Resolución de conflictos

ADVERTENCIA: Este capítulo es considerablemente más extenso, con alrededor de 7,500 palabras (equivalente a 19 páginas). En comparación, los capítulos anteriores suelen tener entre 4,000 y 5,000 palabras (alrededor de 9 a 10 páginas).

Una vez de vuelta en la Torre, todos se giraron buscando a Dana, Shi-mae y Morderek. Pero todo parecía igual que antes, sin rastro de Morderek ni de las archimagas. Todo parecía normal. Ni siquiera en la Torre había señales de batalla. Poco a poco, uno a uno, se fueron levantando, menos Iris, quien se mantuvo sentada en la alfombra sin poder moverse. La maga sintió entonces cómo poco a poco su ropa se humedecía de cintura hacia abajo. Iris rodó los ojos con desesperación, no podía estar ocurriéndole esto ahora, en aquel momento.

Miró entonces a sus dos amigas con signos de pedir ayuda. Nawin y Salamandra no parecieron percatarse de ello. Sin embargo, quien sí percibió la preocupación de la maga fue Jonás, quien no dijo nada pero persuadió a su esposa con una intensa mirada. Cuando esta captó su mirada con extrañeza, él giró la cabeza hacia Iris, indicándole que hablara con ella.

No hubo palabras, pero Salamandra captó las miradas significativas de Jonás y la mirada angustiada de Iris, dándose cuenta de que algo estaba sucediendo. Se acercó a ella, agachándose hasta su altura, y con sutileza preguntó:

—¿Estás bien, Iris? —preguntó con una suavidad poco característica en ella.

—Me acaba de... —Iris no terminó la frase, que le había salido como un susurro. Salamandra se sorprendió un poco, pero comprendió a la perfección las palabras de su amiga.

—No te preocupes —le dijo manteniendo el tono suave. Hizo el amago de quitarse su capa para dársela, pero se dio cuenta de que no la tenía con ella. Miró entonces a Nawin, pero esta tampoco contaba con su capa.

—Iré a buscar algo, no te preocupes —comunicó Nawin, entendiendo sin necesidad de más explicaciones la situación.

—¿Qué sucede? —preguntó Conrado con cierto interés y preocupación.

En ese momento, las mejillas de Iris se sonrojaron muchísimo más. Que justamente en ese momento le hubiera bajado la menstruación le parecía tener demasiada mala suerte. Además, estando en mitad de todos, podría haber usado la teletransportación, pero debido a la batalla se encontraba bastante agotada, y teniendo en cuenta esta situación, después de usarla siempre se sentía mareada. La menstruación y la magia eran a veces dos cosas complicadas de compaginar, incluso para las mejores magas, que podían verse limitadas de alguna manera.

Conrado miró sin comprender demasiado, pues nadie le estaba dando una respuesta clara, pero la dulce mirada de Salamandra cambió a una de incredulidad, incluso molesta por la falta de comprensión de Conrado. Trató de analizar el entorno buscando entender la situación, pero no fue hasta que Jonás habló que empezó a comprender un poco más.

—Bueno, bueno, ha sido un día largo. Deberíamos irnos a descansar y tomar una ducha —dijo Jonás, empujando un poco a los jóvenes aprendices que estaban mirando a Iris, haciéndola sentir incómoda—. Que algunos ya olemos a pestilencia, ¿eh? —dijo mientras daba una suave palmada en la espalda de Raúl, acompañándolos hacia sus habitaciones y alejándolos de la escena. Fenris también se unió, acompañando a Jonás y a los alumnos fuera de aquel lugar.

Entonces, Conrado, ya comprendiendo mayormente la situación, se quitó rápidamente la capa.

—¿Quieres mi capa? —dijo ofreciéndosela a Iris.

Ella aceptó la capa, incómoda ante aquella situación, pero agradecida por la consideración de su amigo.

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Conrado, Nawin, e Iris subían por las pequeñas escaleras de caracol hasta llegar a una de las habitación de Nawin. Salamandra los había dejado poco antes al llegar a su propia habitación. Se despidió de ambos, indicándole a Iris que si necesitaba cualquier cosa, no dudara en comunicárselo. Mañana les esperaba un día largo y lleno de cosas por hacer.

La habitación de Iris y Conrado se encontraba al lado. Jonás había asignado las habitaciones cerca de la suya, pero también había tenido en cuenta la buena relación que ambos compartían, buscando que estuvieran cerca. Conrado se despidió de Iris con aprecio, y ella estuvo a punto de devolverle la capa, pero él se adelantó.

—¡Quédatela! No te preocupes. Ah, por cierto, me encargo yo de la alfombra, ¿vale?

Iris no dijo nada, solo asintió con la cabeza, un poco cabizbaja.

—Es que ya sabes cómo soy, estoy deseando poder estudiarla —dijo Conrado con un tono emocionado.

Iris soltó una pequeña risa y él también sonrió.

—Bueno, ya sabes, cualquier cosa me avisas. Estoy aquí al lado. ¡Que tengas buena noche! —dijo, continuando hasta su habitación.

Iris sonrió y cerró la puerta detrás de él.

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Salamandra estaba sentada en su cama, con el pelo mojado, tratando de secarlo con un suave hechizo de aire mientras lo desenredaba. Aunque ya se veía renovada, el agotamiento aún se reflejaba en sus ojos. Una vez terminó de cepillarse, se hizo una trenza para recoger su largo cabello pelirrojo. Se giró hacia el robusto armario de madera de roble, buscando la túnica que se pondría al día siguiente. No es que tuviera mucho para elegir; solo tenía túnicas rojas en su armario, junto con capas que se combinaban en tonos rojos, negros y azules. A pesar de su naturaleza impulsiva y nerviosa, le gustaba tener su ropa limpia y bien ordenada.

En ese momento, escuchó detrás de ella cómo la puerta se abría lentamente, dando paso a alguien con suavidad.

—¿Cómo está Iris? —preguntó el archimago mientras se descalzaba de sus zapatos desgastados.

—Bien. Nawin y Conrado la acompañaron a su habitación —aclaró ella sin dar demasiadas explicaciones y sin girarse para mirarlo.

El archimago captó la información asintiendo, mientras poco a poco desabrochaba los botones de su túnica.

—La he visto bastante decaída... Me preocupa —dijo con preocupación.

