Capítulo Especial: Final Alternativo Dana y Kai Parte 2

Fenris escuchó en silencio, su expresión permanecía serena, pero su postura rígida y el leve fruncimiento de su ceño revelaban la creciente preocupación que lo embargaba. Cuando terminaron de hablar, el elfo entrecerró los ojos, dejando entrever su habitual capacidad de análisis.

—Esto es grave. No es común que una niña desaparezca así. Algo más está sucediendo aquí. —Su voz grave y medida estaba cargada de intensidad, y el tono dejaba claro que no pensaba tomar el asunto a la ligera.

Dana asintió lentamente, sintiendo que el peso de la situación se hacía aún mayor. Si Fenris, conocido por su astucia, estaba tan inquieto, era porque algo oscuro realmente se estaba gestando. Su instinto no la había engañado.

Fenris no perdió tiempo.

—Bien, buscaré en el Valle de los Lobos. Conozco cada árbol, roca y musgo de ese lugar. Si Danai está allí, la encontraré —afirmó con resolución, la confianza de años de experiencia brillando en sus palabras—. Además, avisaré a Gaya. Juntos revisaremos cada rincón del bosque. No quedará ningún lugar sin explorar.

Dana respiró profundo, sintiéndose respaldada. Saber que Fenris estaba de su lado en ese momento crítico la llenaba de una fuerza renovada.

—Perfecto —respondió con firmeza, y comenzó a repartir tareas—. Kai, quiero que te encargues de Kaida. No puedo perder a otra hija. No sabemos qué está ocurriendo, y no me fío de nada ni de nadie. Quiero que estés a su lado en todo momento.

Kai, a pesar de la evidente preocupación, asintió con determinación, admirando la claridad y la fuerza de Dana en un momento tan complicado.

—Jonás —continuó ella—, encárgate de la Torre. Mantén el orden, no quiero que el caos se propague ni que los estudiantes comiencen a sospechar lo que sucede. Y sobre todo, asegúrate de que Kaida no se entere de que estamos buscando a Danai. No puede descubrir la verdad.

Jonás, que hasta entonces había estado algo incomodo, asintió con firmeza, sintiendo el peso de la responsabilidad.

—Yo iré al pueblo. Hablaré con los habitantes y buscaré pistas que puedan ayudarnos —anunció Dana.

Kai reaccionó inmediatamente, con una mezcla de preocupación y determinación.

—Iré contigo —propuso—. No te dejaré ir sola, no sabemos qué está pasando.

Dana negó suavemente con la cabeza, su tono decisivo pero lleno de cariño.

—No, Kai. Quédate con Kaida. Es solo una niña, y necesita a su padre ahora más que nunca. Además, yo soy una archimaga. Sé cómo cuidarme. Estaré rodeada de gente, no podrá pasarme nada.

Kai quería protestar, pero el peso de las palabras de Dana lo detuvo. Finalmente, se acercó a ella, suavizando su expresión. Con delicadeza, rozó su rostro con los nudillos de sus dedos, dejando una caricia llena de ternura. Dana respondió besando la palma de su mano, un gesto que hablaba más que cualquier palabra. Por un momento, sus ojos se encontraron, llenos de amor y mutua admiración.

La voz de Fenris irrumpió, devolviéndolos a la realidad.

—¿Y qué hacemos con Salamandra? —preguntó el elfo con su característico pragmatismo—. No quiero sonar pesimista, pero ¿y si aparece aquí de repente? Sabemos cómo es. Además Kaida podría preocuparse si nota algo raro. Deberíamos avisarla. Salamandra tiene una habilidad única para aparecer en los momentos más inoportunos.

Jonás soltó una risa breve al escuchar la mención de Salamandra, recordando lo impredecible y enérgica que era. Esa risa espontánea provocó una leve sonrisa en todos, aliviando un poco la tensión del momento.

—Cierto —dijo Dana, asintiendo con una pequeña sonrisa—. Es mejor contactarla ahora. Veamos si podemos comunicarnos con ella.

Dana comenzó a preparar un hechizo de comunicación, mientras todos observaban expectantes. Una especie de videollamada mágica, donde Salamandra podría verlos y escucharlos. Los trazos del hechizo se formaron en el aire, brillando con un energia.

—¿Ahora mismo? —preguntó Jonás, mientras se apresuraba a alisar con nerviosismo algunos mechones de su cabello.

Kai, a su lado, desvió la mirada hacia el hechizo, aparentemente concentrado en los trazos mágicos, pero no pudo evitar percatarse de la inquietud de Jonás.

El silencio volvió a llenar el espacio mientras el hechizo se completaba, preparando el enlace que permitiría establecer la conexión.

En cuanto la figura de Salamandra comenzó a materializarse, el brillo mágico del hechizo dejó ver su entorno. Su característica cabellera pelirroja estaba despeinada, y sus ojos chispeaban con la vitalidad y energía que siempre la acompañaban. Llevaba una túnica roja que parecía tan indomable como su espíritu. Tras ella, se veía una pequeña fogata y un área de campamento improvisado, rodeada de árboles y la luz cálida del sol . Salamandra siempre estaba en movimiento, de una aventura a otra, y aunque ocasionalmente se tomaba el tiempo para visitar la Torre, su corazón seguía liderado por su amor por los viajes. Sin embargo, aquellos cercanos a ella podían percibir que ciertas reflexiones y un atisbo de madurez comenzaban a asomarse en su carácter.

—¡Bueno, pero y esta grata sorpresa! ¿Cómo estáis? —saludó con entusiasmo, su voz irradiando alegría.

Kai fue el primero en responder, con una sonrisa que reflejaba su afecto por ella.

—Bien, Salamandra. ¿Y tú? ¿Metida en alguno de esos líos tuyos, por lo que veo? —bromeó con un tono divertido, señalando el campamento tras ella.

—Pues ya sabes, de aquí para allá, ¡no me puedo estar quieta! —respondió con una efusiva palmada—. De hecho, pensaba pasarme por la Torre dentro de poco. —Fenris, que estaba a un lado, miró de reojo a Jonás con una pequeña sonrisa, como diciendo "te lo dije", y Jonás, soltó una risa nerviosa.

