconocido.
—¿Te sientes mal? —murmuro Galaga.
La abrazo con cuidado, y sintió el mismo frio que ella emanaba. No recibió ninguna respuesta, tan solo la respiración contra su pecho, y algunos ronquidos. Sabía que Arabella no dormía bien de noche, y que lo hiciera sin tanto esfuerzo, ameritaba no molestarla, pese a la otra preocupación.
En la mañana siguiente, Arabella despertó porque tenia los pies helados. Abrió los ojos con lentitud, con el suave sol dándole y obligándola a cerrarlos de vuelta. Se acurruco aun mas en su lugar, sin sentir la tibieza de que alguien mas estuvo con ella, ni siquiera su propio calor.
—¿Cómo te sientes?
Galaga se acerco, y se sentó al borde de la cama. Arabella lo vio con atención, no traía la camiseta puesta, y también estaba descalzo. No lo podía creer, ella se congelaba, y él anda disfrutando de la tibieza de la mañana sin problema alguno.
Lo envidiaba, porque también quería estar lejos de las frazadas, y dejar de creer que en cualquier momento se convertiría en un hielo. Con un poco de esfuerzo, se sentó a su lado, y acepto la taza con el té vaporoso.
—Gracias —dijo y le sonrió—. Me congelo.
—¿Crees que fue por lo de ayer? —pregunto Galaga.
—Supongo que si —respondió, y le dio un sorbo—. Conozco una curandera, quizás me quite algún fragmento de hielo mágico.
—Bien, te acompaño —dijo, y paso una mano por la cabellera rubia de la bruja—. Termina eso, iré a buscarte unos abrigos.
Galaga tenía cinco años mas que ella, y en mas de una ocasión se comporto como ella lo hacia durante las tardes de travesuras con Hisirdoux. En un par de años, el bardo se mostro como la vez que lo conoció pero potenciado. Era coqueto con todo el mundo, y el mas simpático amiguero con un par de pintas encima.
Sin embargo, era de tomar la adultez necesaria cuando la circunstancia lo ameritaba. Algunas veces, sus maneras de resolver cierto problemas iban mas allá de su edad, pero en momentos como ese, se comportaba adecuado, hasta un poco mas mayor. Si debía actuar como el hermano mayor (algo de lo cual Galaga estaba por completo en contra) lo hacía sin problemas.
Arabella se quedo sola un momento, y se quedo viendo la taza que tenia entre las manos. Ya no humeaba, ni se veía reflejada en la bebida caliente. Con algo de esfuerzo, se puso de pie, acercándose a una mesa. Derramo el contenido sobre una charola. Lo que cayó sobre la placa, hizo el ruido que no haría algo liquido.
—¿Qué demonios esta pasando? —pregunto.
Se dio la vuelta, y noto que había dejado un rastro de hielo por donde anduvo. Cuando Galaga llego, no lo notó, y resbaló. Quedo tendido en el suelo, viendo el techo, y cuestionándose que era lo que había sucedido.
—Esto se esta saliendo de control —murmuro.
•
La tuvo que llevar alzando, cubierta con frazadas. Cada centímetro de suelo que era tocado por su pies, se congelaba casi en el acto. Aunque no sentía el mismo frio de momentos atrás, este no dejaba su cuerpo, y eso la enojaba. Amaba los vestidos, pero le molestaba cuando estos la cubrían tanto hasta entorpecer sus pasos, y con la frazada pasaba lo mismo.
Hacía medio kilometro, y mientras el descansaba los brazos, Arabella no se quedaba quieta en un solo lugar para evitar dejar su rasgo. Cuando Galaga estaba listo, ella volvía contra su voluntad a treparse, y aguantar tanto como podía el no exigirle que vaya mas rápido.
Llegaron a la cabaña de la mujer que buscaban, y Arabella se sentó en un tronco caído con los pies en el aire, a esperar a que la mujer curandera los atendiera.
—¿Qué te paso? —pregunto la mujer al verla.
—Bueno, creo que un hechicero me maldijo de la peor manera posible —respondió Arabella—. Odio el frio, mi magia se ralentiza.