—Sí, lo cierto es que sí —respondió ella, girándose esta vez para mirarlo. Al observarlo desabrochando uno de los botones de su túnica, soltó un pequeño bufido—. ¡¿Pero se puede saber qué haces?!

—Emm... Voy a ducharme —dijo Jonás, confundido por la reacción—. ¿Qué ocurre? ¿Se te ha vuelto a olvidar que esta también es mi habitación?

—Eso solo fue una vez —se defendió ella, con las mejillas sonrojadas—. ¡Se te ha olvidado esto o qué! —dijo enseñándole el amuleto de Dana que colgaba de su cuello, comenzando entonces a gesticular mucho y a moverse bastante—. ¡¿Qué esperas, que aparezca Kai y diga una de sus bobadas?!

—Pero si Iris ha cambiado todo. Se supone que ni Kai ni Dana... —dijo Jonás en un tono más relajado, pero terminó la frase pensativo.

—¡Pero eso no lo sabemos! —dijo, echándose las manos a la cabeza.

—Vale, vale. Me cambiaré en el baño —dijo relajado, andando en dirección al baño.

—¡Jonás! —volvió a protestarle Salamandra antes de que entrara en la puerta.

—¿Y ahora qué? —dijo él, girándose para mirarla, un poco cansado.

—¡La toalla! —le gritó, molesta.

—Los archimagos no necesitamos toalla —dijo él en tono de burla, cerrando la puerta después de decir esto.

—¡JONÁS! —protestó Salamandra, con enfado y sus mejillas encendidas como el propio fuego.

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 Julia y Lis caminaban por los pasillos de la Torre con suma tranquilidad. Después de haber tomado un baño reconfortante, ambas muchachas comentaron todo lo sucedido, tratando de comprender cada detalle. Julia admiraba la valentía de Lis en aquellas situaciones. Los ojos de las jóvenes brillaban con la energía de la reciente aventura, pero sus corazones mantenían la calma.

—¿Y bien? Ahora que sabes que tus poderes van más allá de lo normal, ¿Qué piensas hacer? —preguntó Julia, curiosa.

—Pues no sé, la verdad. Supongo que aún así tendré que continuar con mis estudios —respondió Lis, encogiéndose de hombros.

—¡¿Bromeas?! Tienes una conexión con la magia tan pura que podrías dominar el mundo y... ¡¿TE VAS A LIMITAR A ESTUDIAR?! —dijo Julia con tono de voz elevado, fingiendo indignación.

—Bueno, supuestamente debo usarlo con responsabilidad... —respondió Lis con tranquilidad.

—¡PUES DOMINAREMOS EL MUNDO CON RESPONSABILIDAD, QUERIDA AMIGA! —bromeó Julia, con teatralidad.

Lis y Julia se estallaron en carcajadas ante el comentario, comenzando a fantasear sobre su futuro, las grandes hazañas que conseguirían y las aventuras que recorrerían juntas. Entre risas, se imaginaron como líderes de una revolución mágica, salvando al mundo de diversas amenazas y creando un nuevo orden mágico.

Sin embargo, esas risas que flotaban en el aire fueron interrumpidas abruptamente por un grito que resonó desde esa misma planta. Ambas chicas se miraron, sus rostros pasando de la diversión a la preocupación en un instante.

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Conrado estaba sentado en su habitación, limpio y concentrado, junto a una enorme mesa de madera en la que tenía extendida la alfombra. Observaba minuciosamente cada detalle y patrón mientras tomaba notas en una pequeña libreta. A su alrededor, había más hojas escritas con pequeños garabatos y dibujos, tratando de explicar cada aspecto de la alfombra. Lo que más le intrigaba era la fuente de su magia. En ese momento de concentración, alguien tocó suavemente la puerta. Conrado, sin desviar la mirada, hizo un pequeño movimiento con los dedos, y la puerta se abrió, dando paso a Iris, quien avanzaba cabizbaja, arrastrando su túnica y entrando de manera tímida. Conrado no se giró para mirarla, pero sabía que era ella.

—Iris, ¿Cómo estás? —dijo, sin apartar la vista de la alfombra.

—Bien —respondió ella en un susurro.

—Ven, acércate. Tengo algo que mostrarte —le indicó Conrado con entusiasmo.

Iris se acercó con suavidad a él y al montón de papeles esparcidos a un lado. Sonrió levemente, sabiendo lo apasionado que era Conrado por estas cosas.

—¿Puedes pasarme el Metirmur? —dijo Conrado, refiriéndose a un utensilio mágico de madera que permitía medir con precisión los detalles más intrincados de la alfombra.

Iris se lo entregó y comenzó a prestar atención a cada una de las explicaciones de Conrado. Aunque el mago era tímido para muchas cosas, hablar sobre magia y reliquias era una de sus grandes pasiones. Iris lo escuchaba con atención mientras Conrado le explicaba con entusiasmo el significado de cada trazo en la alfombra.

—Y esta runa que tienes aquí a tu derecha, que forma un triángulo isósceles, si te fijas bien, es la única que mantiene sus ángulos en 45 grados, una medida muy concreta que indica... —Conrado se detuvo por primera vez en su charla y miró a Iris a los ojos. Se percató de la tristeza en su mirada, una tristeza que había visto más de una vez. Sus ojos eran como cualquier libro que había leído.

—Perdona, he estado hablando todo el rato de mis deducciones y teorías. ¿Habías venido por algo, no? —preguntó Conrado, su voz llena de preocupación y cariño.

—No te preocupes, me gusta escucharte —respondió Iris con suavidad—. Además, no hay nadie que te pare cuando comienzas con tus teorías —dijo con una sonrisa sincera, llena de afecto por su amigo—. Pero quería hablar contigo.

—Bien, pues dime —dijo Conrado, apartando algunos folios y el material que había utilizado para prestarle toda su atención.

—Quería disculparme —dijo Iris en un susurro, sin mirarlo directamente.

—¿Disculparte? ¿Por qué? ¿Y por qué conmigo? —preguntó Conrado, frunciendo el ceño.

—Por no contarte la verdad desde un principio, Conrado. Somos socios desde hace años, debería haberlo hecho —dijo Iris con valentía.

Conrado dejó de lado sus apuntes y la miró con una profunda comprensión. Mientras este se levantaba de sus silla abandonado el estudio para sentarse sobre la cama.