—¿Y cómo están Danai y Kaida? —continuó Salamandra, su entusiasmo intacto.

En ese momento, las caras de todos se ensombrecieron. La preocupación era palpable, y Salamandra no tardó en captar la tensión. Su expresión cambió, dejando ver una mezcla de inquietud y confusión. Dana, viendo la gravedad del momento, tomó la palabra.

—Por eso te hemos llamado, Salamandra. No quiero alarmarte demasiado, pero Danai ha desaparecido. —Al escuchar esto, los ojos de Salamandra se abrieron con sorpresa y preocupación, pero antes de que pudiera interrumpir, Dana continuó—. La estamos buscando por toda la Torre y sus alrededores. No lleva desaparecida más de unas horas, pero no tenemos ninguna pista. Kaida está bien, ha estado todo el tiempo con Fenris, pero le hemos tenido que contar una pequeña mentira: le dijimos que Danai estaba contigo, de aventuras. Esperamos que puedas mantener...

Salamandra no dejó que Dana terminara.

—¡¿Qué?! —exclamó, llevándose las manos a la cabeza—. ¡¿Cómo que ha desaparecido?! ¡Pobre niña, dónde estará! ¿Habéis hablado con toda la gente de la Torre? Me niego a quedarme aquí sin hacer nada. ¡Voy para allá de inmediato para ayudaros!

—Salamandra, escúchame —trató de calmarla Dana, aunque sabía que intentar razonar con ella era un reto—. Te pedimos que mantengas la historia con Kaida...

—Pues le diremos que Danai se ha quedado de aventuras con Oso y ya está. ¡No pienso quedarme de brazos cruzados mientras vosotros buscáis desesperados a vuestra hija! —interrumpió Salamandra, su tono reflejando tanto determinación como la impulsividad que la caracterizaba.

—Salamandra, no es necesario que... —intentó decir Kai, con un tono conciliador.

—¡No se hable más! —sentenció ella, interrumpiendo de nuevo—. ¡Estaré allí en unas horas! —Y antes de que nadie pudiera añadir algo más, Salamandra cerró el círculo mágico con un gesto firme, poniendo fin a la conexión. Su energía, mezclada con desesperación y preocupación, había consumido la comunicación de manera tan abrupta como era su estilo.

El grupo se quedó en silencio unos instantes, procesando lo que acababa de suceder. Kai, visiblemente molesto, se llevó una mano a la frente.

—Bien, ¿un problema más, no? —dijo con sarcasmo, dejando salir su frustración.

—Bueno... quizá Salamandra nos ayude de verdad —dijo Jonás, intentando aligerar el ambiente. Aunque lo decía en voz alta, su tono denotaba más reflexión de la que quería admitir. La incertidumbre lo invadía, pero prefería mantener sus dudas para sí mismo.

Kai, que percibió algo en su voz, no pudo evitar bromear.

—¿O quizá te ayude a ti, Jonás? —comentó, sonriendo con picardía y dándole un codazo en el brazo—. Últimamente viene bastante a menudo. ¿No te parece un poco... casual?

Jonás bajó la mirada hacia el suelo, el ceño ligeramente fruncido. Aunque las visitas de Salamandra le generaban una mezcla de emociones, sabía que era mejor no dejarse llevar por ilusiones.

—No digas tonterías —respondió rápidamente, pero su voz tenía un tono un poco más suave de lo que pretendía, algo que no pasó desapercibido para Kai.

Kai se quedó observándolo unos segundos, algo menos travieso, notando que Jonás parecía más afectado de lo que dejaba ver. Sin embargo, no quería hacerle más preguntas incómodas, especialmente delante de Fenris.

—Ya, ya, tranquilo —dijo Kai con una ligera sonrisa, sin forzar la situación—. Solo te estoy pinchando.

Jonás soltó un suspiro, intentando relajarse. Aunque le molestaba que su amigo tocara ese tema, también sabía que era solo una broma, y que no valía la pena darle más importancia.

—Lo sé... pero no es tan sencillo —murmuró, mirando al horizonte. Su voz era más seria ahora, como si estuviera sopesando sus propias palabras. La duda y el dolor eran más profundos de lo que dejaba ver.

Fenris, que había estado callado todo el tiempo, se aclaró la garganta y miró hacia otro lado, queriendo evitar que Jonás se sintiera presionado. Dana, por su parte, sonrió suavemente, intentando suavizar el ambiente.

—En fin, chicos, vamos a centrarnos —dijo Dana, cambiando de tema con delicadeza.

Jonás asintió, aunque sus pensamientos seguían enredados. No podía evitar pensar en Salamandra y en cómo todo parecía más complicado de lo que desearía. A pesar de la torpeza de sus emociones, había algo en él que no quería dejarse llevar tan fácilmente. Ya había sufrido demasiado como para seguir los impulsos de su corazón sin pensarlo bien. Por más que le doliera, no podía permitir que su relación con ella fuera tan sencilla. No cuando el pasado seguía pesando en su pecho.

Al final, solo quedaba una cosa clara: no era cuestión de querer o no querer. Era cuestión de ser lo suficientemente valiente para aceptar lo que la vida le ofrecía, con todo el dolor y la incertidumbre que conlleva. Pero, por ahora, Jonás guardaba ese pensamiento en lo más profundo, sin mostrarlo abiertamente.

A lo lejos, Kai y Fenris reanudaban su conversación, mientras Dana observaba a Jonás por un momento, como si hubiera notado el conflicto que aún arrastraba, pero optó por callar, comprendiendo que a veces lo mejor era dejar que el tiempo hiciera su trabajo.

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La joven pelirroja llegó hasta el punto donde la impresionante Torre comenzaba a asomarse entre el valle. A pesar de que hacía apenas unos meses que había vuelto a pisar aquel lugar, verlo nuevamente le produjo una mezcla de emociones que ni siquiera quería intentar descifrar. La Torre era más que un simple edificio; era el hogar donde había crecido, donde había aprendido sus primeras lecciones de magia y, en el fondo, donde había dejado un pedazo de sí misma.

