El momento de Iris

Todas las personas estaban montada sobre aquella alfombra, que había desaparecido del lugar donde habían librado una gran batalla, se adentraron hacia un nuevo comienzo. Era el mismo lugar, pero en una fecha y días distintos, invocados por la magia de Iris. En ese momento, la penumbra los consumía mientras la alfombra se movía con un vaivén mágico, hasta llegar a su destino. Sin embargo, sus acompañantes esperaban ansiosos respuestas sobre hacia dónde se dirigían y qué era ese lugar.

—¡Mi libro! —dijo escéptico Marcos—. Nos lo hemos dejado allí con los otros, ¡NOOO! —El muchacho parecía seriamente preocupado. En ese momento, otra mirada se unió a la suya, la de Conrado, compartiendo su amor por los libros. Este miró sutilmente a Iris, quien finalmente habló.

—No te preocupes por el de momento. Cuando vuelva a dejar las cosas como deben estar, el libro regresará a su lugar como si nada —dijo en un tono de voz suave.

—Una pequeña cosita... no es por molestar, pero estaría bien saber un poco... ¿A dónde vamos? ¿Qué vamos a hacer? ¿De dónde sacaste esta alfombra del tiempo...? —preguntó Jonás con cautela.

—No os preocupéis, yo me encargaré de todo. No tenéis que hacer nada, solo esperadme —aclaró Iris.

—Pero si no nos necesitas, ¡¿para qué estamos aquí?! —estalló Raúl.

—Es sencillo, voy a hacer cambios en el tiempo. Eso implicará que muchos de los sucesos que han pasado nunca hayan sucedido, incluso para vuestras memorias. La única manera de que los recordéis es viajando conmigo —explicó Iris con decisión.

—¿Y para qué quiero recordar todo esto? ¡Lo único que me han generado son traumas! —dijo Julia con un tono de enfado.

—Porque aunque lo hayamos pasado mal, forman parte de nosotros ahora. Generan aprendizaje, son una parte de nosotros —dijo Eric en un tono relajado.

Raúl se giró para mirarlo con curiosidad y admiración. Las palabras de Eric resonaban con una madurez y sabiduría características, incluso para Raúl, quien a veces parecía no pensar demasiado las cosas y dejarse llevar por los sentimientos. Conrado también miró a su alumno con una sonrisa de admiración que este devolvió.

Por otro lado, el ambiente seguía cargado de dudas e incertidumbre. Iris explicó con sencillez que el encuentro con aquella alfombra había ocurrido una década atrás, al instalarse en su escuela de magia. La había encontrado en uno de los desvanes. Expuso además, con sinceridad, los viajes en el tiempo que ya había realizado, desde los que había traído consigo a Dana, Kai, Shi-mae, hasta los más íntimos para ella. Aclaró también que todos estos viajes habían acarreado consecuencias. A menudo,  debido a esto, o los había dejado manteniendo los recuerdos originales. Solo un viaje en el tiempo había cambiado: la visita a Saevin. Su yo interior había sentido vergüenza por ello, por lo sucedido y por ocultarles la verdad. Ella nunca había deseado nada de esto; solo anhelaba reencontrarse con una de las personas que su corazón todavía añoraba, Saevin.

Tal vez esa había sido su perdición. Había viajado al pasado con el sueño de despedirse de él y abrazarlo por última vez, pero había descuidado algo muy importante: hacer saber a Saevin de su viaje, de la profecía, de su existencia, de su futuro. Esto también implicaba a Morderek. Morderek siempre había estado ahí.

A veces, un solo abrazo podría cambiarlo todo, más aún si viene con un aviso de tu muerte. Iris desconocía cómo exactamente Morderek había llevado a cabo su plan, pero sabía de ella y de su reencuentro con Saevin. Ya tenía el poder de cambiar el futuro, tal y como había hecho. En ese momento, mientras Iris contaba su historia, se hizo un pequeño silencio.

Pero poco a poco se fue haciendo la luz hacia el destino que les aguardaba.

—¿Y qué vamos a hacer con esta alfombra? —preguntó Salamandra, rompiendo el silencio.

—Por el momento, creo que es mejor decidirlo después —declaró Fenris. Aunque sus palabras sonaban claras, todavía debatía las palabras de Iris con cierto dolor.