—Iris, no tienes que disculparte. Siempre has sido sincera conmigo cuando realmente importaba. Si no me contaste algo, es porque tenías tus razones —respondió Conrado, su tono lleno de calidez y apoyo.

Iris levantó la mirada y encontró en los ojos de Conrado una sinceridad que la reconfortó. Se sentó a su lado, sintiendo la cercanía y el cariño de su amigo.

—Gracias, Conrado. Siempre has estado aquí para mi, no se como agradecértelo—dijo Iris, su voz temblando ligeramente.

Conrado emocionado  tomó suavemente la mano de Iris.

— Yo siempre estaré aquí para ti, Iris. Pase lo que pase —respondió Conrado, su voz llena de promesa.

El silencio que siguió fue cómodo, lleno de un entendimiento mutuo.

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Salamandra observaba por la ventana, consumida por sus propios pensamientos. El viento jugueteaba con su cabello, y aunque era ya muy tarde, en poco tiempo el sol comenzaría a amanecer. Por otro lado, parecía que el sueño era difícil de conciliar para todos. Apretó con fuerza el amuleto que colgaba de su cuello, el amuleto que había pertenecido a Dana hace años. Los extrañaba profundamente.

Como si sus pensamientos hubieran sido leídos, aparecieron ante ella las dos figuras reconocibles a las que tanto extrañaba.

—Ya nos echabas de menos, ¿verdad? —dijo el chico rubio con una sonrisa burlona.

Salamandra sonrió con alegría y hizo el ademán de abrazarlos, pero recordó su condición y ese abrazo quedó en el aire.

—¿Dónde estabais? Pensaba que al haber Iris cambiado el tiempo no...

—Salamandra, no somos mortales. No nos afecta así la línea del tiempo. Os hemos estado observando todo el tiempo, sabemos todo lo sucedido —dijo Kai con serenidad.

—Pero si nos observáis, ¿sabíais que Iris había alterado los tiempos y todo, no?

—Bueno, ni que estuviéramos observándoos a cada rato —rio Kai con naturalidad, abriendo las palmas de las manos—. Aunque parezca raro, en el más allá hay más cosas que hacer.

Salamandra asintió pensativa, tratando de entender lo que decían Dana y Kai. De alguna manera, tenía sentido. No era lo más raro que les había pasado. En ese momento, se escuchó una puerta abrirse.

—¡YA ESTOY! —dijo en tono elevado y energético Jonás.

Salamandra se giró para mirarlo sorprendida, llevándose las manos a la cabeza. Vio a un Jonás con el pelo bastante húmedo, una sonrisa agradable y una túnica limpia. Tomó un respiro de relajación y resignación.

—¿Ves? Te dije que no necesitaba toalla —dijo acercándose a ella con un tono alegre.

Salamandra negó varias veces con la cabeza y soltó una risa al aire.

—Estoy hablando con Dana y Kai —dijo, volviendo a fijar su mirada en ellos—. ¿Entonces, ahora qué? —les preguntó.

—Si todo está bien y normal, Kai y yo deberíamos volver... y vosotros volver a vuestras vidas —dijo Dana con calma, pero fue interrumpida por el impulso de Salamandra.

—¿¡QUÉ!? ¿PERO POR QUÉ? —protestó Salamandra.

—Salamandra —volvió a hablarle Dana con cierta calma—. Todo está bien, ya. Morderek volvió donde debía estar. Kai y yo no tenemos motivo para quedarnos aquí.

—No, sí tenéis motivo: ayudarnos, estar con nosotros, apoyarme... Todos os necesitamos todavía —declaró Salamandra con impotencia.

Dana sonrió al ver cómo todos la admiraban y buscó hablar nuevamente con calma.

—Salamandra, siempre os apoyaremos en todo, pero no debemos estar aquí. No es nuestro plano ni es nuestra vida. Y aunque me encantaría, es como debe ser. Lleváis años sin nosotros, haciendo las cosas muy bien —dijo Dana, mirando a Jonás también con orgullo, quien solo observaba y trataba de entender la escena—. Y seguiréis haciéndolo bien, lo sé.

Salamandra no pronunció palabra tras eso, entendía lo que Dana le decía y sabía que en esas palabras, aunque no le gustaban, había algo de razón. Sintió de nuevo ese dolor de la despedida de dos amigos que apreciaba y quería tantísimo. Finalmente, con el dolor en su corazón, asintió con la cabeza, despidiéndose de ellos.

—Bueno, ya es la hora. Tenemos una partida de ajedrez pendiente con Shi-mae. No le gusta mucho esperar, así que deberíamos irnos —dijo Kai con humor.

Salamandra acogió aquel comentario con una pequeña risa, y con un gesto de la mano, Dana y Kai desaparecieron nuevamente. Salamandra se quedó observando el paisaje, sin pronunciar muchas palabras, con una pequeña parte de su corazón dolida por todo aquello. Entonces, los brazos de Jonás la rodearon por la cintura, buscando reconfortarla de alguna manera. Con un tono suave y relajado, habló.

—Se han ido, ¿verdad? —dijo, intuyendo lo que había pasado.

Salamandra no dijo palabras, pero tampoco hizo falta. Jonás comprendió al instante. Puso su cabeza sobre su hombro y, con suavidad, le dio un beso en la mejilla, buscando apoyarla en todo.

—¿Quieres ir a dar un paseo? —le preguntó la maga con suavidad.

Jonás se sorprendió algo por aquella propuesta, además de que eran horas de madrugada y el sol estaba a punto de amanecer. Ir a dar un paseo después del agotamiento de aquella batalla y a esas horas era de las cosas que menos le apetecía en ese momento, pero leyó algo más en las palabras de Salamandra. Su voz mostraba preocupación y tensión, mezclada con algo de calma. Así que sin pensarlo demasiado, una vez más dejó que su amor invadiera todo su ser, incluso el cansancio que lo abrumaba.

—Vale, avisaré a Lis —dijo con suavidad.

—Te veo en los establos en un rato —concluyó Salamandra.

Mientras Jonás se alejaba, Salamandra lo miró con ternura. Sentía una gratitud inmensa por tener a alguien que siempre la comprendía y estaba dispuesto a apoyarla sin importar las circunstancias. 