Mientras desmontaba de su caballo, Salamandra no pudo evitar una oleada de recuerdos: los paseos a lomo de Kai, los primeros hechizos de fuego que había lanzado, las risas, los momentos de amistad y también las discusiones. Aunque adoraba las aventuras y la libertad que estas le ofrecían, tenía que admitir que la Torre siempre tenía algo especial. Había algo en el aire, en cómo el viento acariciaba las piedras o cómo la magia parecía fluir por cada rincón, que hacía que aquel lugar siguiera siendo su hogar, por mucho que intentara negarlo.

Con una sonrisa ligera, acarició el cuello de su caballo, sintiendo que incluso el animal compartía esa familiaridad con la Torre.


—Ya estamos de vuelta, ¿verdad? Tú también lo sientes —murmuró, dándole unas suaves palmaditas antes de amarrarlo en el poste de la entrada.

Salamandra cruzó las grandes puertas con pasos seguros, aunque por dentro no podía evitar cierta sensación de inquietud. La Torre parecía tranquila, en calma, como si nada importante estuviera ocurriendo. Sin embargo, no tardó mucho en ser recibida. Un hombre de aspecto sencillo, con ropas de granjero y una barba algo descuidada, se acercó hacia ella de la mano de una niña pequeña. Era Kai, junto a su hija Kaida.

La niña no tardó en soltarse del brazo de su padre y correr hacia ella con efusividad.
—¡Salamandra! ¿Cómo es posible que hayas dejado a mi hermana con Oso y no a mí? ¡Yo también quería aventuras! —exclamó con un tono de reproche infantil.

Salamandra soltó una carcajada, agachándose para abrazarla y quedar a su altura.
—¡Pero bueno, Kaida! Estás enorme desde la última vez que te vi. ¿Qué has estado comiendo?

La niña rió, pero no se dejó desviar del tema.
—¡No me cambies de tema! —dijo, cruzando los brazos con determinación—. Me tienes que prometer que la próxima vez iré contigo y con Oso.

—Está bien, está bien, lo prometo —dijo Salamandra con una sonrisa, levantando su meñique para sellar el trato.

Kai, que había estado observando la escena con una sonrisa, decidió intervenir.
—¿Y qué pasa? ¿Es que los padres ya no te interesan tanto?

Salamandra se levantó rápidamente para abrazarlo también, con ese cariño que compartían.
—¡No digas tonterías! ¿Cómo estás, Kai? —preguntó, separándose del abrazo con una sonrisa. Luego, con un tono más suave y algo de preocupación en la mirada, añadió—: ¿Y Dana?

—Está bien —respondió Kai con naturalidad—. Ha ido al pueblo a hacer unos recados. Ya sabes, cosas de archimaga.

Kai intensificó su mirada, esperando que Salamandra entendiera el mensaje que quería transmitirle sin palabras. Ella asintió, aunque su rostro se ensombreció un poco.

—Entiendo... —murmuró, antes de cambiar rápidamente de tema—. ¿Y Fenris?

—Está en el bosque con Gaya. Ya sabes, cosas de lobos —dijo Kai, nuevamente con esa mirada significativa.

Salamandra captó la indirecta, aunque no pudo evitar mostrar un leve desinterés cuando escuchó el nombre de Gaya.

—Ah, por cierto... ¿Te quedarás esta noche, no? Tu antigua habitación sigue libre. O, si lo prefieres, hay una justo al lado de la de Fenris y Gaya.

Kai no pudo terminar la frase. Salamandra lo miró de reojo y, con calma, respondió:
—Mi antigua habitación estará bien. Tiene algo especial para mí —dijo, casi con nostalgia, mientras reflexionaba para sí misma que, si Gaya no estuviera en la ecuación, quizás habría elegido la otra opción.

Mientras caminaban, Kaida tomó la mano de Salamandra y la jaló suavemente hacia la habitación, con la energía contagiosa que la caracterizaba. Kai, a su lado, esbozó una pequeña sonrisa burlona, que no pasó desapercibida en su rostro, pero Salamandra, sumida en sus pensamientos, ni siquiera se percató de ello.

—Por cierto, Jonás no ha podido venir a recibirte, principalmente porque has llegado un poco de improviso, pero también porque está ocupado haciendo una prueba del fuego a un alumno. Si no fuera por eso, ya estaría aquí, ya sabes lo mucho que le gusta dar bienvenidas —comentó Kai con una aparente casualidad, aunque la sonrisa en su rostro dejaba entrever una intención que Salamandra no logró captar.

Ella asintió, con una sonrisa nostálgica, al recordar cómo Jonás la había recibido hacía años como aprendiz, con una calidez que aún le tocaba el corazón.

—¿Jonás ya hace pruebas del fuego? —preguntó, sorprendida, mientras una chispa de curiosidad brillaba en sus ojos.

—Sí, no es la primera vez que las hace. Tal vez deberías ir a saludarlo, terminará sobre las siete. Y quién sabe, quizás le vendría bien algún consejo de la famosa bailarina del fuego —sugirió Kai, con una ligera mueca en su rostro que no pasó desapercibida para Kaida, quien lo observaba con una mirada desconcertada.

Cuando llegaron a su antigua habitación, Kai y Kaida la dejaron para que pudiera acomodar sus pertenencias. Salamandra se quedó allí un momento, mirando a su alrededor. El lugar tenía esa mezcla de familiaridad y melancolía que parecía acompañarla en cada rincón de la Torre. A pesar de todo, este seguía siendo su hogar, y en su interior lo sabía.

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La noche había caído por completo sobre la Torre. Dana había vuelto a ella y caminaba por los pasillos con pasos pesados, el agotamiento de un día infructuoso reflejado en su postura. Habían pasado horas desde que comenzara la búsqueda de Danai, y cada intento fallido por obtener noticias sobre su paradero era una punzada más en su pecho. El miedo a no poder proteger a su hija crecía con cada minuto de incertidumbre.

Intentando despejarse, decidió visitar la habitación de Kaida. Su pequeña siempre lograba arrancarle una sonrisa, incluso en los días más oscuros. Al abrir la puerta, encontró a la niña brincando sobre la cama mientras cantaba a todo pulmón. Los peluches cuidadosamente colocados a su alrededor parecían ser un público encantado, y entre ellos, Kai estaba sentado, observándola con una mezcla de ternura y diversión. Al ver a su madre, Kaida detuvo su actuación de inmediato.

