CAPÍTULO 4: El próximo golpe

Tras cerciorarse de que no había ninguna otra amenaza cercana, Günter corrió a socorrer a su señor. La sangre seguía manando del profundo tajo de su hombro, y en cuanto retiraron su armadura se encontraron con que la blanca tela de la camisola que protegía su piel se había tornado de color carmín.

Jorge no reaccionaba; su mente no había resistido y había acabado perdiendo la consciencia. Sin embargo, todavía respiraba. Y cuando Günter sintió su débil pulso supo que todavía había esperanza.

Tras despojarse de su propia armadura, aquella que en tantas batallas le había acompañado, el jefe de la guardia montada se quitó su camisola. El aire que corría era frío, pero en aquellos instantes eso no le importó.

Tan solo importaba salvar al rey.

Taponó la herida con la tela de gasa, y se aseguró de atarla con gran fuerza confiando en que aquello ayudara a detener la hemorragia.

Sabía que aquello no era una cura, pero necesitaba ganar tiempo.

-Ayudadme a cargar al rey en mi corcel -ordenó Günter a sus soldados-. Con cuidado. Debemos asegurarnos de llevarle de vuelta al campamento antes de que sea tarde. Allí el doctor podrá atenderle.

Los soldados enseguida se movilizaron, y tras guardar sus armas cargaron a Jorge en la montura de Günter. Él subió detrás.

-Nos vemos en el campamento -se despidió el jefe.

Y tras pronunciar aquellas palabras apremió a su montura quien, a pesar del sobrepeso que llevaba, respondió galopando a gran velocidad.

No había tiempo que perder, pues la nueva tela que cubría la herida del monarca comenzaba ya a tintarse con el rojo de la sangre.

-No va a morir -aseguró el doctor en cuanto pudo revisar la herida del monarca-, pero es probable que pierda parte de la movilidad de su brazo. Haré todo cuanto esté en mis manos para que salga de esta con las menores secuelas posibles.

Günter pareció satisfecho con aquella respuesta, y siguiendo las instrucciones del doctor salió de la tienda para dejar que él hiciera su trabajo.

Y mientras en el interior de la tienda Jorge estaba siendo salvado de los brazos de la muerte, Günter se dirigió a las caballerizas a cuidar de su fiel corcel. Había sido una pieza clave tanto en la batalla como en la carrera por salvar la vida del rey, y se merecía recibir los mejores cuidados.

Un soldado le interrumpió en sus quehaceres.

-Lamento la intrusión -se excusó el soldado al encontrarse con la mirada interrogante de Günter-. Su majestad me hizo entrega de su espada durante la batalla y he venido a devolvérsela, mas no me dejan entrar en su tienda. ¿Podría dársela usted?

Günter asintió mientras tomaba a Rayo de esperanza entre sus manos.

-Ve a que curen tus heridas -ordenó al percatarse de las múltiples tajadas que decoraban el cuerpo del soldado-. Nos espera un arduo viaje de regreso al hogar.

El muchacho se retiró, sintiéndose tranquilo al saber que la espada sería devuelta a su legítimo dueño, y Günter volvió a quedarse a solas en las caballerizas.

En cuanto el rey se encontrara en condiciones para aguantar el viaje de vuelta, regresarían a su hogar trayendo consigo la noticia de una gran victoria.

El llanto de un bebé fue lo primero que el monarca oyó al recuperar la consciencia.

Seguía aturdido pero no tardó en reconocer el aroma a lavanda de su esposa.

-Iré a decirle al doctor que has despertado -comentó Abigail, quien acunaba a la pequeña Brida entre sus brazos intentando que se calmara. Y tras acortar la distancia que la separaba de su marido, añadió de manera que solo él pudiera oírla: -Me alegra que estés bien, mi amor. De haberte perdido, no sé si hubiera sido capaz de superar tu ausencia.

-Lo hubieras hecho -respondió él. Su voz sonaba ronca, y un gruñido de dolor acompañó sus palabras cuando intentó acomodarse en la cama-, por nuestros hijos.

La reina se retiró, dejando a su marido a solas con los guardias apostados a ambos lados del lecho y un par de sirvientas, quienes no tardaron en servirle algo de agua para acallar los picores de su reseca garganta. Le ofrecieron también algo de comida, pero él la rechazó.

Cuando su mujer regresó el doctor la acompañaba, y Brida ya no estaba en sus brazos.