La mujer tomó su mano, y la observo. Fueron unos pocos segundo que la soltó de inmediato, y Arabella supo que no se trataba de nada bueno.
—¿Esto es mucho peor de lo que parece, cierto? —pregunto con preocupación.
—No se como aun sigues de pie —respondió la mujer—. Tienes una maldición de frio, va mas allá de un hielo mágico.
—No puede ser, solo Skr ...
Sin poder terminar de hablar, cayó desmayada hacia atrás, con la suerte de que Galaga estaba allí, para sostenerla. Cuando la observo mejor, noto su piel mucho mas pálida que momentos atrás, con fuertes marcas violáceas bajo sus ojos.
—Ella, ella esta helada —dijo preocupado.
—No puedo curar esto —dijo la curandera—, esto va mas allá de mis habilidades.
Galaga trato de despertarla con ayuda de la curandera, pero no pudieron hacer mas nada. Nunca la vio de esa manera, tan tranquila, fría, lejos pese a tenerla allí en sus brazos, tiritando. No hacia mas que sentir lo que a ella le estaba sucediendo, y temía que no volviera abrir los ojos.
Sus amigos lo mataría a él, y él lo haría consigo sino lograba traerla de vuelta.
—¿Sabes de alguien que pueda ayudarnos? —pregunto, con ilusión—. Debe haber alguien, ¿Qué tipo de hechizo es?
La mujer vio a Arabella, y abrió la pechera de su vestido, Galaga corrió la vista a otro lado, hasta que le dijeron que la viera.
—Esto lo hizo una especie de deidad —dijo—. Mira, es una marca muy clara, y solo pocos seres son capaces de hacerlo.
—¿Deidad? ¿Lo dices en serio? —le cuestiono.
—Oh, si querido, en este mundo, humanos como tu solo conocen una parte de los seres capaces de hacer magia —explico—. Solo es extraño que eso la haya atacado, y no matado en el acto.
—¿Cómo hago para llegar a esta otra curandera?
—No esta por acá —dijo—. Deberás ir con por una mensajera, esta en el próximo pueblo. La curandera vive en lo mas profundo del bosque, solo espero que puedas llegar a ella.
Galaga no dijo mas nada, tomó a Arabella, y fue por White. Ahora esperaba que la yegua blanca le dejara montar, y no ir caminando al lado de ellas.
•
Llegaron a la mensajera casi a media noche. Tuvieron que hacer varias paradas para evitar que el frio traspasara las mantas y congelara a White. Aquel hechizo, de a momentos, tomaba mucha potencia, llegando a congelar sus manos y los pies. También, lograba expresarse en leves temblores. Su flujo era extraño, pero en ningún momento dejo que Arabella despertara.
La curandera los mando con coordenadas a un lugar, donde Galaga estaba seguro que no piso antes. Seguía siendo Inglaterra, pero un poco más sombrío que el resto de territorios por los que alguna vez anduvo. Solo esperaba no quedar como alguna clase de hombre sospechoso, por andar en plena noche con una jovencita desmayada, y cubierta hasta la nariz.
Por suerte, todos dormían, o estaban en la taberna embriagándose. Fueron tranquilos, para evitar lastimar a Arabella por el trote. Pues si le faltaba un brazo, o un pedazo de uña, no se los iba a perdonar.
Llegaron a la entrada del bosque. Galaga trago aire, y tembló. No tenia buenos recuerdos dentro de los bosques, y siempre buscaba evitarlos, mas aun si se trataba de ir por la noche.
—Sin Arabella no se como vamos hacer para llegar hasta la otra curandera —dijo, con duda en su voz—. La mujer dijo que estaba en lo mas profundo, pero ¿Dónde?
—No te preocupes, puedo percibir magia blanca —dijo White—, y otras mas. Pero no pensemos en eso.
—Bien, yo las sigo —dijo Galaga.
Tomó la correa de White, y juntos se adentraron al bosque. Fuera, estaba oscuro, la luna apenas parecía tener la fuerza necesaria para alumbrar la tierra. Dentro era mucho peor. Sus árboles eran de copas frondosas, cubriendo por completo el cielo, impidiendo cualquier pisca de luz, más allá de la leve claridad natural.
