Erase una vez, otra vez.
1095, a las afueras de Camelot.
Elizabeth y Víctor era un matrimonio joven. Buscaban dejar descendencia, al menos un hijo. Ella era una hechicera que tenia buena mano a la hora de hacer pociones de todo tipo, desde curativas hasta para hacer crecer todo tipo de planta. Mientras que Víctor era un brujo que podía leer las lineas de la mano, y tirar las cartas.
Ambos vivían fuera de Camelot, en una pequeña cabaña de madera cerca del bosque. Esto los mantenían lejos de cualquier problema que hubiese a causa de la magia.
—¿Como sabemos que podemos tener hijos?— le preguntaba preocupada Elizabeth a Víctor, mientras se quitaba el velo rosa que cubría su cabellera rubia.—¿O que no vaya a ser, ya sabes, eso?
—Eli querida... No se.— respondió sin saber que mas decir.—Creo que deberíamos probar.
—Gracias amor, me haces sentir mas segura.— se encaminó hasta la cama para meterse en ella.—Sino seremos por siempre dos.
Habían pasado al menos cuatro años, y a pesar de que intentaron todo lo que los brujos y brujas le decían, el bebe nunca llegó. Elizabeth ya había perdido toda esperanza de concebir, sin embargo Víctor aun veía luz en su camino.
Una tarde fue a Camelot a llevar un par de pócimas que hizo Elizabeth. En su camino al mercado, una fuerte ráfaga de energía mágica atravesó sus sentidos.
Dejo lo que estaba haciendo y fue hasta la fuente de aquella magia. Se escabulló dentro del castillo, subió por unas escaleras en caracol que lo guió hasta una pequeña capilla. Antes de tocar a la puerta, esta se abrió antes sus ojos castaños. Dentro se encontró con una mujer que traía su cabello castaño, casi cobrizo, atado en una larga trenza que parecía una serpientes.
Ante la interrupción la mujer dio un salto en el lugar, para luego verlo con una mirada rabiosa.
—Yo, yo lo siento.— le tembló la voz a Víctor cuando la magia ahí se intensificó.—Por favor no me haga daño.— dijo a modo de suplica, bajando la mirada.
—Espiar es de mala educación.— dijo un tanto suave la mujer, al notar al pobre hombre.—Eres brujo ¿No?
El castaño no sabia que responder. La magia no era bien reciba, pero allí estaba ella sin miedo a ocultar quien realmente era.
—Morgana.— se presentó caminando al lado de él, para salir de la capilla.—Creo saber quien eres ¿El esposo de Elizabeth?
El sólo asintió, y camino tras ella. Al parecer las dos mujeres algo se conocían. Sin temor a quedar mal, y con algo de esperanza, se aventuró a hablar sobre su problema.
Estaba seguro que alguien tenía algún secreto guardado, y pensaba que Morgana era ese alguien.
—Queremos tener un hijo, pero no podemos.— dijo llevándose la atención de Morgana.—Tu magia es poderosa, y se que no nos conocemos, pero...—
—Los puedo ayudar.— se voltio Morgana para verlo.—Es simple, tomenlo como un regalo de su nueva amiga.
Víctor llegó emocionado y alegre a su pequeña casa. Frente al fulgor del fuego, estaba Elizabeth tejiendo nuevos abrigos para el próximo invierno. El castaño, sin decir nada, la tomó de una de sus manos ocupadas, para salir de allí.
En el camino junto algunas flores rosadas que Elizabeth cosechó, y corrieron hasta lo profundo del Bosque Salvaje.
—¿Que hacemos acá?— preguntó después de un rato la mujer.
—Hable con Morgana, la hermana del rey.
—Por todos los santos ¿Estas loco? Mira si te agarraban husmeado en el castillo. El rey Arturo no nos quiere cerca, el aborrece la magia.— dijo preocupada aprentando con fuerza su mano.
El hombre, estaba absorto en el camino, ignorando la preocupación de su mujer. Víctor no se preocupaba tanto como Elizabeth en cuanto al tema que giraba en torno a la magia. Si podía sacar provecho de esta entonces no tenía nada de malo usarla.
Llegaron hasta el árbol mas viejo, y grande de todos. La luz del sol de la tarde se filtraba como una columna amarillenta sobre aquel espécimen. Las partículas de polvo, quizás de hada o no, flotaban a su alrededor de formar elegante.
—Ahora dejamos la ofrenda para...
—Nari, la guardiana del Bosque Eterno— finalizo su oración, con cierta sorpresa en la voz la mujer.
Con timidez, se acercó a ellos una niña verde cubierta de flores y hojas. Víctor se puso frente a la mujer como un reflejo de protección, sin embargo Elizabeth paso a su lado acercándose a la pequeña semidiosa.
