CAPÍTULO 10: Desesperanza
Dolma se despertó de un sobresalto. Su frente estaba perlada de sudor, y su respiración agitada. No era capaz de recordar en qué había estado soñando pero sabía que no había sido nada agradable.
Con manos todavía temblorosas a causa del estado de nervios en el que se encontraba, retiró la pesada manta que cubría su cuerpo y se incorporó. Se acercó a Brida, quien seguía dormida en el cesto que había dejado a los pies de su cama.
-Todo va a ir bien pequeña -susurró la doncella mientras contemplaba el pacífico rostro de la criatura-. Muy pronto tus padres vendrán a por nosotros y todo volverá a la normalidad.
Sintiéndose más tranquila tras comprobar que Brida estaba bien, Dolma tomó el batín que Finna le había dado y se cubrió con él. Necesitaba ir a por un vaso de agua, y a pesar de que a aquellas horas deberían estar todos durmiendo no le atraía la idea de pasearse por casa ajena vestida únicamente con la fina camisola.
Sin embargo cambió de opinión antes de salir de su alcoba, y tras rebuscar entre los pliegues de su vestido extrajo el pequeño fardo de joyas que le había entregado la reina Abigail. Lo abrió, sacó de él un pequeño anillo dorado y guardó el resto del alijo de nuevo en el pequeño bolsillo en el que confiaba que estuviera a salvo.
Salió con pasos titubeantes y se acercó a lo que creía eran los aposentos de Raymon. Por el resquicio de la puerta se colaba la luz del dormitorio, por lo que supuso que estaría despierto.
Dando tres suaves golpes a la desgastada madera pidió permiso para entrar.
Se dispuso a pasar en cuanto oyó al otro lado la voz del muchacho. Y sintiéndose de nuevo insegura y expuesta frente a la mirada de Raymon, se quedó en el quicio de la puerta.
Se arrebujó en el interior del suave batín.
-Discúlpame por incordiarte a estas horas -susurró la muchacha mientras agachaba la cabeza sintiéndose incapaz de sostenerle la mirada-, pero no podía dormir sin hacerle antes entrega de esto.
Con cierto titubeo Dolma extendió su mano izquierda, que había mantenido cerrada en un puño, y tras asegurarse de que había captado la atención del joven la abrió mostrándole el objeto que escondía.
El oro resplandeció ante la titilante llama del farolillo que iluminaba la estancia.
Raymon, que hasta entonces había permanecido sentado en una silla frente al escritorio, se incorporó y se acercó a ella. Y lejos de tomar la joya que Dolma le ofrecía, agarró su mano y con gran delicadeza volvió a cerrarla dejando el anillo en su interior.
-¿Siempre eres tan cabezota? -preguntó con un deje de cariño- Ya te dije que no era necesario que nos dieras nada por estar aquí, y más tratándose únicamente de un par de jornadas. Y te lo advierto: yo también puedo ser muy terco.
-Entonces que gane el mejor -sentenció la muchacha, recuperando la compostura. La cercanía de Raymon y el que sus manos todavía siguieran unidas la tenía desconcertada, pero a pesar de ello fue capaz de levantar la mirada y posarla directamente en aquellos ojos que la tenían encandilada.
Y dicho aquello Dolma retiró su mano dispuesta a ir a por aquel vaso de agua que necesitaba desde hacía rato.
-No es necesario que me cuentes qué es lo que te ha llevado a huir con tu hija -comentó el muchacho desde el quicio de la puerta cuando ella estaba ya a mitad del pasillo-, ni tampoco voy a preguntarte de dónde has sacado el anillo de oro. Pero quiero que sepas que si necesitas hablar con alguien puedes contar conmigo. No voy a juzgarte. Y a veces, compartir con alguien nuestras cargas nos ayuda a aligerarlas y nos permite dormir mejor por las noches.
El llanto de un bebé puso fin a aquel momento.
-Parece que Brida solicita los cuidados de su madre -añadió Raymon dando así por concluida la conversación.
El muchacho desapareció antes de que Dolma pudiera responderle.
Cuando Dolma despertó se encontraba sola: Brida era su única compañía. Finna había salido de buena mañana a comprar en el mercado, y Raymon había partido cuando el sol apenas asomaba por el horizonte para poner en orden varios asuntos del trabajo.
Tras asearse y darle de comer a la pequeña, Dolma se dispuso a invertir su tiempo en hacer algo de provecho. Raymon podía rechazar su dinero, pero no le iba a impedir que colaborara en las tareas de la casa.
Hizo las camas y limpió el suelo del salón, y en cuanto hubo terminado rebuscó en las alacenas de la cocina los cacharros e ingredientes necesarios para preparar un buen puchero.
-No te preocupes, ya voy yo muchacha -comentó Finna cuando, nada más llegar, Brida comenzó a llorar-. Ya estás suficientemente ajetreada con la comida.
Dejando las bolsas encima de la mesa, la anciana se dirigió hacia el cesto desde el que la pequeña reclamaba atención. La tomó en brazos y solo con su contacto logró acallar sus llantos.
-Te he traído algo, florecilla -comentó la mujer sin dejar de jugar con la pequeña, quien con sus manos intentaba agarrar uno de aquellos dedos que no paraban de pasar frente a sus ojos.
Y sosteniendo a Brida con solo uno de sus brazos, la anciana se dispuso a rebuscar entre las bolsas con aquel que le quedaba libre. No tardó en sacar de una de ellas un pequeño sombrero de tonos anaranjados que enseguida acabó cubriendo la cabeza de la niña.
-No era necesario que te tomaras tantas molestias Finna -intervino Dolma quien, tras apartar el caldero del fuego y limpiarse las manos con un paño, se había acercado a ellas.