—¡MAMÁ! —gritó emocionada mientras corría hacia Dana—. ¡Qué bien que estás aquí! ¿Quieres participar en mi concierto?

Dana esbozó una sonrisa débil, pero no logró ocultar el cansancio que la consumía. Kai, desde su lugar, captó la preocupación en su rostro.

—Claro, cariño —respondió con suavidad, intentando disimular su estado.

Kai le hizo un espacio a su lado en el suelo, moviendo un peluche con un gesto rápido. Dana se sentó con un suspiro, sintiendo el alivio momentáneo de descansar. Mientras Kaida continuaba cantando como si estuviera en medio de un estadio abarrotado, Kai tocó la pierna de Dana con delicadeza.

—¿Cómo ha ido? —le susurró, sus ojos llenos de preocupación.

Dana negó con la cabeza, sin encontrar palabras. Su mirada se perdió en algún punto del suelo, luchando contra la impotencia que sentía. Kai notó cómo sus hombros se hundían ligeramente, como si el peso de la situación la aplastara.

—¿Quieres hablar? —insistió él, acercándose un poco más—. Estoy aquí para ti.

Antes de que Dana pudiera responder, Kaida interrumpió con un grito alegre.

—¡Venga, palmadas! ¡Quiero que lo den todo!

Ambos se unieron a los aplausos, buscando ocultar sus preocupaciones detrás del juego de la niña. Sin embargo, Kai no podía ignorar el malestar de Dana.

—Dana, salgamos un momento y hablemos. No me gusta verte así —murmuró Kai, con ternura en la mirada.

Kai, aprovechando su astucia, intensificó los aplausos para terminar la actuación de Kaida de forma diplomática.

—¡Bravo, Kaida! —exclamó con entusiasmo—. ¿Qué tal si hacemos una pausa? Hasta los grandes artistas tienen descansos.

Kaida frunció el ceño, no muy convencida, pero Kai no se rindió.

—El señor Conejo dice que necesita ir al baño. Y yo también.

—¿En serio? —replicó Kaida, incrédula, abrazando al peluche.

—¡Claro! Además, los grandes conciertos siempre tienen intermedios para que los cantantes descansen y se cambien.

—Bueno... está bien —cedió la niña con un leve encogimiento de hombros—. ¡Pero solo diez minutos!

—Perfecto. Ve adelantándote con el señor Conejo, yo te alcanzaré en un momento —dijo Kai, sonriendo con ternura.

Kaida salió corriendo de la habitación con el peluche en brazos, y la puerta se cerró tras ella. En cuanto se quedaron solos, Kai se giró hacia Dana y la rodeó con sus brazos, ofreciéndole el consuelo que sabía que ella necesitaba.

—¿Qué pasa, Dana? Dime, ¿sabemos algo de Danai?

Dana dejó escapar un suspiro tembloroso antes de hablar, con la voz quebrada por la emoción.

—No, Kai... no sé nada. Me siento inútil. No puedo protegerla si ni siquiera sé dónde está. No puedo hacer nada... —sus palabras se apagaron en un sollozo ahogado.

Kai la sostuvo con más fuerza, su abrazo transmitiendo la seguridad que ella necesitaba. Sabía que no podía protegerla de todo, pero al menos podía estar a su lado y apoyarla en cada paso.

—Dana, estoy aquí. Y no voy a irme a ningún lado —le aseguró, con voz suave pero firme—. Por favor, no te guardes esto. Cuéntamelo todo. Estoy contigo.

Las lágrimas de Dana comenzaron a caer sin control mientras se aferraba a él. Sus ojos, enrojecidos de tanto retener las emociones, buscaron los de Kai en busca de consuelo.

—No sé qué hacer, Kai... Estoy aterrada. ¿Y si le ha pasado algo? ¿Y si no la encuentro a tiempo?

Kai acarició su espalda con movimientos lentos y tranquilizadores, dejando que ella se desahogara en su pecho. No había palabras mágicas para calmar su miedo, pero su presencia incondicional hablaba por sí misma.

—La encontraremos, Dana. Te lo prometo. No importa cuánto tiempo nos lleve, lo lograremos. Estoy contigo en esto.

Dana levantó la mirada, sus ojos buscando desesperadamente alguna chispa de esperanza en los de Kai. Aunque el miedo seguía latente en su interior, sus palabras y su abrazo lograron calmarla, al menos por un momento.

Kai le dio un beso suave en la frente, un gesto lleno de amor y protección. Dana cerró los ojos, dejándose envolver por su calidez.

—Gracias —susurró ella, apenas audible—. Gracias por estar aquí.

—Siempre, Dana. Siempre estaré aquí —le respondió con firmeza, estrechándola con más fuerza.

Aunque el temor no desapareció por completo, en ese instante, rodeada por Kai, Dana sintió que podría enfrentarlo. Sin embargo, en su interior, una idea comenzaba a tomar forma, una decisión que sabía que no podría compartir con él. Las medidas que consideraba eran peligrosas, y, por más que amara a Kai, sabía que él intentaría detenerla. Pero no podía quedarse quieta. Era su hija, y estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para protegerla, incluso si eso significaba cargar con el riesgo en solitario.

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La puerta de la sala de exámenes se abrió con un leve chirrido, y Jonás salió al pasillo, ajustándose la túnica con movimientos lentos y calculados. El examen había sido largo, y aunque el alumno había hecho un buen trabajo, la presión de asegurarse de que todo en la Torre funcionara perfectamente empezaba a pasarle factura.

Sin embargo, no tuvo tiempo de perderse en sus pensamientos. Allí estaba Salamandra, apoyada contra la pared junto a la puerta, con los brazos cruzados y esa sonrisa que mezclaba travesura y autoconfianza.

—¡Vaya, señor archimago! ¿Qué tal? —dijo con tono alegre al verlo salir—. ¿Cómo fue la prueba?

Jonás parpadeó, sorprendido, pero una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Salamandra tenía esa habilidad única de irrumpir en su vida sin previo aviso, como si nunca se hubiera marchado.

—Sobrevivimos —respondió, con un toque de humor en su tono—. ¿Llevas mucho tiempo ahí?

