CAPÍTULO 25: Demasiado cerca
Brida se despertó a media mañana. Estaba tan hambrienta que llegó incluso a olvidarse de su herida. Llevaba un día entero sin comer y necesitaba algo con lo que llenar su estómago.
Intentó incorporarse dispuesta a ir hasta la cocina, pero el dolor le recordó que no era una buena idea.
—Puedo pedir que te traigan lo que necesites. No hace falta que te muevas —comentó alguien en cuya presencia la muchacha no había reparado.
El corazón le dio un vuelco al ver, sentado en un sillón junto a una de las ventanas, al rey Juler.
—Mi hermano ha ido a por algo de comida. Ha pensado que tendrías hambre —comentó el monarca respondiendo así a la pregunta no formulada de la doncella—. Me lo he encontrado camino a la cocina. Se le veía preocupado, así que le he preguntado qué le pasaba y me lo ha contado todo. No me agradaba la idea de que te quedaras sola en tu estado, así que he venido a hacerte compañía. Me he encargado también de hacer llamar a un médico, vendrá esta tarde a revisar tu herida.
Todavía perpleja ante el hecho de que el rey estuviera allí velando su sueño, Brida fue incapaz de decir nada más que un entrecortado gracias. Se sentía agradecida por los cuidados que estaba recibiendo, pero todo aquello le seguía pareciendo extraño. Eran demasiadas atenciones para una simple doncella.
¿Por qué les preocupaba tanto su salud? ¿A caso habían descubierto cuál era su verdadera identidad?
Brida no tardó en desechar aquella idea, pues de saberse que ella era la hija del difunto rey Jorge, estaría ya encerrada en los calabozos.
Lo más probable era que, a ojos de Juler, ella no fuera más que un capricho. Una muchacha a la que buscaba encandilar con sus gestos y su labia, para poseerla y desecharla después. Y aunque Brida no dudaba que aquellas estratagemas le habrían servido al rey en incontables ocasiones, tenía claro que con ella aquello no iba a funcionar.
Juler empuñó el arma que había acabado con la vida de su padre, así constaba en todos los libros de historia. El odio que Brida sentía hacia su persona estaba incrustado en lo más hondo de su corazón. Era como un tumor que se había extendido corrompiendo su alma y eso no iba a cambiar con palabras bonitas y hermosos detalles.
Tenía claro que el rey debía morir, y de ser posible, prefería ser ella misma la mano ejecutora de su venganza.
Y aunque deseaba saltar de la cama, tomar una de las dagas que Ervin tenía expuestas en una gran vitrina al fondo de su estancia y clavarla bien hondo en el pecho del monarca hasta que su corazón dejara de latir, sabía que aquel no era todavía el momento.
De hacerlo, acabaría con Juler pero se delataría y no tardarían en apresarla. De esta manera jamás lograría hacerse con el trono.
Debía mantener la cabeza fría y hacer las cosas a su debido tiempo.
Primero, conseguiría apoyos en la corte que la protegieran cuando se desatara el caos. Después, mataría a Juler. Y finalmente, ataría los cabos sueltos.
No tenía nada contra Ervin, pues él no era más que un niño cuando su padre y sus hermanos le arrebataron a ella su reino y su familia. Pero era un adulto varón y el último descendiente de Francis en cuanto Juler hubiera dejado de existir. Por ello era preciso acabar también con su vida. De lo contrario, los seguidores de Francis tendrían siempre a un candidato para ocupar el trono y aunque lograra hacerse con el poder, le sería muy difícil aplacar todas las posibles revueltas.
Sin descendencia, no había herederos. Sin herederos, no había candidatos. Y sin candidatos, no había guerra.
La vida de Ervin era el precio a pagar para mantener a salvo a su pueblo.
En cuanto a los hijos de Juler, Brida confiaba en que Jimena tuviera la sensatez suficiente como para apoyar su investidura como soberana. Si la mujer se postraba ante ella y se mostraba dispuesta a renunciar al derecho de sucesión de sus hijos, Brida les perdonaría la vida. Al fin y al cabo no eran más que unos niños y no tenía ningún interés en arrebatarles la vida.
No deseaba que el pueblo la viera como una tirana. ¿Qué la diferenciaría de Francis si asesinaba a sangre fría a todos los miembros de la realeza del mismo modo que hiciera él con su familia?
Tan concentrada estaba Brida en sus cavilaciones que ni siquiera se percató de que Juler se había levantado de su asiento, acercándose a ella con suma lentitud.
El monarca se encontraba ya a los pies de la cama cuando se dispuso a seguir hablando.
—¿Pudiste ver quién te hizo esto? —inquirió el rey— Te golpeó por detrás así que es posible que no llegaras a ver su rostro, pero toda la información que puedas darnos nos resultará de gran utilidad para encontrar al culpable. Alguien capaz de hacer esto no puede estar en la corte. Es peligroso, ya no solo para ti, sino para todos los que vivimos en este palacio.
Brida recordaba perfectamente el odio y el asco que vio reflejados en el rostro de Genise antes de perder el conocimiento. La doncella no había podido soportar su acercamiento con la reina y cumpliendo con aquello que ya le había advertido, no había tardado en intentar quitársela de en medio.
Sin embargo, tenía claro que Genise no suponía ningún peligro para la familia real. Ella era el único objetivo de su ira. Y aunque Juler le estaba brindando la oportunidad ideal para deshacerse de ella, Brida no tenía claro que delatarla fuera su mejor opción.
Al fin y al cabo, Genise era hija de una importante familia. Y si algo había aprendido Brida de sus padres, era que enemistarse con aquellos que tenían el dinero y el poder suficiente como para destruirte jamás era una buena idea.