—Se me  están juntando demasiadas cosas para hacer después —dijo en un susurro Jonás, con el rostro preocupado y moviendo nerviosamente sus manos por el estrés acumulado. En ese momento, Nawin posó su mano sobre su hombro y le brindó una sonrisa sincera.

—Si te sirve de consuelo, yo debo de tener al reino patas arriba —dijo Nawin, brindándole su apoyo y reconfortándolo.

Jonás agradeció el gesto con una sonrisa.

—Ya casi estamos —declaró Iris con seguridad mientras miraba su reloj, un objeto no muy grande de color plateado brillante, delicado en apariencia—. Es mejor que cerréis los ojos; la llegada puede ser un poco devastadora.

En ese momento, la alfombra alcanzó un movimiento largo, turbulento y molesto. Todos cerraron sus ojos con fuerza mientras eran agitados por ella. Poco a poco, una mayor luz fue apareciendo, dejando atrás la capa oscura que los envolvía.

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Iris recorrió aquellos pasillos que tantas veces había transitado, observó las escaleras de caracol que había subido infinidad de veces. Sabía exactamente a qué había venido, pero sentía que una parte de ella se rompía con cada paso que daba. Avanzó hacia la habitación que conocía mejor que nadie, la habitación de Saevin. Pudo ver la luz bajo la puerta; él estaba allí todavía. Sintió la tentación de entrar y abrazarlo, pero sabía que no era eso lo que había venido a hacer.

Iris cerró los ojos con fuerza, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con salir, con un dolor profundo en el pecho. De pronto, un pequeño ruido la sacó de sus pensamientos. El momento se acercaba. Visualizó la figura que esperaba: a sí misma. Ahora enfrentaba lo más difícil: convencerse a sí misma de que esto era lo correcto, que debía hacerlo. Era una tarea compleja, pero convencer a su yo de otro tiempo era un desafío en otro nivel.

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En aquella alfombra vieja, el silencio era palpable, solo interrumpido por el agotamiento y las dudas que pesaban sobre los presentes mientras esperaban el regreso de Iris. Todos conocían el lugar en el que estaban: el bosque del Valle de los Lobos. Iris los había dejado allí a propósito, para que no interfirieran de alguna manera en su misión. Entre las caras cansadas, una destacaba: la de Fenris. Su mirada parecía perdida, reflejando una preocupación profunda por todo lo que estaba ocurriendo.

Salamandra notó la angustia en Fenris y buscó la aprobación de su marido antes de acercarse a él. Este asintió con la cabeza, y Salamandra avanzó hasta Fenris, sentándose a su lado.

—¿Todo está bien? —preguntó con suavidad.

—Solo espero que después de esto Gaya esté bien —confesó Fenris.

—Lo estará, no te preocupes —dijo Salamandra, intentando animarlo. Puso su mano sobre el hombro del elfo y le sonrió con cariño. Fenris le devolvió la mirada con una sonrisa.

En ese momento, Lis, que estaba sentada en la alfombra, se dejó caer tumbada sobre ella con agotamiento. Su cabello se extendió alrededor de la alfombra, y sus compañeros la imitaron, mostrando la misma relajación. Poco a poco, todos se tumbaron en aquella alfombra vieja, sin preocuparse por lo sucia que estaba, solo buscando un momento de descanso.

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La conversación entre Iris y su yo había sido difícil y dura, llena de sentimientos encontrados. 

Por el contario, parecía que habían alcanzado una comprensión mutua durante aquel encuentro. El dolor en sus rostros era palpable, y aunque habían evitado ser vistas por alguien, el uso de loa magia, facilitaba su discreción. Por suerte, eran buenas hechiceras y la magia había estado de su lado en esta situación, pero la verdadera pregunta era: ¿estaría su corazón también a la altura?

—Sé que es difícil, Iris. Lo sé, pero una vez alguien me dijo algo muy importante: debemos aprender a dejar ir para encontrar nuevos caminos —dijo Iris, recordando con cariño las últimas palabras de Dana.

La Iris que había venido a encontrarse con Saevin la miró pensativa, sopesando sus acciones, pero sobre todo con un dolor profundo. Un dolor que ambas compartían.