Los primeros minutos fueron de un silencio sepulcral, adrede. No querían hacer más que el sonido de sus pasos, y evitar llamar la atención equivocada.
Sin embargo, unos metros más adentro, la neblina comenzó a cubrirlos. Al principio, Galaga trato de ignorarlo. Pero cuando no pudo ver más allá de su cadera, cualquier pisca tranquilidad que tuvo, desapareció.
—Esto no es bueno —murmuro Galaga.
—No, la neblina nunca es algo bueno —respondió White.
Pero aquel manto blanco, no fue lo único que los mantuvo intranquilos. De repente, haciendo temblar con cuidado el suelo, surgieron raíces. Estás, apenas cubrieron sus pies, y fue lo necesario para que White quisiera salir de allí.
—No puedo arriesgar a Arabella así —dijo White—. Volveremos en la mañana.
—No, White —exclamo Galaga—. Podría ser tarde, no podemos dejar que Arabella siga en este estado.
—Pero podríamos morir, no se lo que hay, no veo nada. La magia blanca se desvaneció.
—No, podríamos morir si no avanzamos —insistió.
—Muy bien, tonto. Sube a mi lomo, y si le dices a alguien juro que no vivirás para contarlo —dijo la yegua.
Galaga no tardó en hacerle caso, y se subió a su lomo. Sonrió, pero estaba seguro que si no quitaba esa mueca de su rostro, el familiar lo abandonaría allí mismo.
Fueron más rápido, con la neblina cubriendo aún más el camino, y las raíces empeorando su andar.
—Se que lo que te voy a pedir es contradictorio a lo que digo siempre —dijo White—. Pero necesito que hables.
—¿Qué? —pregunto confundido.
—Si, que hables —insistió White—. Háblale al bosque, es quien no nos quiere aquí.
—Bien —dijo y se aclaró la garganta—. Escucha, cosa extraña. No, no queremos hacerte daño.
Su voz tembló, y a punto de seguir hablando, una mano congelada, se deslizó con cuidado de la frazada. Galaga fue rápido en tomarla, y notar que estaba mucho peor que momentos atrás.
—Venimos por ella, la han maldecido —continuo—. Un hechicero poderoso, hizo más que clavar unas astilla de hielo en su corazón. Le está arrebatando la vida de la peor manera posible.
—Cállate —murmuro White.
—¿Qué?
—Mira al frente —indico—. Es, es una luz blanca.
—¿Crees que deberíamos ir hacia allá? —pregunto con miedo.
—No, normalmente evito que Arabella vaya hacia esa luz, pero está se siente diferente —respondió White—. Es familiar, en algún lado sentí esa magia.
De aquella luz al fondo, se formó una silueta. Lento, se fue acercando a ellos, y notaron que se trataba de una mujer, una joven. Quizás un poco más alta que Arabella. Llevaba una máscara, y el cabello trenzado hacia adelante. Solo podían ver sus ojos azules.
Galaga se bajó de White, y también el helado cuerpo de la bruja. Descubrio su rostro, dejando que el cabello rubio pálido por el frío, cayera y se viera como un frágil ser etereo.
—Ella, ella es mi amiga, necesita de tu ayuda —pidio, casi suplicante—. Juro que cuando vuelva a ser la de siempre, nos iremos.
•
En la cabaña, más allá de la oscuridad del bosque, Galaga esperaba en la pequeña sala. Pese al fuego en la chimenea, y la frazada sobre sus hombros, no dejaba de sentir el frío del cuerpo de Arabella contra su pecho.
Hacia una hora se la llevaron, y no tuvo noticias de ningún tipo, no vio la luz mágica bajo el umbral de la puerta, ni nada por el estilo.
Minutos más tarde, salió la joven muchacha que los encontró en el bosque. Traía el cabello castaño trenzado hacia delante, y la falta de una máscara dejaba ver sus rasgos gentiles. Sus ojos azules resaltaban sobre su piel pálida.
—Ella estará bien —dijo, y le sonrió.
