Los aprendices

Dos magos consagrados se adentraban en el bosque mientras observaban con horror los rastros de los elfos moribundos. A su lado, tres alumnos permanecían bajo el hechizo de invisibilidad, siguiendo las indicaciones que les habían dado en caso de alerta. Estaban invisibles para aumentar su seguridad mientras observaban con asombro la escalofriante matanza de los elfos. Entonces, uno de los estudiantes no pudo contenerse y habló:

-¿Quién habrá hecho esto? -preguntó el joven llamado Eric.

-Eric, ¿Qué hemos dicho sobre no hablar y no hacer ruido? -protestó la maestra a su alumno.

-Pero, maestra...

Iris volvió a reprender al estudiante, quien finalmente optó por mantenerse en silencio. Sin embargo, ella misma tenía que admitir que la situación era inquietante y generaba una sensación de ansiedad. Conrado la había alertado sobre la gravedad del asunto y la posibilidad de encontrarse con el mago oscuro.

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-Bien, ¿habéis entendido, verdad? -dijo el Archimago de la Torre.

-Sí, debemos permanecer invisibles en todo momento y evitar ser vistos por cualquier guardia real. Además, debemos seguir cada una de tus instrucciones y notificarte cualquier cosa -respondió Marcos.

-Exacto, incluso si os digo que me abandonéis, debéis hacerlo -agregó el Archimago con un tono de seriedad en su voz.

Los jóvenes aprendices se miraron entre ellos ante las serias palabras de su maestro. Lis estuvo a punto de llevarle la contraria, pero la mirada seria de su padre la hizo callar.

-Entendido -dijo Marcos, aunque en su voz se notaba la preocupación.

-No os preocupéis, chicos, todo irá bien -los animó su maestro mientras rodeaba con cariño a sus estudiantes y se daban un abrazo en círculo.

A pesar de la calidez y valentía que el Archimago estaba demostrando, en su interior temía por sus aprendices y su hija. Con valentía, cerró los ojos y teletransportó a los jóvenes al lugar deseado.

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Los magos llevaban en el bosque un buen  rato de búsqueda, pero no encontraron rastros de los atacantes ni  de Fenris, a quien buscaban con impaciencia. Sin embargo, Iris escuchó pisadas que provenían del bosque y tocó la túnica de Conrado para advertirle. Él la miró con sorpresa, pero la expresión en los ojos de su amiga le reveló todo lo que necesitaba saber. Con un rápido gesto de dedos, ambos magos se hicieron invisibles.

Iris se alejó de los estudiantes, dejándolos a cargo de Conrado, y se acercó sigilosamente hacia el origen de las pisadas que había escuchado. Sin embargo, su intento por descubrir la figura encapuchada fue interrumpido cuando alguien la detuvo por la espalda, inmovilizándola. Iris trató de identificar a su captor, quien también llevaba una túnica negra.

-Mira, Isai, tenemos aquí a una maga consagrada que nos espía -dijo el mago oscuro con un tono de rencor en su voz.

A pesar del miedo que sentía Iris al encontrarse en esta situación, al escuchar la voz se sintió un poco aliviada. No era la voz de Morderek, sino más bien una voz más grave y aterradora. Iris intentó liberarse de los brazos del mago oscuro, pero una extraña magia oscura se lo impedía.

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Los muchachos ya se encontraban dentro del palacio, habiéndose dividido en grupos para registrar el lugar en busca de pistas sobre el paradero de Salamandra y Nawin. Julia y Lis estaban investigando la habitación de Nawin y las áreas reales del palacio, mientras que Raul y Marcos exploraban las zonas comunes como la cocina, los pasillos y los jardines. El amo de la Torre se ocupaba de buscar en las habitaciones de los guardias reales y las áreas menos conocidas del palacio.

Ambos sabían que si encontraban alguna pista, debían avisar a Jonás. Además, habían acordado reunirse en un lugar seguro en las afueras del palacio una hora después de haber comenzado su búsqueda.

Si en cualquier momento se encontraban en peligro o eran descubiertos, debían regresar al punto de seguridad y notificar al amo de la Torre. Además, debían respetar el plazo de una hora para la reunión en el lugar acordado.

Julia observaba con curiosidad las joyas de la reina Nawin, probándose algunas con entusiasmo y admirando los colores y las formas. Parecía completamente absorta en ellas. Sin embargo, Lis la hizo volver a la realidad.

-Julia, deja eso, tenemos que encontrarlas.

-Pero, Lis, estas joyas son increíbles...

Pero en ese momento, una figura ingresó a la sala, haciendo que las magas quedaran en silencio, esperando no haber sido vistas por el guardia real. Este se acercó a la caja de joyas que Julia estaba examinando y escudriñó la sala detenidamente, sin notar la presencia de las magas.