-¿Cuándo estaré recuperado por completo? -preguntó Jorge mientras examinaban su herida- No puedo permanecer encamado y desatender mis obligaciones para con la corona.

-Estará aquí el tiempo que sea preciso, mi señor -sentenció el doctor sin importarle que sus palabras pudieran sonar groseras. Sabía que por su profesión y su avanzada edad podía permitirse saltarse parte del protocolo sin que su vida peligrara-. Su herida está respondiendo bien al tratamiento. Si sigue así, en un par de jornadas podréis regresar al trono. Aunque deberéis esperar al menos una quincena antes de volver a empuñar una espada si no queréis perder la movilidad del brazo.

El monarca asintió, complacido, y después de que el doctor acabara de cambiar los vendajes ordenó a todos los presentes que se retiraran dejándole algo de intimidad para estar con su esposa.

Cuando se quedaron a solas, Abigail se acercó a su marido y le besó con sumo cuidado pues temía que cualquier contacto pudiera dañarle. Sin embargo, Jorge no se contentó con aquel leve roce e intensificó la unión.

-Tu rostro fue la última imagen que acudió a mi cabeza antes de caer inconsciente -afirmó el monarca en cuanto se hubieron separado. Abigail había tomado su mano izquierda e iba trazando en ella pequeños círculos con las yemas de sus dedos, pues necesitaba sentir su contacto para cerciorarse de que todo aquello era real y que él permanecía a su lado en el mundo de los vivos.

-¿Cómo puedes estar seguro de ello?

-Ocupas mi mente y mi corazón, mi reina. ¿En quién sino iba a pensar?

-En tus hijos, en la batalla, en el trono -replicó ella-. Somos muchos los que compartimos un pedazo de tu mente, Jorge.

-Parte de tus palabras son ciertas -aceptó él-, pero tú siempre ocuparás el primer lugar.

-¿Por delante incluso de nuestros hijos?

-Compartiendo el puesto con ellos -sentenció Jorge dando el tema por zanjado.

Permanecieron sumidos en el más absoluto silencio varios minutos más hasta que el monarca comprendió que era hora de volver a la realidad.

Quizás no podía moverse de su cama, pero era mucho lo que podía hacer desde ella.

-¿Te importaría hacer llamar a los miembros del consejo? -preguntó Jorge adoptando el tono autoritario que empleaba cuando actuaba como rey- Necesito hablar con ellos, pues deseo conocer cuál fue el desenlace de la batalla.

Abigail asintió.

-Volveré esta noche con los niños -comentó a modo de despedida-. Están deseando ver a su padre.

Y tras ordenar a los guardias apostados en la puerta de la alcoba que volvieran al interior para asegurar que nada malo le sucediera al rey, la mujer recorrió los pasillos hasta el salón de reuniones donde los consejeros aguardaban a que su señor les hiciera llamar. Sabían que había despertado, y no dudaban que desearía hablar sobre todo cuanto hubiera acontecido mientras se hallaba inconsciente.

-Mi marido ha despertado y desea verlos -comentó Abigail en tono autoritario-. Les aguarda en su alcoba, pues por ahora el doctor le ha ordenado reposo.

Los allí presentes no tardaron en obedecer las órdenes del monarca. Salieron de la sala pasando por su lado sin dirigirle mirada alguna, a excepción de Günter quien, en silencio, le preguntó si iba todo bien.

Como respuesta Abigail se limitó a asentir, y para transmitirle al fiel consejero algo más de paz le regaló una cálida sonrisa.

Günter se unió a sus compañeros sabiendo que la vida de su majestad no peligraba, y Abigail se fue a buscar a sus hijos sabiendo que por el momento ya había cumplido con su obligación.

Ignorando las claras indicaciones del médico, Jorge se incorporó en cuanto su mujer salió de la alcoba y ordenó a sus sirvientes que le ayudaran a asearse y vestirse antes de que llegaran sus consejeros.

No fue tarea fácil, pero para cuando los doce hombres llegaron Jorge presentaba mejor aspecto. A pesar de estar malherido y tener que presidir la reunión desde la cama, el monarca no mostraba ápice alguno de debilidad.

-Preciso que me informéis de todo lo acontecido durante la batalla -ordenó sin dirigirse a nadie en particular.

Fue Domeri, portavoz de la orden de historiadores, quien tomó la palabra.