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Lis y Julia corrieron hacia el origen del grito que acababan de escuchar. Sabían que provenía del mismo piso y que el grito pertenecía a la habitación de Marcos. Ambas corrieron con urgencia y, con prisa, Lis abrió la puerta de golpe, esperando que su amigo estuviera bien. Julia, detrás de Lis, trataba de observar lo que había sucedido. Al abrir la puerta de manera abrupta, los ojos de Lis se posaron en la figura de Marcos. El chico estaba ileso, de pie en medio de la sala, sosteniendo en sus manos el libro de los archimagos, mientras daba pequeños saltos de alegría y gritaba emocionado, con los ojos abiertos como platos al reencontrarse con su querido libro.

—¡MIIII LIBRO, SÍÍÍ, VOLVIÓOOO! —gritaba Marcos lleno de alegría.

—¡Pero se puede saber! ¡Por las barbas de Merlín! —exclamó Julia, intentando hacerse hueco entre la puerta y Lis.

—Marcos, de verdad, qué susto nos has metido —dijo Lis, suspirando aliviada.

—Perdón, perdón —se disculpó Marcos, dejando de saltar y adoptando una postura algo avergonzada por el escándalo. Luego dirigió su mirada a Lis con una sonrisa—. Espera, Lis, ¿estabas preocupada por mí? —preguntó con suavidad.

—Pues claro... —dijo Lis, sintiendo que poco a poco sus mejillas se sonrojaban—. Eres mi amigo, ¿Cómo no? —agregó con mayor seguridad.

—Bueno, pues ya ves que estoy bien. ¡Gracias, chicas! ¡Que tengáis buena noche! —dijo Marcos con una sonrisa sincera.

—Sí, eso... buena noche, amigo —respondió Lis con una sonrisa algo incómoda.

Ambas chicas cerraron la puerta de la habitación de su amigo y continuaron andando. Al momento de cerrar la puerta, Julia no pudo evitar soltar una sonora risa ante la situación.

—Buenas noches, amigo —dijo Julia en tono burlón hacia Lis—. ¿Qué fue eso, Lis? ¡JAJAJAJA!

Lis, de mala gana, le dio un codazo a Julia, algo brusco y con cierto enfado.

—¡AUCH! No seas bruta —protestó Julia.

—Perdona —se disculpó Lis, avergonzada—. Es que no sé qué tiene de gracioso eso.

—¿Qué me he perdido entre tú y Marcos? —preguntó Julia con curiosidad.

—NADA, SOLO SOMOS AMIGOS —declaró Lis con firmeza.

—¡JAJAJA! Sí, sí, ya lo he visto —dijo Julia, alzando las cejas con una sonrisa pícara.

—¡QUE SOLO SOMOS AMIGOS! —protestó Lis, pero al observar la cara de Julia, alzando las cejas y moviendo los hombros mientras reía, no pudo evitar soltar una risa ante las ocurrencias de su amiga.

En ese momento, Lis comprendió que, aunque su amiga a veces tenía ocurrencias algo alocadas, siempre serían amigas. Juntas eran fuertes y, juntas, podrían superar cualquier obstáculo. Sobre todo, con leche, cacao, avellanas y azúcar: ¡NOCILLA!

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Salamandra se dirigió hacia los establos donde había quedado con Jonás. En el trayecto, se encontró con Fenris, quien parecía estar a punto de salir de la Torre. Sin pensarlo demasiado, decidió interceptarlo, una costumbre que había desarrollado a lo largo de los años. El elfo, como siempre, no necesitó girarse demasiado para saber que era ella.

—¿Otra vez siguiéndome, Salamandra? —dijo Fenris con un tono suave y una risa ligera antes de girarse por completo.

—¿A dónde vas? —le preguntó ella, observándolo con detenimiento, intentando memorizar cada detalle de el.

Fenris se giró y le dedicó una sonrisa dulce.

—Me voy. Debo regresar a la manada y asegurarme de que todo esté en orden. Necesito reencontrarme con Gaya y confirmar que todo sigue igual. ¿Lo entiendes?

Salamandra asintió, aunque una parte de ella se resistía a dejarlo ir. Había amado a Fenris  en el pasado, y aunque ya había aceptado su realidad, una pequeña parte de ella siempre lo extrañaba. Sin embargo, había crecido y madurado. Ya no era la chica joven que lo perseguía por todos lados, sino una mujer adulta que entendía y aceptaba su lugar en la vida de Fenris.

—Lo entiendo —dijo finalmente, con una voz que denotaba tanto resignación como aceptación.

—No te preocupes —le dijo Fenris, con una sonrisa que iluminaba su rostro—. Volveré pronto, ¿vale? No hace falta que vengas a buscarme.

Salamandra también sonrió, un gesto cargado de nostalgia y cariño. El elfo, con una delicadeza que le era propia, apartó un mechón enredado de su cabello. Fue un gesto pequeño, pero lleno de significado y afecto. Luego, Fenris salió de la Torre y se adentró en el bosque. Salamandra lo observó mientras se alejaba, conmovida al verlo transformarse en un gran lobo, una imagen que siempre la estremecía.

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Fenris avanzaba con agilidad y rapidez por el denso bosque, sus sentidos agudizados captando cada susurro del viento y el crujir de las hojas bajo sus pies. La luna llena iluminaba su camino, bañando el entorno con una luz plateada que le resultaba reconfortante. Tras la épica batalla su corazón latía con anticipación mientras se acercaba al territorio de su manada.

Finalmente, llegó a un claro rodeado de árboles centenarios. Ahí, un grupo de lobos se congregaba en silencio, como si hubieran sentido su presencia antes de verlo. Al entrar en el claro, varios lobos levantaron la cabeza y corrieron hacia él con entusiasmo. Fenris recibió los cariñosos y juguetones roces de sus compañeros lobos, sintiendo la conexión profunda que los unía.

Entre los lobos, una figura se destacó y avanzó hacia él con elegancia. Era Gaya, su esposa, una loba blanca  de belleza serena y fuerza interior que lo había conquistado desde el primer momento. Gaya tenía el don de comprenderlo en una manera que nadie más podía. Sus ojos lo observaron con una mezcla de alegría y paz. Fenris se acercó a ella, buscando un momento íntimo y familiar.

—Fenris —dijo Gaya con una voz suave pero firme, una voz que siempre lo hacía sentir en casa—. ¿Dónde estabas?.