-No es más que un pequeño detalle -comentó la anciana restándole importancia-. Además, Brida no puede permanecer encerrada en casa todo el día. ¡Y tú tampoco deberías! Necesita salir a que le dé un poco el aire, pero con el sol que hace es mejor que no lleve la cabeza descubierta. El sombrero le vendrá bien.
-¿Te apetece ir tú a dar un paseo con ella? -ofreció Dolma. Sabía que la anciana llevaba razón al decir que a la pequeña le vendría bien salir, pero no podía arriesgarse a ir ella pues temía que las reconocieran. Todavía no había recibido noticias de palacio, y prefería aguardar sin llamar demasiado la atención. Una anciana con una niña pasarían más desapercibidas- A la comida le quedan todavía un par de minutos. Ya me encargo yo de colocar la compra y preparar la mesa. ¿Sabes si Raymon vendrá a comer?
Finna asintió. Sus ojos resplandecían de la ilusión.
-Estoy segura de que mi nieto no tardará en llegar. Hace un magnífico día, así que de seguro la mar estará en calma y por lo tanto habrá pocos problemas que resolver. -Y acercándose a Dolma, quien había regresado junto al caldero y estaba removiendo el guiso ya casi acabado, añadió: -Gracias por permitirme ir a dar una vuelta con esta preciosidad. La verdad es que echaba de menos el sostener a un bebé entre mis brazos. Siempre tuve la esperanza de que mi nieto se desposara y tuviera hijos, pero el trabajo le tiene tan absorbido que apenas se fija en las muchachas de la aldea. Vuestra llegada ha sido un rayo de esperanza para este hogar. ¡Cómo lamentaré el día que tengáis que marcharos!
Así fue como Dolma volvió a quedarse sola, y cuando Raymon llegó se la encontró sirviendo la comida en una gran fuente que posteriormente cubrió para que su contenido no se enfriara.
-Tu abuela estará al llegar. Ha ido a dar un paseo con Brida -saludó la muchacha respondiendo a la pregunta no formulada del hombre que, todavía en la puerta de entrada, estaba colgando su abrigo y su sombrero.
En cuanto hubo terminado se acercó a Dolma, y sin darle ocasión de que pudiera llegar a adivinar sus intenciones se dispuso a desatar la tela que había empleado a modo de delantal.
-Estoy convencido de que le habrá hecho gran ilusión que se lo permitieras. Son pocas las alegrías que recibe a su edad, y algunas veces no puedo evitar culparme a mí mismo por no ser capaz de darle más momentos de felicidad -susurró cerca del oído de la muchacha mientras desanudaba el lazo que descansaba a su espalda-. Y gracias también por preparar la comida. A juzgar por el aroma que desprende estoy convencido de que estará exquisita.
Dolma se giró para poder mirar a Raymon directamente a los ojos, y por unos instantes se olvidó de respirar. Estaban tan cerca el uno del otro que la joven podía llegar a oler el aroma a sal que desprendía su piel, y cuando él rozó levemente su cuello al retirar un mechón de pelo que se había quedado allí enredado, un escalofrío recorrió todo su cuerpo.
La distancia entre ambos se fue acortando sin que fueran apenas conscientes de ello, el brazo de Raymon fue bajando hasta alcanzar la cintura de Dolma. La empujó suavemente acercándola más a él.
El sonido de la puerta siendo abierta de manera precipitada les alertó y les obligó a separarse.
-¿Va todo bien, abuela? -preguntó el muchacho claramente preocupado al reparar en el rostro compungido de Finna.
Dolma enseguida se aceró a ella, apartando a Brida de sus brazos temblorosos y ayudándola a sentarse en una de las sillas.
-¿No os habéis enterado? -susurró Finna entre hipidos- ¡Todos los miembros de la familia real han muerto!
-¿Todos? -preguntó Dolma sintiendo cómo su mundo se desmoronaba. Las lágrimas no tardaron en recorrer su rostro, y Brida se unió a sus llantos al sentir su dolor.
-Las tropas del rey Francis atacaron el castillo por la noche -continuó la anciana-, y se ve que esta mañana han colgado los cuerpos sin vida del monarca, su esposa y todos los herederos de la torre más alta para advertir así a sus enemigos e intentar acallar las posibles revueltas a base de infundir pánico y terror. ¡Un pregonero lo está anunciando en el centro de la plaza!
-Esto no es nada bueno. La gente estará confusa y alterada, y cuando el miedo empieza a dominar los actos de las personas todo se carcome y se corrompe -anunció Raymon con el rostro ensombrecido-. Debo ir a supervisar que en el negocio todo esté bien.
A ritmo acelerado, e ignorando sus tripas que rugían hambrientas, el muchacho tomó de nuevo su abrigo y se fue dejando tras de sí a dos desoladas mujeres que luchaban por mantener la compostura.
-Lo lamento muchacha, pero he perdido el apetito -comentó Finna transcurridos algunos minutos-. Estoy segura de que el puchero te habrá quedado delicioso pero prefiero ir a tumbarme en mi cama. Esta noticia me ha dejado traspuesta. El rey Jorge era un buen rey, y temo lo que pueda pasar a partir de ahora si vamos a estar bajo el yugo de Francis.
Dolma le regaló a la anciana una breve sonrisa con la que buscaba darle algo de consuelo, y dejando a Brida de nuevo en el cesto que le servía de cama la ayudó a incorporarse y la acompañó a su lecho.
Tras cerciorarse de que nadie podía verla ni oírla, la muchacha se derrumbó. Se sentía perdida. Vacía. Todas sus esperanzas habían muerto con aquella nefasta noticia, y no sabía qué era lo que se suponía que debía hacer.
Sólo había una cosa que tenía clara.
-No temas Brida, pues pase lo que pase yo siempre voy a protegerte.
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