—No demasiado. Más de lo que tú has tardado en decirme que ya realizabas pruebas de fuego y pedirme consejo —dijo, dando un paso hacia él. Aunque su tono era ligero, había un matiz en sus palabras, algo más profundo.

Jonás la miró con atención, notando el brillo en sus ojos. Era Salamandra, pero también algo más. Había una intensidad en su presencia que, aunque familiar, siempre lo desconcertaba un poco.

—Bueno, siempre estás de aquí para allá. A veces uno tiene que apañárselas solo —dijo él, con una leve inclinación de cabeza.

Aquellas palabras contenían un trasfondo que Salamandra percibió al instante. Durante un momento, pensó en replicar, en defenderse, pero algo la detuvo. Jonás tenía razón: ella había estado ausente. No se había parado a preguntar cómo él estaba, qué necesitaba, o siquiera cómo llevaba la inmensa responsabilidad de ser archimago. Si lo hubiera hecho, tal vez las cosas serían diferentes ahora.

Un destello de madurez cruzó por su mente, obligándola a reflexionar. Siempre había tenido miedo de quedarse demasiado tiempo en un lugar, de formar vínculos profundos por temor a ser herida o rechazada. Pero con Jonás, ese miedo no tenía sentido. Él siempre había estado ahí para ella, sin importar qué tan lejos viajara o cuánto tiempo estuviera ausente. A pesar de ello, había elegido ignorar sus propias inseguridades en lugar de enfrentarlas.

Se tragó sus palabras y decidió restar importancia al trasfondo de la frase de Jonás. Le sonrió de manera despreocupada, aunque en su interior luchaba contra un torrente de emociones.

Jonás, ajeno a la lucha interna de Salamandra, continuó caminando por el pasillo. Salamandra lo siguió de cerca, como si no quisiera perder ni un segundo de su atención.

—¡Espera! ¿Dónde vas con tanta prisa? —preguntó ella, acelerando el paso para igualarlo.

—Perdona. Tengo algunos informes que revisar —dijo Jonás, con un ademán de disculpa. Tal vez se dio cuenta de que el reencuentro no había sido tan cálido como ella esperaba. O tal vez, solo buscaba huir de aquel momento.

—¿Y no tienes ni un momento para saludarme? —dijo Salamandra, con un tono algo más dolido y molesto de lo que había planeado. Jonás lo notó al instante, pero no dejó que la tensión creciera.

—Perdóname. Podemos hablar en otro momento. Estoy bastante ocupado —dijo él, sonriéndole con cierto cariño y una suavidad que buscaba calmarla.

Pero Salamandra no pudo evitar quedarse inmóvil durante un instante. Lo miró, desconcertada. ¿Así era ahora? El Jonás que recordaba siempre encontraba tiempo para ella, no importaba cuán ocupado estuviera su vida. ¿Tan diferente era ahora?

Jonás había cambiado. Lo había notado desde el momento en que lo vio salir de aquella sala de exámenes: más serio, más sereno, más responsable. La carga de liderar la Torre, de formar a futuros magos, había transformado al joven que solía apoyarla en sus travesuras. Ahora, él era un archimago, alguien rodeado de responsabilidades que Salamandra apenas podía imaginar.

Reflexionó en silencio mientras lo seguía. Tal vez Jonás tenía razón para comportarse así. Ella misma había elegido un camino de libertad y aventura, venciendo malhechores y viajando sin ataduras. No tenía las mismas responsabilidades que él. Podía cometer errores sin que nadie más cargara con las consecuencias. Pero Jonás no tenía ese lujo. Su vida estaba atada a la Torre, a sus estudiantes y al peso de su título. Y, aunque no lo admitiera en voz alta, lo admiraba por ello.

Se detuvo de repente, colocándose frente a él y obligándolo a detenerse también.

—Jonás, espera —dijo con una voz que, aunque mantenía la calma, tenía un tinte de sinceridad que lo desarmó por completo—. Solo quería verte, ¿vale? No sé, has cambiado. Últimamente pareces tan ocupado...

Él la miró con sorpresa, y por un momento, no supo qué responder. Era difícil ignorar el peso de esas palabras, especialmente viniendo de ella.

—¿Cambiado? No. Solo estoy más ocupado —respondió finalmente, con una suavidad que le salió del alma—. Pero sigo siendo el mismo.

La sinceridad en su voz hizo que Salamandra apartara la mirada, incómoda. No estaba acostumbrada a lidiar con emociones tan directas.

—Ya, bueno... —comenzó a decir, pero luego suspiró, dejando caer la máscara de despreocupación por un instante—. Perdón. No te molestaré más.

—No digas eso —replicó él, con firmeza—. Puedes molestarme siempre que quieras, Salamandra. Por muy ocupado que esté, siempre puedo buscar tiempo para mis amigos.

Ella levantó la mirada, sorprendida por su respuesta. Había algo en su voz, en la forma en que la miraba, que hacía que sus palabras parecieran verdaderas. Pero también había dolor, un eco de las heridas que aún no habían sanado del todo. Y, sobre todo, al decir "amigos", Salamandra sintió un leve pinchazo en el corazón. Ya no era especial. Si él le sacaba tiempo, era porque era su amiga y nada más. La indiferencia en aquella palabra la llenó de tristeza.

Sin embargo, no podía protestarle. Jonás había sido sincero y bueno con ella. No le debía ningún trato especial.

—Gracias —dijo, y aunque trató de sonar casual, había una vulnerabilidad en su tono que no podía ocultar.

Jonás asintió, sin dejar de mirarla. El silencio entre ellos no fue incómodo, sino cargado de significados no dichos, como si sus miradas pudieran hablar por sí solas. Finalmente, rompió el contacto visual y dio un paso hacia la dirección de su habitación.

—Anda, ¿vienes a ayudarme con los informes? —preguntó, mirándola de reojo con suavidad, como si estuviera midiendo sus intenciones. Sabía que Salamandra era alguien que siempre quería ser el centro de atención, y tal vez, solo tal vez, aún quedaba algo entre ellos que no se había dicho.

Salamandra sonrió, un poco más genuina esta vez, y lo siguió, pero esta vez con tono travieso.

—Es más, voy a hacer los informes más rápido que tú —dijo, bromeando mientras le sacaba la lengua, disfrutando de ese juego con él.