—Es una larga historia, Gaya —respondió él, con una sonrisa que reflejaba el alivio y la felicidad de estar de nuevo junto a ella.

Gaya lo miró con una expresión de profunda comprensión. Sabía que Fenris tenía sus propios momentos de soledad y sus propias formas de entender el mundo, incluso si ella no siempre alcanzaba a comprenderlas del todo. No sabía por qué había desaparecido ni si la magia estaba involucrada, pero eso no le importaba. Amaba cada parte de Fenris: su lado lobo, su parte élfica, su conexión con la magia, su misterio, e incluso su vínculo con los humanos. Era precisamente esa complejidad lo que hacía que su relación funcionara tan bien. Sin pensarlo demasiado, Gaya decidió abrir su corazón.

—No importa, sé que siempre vuelves a nosotros, Fenris —dijo ella, posando suavemente su cabeza sobre la suya—. Tu espíritu es libre, pero tu corazón siempre pertenece aquí, con nosotros, con la manada.

—No podría ser de otra manera —respondió él ,rozando su cabeza con con cariño—. Tu eres verdaderamente mi hogar Gaya.

 En ese momento Fenris supo que no importaba cuán lejos lo llevaran sus aventuras o cuánto tiempo pasara fuera. Siempre volvería a este lugar, siempre volvería a su manada, y siempre volvería a Gaya, la mujer que comprendía y aceptaba cada parte de él.

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Jonás, tras encontrarse con su hija Lis y su alumna Julia, experimentó un momento de risas y alegría que le devolvió una sensación de esperanza y paz. Saber que todo volvía a estar en su lugar le daba la certeza de que estaba haciendo las cosas bien. Sus seres queridos estaban a salvo, la Torre permanecía en pie, y había una sensación de normalidad que lo reconfortaba. Antes de salir, les comunicó que se ausentaría por un rato y que esperaba que hubiera los menos alborotos posibles durante lo poco que quedaba de noche. Apreciaba la energía y responsabilidad en los ojos de Lis cuando le encomendó mantener el orden y evitar despertar al resto de los magos, confiando plenamente en su capacidad.

Mientras caminaba con el recuerdo de la sonrisa de su hija y las risas de Julia, vislumbró a Salamandra en los establos, esperando junto a los caballos. Se acercó a ella y, para su sorpresa, el caballo lo recibió con cariño. Jonás acarició al animal con delicadeza, notando cómo el paso del tiempo había dejado su huella. El caballo ya no era joven, su pelaje mostraba signos de desgaste, pero buscaba una conexión con su dueño. Jonás, con gentileza, acercó su rostro al del caballo en un gesto de aprecio y cariño.

—Parece que alguien te ha echado de menos —declaró Salamandra, observándolos con una pequeña sonrisa.

—Y yo a él —respondió Jonás, continuando con las caricias—. ¿Bueno, cuál es tu plan?

—Una carrera hasta el arroyo —propuso Salamandra, tomando las riendas y montando en su caballo. Lo miró con una mirada desafiante.

Jonás acogió el reto con una sonrisa, montando en su caballo.

—¿Nos apostamos algo? —le dijo Salamandra, alzando las cejas.

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Al llegar al arroyo, Salamandra se detuvo primero, triunfante. Jonás llegó justo detrás de ella, riendo y respirando profundamente. Salamandra bajó del caballo y buscó un árbol en el que sentarse y apoyarse. Observó el arroyo y cómo el sol comenzaba a salir, respirando profundamente el aire fresco, disfrutando del olor a bosque y barro, un lugar que le transmitía una profunda tranquilidad.

Jonás se acercó a ella con cuidado, evitando romper aquella calma que había encontrado. Salamandra, de manera inusual, le indicó con la mirada que se tumbara sobre sus piernas. Sorprendido pero obediente, Jonás se tumbó, mirando al cielo que comenzaba a iluminarse con los primeros rayos del amanecer.

Hubo un momento de silencio entre ellos, disfrutando de la calma. Salamandra, con ternura, comenzó a acariciar uno de los mechones del cabello de Jonás que caía sobre sus ojos. Él cerró los ojos, estremeciéndose ante su tacto.

—No está nada mal esto —confesó Jonás con suavidad.

—¿Te refieres a tumbarte sobre mis piernas o a estar unos segundos alejados de la Torre? —le dijo ella con picardía.

—Las dos cosas —admitió Jonás, sonriendo mientras meditaba sus palabras.

—Jonás, ¿Qué es lo que te preocupa? —preguntó Salamandra con un tono calmado.

—Nada, ¿por qué? —respondió él, girándose para mirarla. La mirada de reproche de Salamandra se intensificó—. Si te refieres a Morderek y todo eso, no tienes de qué preocuparte. Solo fue aquel hechizo y... —Salamandra lo miró con aún más preocupación—. Bueno, puede que sí esté algo estresado —admitió finalmente, bajando la mirada y moviendo las manos con nerviosismo.

—Jonás, no puedes estar siempre bien, ni tratar de hacerlo todo perfecto. Está bien fallar a veces, ¿sabes? Y conmigo no tienes que enmascararte, ni nada. Quiero estar ahí donde te duela para amarte un poquito más fuerte... porque supongo que eso es en lo que consiste el amor —dijo con seguridad, aunque se trabó un poco en su última frase.

Jonás se quedó pensativo ante las palabras de Salamandra. Había tanta sabiduría, empatía y amor en ellas. Aunque tardó un rato en procesarlas, se levantó con urgencia y la abrazó con energía. Salamandra acogió aquel abrazo.

—Sabes, tienes mucha razón. Tal vez deba desconectar un poco de vez en cuando. También debería contratar a alguien nuevo en la Torre —dijo mirándola con energía y ilusión—. Y más si voy a ser padre de nuevo.

Las mejillas de Salamandra se sonrojaron ante ese comentario, y sonrió levemente, buscando cambiar un poco el tema.

—Bueno... hablando de estas cosas, hay algo que me debes por haber ganado la apuesta...

—¡Ah, sí! ¿De qué se trata? —le preguntó Jonás, tomándola sutilmente de la cintura mientras sus ojos brillaban de alegría.

—Pues... me gustaría... un pingüino de fuego —dijo ella con una sonrisa pícara.

