CAPÍTULO 26: Jaque Mate
Brida no tardó en volver a incorporarse al trabajo. La herida evolucionó favorablemente y en tan solo tres días contó con la aprobación del médico para regresar a sus quehaceres diarios.
La doncella agradeció interponer algo de distancia entre ella y el príncipe.
Sumida de nuevo en su rutina eran escasos, por no decir inexistentes, los momentos que compartían. De vez en cuando se cruzaban por los pasillos y se dedicaban el uno al otro un tímido saludo, pero nada más. Y jamás a solas.
Y aunque una parte de ella añoraba al muchacho, no dejaba de repetirse una y otra vez que era mejor estar separados.
—Tienes visita, Brianna —comentó Dharlyn aquella mañana. Cinco días habían transcurrido desde el incidente—. Está aguardando en la entrada del jardín principal. La reina Jimena te concede dos horas libres para que puedas atenderle.
Los ojos de Brida resplandecieron presas de la ilusión, pues había una sola persona que contara con el permiso necesario para entrar en la corte y que pudiera tener interés en verla.
Cruzó los extensos pasillos a toda velocidad. Era tal la emoción que sentía que ni tan solo se percató de la mirada de desprecio que Genise le dedicó.
—¡Padre! —chilló la muchacha al reconocer la figura de Raymon.
Ataviado con sus mejores ropas, el hombre esperaba pacientemente. Le habían convocado a una reunión para tratar asuntos de negocios y aunque esta estaba programada para después de comer, se había tomado la libertad de acudir antes para así aprovechar la ocasión para visitar a su primogénita.
—Mi niña —susurró él, aceptando el abrazo de su hija. Y aunque eran muchas las cosas que deseaban contarse, ninguno de los dos tenía fuerzas para separarse. Brida precisaba sentir la seguridad que le transmitía estar cerca del hombre que la había criado y Raymon necesitaba saber que su pequeña estaba bien.
Deshaciendo poco a poco la unión, padre e hija se tomaron de la mano y recorrieron el amplio jardín buscando un banco en el que sentarse. Encontraron uno a la sombra, algo alejado de la fachada principal del palacio. Los altos matorrales y la hiedra que se enredaba en ellos les proporcionaban algo de intimidad.
—¿Va todo bien por aquí, mi dulce Brianna? —preguntó el hombre al fin. La cabeza de su hija descansaba encima de su hombro y él había comenzado a acariciar su pelo. Se detuvo al topar con el inconfundible relieve de una cicatriz— ¿Qué ha pasado?
Y así, en un instante, desaparecieron la paz y la tranquilidad que con tanto recelo Brida había intentado atesorar.
La muchacha tomó aire y se separó ligeramente de su padre para poder mirarle a los ojos.
—Alguien me golpeó —soltó a bocajarro. Sabía que no merecía la pena seguirle ocultando aquella información a su padre y tampoco se le ocurría manera alguna de suavizarlo—, pero el rey en persona se está encargando ya de ello. No debes preocuparte. No es más que una pequeña herida, pero estoy bien. El médico ha dicho que la cicatriz acabará desapareciendo.
Raymon hizo un gran esfuerzo por procesar toda aquella información sin perder los papeles. Sabía que de nada serviría armar un escándalo.
—Nadie nos informó del incidente —comentó al fin—. Soy tu padre, tengo derecho a que me avisen si mi hija resulta herida. ¡Podrías haber muerto!
—¿De qué hubiera servido que os avisaran? —inquirió la muchacha— Ya te lo digo yo: de nada. Solo hubiera servido para teneros preocupados a ti y a mamá.
—Podríamos haberte llevado a casa. Te hubiéramos cuidado.
—Me trató el mismo médico que atiende a la familia real, padre. Estaba en las mejores manos del reino.
Aquellas palabras tranquilizaron al hombre. En el fondo sabía que su hija llevaba razón. Por mucho dinero que tuviera, y por muy dispuesto que estuviera a darlo todo por la salud de sus hijos, Raymon sabía que no hubiera podido costear un tratamiento mejor que el que su hija había recibido estando en la corte.
A la vista estaba que no le había faltado de nada durante su convalecencia y que su recuperación había sido sorprendentemente favorable.
Dejando a un lado la discusión, y queriendo aprovechar al máximo el poco tiempo que les quedaba para estar juntos, el hombre rodeó la cintura de su hija con sus brazos y la instó a apoyar su cabeza en su pecho.
Así permanecieron varios minutos más hasta que un muchacho les interrumpió.
Por su piel tostada, sus desgastadas ropas y su aspecto desaliñado Brida supo enseguida que era uno de los muchos sirvientes de la corte.
—Mi señor —comentó, con voz temblorosa. Hizo una torpe reverencia—, su presencia es requerida en el salón de negociaciones. A raíz de su pronta llegada, se ha decidido adelantar la reunión a la que usted venía a asistir.
—Muchas gracias joven —respondió Raymon. Una sonrisa decoraba su rostro, pero en su interior se lamentaba por tener que separarse tan pronto de Brida—. Permitidme unos últimos instantes a solas con mi hija, por favor. Informa a los señores que acudiré a la reunión en cuanto me haya despedido de ella.