-Si hay alguien aquí, que salga ya o tendrá graves consecuencias.

Las magas permanecieron en silencio, tratando de no hacer ruido. Luego, el guardia real decidió dar la vuelta, pero Julia dejó caer uno de los collares de Nawin que estaba sosteniendo. Esto despertó las sospechas del guardia real, quien se dirigió con más determinación hacia ellas.

-¿Quién anda aquí?... No me gusta la magia, así que mejor se dejan ver.

Las chicas se habían dado a conocer, y Lis estaba a punto de tomar la mano de Julia para teletransportarse a un lugar seguro, siguiendo las instrucciones de su padre. Sin embargo, algo hizo que cambiara de opinión.

-Si buscan a la Reina, no está aquí. Lárguense.

El guardia real parecía saber dónde se encontraba la reina Nawin, y eso provocó una serie de pensamientos en Lis.

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-¿Dónde crees que esconderían a una maga y una reina? - preguntó Raul a Marcos mientras investigaban la cocina.

-No lo sé... pero dudo que las oculten en un lugar donde puedan ser vistas - respondió Marcos, sumido en sus pensamientos.

-Ya... espera... deben de estar en un lugar oculto, donde nadie pueda encontrarlas. ¡Claro, Marcos! - exclamó Raul con entusiasmo, mientras una idea comenzaba a formarse en su mente.

-Es lo que he dicho, pero no sé...

-Marcos, tiene que ser en un lugar oculto del palacio, si es que están aquí - dijo Raul emocionado.

-¿Eso quiere decir que están...

-Bajo el castillo, Marcos. Si no quieren que nadie las vea, tienen que estar bajo el castillo, ¿entiendes?

-En las mazmorras - concluyó Marcos, empezando a comprender la lógica detrás de la idea de Raul.

-¡Exacto! Vamos, ven, busquemos allí - dijo Raul entusiasmado.

-Pero deberíamos avisar al maestro - sugirió Marcos, aún algo inseguro.

-¡Venga ya, Marcos! Somos invisibles y solo echaremos un vistazo. Si las encontramos, el maestro se pondrá muy contento - argumentó Raul.

-Pero Raul, has escuchado al maestro, debemos acatar sus órdenes...

-Y Lis también se pondrá muy contenta - añadió Raul, alzando las cejas y haciendo que Marcos se sonrojara.

-¿Desde cuándo sabes... eso? - balbuceó Marcos, sintiéndose nervioso ante la confesión de su amigo.

-Venga, Marcos... He visto cómo la miras y cómo te preocupas por ella. Se nota a leguas que te gusta.

Marcos no respondió, se sintió muy nervioso ante la declaración de su amigo. Era cierto que sentía una cierta atracción por Lis y que se preocupaba por ella, pero aún no había hablado con nadie sobre sus sentimientos. Se sintió incómodo ante la idea de que Raul lo supiera.

-Venga, Marcos, solo vayamos a ver un poco y luego avisamos a Jonás - insistió Raul mientras le guiñaba un ojo.

Marcos asintió nerviosamente ante las sugerencias de Raul. Pensó que tal vez echar un vistazo no causaría ningún problema, y después podrían avisar a Jonás. Por ahora, eso era lo que pensaban hacer.

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Iris hizo un intento desesperado por liberarse de las ataduras mágicas del mago oscuro que la tenían inmovilizada, pero sus esfuerzos resultaron inútiles. Entonces, una burbuja de agua cayó sobre el mago oscuro, lo que lo distrajo lo suficiente como para que la soltara. Iris se apresuró a correr hacia donde estaban sus amigos, encontrándose primero con la voz conocida de su alumno.

-Maestra, ¿estás bien? - preguntó Eric, visiblemente preocupado.

-Eric, no tenías... pero gracias - Iris pensó en regañar a su alumno por haberse metido en peligro, pero luego agradeció su valiente acto de distraer al mago para que ella pudiera liberarse. Sin embargo, antes de que pudiera decir más, todo cambió en un abrir y cerrar de ojos.

Conrado y sus alumnos volvieron a hacerse visibles justo en frente de un grupo de cuatro personas vestidas con túnicas negras, cuyas miradas parecían amenazadoras. En ese momento, Conrado alzó la voz para dar órdenes a sus estudiantes.

-Vuelvan y avisen al Amo de la Torre - les ordenó con firmeza.

Los aprendices se miraron entre ellos con nerviosismo. No querían dejar a sus maestros en una situación peligrosa, pero las órdenes de Conrado habían sido claras y sabían que debían obedecerlas.

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