—¡¿Qué?! —respondió Jonás, sorprendido y abriendo los ojos como platos—. ¿Será una broma, no?

—¡No, Conrado me lo enseñó! —declaró Salamandra con seguridad.

—¿Pero de dónde saco yo un pingüino de fuego? Y, ya no es eso, ¡¿qué vamos a hacer con él?! —dijo Jonás, rascándose la cabeza tratando de entender lo que su esposa le pedía.

—No lo sé, pero siempre se debe consentir a una embarazada —dijo Salamandra, encogiéndose de hombros con una sonrisa burlona.

—Vale, vale. Bien, quiero la revancha. Si gano esta ronda, no habrá pingüino de fuego —dijo Jonás, acercándose a su caballo y maquinando un plan.

—¿Y si vuelvo a ganar yo? —preguntó Salamandra, alzando las cejas.

—Pues no sé... pero espero que no pidas otro animal exótico como un pez de fuego o algo así —dijo Jonás, llevándose las manos a la cabeza solo de imaginarlo.

—¡Que no! Te lo pondré sencillo: nueces de macadamia, pero quiero las mejores de los siete reinos.

—Bueno... no es tan difícil. Solo tendré que visitar los siete reinos —dijo Jonás, algo más convencido mientras subía a su caballo.

—¿Entonces, aceptas el reto? —dijo Salamandra, sonriendo con picardía mientras se preparaba para la carrera.

—Claro que sí —respondió Jonás, sintiendo una mezcla de amor y emoción por el desafío, feliz de compartir estos momentos con la mujer que amaba.

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Tras regresar a la Torre, Jonás llegó rápidamente, segundos antes que Salamandra. Bajó de su caballo en el establo y la esperó. Ella llegó poco después, descendiendo de su caballo con una expresión de leve decepción por haber perdido el desafío. Jonás la observó con una sonrisa, pero esta vez no era burlona, sino llena de aprecio y cariño. Se acercó a ella, tomándola suavemente de la cintura y mirándola a los ojos. Salamandra no evitó aquel contacto, dejándose envolver por la calidez de su mirada.

—Ha estado muy bien todo esto, ¿sabes? Gracias —dijo Jonás, mirándola con amor—. Así que, un pingüino de fuego y nueces de macadamia del mejor reino, ¿no? —confirmó con una sonrisa que reflejaba su profundo amor hacia ella.

—Sí, pero he perdido —respondió ella, algo decepcionada.

—Bueno... siempre hay que consentir a las mujeres embarazadas, y más si es la mía. Aunque sigo sin saber cómo conseguiré el pingüino de fue... —Jonás no tuvo tiempo de terminar la frase. Salamandra, de manera impulsiva, posó sus manos sobre su rostro, acercándolo a ella para besarlo con pasión. Jonás, sorprendido por el beso apasionado de Salamandra, intentó mantenerse en pie, pero la fuerza del momento hizo que perdiera el equilibrio. Su cuerpo se tambaleó hacia atrás, y antes de que pudiera reaccionar, cayó de espaldas en el barro justo al borde del establo donde los caballos estaban pastando.

El barro y la paja se mezclaron en una mezcla desordenada y cómica. Jonás terminó medio enterrado en el suelo, con la cara y la ropa cubiertas de barro. Salamandra, viendo la escena desde su posición inicial, no pudo evitar estallar en una risa contagiosa. Su risa llenó el aire, clara y sincera, mientras él intentaba, entre risas, salir del barro.

—¿Pero tú no eras un poderoso archimago? —rio Salamandra, viendo a Jonás cubierto de barro y paja.

Jonás, intentando limpiar el barro de su cara, se defendió con una sonrisa avergonzada.

—Estaba intentando conectar con la magia de la naturaleza —dijo, aunque la risa en su voz traicionaba su intento de seriedad—. Pero, sinceramente, no es justo. Me has distraído.

Salamandra se rió, un sonido contagioso que llenó el aire mientras Jonás se esforzaba por levantarse. Con una sonrisa juguetona, él se acercó a ella con un plan travieso en mente. Sin previo aviso, la envolvió en un abrazo cariñoso, asegurándose de esparcir el barro y la paja que aún quedaban en él sobre ella.

Salamandra, cubierta ahora de barro, se sorprendió por el ataque de ternura. Aunque inicialmente parecía molesta por el deslizamiento de barro, sus ojos se encontraron con los de Jonás, llenos de amor y diversión. La expresión en su rostro cambió de descontento a una sonrisa amplia y sincera. No pudo evitar reír ante la visión de su esposo tan lleno de barro, y su corazón se ablandó aún más.

Con una última risa compartida, Jonás tomó la mano de Salamandra y, con un leve gesto de magia, los dos desaparecieron del lugar.

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Pasaron algunos días en la Torre mientras la normalidad volvía a asentarse. Con la ausencia de Dana, Kai, Morderek, y Shi-Mae, la paz parecía reinar de nuevo. Iris había dado sus explicaciones, y aunque muchos decidieron creerla y perdonarla, algunos, como Fenris, aún albergaban algo de resentimiento hacia ella. No obstante, incluso ese rencor comenzaba a desvanecerse. A pesar de la tranquilidad recuperada, quedaba un último asunto pendiente: qué hacer con la alfombra mágica. La reunión llevaba horas sin que se alcanzara una solución satisfactoria.

—¿Y esconderla en algún lugar confidencial? —sugirió Conrado, rascándose la calva mientras meditaba desde su silla.

—Pero quien la escondiera sabría dónde está... —replicó Salamandra, quien se paseaba nerviosa por la sala.

—Lo mejor sería destruirla. Dejaría de ser un peligro —propuso Fenris, de pie, con una expresión seria.

—¡Nooo! ¡Destruir un artefacto tan interesante sería inadecuado! —protestó Conrado, levantándose ligeramente de su asiento.

—¿Dársela al Consejo de Magia no es una buena idea? —preguntó Iris, con cierta duda en la voz.

—¡Nooo! —respondieron todos al unísono, con un rechazo rotundo.

—Yo podría quedármela —propuso Nawin—. En el reino de los elfos hay lugares donde se guardan los mayores arquetipos mágicos y valiosos. Nadie tendría acceso.

—Excepto tú... —apuntó Jonás, rascándose la barbilla—. Demasiado peligroso.