Muy pronto sería ella quien ocupara el trono y necesitaba que la nobleza se pusiera de su lado cuando aquello ocurriera. Necesitaba el máximo número posible de apoyos.
No. Definitivamente no era una buena idea delatar a Genise ante Juler. Debía solucionar aquel conflicto a su manera.
Se había equivocado al subestimar a la doncella, pero no iba a cometer el mismo error.
Genise había iniciado la guerra, pero sería Brida quien le pusiera punto final.
—Lo lamento, mi rey, pero no pude ver nada. Estaba oscuro y yo estaba agotada tras un largo día de trabajo. Ni siquiera tuve ocasión de defenderme. Me dirigía a mis aposentos tras salir de los de su esposa, pues la reina me había hecho llamar. Imagino que debió ser alguien con fácil acceso a esa parte del castillo, majestad.
Juler se atusó la barba que comenzaba a crecerle, reflexivo.
—Sospecho que tu agresor era una mujer —añadió él al fin— pues de haber sido un hombre, este hubiera tenido la fuerza suficiente para partirte el cráneo. No hubieras sobrevivido a un golpe así. Quien te arreó fue capaz de abrirte una herida que, si bien hubiera acabado con tu vida si Ervin no te hubiera encontrado a tiempo, no acabó contigo en el acto. Habrías muerto desangrada, no por el impacto. Quien te atacó era una mujer.
—Lamento no poder ser de más ayuda —comentó Brida, sorprendida ante la deducción de Juler y estremeciéndose ante la posibilidad de haber acabado con la cabeza reventada y sus sesos desperdigados por el suelo—. Si logro recordar alguna cosa más, os lo haré saber.
El monarca asintió, complacido con la respuesta de la muchacha, y tras acabar de recortar la distancia que les separaba se sentó en el filo de la cama, justo a su lado, tal y como había hecho Ervin la noche anterior. Y también del mismo modo que su hermano, tomó su mano.
Brida se estremeció ante el contacto. Tenía a Juler muy cerca, y no pudo evitar hacer comparaciones.
Mientras que las manos del pequeño de los hermanos eran cálidas y suaves, las del mayor estaban frías y su piel desgastada estaba repleta de cicatrices de viejas heridas de guerra.
A la muchacha le resultó sorprendente cómo aquel contacto, un simple roce entre sus manos, podía decir tanto de la personalidad de una persona.
—Ahora lo importante es que te recuperes —sentenció Juler. Y acercando sus labios al oído de la joven, añadió en apenas un susurro: —Es increíble que hayas entrado antes en el lecho de mi hermano que en el mío. Deberías escoger mejor a tus aliados, Brianna. Yo puedo protegerte mucho mejor de lo que Ervin puede hacerlo.
El monarca se alejó en cuanto hubo acabado de pronunciar aquellas palabras y Brida agradeció recuperar de nuevo su espacio vital. Cada vez le costaba más soportar la cercanía del rey. Le odiaba por lo que le había hecho a su familia, pero se estaba ganando por méritos propios que dicho odio incrementara en cada uno de sus encuentros.
Al llegar a la corte Brida temía que le entraran las dudas a la hora de acabar con él, pero Juler se lo estaba poniendo muy fácil. No solo disfrutaría destrozándole por haberle arrebatado su futuro, sino que además lo haría sin ningún tipo de remordimiento.
El rey se disponía a salir por la puerta de la alcoba cuando entró su hermano, cargando una bandeja rebosante de comida.
—Toda tuya, hermanito —se despidió Juler, palmeándole de manera cariñosa la espalda. Se retiró, dejándoles a solas.
Brida se sorprendió a si misma contemplando al menor de los hermanos con una sonrisa en su rostro. Toda la tensión que había sentido al estar cerca del monarca se había esfumado con la llegada de Ervin.
—Espero que tengas hambre —saludó el príncipe—, pues he hecho trabajar como locas a las cocineras. No sabía qué te apetecería, así que he ordenado que preparasen un poco de todo.
—Estoy tan hambrienta que me comería incluso una ración entera de gachas —respondió Brida sin perder la sonrisa.
El constante dolor de su cabeza había disminuido considerablemente.
La mirada de la joven se perdió entre los muchos y deliciosos platos que Ervin le había traído. Este había dejado la bandeja en la mesilla que había junto a la cama, había ayudado a Brida a sentarse y había tomado una silla que había dispuesto lo más cerca posible para hacerle compañía.
—Es demasiado para mí —anunció la joven. Su estómago rugió, desesperado, al sentir tan cerca aquel festín de comidas dulces y saladas. Brida comenzó a salivar.
—En ese caso, voy a tener que ayudarte —respondió él mientras tomaba una de las tartaletas y se la llevaba a la boca. Se relamió los dedos, pringosos por la miel que recubría el dulce, y Brida le miró sorprendida. A Ervin no se le pasó por alto aquel detalle. —Sé tener modales cuando es preciso, pero entre nosotros hay confianza. A tus ojos soy tu salvador, así que puedo permitirme dejar a un lado la elegancia. La mejor parte de las tartaletas es la miel con la que están recubiertas, no voy a desperdiciarla limpiándome con una servilleta.
Ambos se echaron a reír y en cuanto se les pasó el ataque se dispusieron a comer.
Para Brida, aquel desayuno fue todo un banquete. Y por mucho que le pesara tener que reconocerlo, le agradó contar con la compañía de Ervin.
Al llevarse a la boca el último pedazo de comida que quedaba, un único pensamiento ocupaba su mente: debía recuperarse cuanto antes para poder salir de aquella estancia y alejarse de Ervin antes de que acabara cogiéndole cariño.
Él era su enemigo, y llegaría un día en el que tuvieran que enfrentarse.
Solo uno podría seguir vivo.
Y ella no estaba dispuesta a morir.
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