Galaga encontró algo de paz en la mueca, y muchas preguntas. Cientos de estás. Ella parecía conocer a Arabella, pero White no tenía idea de haberla visto antes.
—¿Quién eres? —pregunto él.
—¿Quién eres tu? —pregunto ella.
Galaga entorno los ojos, y rasco su barbilla. Comprendió que se comportaba como la mayoría de jóvenes misteriosas que rodeaban a la rubia congelada. Un nuevo apodo, que ahora estaba feliz de usar.
—¿Quién le hizo esto? —pregunto él.
Aunque ya le había preguntado antes, y al igual que primera curandera, tampoco dijo mucho.
—Pense que ya lo sabías —respondió ella—. Alguien, que no debió estar donde estuvo.
—Perfecto, tu tampoco me lo dirás —dijo, y se hizo hacia atrás—. ¿Habrá algo de lo que me deba preocupar?
—¿Ella te gusta?
—¿Me dirás quien eres? —insistió, y la ojos azules negó—. No tienes porque saber más de lo que ves.
—La amas —concluyo—. O ella lo hace—añadió y él ignoro.
La joven, no había visto, pero si noto un gran punto mágico provenir del pecho de Galaga, y mientras él trataba de sacarle información, ella no dejaba de verlo. Se acerco rápido, queriendo tocar donde antes fue apuñalado, y él la detuvo con la misma velocidad. Delicado, sorprendiendola
—Oh lo siento linda, después de la primera cita me saco la camisa —dijo y le guiño un ojo.
Las mejillas de la curandera se tiñeron de rojo, y quito la mano del suave agarre de Galaga.
—Sin su familiar, la hubieras cargado por el páramo —dijo, aclarando su garganta.
—¿Qué tanto la conoces? —pregunto Galaga—. ¿O eres igual de buena con todas las brujas moribundas? ¿Eres una bruja? Por eso haces esto.
La extraña curandera se puso de pie, y le ofreció algo que beber, Galaga se pudo haber negado, creyendo lo que le podía dar sin que él lo notara. Pero también decidió creer que no era esa clase de bruja.
—Cuando ella se recupere, se podrán marchar —dijo, y entró al cuarto en dónde estaba Arabella.
•
Comenzó a sentir tibieza, dónde en un principio el frío empezó a hacer su trabajo. Otra vez, volvía a sentir sus calmados latidos de corazón, y el calor de su piel.
Parpadeo un par de veces, y se encontró con el fuego de una pequeña chimenea. Otra vez, volvía a sentir el calor más allá de su piel. Estaba a gusto, con ganas de acurrucarse como lo hacía White y quedarse allí, hasta el final de las estaciones.
Arabella estaba segura que nunca más iba a amar el frío. No lo hacía antes, ahora le sumaba una razón más. Todo lo que alguna vez casi la mata tiene el peso necesario para estar en la lista.
—Estas despierta, eso es bueno —dijo alguien a un costado.
Reconoció su voz en el acto, y el frío que la abandonó en su momento, otra vez fue parte de su piel, erizando cada bello sobre esta.
—Tu, tu —balbuceo—. ¿Morí?
—No, no has hecho —respondieron.
—Si, si lo hice, recuerdo que tú estás muerta —murmuro—. Nadie vuelve de la muerte. Eso, eso está claro.
—Arabella, no he muerto, no lo hice —insistió.
Con cuidado, se sentó, y la busco con la vista. No hizo mucho esfuerzo, estaba aun lado, con una sonrisa tímida, y la misma mirada azul que vio la ultima tarde que estuvieron juntas. Nadie en Camelot creyó que esas dos terminarían forjado una amistad, algo corta y brusca, pero amistad al fin. Dos personas tan contrarias, que era imposible verlas sin pensar que en algún momento discutirían por algo.
Pero, tras darse espadazos una tarde, no volvieron a reñir como dos salvajes. Lo que nadie sabía, es que la mayoría de amistades de la antigua princesa comenzaban así. Ella llevando hasta los limites la paciencia del otro, hasta darse cuenta que ser amiga era mucho mas fácil.