—La mejor opción, por mucho que nos cueste admitirlo, es destruirla —insistió Fenris, mirando a Conrado con una mezcla de pesar y determinación.

—Aun así, no creo que sea tan sencillo destruir un artefacto de tal calibre... murmuró Jonás, pensativo.

—¡Siiii! —exclamó Conrado con entusiasmo, antes de bajar el tono—. Es decir, Jonás tiene razón.

—Entonces, a investigar la fórmula para destruir la alfombra —concluyó Salamandra con energía, pero Conrado levantó la mano para detenerla.

—¡Que nooooo! Escuchadme en serio. Sabemos que es un objeto peligroso y que ha traído problemas, pero si existe es por algo, tiene un propósito. Esta alfombra mantiene un equilibrio en la magia. Puede que en algún momento nos sea útil...

—¿Y traer de nuevo a Morderek de vuelta? ¿O peor, a Sueren? —replicó Fenris, mirándolo con incredulidad.

—Lo sé, ha traído muchos problemas, pero y si no fuera así... Pensadlo un segundo. Si la alfombra llegó hasta Iris fue por un motivo, y si ahora está en nuestro poder, también debe tener un propósito. No creo que debamos destruirla.

—Conrado, no es un ser vivo, ¡es una alfombra vieja! —le espetó Salamandra, aunque luego añadió—. Aun así, creo que tienes algo de razón.

—¿Podemos votarlo? —propuso Nawin, con su voz musical.

Así lo hicieron. Realizaron una votación para decidir si destruir la alfombra o no. Sorprendentemente, todos votaron por no destruirla, pero seguían sin tener una solución clara. El caos volvió a reinar en la sala mientras discutían qué hacer con el artefacto.

—Tengo una idea —anunció Jonás con seguridad, rompiendo el ruido de la discusión.

—Pues no nos hagas esperar, amigo —dijo Fenris, animándolo a hablar.

—Ahí está el problema... No puedo decírosla —respondió Jonás, ganándose miradas de confusión.

—Entonces, ¿Cómo esperas que te apoyemos? —resopló Salamandra.

—Tendréis que confiar en mí —dijo Jonás, clavando su mirada en ella, transmitiendo calma y certeza.

—Yo confío en Jonás —declaró Nawin, aunque añadió suavemente—. Pero podrías ser un poco más detallista.

—Está bien —cedió Jonás—. No puedo decir mucho, pero tengo una idea que no implica destruir la alfombra, ni que yo mismo sepa su ubicación. Pero necesito que confiéis en mí.

—¿Y nadie aquí presente sabrá dónde está? ¿Eso no supondrá un peligro? —preguntó Iris, con inquietud.

—Exacto, Iris. Y No supondrá ningún peligro —afirmó Jonás con firmeza.

—Parece un buen plan. Lo apoyo —dijo Conrado, con entusiasmo renovado.

Finalmente, todos en la sala, aún con algunas reservas, decidieron apoyar la propuesta de Jonás. Había algo en su determinación que les daba esperanza, una confianza tranquila que calmaba los temores. Mientras la reunión llegaba a su fin, cada uno salió de la sala con la sensación de que, aunque el camino fuera incierto, estaban en manos seguras.

Jonás guardó silencio sobre el destino de la alfombra, no porque no quisiera revelar su ubicación, sino porque ni siquiera él conocía ese lugar. Un sitio tan misterioso que ni el mismo tiempo podría desenterrarlo, tan oculto que ni la propia escritora, en su imaginación más audaz, podría compartirlo con sus lectores. Un secreto sellado en lo más profundo de lo desconocido, donde incluso las palabras se pierden y los pensamientos se desvanecen en la oscuridad.

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Esa tarde, la Torre se envolvía en un aire melancólico. Era el momento de las despedidas, y aunque la paz había regresado, una tristeza palpable se sentía en cada rincón. Cada pared parecía absorber la emoción de quienes, tras haber compartido tanto, debían ahora tomar caminos separados.

Iris, Conrado, y sus alumnos, así como Fenris y Nawin, se preparaban para regresar a sus vidas cotidianas, sabiendo que este no era un adiós definitivo. Sus senderos se cruzarían nuevamente en el futuro, pero por ahora, era un adiós parcial. Después de todo lo vivido juntos, se sentían más unidos que nunca. Para algunos, era como regresar a tiempos pasados, a aquellos días en que eran jóvenes estudiantes en vueltos en aventuras y misterio. Ahora, una vez más, dejaban el hogar que habían compartido.

La cena que habían disfrutado juntos había sido una celebración alegre, aunque para Tina, la cocinera, la sensación de ver a todos reunidos una vez más había despertado recuerdos y emociones profundas. Los momentos compartidos habían dejado una huella imborrable en cada uno de ellos.

En ese instante, Lis, con su característico temperamento decidido pero mostrando una vulnerabilidad que rara vez permitía, se acercó al grupo que se preparaba para partir. Su cabello rojizo resplandecía bajo la luz del atardecer, y sus ojos, normalmente llenos de determinación, reflejaban una tristeza contenida. Sabía que era el momento de despedirse, aunque no por ello se hacía más fácil. Primero se acercó a una figura que había admirado desde su infancia y que, a lo largo de esta aventura, le había enseñado mucho.

Con su energía característica, pero sintiendo que las lágrimas estaban a punto de brotar, se lanzó hacia Conrado. Sus palabras llevaban un matiz de broma, pero también de sincero afecto.

—Vas a dejar la Torre muy silenciosa, Conrado —bromeó Lis, aunque la tristeza en su voz era evidente—. Te voy a extrañar.

Conrado sonrió, un brillo de ternura en sus ojos, y respondió con un toque de humor.

—No si estás tú en ella, pequeña. —Le dio un cálido abrazo—. Yo también te voy a extrañar.

Ambos rieron suavemente, y Lis lo abrazó con fuerza, sintiendo el calor y la seguridad que siempre había asociado con él. En ese abrazo, se resumían años de confianza, respeto y cariño mutuo, mientras el sol seguía su descenso, sumiendo el entorno en un tono de despedida y esperanza para el futuro.

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Por otro lado, Eric se despedía de todo el grupo de nuevos amigos que había hecho. Los abrazos y risas fluían entre ellos, un intercambio de calidez que reflejaba la conexión genuina que habían forjado. Sin embargo, al escuchar las palabras de Raúl, el ambiente se volvió más nostálgico.