Jonás la miró con una ceja alzada, su voz suave pero cargada de diversión.

—¿Me estás retando? —preguntó, con un tono juguetón y un brillo en los ojos que dejaba claro que le encantaba seguirle el rollo.

—Puede —respondió ella, alzando las cejas en señal de desafío, su sonrisa pícara no se desvanecía.

Jonás soltó una pequeña risa, como si estuviera disfrutando de la conversación más de lo que le gustaría admitir.

—Pues que sepas que soy el mejor archimago de esta Torre haciendo informes —dijo, con una sonrisa ladeada, casi burlándose de sí mismo mientras hacía un gesto grandilocuente.

—¿Ah, sí? —Salamandra se acercó un paso más, guiñándole un ojo, ahora con más seguridad en su tono. —Pues tendrás que demostrarlo, entonces.

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La luna llena se filtraba entre las copas de los árboles, proyectando sombras alargadas sobre el suelo cubierto de hojas. El bosque parecía vivo, con el crujir de ramas y el ulular de un búho lejano. Fenris avanzaba con paso firme, pero su mirada estaba cargada de una mezcla de furia y preocupación. Cada tanto, se detenía para olfatear el aire, sus sentidos lupinos alerta ante cualquier rastro.

Gaya, a su lado, caminaba en silencio. Su pelaje blanco relucía bajo la luz de la luna, y sus ojos claros observaban con atención cada rincón del entorno. Aunque no decía nada, su presencia era un apoyo constante para Fenris, quien parecía al borde de perder el control.

—No puede estar lejos —murmuró Fenris, deteniéndose de nuevo y cerrando los ojos como si eso pudiera ayudarle a concentrarse mejor. Su voz, normalmente contenida, ahora era un gruñido bajo lleno de frustración— Sigamos buscando.

Gaya se acercó a él, rozándole suavemente el brazo con su hocico.

—Fenris, llevamos horas buscando. Si estuviera aquí, ya la habríamos encontrado —dijo con calma, aunque su tono también reflejaba preocupación—. Tal vez... tal vez debemos volver y confiar en que los demás hayan tenido más suerte.

Fenris abrió los ojos y le lanzó una mirada intensa.

—¿Confiar? ¿En qué? ¿En que siga perdida? No puedo... no voy a dejar de buscar hasta... —Su voz se quebró ligeramente, algo raro en él. Gaya lo notó y se colocó frente a él, obligándolo a detenerse.

—La encontraremos —dijo con firmeza, alzando la cabeza para mirarlo a los ojos—. Pero si te agotas así, no podrás ayudar cuando más te necesitemos. Vamos a volver. Quizá alguien en la Torre tenga noticias.

Fenris respiró hondo y asintió, aunque a regañadientes. Sabía que Gaya tenía razón, pero la idea de detenerse lo atormentaba. Sin embargo, permitió que ella tomara la delantera mientras se giraban hacia el sendero que los llevaría de vuelta. Una parte de él seguía luchando contra la desesperación, pero otra confiaba en que regresar sería lo correcto.

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La luz cálida de la noche se filtraba por las ventanas de la habitación, iluminando los estantes repletos de libros y la mesa abarrotada donde Jonás trabajaba meticulosamente. Salamandra, fiel a su estilo, rebosaba energía. Había terminado sus informes hacía rato y no tenía ninguna intención de quedarse quieta.

—¡Acabé! —exclamó, colocando su último folio en la esquina de la mesa con un gesto triunfal. Su sonrisa de orgullo era inconfundible, como si hubiera ganado un desafío.

Jonás alzó la vista un segundo, esbozó una pequeña sonrisa y volvió a concentrarse en su tarea.

—¿Aún vas por el tercero? —bromeó ella, apoyándose en la mesa con las manos y balanceando las piernas desde el borde—. ¡Te van a quitar el título de archimago de los informes!

—Los tuyos eran más fáciles —replicó Jonás con tono calmado, sin levantar la mirada de los documentos. No quería mirarla demasiado; estaba demasiado cerca, y esa cercanía lo inquietaba más de lo que quería admitir.

—Excusas. —Salamandra ladeó la cabeza, cruzándose de brazos—. Ahora vas de bueno, ¿no? De que me has dejado ganar. Qué mal perder tienes, Jonás.

Jonás dejó escapar una risa suave, pero no tardó en responder.
—No es eso. Simplemente no quería cargarte con los expedientes más complicados.

Salamandra alzó una ceja, su expresión pasando de la burla al desconcierto.
—¿En serio? —dijo, su tono juguetón suavizándose por un instante antes de que se recuperara—. Qué considerado. Pero no hace falta que me trates como una novata, ¿eh?

Jonás esbozó una sonrisa tímida, encogiéndose de hombros.
—Es que soy bueno —bromeó, intentando aligerar el ambiente, aunque evitaba mirar directamente a Salamandra.

Salamandra rió, pero no pudo evitar notar cierto nerviosismo en él. Como si algo más estuviera pasando. En un intento de seguir con la broma, se subió sobre la mesa y se inclinó hacia atrás para espiar los informes que él aún tenía sobre la mesa.

—A ver, ¿qué es lo que te está tomando tanto tiempo? —dijo, moviéndose con más energía de la que Jonás podía manejar en un espacio tan reducido.

—Salamandra, cuidado... —advirtió él, viendo cómo el borde de la mesa crujía bajo su peso y la estantería parecía estar peligrosamente cerca.

—¡Bah! Relájate, no pasa nada —respondió ella, restándole importancia. Pero cuando se inclinó aún más, Jonás se levantó rápidamente, colocando una mano en su hombro para detenerla justo antes de que se golpeara con el pico de la estantería.

—Por favor, ¿puedes quedarte quieta un momento? —murmuró, con un tono entre preocupado y exasperado.

—Vale, vale —dijo ella, bajándose finalmente de la mesa. —¿Te molesta que me haya subido a tu mesa? —preguntó finalmente, con una sonrisa burlona

Jonás respiró hondo, esforzándose por sonar tranquilo.
—No... pero casi te golpeas con la estantería.