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Mientras tanto, Lis y sus amigos estaban tirados, apoyando sus cabezas los unos en los otros sobre aquella alfombra roja con hilos dorados, desgastada y vieja. Los rizos de Lis parecían ocupar gran parte de la alfombra, incluso invadiendo las caras de algunos de sus compañeros.

—Tienes el pelo suave, Lis —dijo Raúl, quitándose uno de los mechones de la cara con el brazo.

—Bobadas, lo tengo sudoroso —respondió Lis, incorporándose un poco y buscando recogerse el cabello en una coleta.

—Bueno, después de la batalla es normal, pero a mí me gusta —dijo Marcos con una sonrisa, quien se levantó de la alfombra y, con un gesto cariñoso, intentó ayudarla a recoger su cabello con delicadeza.

—Gracias, pero puedo hacerlo yo sola —declaró Lis.

Marcos entonces retrocedió y volvió a apoyar su cabeza en la alfombra.

—Espera, espera, a ver —dijo Julia acercándose también y tocando el pelo de Lis—. ¡Vaya, sí que está sudoroso! —bromeó.

—Pero, ¿se puede saber qué os ha dado a todos por mi pelo ahora? —protestó Lis, terminando de anudarse la gomilla para hacerse una coleta y volviendo a tumbarse sobre la alfombra.

En ese momento, los chicos rieron, sintiendo por fin la distensión. La unión entre ellos era sana y llena de amistad, y el cariño reinaba en sus corazones.

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La decisión y el camino ya estaban elegidos; no había vuelta atrás para Iris, no esta vez. Mientras retrocedía, buscando reunirse con sus amigos en la alfombra, sentía el peso en su corazón encogerse. El recuerdo del último abrazo solo viviría en su mente como algo que nunca fue; ni siquiera el propio Saevin lo recordaría. Sentía que las lágrimas le brotarían en cualquier momento, luchando por no derramarlas.

Entonces recordó una conversación que había tenido con Conrado, en la que él le comentaba uno de los libros que había leído con emoción: "¿Sabías que uno de los mejores trucos para evitar llorar es sonreír? Hay una explicación científica detrás de ello". Recordó cómo en ese momento le había respondido: "Qué cosas tienes, Conrado". Ahora, trató de poner en práctica ese consejo y, para su sorpresa, funcionaba de alguna manera. Su amigo era todo un genio.

Sonrió al recordar a Conrado y al saber que contaría con su amistad, fuese lo que fuese, pero en ese momento el corazón de Iris debatía ante el dolor de abandonar a Saevin una vez más. Las lágrimas finalmente comenzaron a brotar, no podía contenerlas más, y con cada paso sentía que el peso de su decisión se hacía más insoportable. El dolor era profundo, una herida abierta que sangraba en silencio, dejando una marca indeleble en su alma

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Todos los presentes habían acabado tumbados en aquella alfombra. Conrado incluso había cerrado los ojos, y se podían escuchar de lejos los ronquidos del mago consagrado. Había aprovechado aquellos minutos para descansar después del agotamiento. Fenris y Salamandra estaban tumbados, hablando en un tono bastante suave. No obstante, Jonás parecía absorto en sus pensamientos, sentado con el ceño fruncido. Nawin, al percatarse de esto, levantó la cabeza y se acercó al archimago con la sutileza característica de su raza y su majestad.

—¿No descansas? —preguntó Nawin.

—Los archimagos no descansamos —declaró Jonás con una pequeña sonrisa.

Nawin lo miró, comprendiendo algo más allá de sus palabras. Sabía que Jonás siempre se había preocupado más por los demás que por sí mismo. Por ello busco alguna Manera en la que su amigo desconectara.

—Pues yo, como reina, te ordeno que descanses —bromeó Nawin.

Jonás rio ante la gracia y acabó cediendo, tumbándose en aquella alfombra. Nawin también se tumbó junto a él.

—Es complicado ser archimago, ¿no? —preguntó Nawin con cierta curiosidad, buscando profundizar más en las preocupaciones de su amigo.

—A veces —respondió Jonás sin pensar demasiado y, devolviendo la pregunta, añadió—: ¿Es complicado ser reina?