—Me han dicho que moriste en un incendio —hablo con voz trémula.
—Tu no necesitas saber todo —respondió la contraria.
—Ay, por favor Helena, ¿Qué clase de respuesta es esa? —cuestiono indignada.
Otra vez volvía a sentir el calor que perdió minutos atrás.
—Una que tu darías, pensé que estabas bien con eso —dijo Helena y se cruzo de brazos.
—Claramente, no es así —dijo Arabella—. ¿Tu sabes que yo llore cuando dijeron que moriste calcinada en los establos?
—Exageras, no han dicho nada de eso —exclamo Helena—. No estamos para hablar de mi muerte.
—Tu no muerte, querrás decir —murmuro Arabella.
Helena puso los ojos en blanco, y dio un soplido, esperando a que Arabella se tranquilizara. Hasta donde sabía, el recado de su supuesta muerte, era de los primero que alguna vez recibió siendo princesa. Razón por la cual entendía el enojo por descubrir que no era cierto.
—Quiero que hablemos de quien te ataco —dijo Helena.
—Se que no fue un hechicero común, y que me conocía —dijo Arabella—. Me llamo hija de Morgana. Trato de no decirle a todos quien es mi madre, o quien fue mi tío, dado que ambos dieron motivos para poner a los mágicos en bando distintos. Me molesta, pero no cuento que soy, fui la princesa de Camelot.
—Quien lo hizo parecía conocerte de antes —dijo Helena—. Lo bueno es que, he quitado todo rastro de la maldición, no deberías tener complicaciones.
Arabella se toco donde antes fue atravesada por un hielo mágico, y vio con cierta pena a Helena.
—¿Él tuvo algo que ver con la locura de mi madre? —pregunto Arabella.
—Si, él y un par mas la revivieron —contó Helena—. Por favor, no vayas por ellos.
La tomó de las manos, y Arabella las vio unos segundos para volver la vista a ella. No estaba dispuesta a dejarlo pasar, pero cuando leyó la preocupación en su rostro, supo que se trataba de algo mas grande de lo que podía imaginar.
—Eres buena Ambrosius —dijo y le sonrió—. Lograste persuadirme, pero no estarás todo el tiempo impidiendo que yo salde esta cuenta.
—Tu no sabes de lo que puedo ser capaz —dijo Helena, y sonrió a la par de la rubia—. ¿Quién es él?
Arabella observó la entrada, estaba segura que Galaga dormía pegado a la puerta o aun no había pegado un ojo. Debía salir de la cama e ir por él, pero las piernas aun no reaccionaban, y le faltaban fuerzas para ponerse de pie.
—Es un amigo que hice —contó.
—Debe ser un muy buen compañero para haber dado algo por él —dijo Helena.
—Lo que hice por él, fue algo que hubiese hecho por cualquiera de mis amigos —dijo Arabella—. Él de verdad ha hecho la diferencia. Y yo solo le he ocasionado dolor.
—Lo dudo mucho —dijo Helena—. Creo que lo haces feliz. Por cierto, no debes hablar de mi con nadie.
—¿Por nadie te refieres a Douxie?
Helena respondió con silencio, y Arabella supo que su muerte fingida, debía ser por completo cierta para el resto de conocidos.
★★★
Hola mis soles invernales, ¿Cómo están? Esperó que bien.
Hice lo que debía hacer, poner en riesgo la vida de la brujis. Ah, cuando no. Pero lo bueno, es que tiene gente 10 puntos para sacarla de los apuros.
Por lado a nuestro señorito Galaga, que la ama, y haría cualquier cosa por ella, menos decirle que la ama.
Y por el otro lado tenemos a la señorita Helena de Fenix0305 Ella claramente no le va a decir a Galaga quien porque sino ya no tiene sentido el haber muerto. Aunque si le pudo haber mentido 👀
Quiero destacar que la mayoría de las amistades de Arabella han fingido sus finales, y está fue la 1era, obvio que va a estar asustada y enojada.
Un punto para Helena por haber domado a la bestia 😎
Sin más que decir ✨ besitos besitos, chau chau ✨
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