Acompañó sus palabras de una moneda de cobre que enseguida acabó en las manos del muchacho. Este, poco acostumbrado a la recompensas, se mostró claramente sorprendido y no dudó en acatar las instrucciones del hombre.
—Estaré bien padre, te lo prometo. Sé cuidar de mí misma —comentó Brida al percatarse de la mueca de preocupación que decoraba el rostro del hombre—. Hazle saber a madre que todo va bien y dale recuerdos de mi padre a los pequeños. Nos volveremos a ver muy pronto pues falta poco para mi día libre.
Un último abrazo puso fin a aquella breve reunión familiar. Y tras besar a su hija en la frente, Raymon se retiró.
Brida se quedó un par de minutos más sentada en aquel banco antes de volver a entrar a palacio.
Se disponía a subir las escaleras rumbo a los aposentos de la reina Jimena cuando algo la instó a detenerse.
Unos murmullos, parecidos a un gimoteo, venían de una de las alcobas del pasillo de la servidumbre.
Preocupada, Brida siguió el sonido hasta detenerse frente a la puerta de la habitación de la que provenían. No sin ciertas dudas, Brida tomó el pomo y tras girarlo entró.
Aquello con lo que se encontró al otro lado la dejó sin palabras. Y aunque tardó un poco en reaccionar, una sonrisa se pintó en su rostro al comprender qué estaba pasando.
Frente a ella, estaba la solución a todos sus problemas.
—Para. ¡Detente! —exclamó el hombre, asustado, al darse cuenta de que no estaban solos. Y para darle más énfasis a sus palabras empujó a la mujer que estaba desnuda encima de él y quedando de espaldas a la puerta.
Genise palideció al ver a su enemiga en el interior de aquella habitación.
Sin borrar la sonrisa de su rostro, Brida se agachó y recogió la sábana que descansaba, arrugada, a los pies de la cama. Se la tiró a la pareja.
Esperó a que se cubrieran con ella antes de comenzar a hablar. No le apetecía mantener una conversación contemplando los pechos repletos de marcas de mordeduras de Genise, o el pene semi flácido de su amante.
—Vas a mantener la boquita cerrada —gruñó Genise. Y aunque aquellas seis palabras iban tintadas de amenaza, a Brida aquello no le asustó.
En aquella ocasión era ella quien tenía todas las de ganar.
—Creo que no estás en posición de jugar conmigo, Genise —comenzó Brida mientras acababa de recorrer la estancia hasta sentarse en una de las tres camas que quedaban libres—. Tú tienes mucho más que perder que yo. Te recuerdo que todavía puedo decirle al rey que fuiste tú quien me atacó. Está muy preocupado por la seguridad de la reina y estoy convencida de que si le digo que he recuperado los recuerdos de aquella noche y que estoy segura de que fuiste tú la que me golpeó, no tardará en expulsarte de la corte.
—¡Yo jamás le haría daño a la reina! —chilló la doncella, desesperada. Las lágrimas comenzaban a amontonarse en sus ojos y sus manos se agarraban con fuerza a la sábana con la que se cubría.
—Lo sé, y es por ello por lo que no te delaté a pesar de que estuvieras a punto de matarme —continuó Brida, sorprendiendo a Genise con su sinceridad—. Sin embargo, creo que esto es lo que menos debería preocuparte. Ya te dije que no tengo ningún interés en ganarme el favor de la reina. No deseo ocupar tu puesto. ¡Pero a pesar de ello, tú estabas dispuesta a matarme!
—Fue un error —gimoteó Genise. Las lágrimas se deslizaban por su rostro hasta perderse entre los pliegues de la amarillenta sábana. Su amante lo contemplaba todo en silencio.
—Un error que no se va a volver a repetir —sentenció Brida mientras se levantaba y se acercaba a la que era su compañera. Y cerca de su oído, añadió: —De lo contrario, me veré en la obligación de contarles a tus padres que su dulce niña le ha entregado su virtud a un mero sirviente de la corte. Y no queremos eso, ¿verdad? Sería una deshonra para ti y para tu familia. ¿Qué noble querría tener por esposa a una mujer que se va ofreciendo al primero que le susurra al oído un par de palabras bonitas? No quiero destrozarte Genise, pero si vuelves a atacarme me veré obligada a hacerlo. Y créeme cuando te digo que, aunque lograras matarme, tu secreto seguiría sin estar a salvo.
Brida se dispuso a irse en cuanto hubo acabado de pronunciar aquellas palabras, aunque antes de marchar se dio la vuelta y añadió:
—No me importa lo más mínimo lo que hagas con tu vida siempre que no me salpique. Pero si me permites darte un consejo, si lo que quieres es pasar desapercibida, te recomiendo que forniques en silencio. La próxima vez podría descubriros alguien menos compasivo que yo.
Y después de aquello Brida salió de la alcoba dejando tras de sí a una asustada Genise llorando desconsoladamente entre los brazos de su amante.
La doncella había empezado aquella partida de ajedrez, pero Brida acababa de terminarla marcándose un jaque mate.
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