—¡Bah! Exageras —dijo ella, soltando una pequeña risa, aunque esta vez su tono tenía algo de nerviosismo. Jonás, por su parte, esbozó una sonrisa incómoda mientras recogía sus papeles.

—Mira, si de verdad quieres ayudar, aquí tienes uno de los informes difíciles. —Le ofreció un folio.

—¡Por supuesto! —dijo ella, tomando el documento con una expresión decidida.

Por su parte, Jonás volvió a sentarse, pero su atención estaba dividida. Algo en la forma en que Salamandra llenaba la habitación con su energía lo desarmaba, y aunque intentaba convencerse de que eran solo bromas, no podía evitar preguntarse si en ellas había algo más.

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En el despacho de Dana, el ambiente era silencioso, pero pesaba una tensión palpable en el aire. Las llamas de la chimenea danzaban suavemente, iluminando las paredes con destellos cálidos, pero no conseguían aliviar la inquietud que llenaba la habitación. Dana estaba sentada en un sillón, las manos entrelazadas en su regazo, su mirada fija en las llamas. Kai estaba cerca, tan cercano como siempre, pero su expresión traicionaba una preocupación que no lograba ocultar.

—Tengo que hacer algo más, tengo que encontrarla —dijo Dana de repente, rompiendo el silencio que había estado envolviendo la habitación. Su voz era firme, pero la tensión que se percibía en sus palabras era inconfundible—. No podemos seguir esperando sin hacer nada.

Kai la miró con detenimiento, acercándose un paso más.

La preocupación en su rostro no se disimulaba.

—Hemos hecho mucho, Dana. No te culpes por lo que está fuera de nuestro alcance —respondió, con suavidad, intentando ofrecerle consuelo, aunque su propio dolor lo consumía.

Dana no contestó de inmediato. Permaneció en silencio, la mirada perdida, como si luchara contra un torbellino interno que la estaba desgarrando. Finalmente, sin previo aviso, se levantó de golpe, su movimiento tan brusco que pareció reflejar la tormenta emocional que la estaba arrastrando. Sacudió la cabeza, como si intentara despejar sus pensamientos, pero su rostro seguía marcado por una pena profunda, que no podía disimular.

—Necesito... necesito encontrarla —murmuró, la voz quebrada, como si cada palabra le costara un esfuerzo doloroso.

Kai dio un paso hacia ella, intentando acercarse, pero en su tono solo había desesperación.

—Dana, por favor... —dijo con suavidad, pero ella ya no le escuchaba.

Ella lo miró un segundo, y en sus ojos brillaron las lágrimas que luchaban por salir. Dana, luchando contra ellas, forzó una sonrisa. Una sonrisa que, aunque intentaba ser tranquilizadora, solo mostraba la fragilidad de lo que sentía. Una sonrisa que ni ella misma creía.

—No tardaré —dijo con voz baja, casi un susurro, mientras se giraba rápidamente para salir de la sala.

Kai permaneció allí, inmóvil, observando cómo la puerta se cerraba detrás de ella. El vacío que dejó su partida lo llenó con una impotencia que no sabía cómo manejar. No podía hacer nada. No sabía qué hacer. Sentía que algo se rompía dentro de él, pero la impotencia era aún más desgarradora que el dolor. Respiró hondo, tratando de calmarse. Sabía que debía buscarla. No podía dejar que se fuera sola.

Salió apresurado, siguiendo el pasillo en busca de Dana. La encontró allí, parada frente a la ventana, mirando hacia el vacío. Parecía que no lo había escuchado acercarse, tan ensimismada estaba en sus propios pensamientos. Al verla, Kai intentó suavizar su tono, pero la desesperación estaba a flor de piel.

—Dana... —empezó, pero ella lo interrumpió antes de que pudiera continuar.

—No, Kai... necesito estar sola —dijo con una voz tan quebrada que cada palabra atravesó su alma, haciendo que un dolor indescriptible se apoderara de él.

Kai no podía moverse. Quedó parado allí, observando cómo las palabras de Dana lo golpeaban, dejándolo impotente y vulnerable. Su cuerpo parecía pesado, como si todo el dolor que ella llevaba consigo hubiera caído sobre él también. Un nudo se formó en su garganta, y su pecho se apretó con una presión insoportable, como si algo que amaba se estuviera desvaneciendo entre sus manos.

—Dana... —susurró, como un ruego, pero ella no lo escuchó. En un parpadeo, Dana desapareció ante sus ojos, teletransportándose rápidamente, llevándose consigo todas las respuestas que él no sabía cómo obtener.

Kai quedó allí, inmóvil, mirando el espacio vacío donde ella había estado. El frío se apoderó de él, un vacío tan profundo como nada que hubiera sentido antes. La preocupación por Dana lo consumía aún más intensamente. En ese mismo instante, un miedo frío se instaló en su pecho: el miedo de que ella nunca volviera, de que nunca encontrara la paz que tanto necesitaba, y de que todo lo que habían compartido se desvaneciera en el aire, irrecuperable.

Sintió cómo su corazón se quebraba por dentro, pero aún así, no podía hacer nada.

—Dana... —susurró, casi como si lo dijera para sí mismo, deseando poder ser el consuelo que ella necesitaba, pero sabiendo que, por alguna razón, ahora no podía serlo.

Se dejó caer en la pared, sin fuerzas, mientras el nudo en su estómago se apretaba aún más. Por primera vez en mucho tiempo, Kai no tenía respuesta para la angustia que lo atormentaba.

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Jonás colocó el último expediente en la pila, suspirando con una mezcla de alivio y cansancio. Había estado tan concentrado que, por momentos, olvidó que Salamandra seguía ahí. Se levantó con cuidado, intentando no hacer ruido para no distraerla. Se acercó por detrás y la observó trabajar. Salamandra estaba inmersa en el expediente que le había dado hacía un rato, con los ojos clavados en los papeles y el ceño ligeramente fruncido.

Él sonrió para sí mismo; conocía ese gesto. No quería molestarla ni hacerle notar que había perdido el reto. Salamandra no era de las que se rendían fácilmente, y mucho menos en desafíos. Lo último que quería era que alguien la viera como menos capaz, y Jonás entendía eso mejor que nadie.