—Y entonces, ¿Cuándo volveremos a verte? —preguntó Raúl con curiosidad.

Eric sonrió, con un tono juguetón en su voz.

—No os preocupéis, me aseguraré de haceros alguna que otra visita.

Raúl, intentando mantener el buen humor, recordó un comentario previo.

—Además, me dijiste que si Salamandra me echaba de la Torre, siempre podría ir a tu escuela —dijo Raúl, devolviendo el toque de humor a la despedida.

Salamandra, que estaba algo apartada pero había escuchado la conversación, levantó una ceja en señal de curiosidad.

—¿Por qué debería echarte de la Torre, Raúl? —preguntó, con un toque de sorpresa en su voz.

Raúl se sonrojó de inmediato, y una pizca de pánico se reflejó en sus ojos.

—Nada, maestra, nada... Solo era una broma —se apresuró a decir Raúl, su risa desapareciendo.

Salamandra, con una sonrisa comprensiva, dejó pasar el comentario y volvió a concentrarse en su conversación con Conrado.

Finalmente, Eric se despidió de todos con abrazos cálidos. Cuando llegó el momento de despedirse de Raúl, lo abrazó con una fuerza sincera. Mientras lo envolvía en el abrazo, susurró con una mezcla de cariño y preocupación.

—Cuídate, Raúl. Estoy seguro de que nos volveremos a ver.

Eric buscaba transmitir algo más allá de la simple despedida, una conexión más profunda. Sabía que en la pregunta de su amigo, había algo más que curiosidad; había un miedo subyacente a no volver a ver a las personas que ahora consideraba valiosas. Con ese abrazo y sus palabras, intentó ofrecerle un consuelo genuino y una promesa de reencuentro.

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Nawin, con su porte elegante y enigmático, se despedía de todos, especialmente de Salamandra y Jonás.

—Muchas gracias por acogerme una vez más aquí —dijo, su voz suave pero llena de gratitud.

Salamandra asintió solemnemente, pero Jonás  no pudo evitar añadir algo con una cálida sonrisa.

—La Torre siempre estará abierta para ti, Nawin.

Con una mezcla de emoción y dignidad, Nawin se acercó a ellos, recibiendo el cálido abrazo de Salamandra y la sutil reverencia de Jonás.

—Gracias por tanto. Espero que nuestras sendas se crucen nuevamente, pero por ahora, debo regresar a mi reino —concluyó Nawin, sus palabras impregnadas de sinceridad y esperanza.

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Mientras todos se despedían Iris y Fenris se mantuvieron una conversación necesaria, lejos de las miradas curiosas de los demás. Iris se acercó a Fenris con una expresión de determinación y vulnerabilidad, mientras él se mantenía en pie, mirando a la nada con una mezcla de introspección y expectación.

—Fenris —comenzó Iris, su voz cargada de sinceridad— Se que me has dicho que no hace falta que me disculpe más veces pero siento un peso encima y necesito expresarlo.

Fenris la miró con seriedad pero a su vez con  una abertura a escuchar. Su mirada estaba más suave que en sus encuentros anteriores.

—Iris, la verdad es que me cuesta asimilar todo lo que pasó. Lo que hiciste me afectó profundamente. —Fenris se detuvo, tomando un respiro antes de continuar—. Pero también quiero admitir que mi reacción hacia ti fue dura. En lugar de intentar entenderte, me encerré en mi propia rabia y resentimiento.

Iris asintió, sintiendo el peso de sus palabras y el dolor que aún resonaba en Fenris.

Fenris la observó con atención, sus ojos reflejando una mezcla de tristeza y reflexión.

—Y ¿sabes qué? Tal vez, si yo hubiera tenido la capacidad de viajar en el tiempo, también habría tomado decisiones diferentes.

Sus miradas se encontraron, y en ese instante se formó un entendimiento mutuo entre ellos, un reconocimiento del dolor y de las decisiones difíciles.

Iris sonrió, aliviada y agradecida por la apertura de Fenris. Con ese sentimiento, ambos se abrazaron, sellando el perdón y la comprensión que tanto necesitaban.

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Una vez que las despedidas terminaron, Jonás, Lis, Salamandra, Marcos, Raúl, y Julia se reunieron en la entrada de la Torre. Miraron cómo sus amigos se marchaban, viendo cómo las figuras de Eric, Conrado, Iris, Nawin y Fenris se desvanecían en la distancia, volviéndose sombras en el horizonte.

Jonás  observo la Torre, ahora más vacía y silenciosa, pero no por ello menos llena de historias y memorias. Era un hogar, su hogar, y de aquellos que habían estado alguna vez en ella.

Con una profunda inhalación, caminó hacia las puertas de la Torre y, con un gesto final y solemne, las cerró. El sonido del cierre resonó en el aire, como un eco que marcaba el final de un capítulo y el comienzo de otro. Los que quedaban se miraron entre sí, sabiendo que, aunque la Torre estaba más vacía, aún tenían mucho por hacer, y que juntos podrían enfrentar lo que viniera.

El silencio que siguió al cierre de las puertas fue reconfortante y triste a la vez, pero sobre todo, lleno de una nueva esperanza. La Torre, aunque más vacía, seguiría siendo el corazón de su mundo, guardando dentro de sus muros las historias de aquellos que la habían llamado hogar.

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Queridos lectores, llegamos al final de esta historia, y no puedo evitar sentir una mezcla de emociones al despedirme de ella. Con mucho cariño y dedicación, he intentado cerrar la mayoría de los hilos que tejían este relato. Para aquellos detalles que aún quedan en el aire, podrán descubrirlos en el epílogo.

Como siempre, estoy aquí para escuchar sus preguntas y recibir sus ideas para capítulos especiales que publico de vez en cuando. Estos episodios son una forma de explorar el universo de la historia, más allá de la trama principal.

En cuanto al destino de la alfombra y el enigmático plan de Jonás, debo confesar que dejarlo en el misterio añade un toque intrigante. Pero si lo desean, estaré encantada de crear un capítulo especial para revelar esos secretos (jejeje, lo tengo todo pensado). O, si lo prefieren, Jonás y yo guardaremos este secreto para siempre.

¡Nos vemos en el epílogo! Un fuerte abrazo, y muchísimas gracias por acompañarme en esta aventura.

att:Novelil

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