—Gracias por estas flores, son muy lindas.— dijo Nari abrazando a Elizabeth, apoyando su cabeza floreada sobre su vientre.
—Es una ofrenda.— le dijo Víctor poniéndose a la misma altura de la niña verde que no soltaba a su esposa.
—Me gustan los regalos, gracias.— agradeció para luego desaparecer.
Víctor y Elizabeth se vieron sin entender nada, y se fueron de allí a probar suerte.
9 meses después.
La paz de la mañana otoñal fue brutalmente interrumpida por el agónico grito de dolor de una mujer.
Su esposo corrió hasta el pequeño cuarto donde la hechicera se encontraba, y en el cual paso allí los últimos meses, a causa del debilitamiento que sufrió por el embarazo.
—Eli, querida.— exclamó asustado.
—El bebe quiere nacer.— dijo con dolor en su voz.—Debes ir por alguna partera.
—No, no te puedo dejar sola.— su voz sonaba preocupada.
—Vic, escucha.— dijo tomándolo por los hombros, para acercar su frente a la de él.—No importa que tan alto grite, debes ir por ella. No puedo, no podemos hacer esto solos.
El hombre corrió tan rapido como su cuerpo le permitió.
Elizabeth se quedó sola en su cuarto retorciéndose del dolor. El embarazo se había convertido en una experiencia que no quería volver a vivir. Los gritos de dolor golpeaban las finas paredes, y sus ojos turquesa brillaban tormentosos bajo los párpados.
—Oye.— una voz aniñada llamó la atención de la agónica mujer.
Al abrir los ojos se topo con la pequeña semidiosa espiándola desde la ventana. Nari se acercó a ella, sentadose a un lado. Paso sus manos sobre la barriga de Elizabeth, y estas brillaron con una suave luz verde que baño su cuerpo. Aquello le trajo calma.
—¿Acaso no te gusta mi regalo?— preguntó con cierta pena.
—Me encanta tu regalo.— sonrió a dolorida, alargado su mano para acariciar a la semidiosa.
Cuando escuchó la puerta abrirse, Nari se esfumó.
Traer a su hijo a la tierra fue un proceso arduo. Al menos doce horas, que parecían eternas. Sin embargo, el sol aún no caía, que la casa se inundó con el llanto de una beba. Junto a ella, también lloraban sus padres.
La curandero se aseguró que no tuviera nada, y la puso en el pecho de Elizabeth.
—¡Es una rareza!— exclamó encantado Víctor al ver a la recién nacida.
—Ohh, es un milagro, un hermoso milagro— aseguro Elizabeth con una leve sonrisa.—Hemos rezado tanto por ti, nuestra hermosa Arabella.
Durante tres largo años, Arabella creció rodeada del amor de sus padres. Ambos presumían a la beba como si fuera una joya. Hasta la llevaron con Morgana para que la conociera, y agradecerle la ayuda.
—Es lo que la gente buena merece.— se limitó a decir al ver a Arabella dormir en sus brazos.
La madre y el padre, siempre hacían monerías frente a la niña. Elizabeth jugaba con su velo rosa, mientras que Víctor la cubría de flores. Algo sabían, y deseaban que su hija, el regalo mas preciado, piense en ellos cuando algo atraiga su atención.
—¿Qué tal si tu cartas se equivocan?— preguntó Elizabeth una mañana.—Quizas que nuestras lineas sean cortas es una particularidad de quienes van a vivir mucho.— dijo tratando de sonar convencida de sus palabras.
—Quizas si soy malo leyendo las cartas y las runas, no te preocupes mas.— respondió desviando su atención.
Si algún recuerdo impreso en su mente le quedo a la joven bruja era la de su madre con aquella tela suave en su cabeza y el aroma de las flores que su padre le llevaba. No recordaba sus voces ni sus tactos, solo eso.
—Lady Morgana tenia razón.— le dijo Víctor esa misma mañana a Elizabeth.—La niña es especial.
—¿Qué dices Victor?— río la rubia haciendo que su mirada turquesa brillara.
—¿No lo ves, o lo niegas? Ella es …— respondió emocionado.
—Calla que la harás llorar.— sonrió al ver el entusiasmo del hombre.
Vio a la niña que reposaba en sus brazos, y sonrió. Claro que era especial. Arabella era una bendición, y le rogaba a los dioses para que el mundo la vea de la misma manera.
Sin embargo aquella pequeña familia, que crecia feliz, tuvo su prematuro fin. Ni las cartas, las runas o las cortas lineas en las palmas de su manos se equivocaban, en una noche de tormenta un accidente, sin precedentes, se cobro sus vidas.