-El primer asalto fue todo un éxito. El ejército enemigo no se esperaba que nuestros refuerzos llegaran tan pronto, y en consecuencia el ataque les pilló por sorpresa. Cuando fueron capaces de organizar sus fuerzas para un contraataque, habíamos acabado ya con una tercera parte de sus soldados de a pié, y otros tantos caballeros de su guardia montada. No fue muy difícil alzarnos con la victoria a partir de entonces. Cierto es que hubo algunas bajas en nuestro bando cuando el enemigo logró organizar sus filas, pero fueron pocas comparadas con las que nosotros les causamos. Llevábamos una ventaja de siete hombres a uno cuando el ejército enemigo dio la orden de retirada. Llegó a sus oídos que Juler, príncipe heredero de la corona, había huido del campo de batalla y sus soldados no vieron motivos para seguir combatiendo.

Jorge soltó una sonora carcajada tras oír aquellas últimas palabras, pero su hombro se resintió ante la brusquedad de aquel movimiento.

-La principal debilidad del ejército del rey Francis es que su poder de ataque reside exclusivamente en la figura de mayor autoridad: generalmente en el propio monarca, o en su defecto en alguno de los príncipes de la corona. El mando no se reparte con sus caballeros o sus aliados. Así pues, cuando la figura que ostenta el poder cae, lo hacen también sus fuerzas. Sabía que si lograba acabar con Juler, su ejército se rendiría. Veo que no me equivocaba.

-Os expusisteis demasiado -se permitió opinar uno de los consejeros-. Resulta evidente que vuestra estrategia era buena, pero no había ninguna necesidad de que fuerais vos el que fuera a por el príncipe.

-Era mi obligación enfrentarme a Juler. ¿Cómo le puedo pedir a mis soldados que den su vida en el campo de batalla si después soy yo el primer cobarde que se esconde entre sus filas, montado en su caballo y blandiendo su espada únicamente contra muchachos cuyo nivel de combate es claramente inferior?

-Al menos tendríais que haber permitido que alguno de nosotros os acompañase.

-En ese caso, ¿crees que hubiera sido posible entrar en el campamento enemigo sin ser vistos? Incluso yendo yo solo, deslizándome entre las sombras, no me fue fácil llegar hasta el príncipe sin que me vieran. De haber sido más, hubiera resultado imposible: la oscuridad es una fiel aliada cuando uno va solo, pero nada puede hacer por proteger a un gran grupo. Además, no fui tan imprudente como para adentrarme en territorio enemigo sin alertar a nadie. Günter estaba al corriente de mis intenciones para que pudiera acudir en mi ayuda en caso de ser preciso, como bien hizo.

Günter le regaló al rey una breve reverencia, pues no se le había escapado el tinte de agradecimiento que sus palabras ocultaban.

-No estoy seguro de que él fuera el más adecuado para protegeros -replicó el consejero sin pensar mucho en las represalias.

-¿A caso estoy muerto?

-No, mi señor. Pero de haber sido otro el encargado de su defensa, quizás ahora no estaríais herido y postrado en la cama.

-Al menos él tiene la sensatez de no faltarle el respeto a su rey -respondió Jorge, dejando de lado el tono de voz pacífico que había empleado hasta entonces-. Id con cuidado, pues no me gusta dar segundas oportunidades y no voy a pasar por alto ninguna otra ofensa hacia mi persona. ¿Queda claro?

El hombre no respondió. Se limitó a asentir, y se retiró hacia una de las esquinas de la habitación buscando la protección de las tinieblas.

-¿Las defensas de puerto aldea han sido reforzadas? -continuó Jorge tras asegurarse de que nadie más quería opinar acerca de la estrategia seguida en batalla.

-Las tropas de lord Mirell se han quedado, tal y como vos ordenasteis -contestó Günter enseguida.

Aquellas palabras le bastaron al monarca para dar el tema por zanjado, y sintiendo cómo el agotamiento comenzaba a hacer mella en él se dispuso a terminar la reunión.

-Debemos ser nosotros quienes demos el próximo golpe -sentenció-. Id con vuestras familias y disfrutad de un buen y merecido descanso. Nos volveremos a reunir en un par de jornadas para discutir acerca de cuál debe ser nuestro siguiente movimiento.

Así se dio por finalizado el encuentro del consejo del rey, y sintiendo que al fin había cumplido con sus obligaciones como monarca Jorge se pudo permitir descansar.

Su cuerpo necesitaba horas de sueño para recuperarse.

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