—A veces —declaró también Nawin. Jonás asintió, comprendiendo que había muchas cosas que los unían. Pero Nawin decidió abrirse, pocas veces le preguntaban cómo estaba o cómo era ser reina de verdad, de corazón, con honestidad. La mayoría de las personas solo hacían esas preguntas con intereses ocultos, buscando favores reales o porque era su trabajo. Sin embargo, Nawin sabía que ante Jonás el interés era genuino. Jonás le había demostrado ser una persona leal, de buen corazón y humildad. Aunque ella era una persona que le costaba confiar y abrirse, sintió que era el momento de romper esa barrera y habló:

Es complicado, ¿sabes? Porque sientes la presión de todos sobre ti, y además, si hay algún conflicto, ahí debo estar yo, intermediando. Y lo peor es que todos esperan que sea la mejor...

—Pero no siempre puedes serlo —concluyó Jonás sus palabras—. Te entiendo.

Jonás miró a Nawin con mucho cariño, compartiendo de maneras diferentes pero similares esos sentimientos.

—Sabes, deberías visitarnos más a menudo. Salir de ser la reina de vez en cuando te vendría bien.

Nawin asintió con la cabeza, sintiéndose mejor al confesar sus sentimientos a Jonás y al saber que este también la comprendía.

—Sí, jaja. Pero sabes, tú también deberías salir un poco de la Torre de vez en cuando —le dijo Nawin, brindándole una sonrisa. Jonás no dijo nada, pero sonrió con cariño, aceptando la sugerencia en silencio.

En ese momento, se empezaron a escuchar unos pasos que se acercaban hacia ellos. Iris ya estaba de vuelta, su rostro reflejaba que había sido un momento difícil, pero también que había hecho lo correcto. Muchos quisieron preguntar, pero la expresión de Iris lo decía todo sin palabras, y nadie buscó indagar en aquello.

Iris se sentó en la alfombra vieja, reencontrándose con los ojos de Conrado, que la miraban con preocupación. Apartó la vista, cerró los ojos sintiendo que pronto brotarían sus lágrimas de nuevo, y pronunció las fechas y horas necesarias para volver a su tiempo, para dejar por fin a Saevin. En cuanto la alfombra se puso en marcha, se formó un silencio que ni siquiera Salamandra se atrevió a interrumpir. Sin embargo, un brazo se posó suavemente alrededor de los hombros de Iris, ofreciéndole un apoyo silencioso y cariñoso.

Era un brazo larguirucho, pero firme. Ella sabía a quién pertenecía. Conrado y ella no intercambiaron ninguna palabra, pero él la abrazó por detrás en todo momento, sin soltarla. Su presencia le brindaba un poco de paz en medio del dolor, un recordatorio de que no estaba sola.

Una vez más, Conrado demostró ser no solo una gran persona, sino sobre todo un gran amigo. Su apoyo silencioso era lo que Iris necesitaba, y su gesto, aunque era simple, estaba cargado de significado.

Mientras Iris mantenía sus ojos cerrados, trato aferrarse a las palabras que Dana le había dicho y que este seria el paso a nuevas oportunidades y caminos. El dolor en su corazón era real, pero también lo era la fuerza que encontraba en su amistad con Conrado. Y así, con una mezcla de tristeza y esperanza, Iris avanzó hacia lo desconocido, sabiendo que no estaba sola.

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ACLARACIONES DE LA ESCRITORA

Llegamos a un punto crucial de nuestra historia. Cerramos el capítulo de Drama Central, y ahora solo queda resolver los problemas más interpersonales y algunas cosillas menores. No os preocupéis, quiero dejar todo bien cerrado para vosotrxs. Como siempre, estoy abierta a cualquier duda que tengáis.

He considerado explicar cómo Morderek se entera de la visita de Iris y todo lo que eso conlleva, pero creo que dejarlo abierto es lo mejor. Sin embargo, me siento un poco insatisfecha con los viajes en el tiempo de Iris. Quizás profundice en esto en algún capítulo especial.

Este es vuestro momento para dejar vuestras sugerencias y preguntas antes del final.

Aviso: ¡Algunos pequeños spoilers!

Me quedan dos escritos: un último capítulo donde se resolverán los problemas que quedan y la realización del epílogo, que personalmente creo que será muy bueno e inesperado. Ya he dejado algunas pistas en este último capítulo y en el siguiente habrá más indicaciones de por dónde irá la historia.

 Nos vemos en el final.

¡Gracias por vuestro apoyo!

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