Arabella se quedaba sola por primera vez en su vida.
Quedo bajo al cuidado de su tia Victoria, la hermana mayor de Víctor. La mujer era una humana que formaba parte de la servidumbre del castillo. Y con ella se llevaba a Arabella.
La niña siguio creciendo sin saber nada de su padres, sin un recuerdo físico, nada.
—¿Que haré contigo Bella? Mi hermano no pensaba bien las cosas.— le decía una mañana de camino al trabajo.—Es momento que te familiarices con el castillo, si quieres llegar a ser alguien.
Guardó silencio, y la vio mejor. Recién tenía cuatro años. Quién la viera decía que era una niña hermosa. Traía el cabello rubio atado en una colega que se desarmaba, y una gran mirada marrón, y muy curiosa.
—Quizas tengas suert, y seas tan bella como tu madre.
Arabella sonrió, aunque no entendía lo que decía.
—Seguro podrás contraer nupcias con alguien de prestigio, tu belleza será tu salvación niña.— añadió.
Arabella a pesar de la corta edad andaba sin demasiado cuidado por los largos pasillos del castillo, hasta a veces fuera de este donde nadie la vigilaba.
Se hizo parte del decorado de la servidumbre.
Creció sin ser del todo vista. Sin embargo una gran mujer la vigilaba a lo lejos. Morgana, la observaba cada vez que la niña se presentaba. La conocía mas de lo que esa pequeña se imaginaba. En las sombras seguía cada paso que daba.
—Muy bien joven bruja, veamos de lo que eres capaz.— decía con cierto misterio en su voz aquel día que la vio atención.
A pesar de haber nacido de padres que controlaba la magia, Arabella nunca la experimentó. Su tia se encargó de criarla como una niña normal. Solo que no siempre la pudo controlar. Si algo sabia la mujer es que la magia surgía por las emociones o exaltaciones.
Una tarde de regreso a su casa, Arabella se soltó de su tia para seguir algo que se movía entre los pastizales. Allí encontró a la primera criatura magica de su vida. Un gnomo algo rabioso, que le mordió la mano cuando esta se acercó. Sin querer, a causa del miedo, su energía le absorbió, desmayandolo.
Victoria la veía perpleja.
—Eres una bruja, una ladrona.— la señalo,
La acusaba de algo que no conocía. Arabella no entendía nada ¿Qué sabía ella de brujería? Se largo a llorar como cuando rompía algún plato y la mandaban en penitencia.
Su cara se había puesto roja por el desenfrenado llanto y porque la mujer que la crió tiraba con fuerza de su brazo. La criatura suplica que la dejara ir, que nunca mas iba a suceder, pero la mujer estaba decidida a darle fin.
—Es por tu bien Bella, aquí la magia no es bien recibida.— dijo.
Pero alguien la hizo detenerse.
—Eso lo haré de juzgar yo.— anunció una mujer que se interpuso en el camino.—De buena fé, le pido que la suelte.
Algo en la mirada verde de la aquella mujer provocó miedo en Victoria. Su respiración se volvió temblorosa y pesada. Vio asustada a Arabella que aun seguía llorando. La soltó, dijo algo inaudible, y se marchó.
La pequeña niña de ojos saltones lloraba suplicando que su única familia no la abandone. La mujer, aun misteriosa para ella, se puso a su misma altura, y la tomo del mentón con suavidad para ver su triste mirada.
—Soy Morgana ¿Cómo te llamas pequeña?— preguntó secando las lágrimas que resbalaban por sus pequeña mejillas.
Indagó aún sabien quién era. Desde el día en que supo de su existencia, se encargó de saber todo. Pero ahora quería oírla a ella.
—Me llamo Arabella.— respondió sorbiendo la nariz.—Pero no soy mala, lo juro.— susurro señalando al gnomo desmayado.—¿Por qué me dejo mi tia?
Morgana vio al ser mágico desmayado, tratando de ocultar su sorpresa. Después de años sin verlas, al fin se encontró con una de ellas. Sus dudas fueron confirmadas.
—Arabella, la gente le tema a lo inexplicable, a lo maravilloso. No hay que gastar energía en aquellos que no quieren ver la belleza en el misterio.— respondió con una suave sonrisa.—Pero conmigo no deberás temer mas, ni esconderte. Te protegeré.
Morgana no solo se interpuso en su prematuro final, sino que se hizo cargo cuando todos la abandonaron. Seco sus lagrimas el tiempo que lloro por lo que hizo, y le juro a una muy joven Arabella que nunca mas tendría que tener miedo a nada.
A pesar de que la mujer tenia otros planes para con la niña, se había encariñado mas de la cuenta con ella. Termino por presentarla ante el Rey Arturo como su hija, criada y en secreto su discípula.
—Mi dulce Arabella, eres un deseo hecho realidad.— le dijo una noche la gran hechicera a la niña cuando juntas vieron una estrella desaparecer en el oscuro firmamento.—No pido mas que grandeza para ti.
—Tambien quiero para ti grandeza, madre.— dijo sonriendo ilusionada con las estrellas.
Hizo que todos a su alrededor supieran quien era aquella joven, y que quien se metiera con ella tendría consecuencia. Se antepuso a la negativa de su hermano, y no tembló cuando se enfrentó al hombre que se quiso llevar la joven de doce años.
—No puedes contigo misma ¿Crees poder con una niña? ¿Qué planeas?— indagó el rey Arturo.
—Planeo ser la madre y su protectora, no todo gira alrededor de tus miedos y debilidades.— respondió, haciéndole frente.
Sin embargo, a pesar del reciente titulo de princesa, la joven bruja nunca se sintió del todo parte de la realeza. Aún andaba entre la servidumbre. No solo era la hija sino también la criada, y ladrona oficial de Morgana
Allí la conocían por ser dulce, amable, y sobretodo por ser muy astutas e imperceptible, hasta impredecible, lo que le jugaba en contra más de lo que ella pensaba.
Usaba su título de protegida, para llevar a cabo sus travesuras. El único que la podía regañar, aún así quedar libre de culpa, era rey. Quién pese a no aceptar, la quiso como una sobrina.
Ahora Arabella volvía a formar una familia.
Fueron diez largos años los que vivió en Camelot, que creció junto con Morgana. Diez años donde forjo alianzas, amistades, amores.
Solo que no todos estaban felices o cómodos con su presencia, no.
Ahí estaba Merlín, el viejo hechicero de armaduras plateada, el único aceptado por el rey. Arabella nunca obtuvo el visto bueno, o un mínimo de confianza de este. No solo por ser una bruja de vasija sino por ser una protegida de su ex alumna.
—Lo siento Lady Pericles, pero no le puedo enseñar a quien no quiere aprender.— le dijo la tarde que fue descubierta con Hisirdoux robando un libro.
—No, lo que pasa es que usted no me quiere aceptar.— le reprochó.—A Circe la protegió de todo mal sin chistar y ella es tan peligrosa como ella.
—Ella es mas precavida que usted me temo.— le puso una mano en el hombro.—Y Morgana no te ha enseñado lo suficientemente bien como para que yo prosiga.
Las cortas charlas con el viejo Merlín exasperaban a la muchacha. Sin embargo con el tiempo dejo de intetar buscar un gesto de aprobación por parte de él, y se esmeraba en obtenerlo de su madre, de quien nunca obtuvo menos.
Con el joven aprendiz del viejo, Hisirdoux, forjó una amistada desde la desconfianza, que con el tiempo dejo de lado para seguirle los pasos, o ella le seguía los pasos a pesar de las consecuencia. Mas con la nueva protegida de Merlín, una joven nigromante, los tres crearon un lazo que nunca se rompería.
Nunca mas estaría sola. Y parecía que cada día su familia se iba haciendo tan grande y cariñosa. Nada le faltaba.
Morgana le enseño todo lo que debía saber. La obligo a leer cada libro, escrito, texto. A asistir a cualquier clase de magia absurda. Todo para que el mundo nunca la pisoteara.
Lo único que nunca le enseño fue a controlar su magia. Esa que usaba para absorber la energía de cualquier ser mágico. Para la hechicera y su plan era mejor así.
Morgana murió antes de que cualquier idea que tuviera en mente se concretara, y la joven bruja se marchó antes de que la viera renacer de la peor forma.
Con otra muerte mas, Arabella no iba a resistir participar en una batalla, menos si esto era para demostrar de que lado estaba.
Tomo unas pocas pertenencias. Abrazo por ultima vez el lujo de tener un lugar al cual llamar hogar, y se marcho de Camelot. Sola, sin que nadie la acompañara a pesar de que deseaba que Hisirdoux abriera un poco los ojos y se fuera con ella.
Triste, enojada y solitaria, la pequeña bruja de vasija camino bajo un tranquilo cielo estrellado, haciendo lo que solían hacer las brujas de su clase, caminar sin un rumbo fijo.
★★★
Buenas ¿Como les va? A mi bien, esperó que ustedes también o que se les mejore el día.
Creo que siempre es bueno una cronología para saber del personaje; me costo plasmar la vida de Arabella y que quede a corde con las otras historias, quizás unas fechas o hecho cambien pero todo es para darle mas sentido a la historia.
¡Que la disfruten!
Besitos, besitos, chau, chau (como extrañaba decir esto)
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