Sin embargo, ella soltó un suspiro audible, mezcla de frustración y agotamiento. Jonás, aún detrás de ella, inclinó un poco la cabeza para ver cómo iba su progreso. Al percatarse de su cercanía, Salamandra alzó la mirada hacia él con un destello de molestia, aunque no del todo enfadada.

Jonás la miró con atención, intentando leer en su expresión si debía intervenir. Al notar su frustración, adoptó un tono suave:
—No te preocupes, puedes dejarlo si quieres. Ya lo terminaré yo.

Salamandra apretó los labios y golpeó suavemente el papel con el dorso de la mano.
—¡No lo entiendo! ¡No la entiendo! ¿Por qué piden tantas cosas los del Consejo de Magia? ¡Es absurdo!

Jonás soltó una risa corta.
—Créeme, llevo tiempo preguntándome lo mismo. Bueno, ¿qué te parece si lo dejamos por hoy? —Dio un paso hacia el expediente, dispuesto a retirarlo de la mesa, pero Salamandra reaccionó rápidamente, bloqueándolo con una mano firme.
—No. Lo haré. —Lo miró con determinación, casi un desafío en los ojos.

Fue en ese momento cuando Jonás notó lo cerca que estaban. Él, inclinado hacia ella, podía percibir el aroma de su cabello. La proximidad lo puso nervioso, y retrocedió ligeramente para recuperar la compostura.
—Bueno, como quieras. Si necesitas ayuda, me dices.

Salamandra asintió, pero, en lugar de continuar, se subió nuevamente sobre la mesa, jugando con su postura. La situación no pasó desapercibida para Jonás, que, algo incómodo, frunció el ceño.
—¿Qué haces ahora? —preguntó, tratando de mantener el tono ligero.

Salamandra sonrió de lado y le lanzó una mirada traviesa.
—Es broma, es broma. Ya me bajo. —Se levantó de la mesa con un movimiento ágil, pero sus risas no hicieron más que aumentar la inquietud de Jonás.

—Como te gusta ponerme nervioso —bromeó él, aún algo desconcertado por la forma en que ella siempre lograba desestabilizarlo.

Salamandra le lanzó una mirada pícara y, con un tono juguetón, respondió:

—Puede que un poco... Es divertido —dijo con una sonrisa traviesa, casi desafiante.

Jonás no pudo evitar reír, aunque en el fondo, sentía que había algo más en su comportamiento, algo que no lograba identificar del todo, pero justo entonces la puerta se abrió bruscamente.

Dana tambaleó al entrar, apenas sosteniéndose en pie. Su rostro estaba pálido, con ojeras marcadas que revelaban agotamiento y pesar. La atmósfera en la sala cambió de inmediato, como si cualquier chispa se apagara con su presencia.

—¡Dana! —exclamó Salamandra con entusiasmo, pero su tono fue apagándose al notar el estado de su amiga. Se acercó con cautela, su energía natural reemplazada por una delicada ternura. No quiso abrumarla con un abrazo, aunque lo deseaba, y en su lugar, acarició suavemente su brazo con afecto.

Dana levantó la mirada y, agradecida por el gesto, le besó la mejilla con suavidad.
—Salamandra, me gustaría recibirte con más alegría, pero... —Su voz se quebró, incapaz de continuar, y de repente se rompió en un llanto contenido, como si las emociones reprimidas hubieran encontrado una grieta para escapar.

Jonás, al notar la intensidad de la situación, se acercó con cautela. Sin pronunciar palabra alguna, tomó las manos de Dana con un gesto suave y lleno de comprensión. Salamandra, observando en silencio, se sintió desconcertada por la calma de Jonás ante tal desbordamiento de emociones. Él cerró los ojos por un momento, como si estuviera canalizando algo dentro de él, y con una sutilidad que solo él poseía, comenzó a transferirle parte de su energía.

Dana, al instante, sintió el calor que la envolvía, una sensación reconfortante que le devolvía, aunque fuera por un momento, la estabilidad que había perdido. La magia de Jonás, aunque discreta y silenciosa, era como un bálsamo para su espíritu roto. Salamandra, sin poder evitarlo, observó la escena con admiración. A veces, olvidaba que Jonás no solo era un joven tranquilo, sino un archimago con una destreza que a menudo pasaba desapercibida.

El simple hecho de que pudiera compartir su energía de una forma tan natural y sin esfuerzo la dejó pensativa. ¿Cuánto poder albergaba realmente? La facilidad con la que manejaba esa magia la inquietó por un instante. Si podía dar algo tan valioso, también podría retirarlo, ¿no? Aunque sabía que Jonás jamás haría algo así, el pensamiento la hizo sentirse vulnerable por un momento. Sacudió rápidamente esa sensación, recordando que, aunque el poder de Jonás era grande, su bondad era aún más inmensa.

Dana, consciente de lo que estaba ocurriendo, retiró sus manos con rapidez, como si temiera que Jonás se sobrecargara más de lo necesario. Aunque en el fondo sabía que necesitaba toda la ayuda que pudiera recibir, no quería que él sacrificara más de su energía. Sabía bien las consecuencias de esos hechizos cuando se usaban en exceso, tanto para quien los realizaba como para quien los recibía. Sin embargo, un leve cambio se reflejó en su rostro: su respiración comenzó a estabilizarse, y por un instante, la tormenta interna que la azotaba pareció calmarse.

—Gracias... —murmuró en un susurro, con la voz tan baja que apenas alcanzó a oírse.

Jonás asintió con suavidad, su mirada fija en ella con una mezcla de preocupación y afecto. Luego, le ofreció una silla con un gesto cálido.

—Siéntate. —Su tono era firme, pero lleno de una calma reconfortante que no admitía discusión.

Dana, sintiendo el peso de sus palabras y la gentileza de su gesto, se sentó lentamente, aún con la cabeza gacha. Sus manos descansaban en su regazo, temblando ligeramente, como si no pudiera controlar la carga emocional que aún llevaba consigo. El silencio se instaló entre ellos, pesado y lleno de incertidumbre, hasta que finalmente, Dana rompió el silencio.

—No la he encontrado... —dijo, su voz quebrándose de nuevo, esta vez con una tristeza profunda que era imposible de ocultar.

Jonás sintió un nudo en el pecho, un dolor indescriptible al ver a Dana, alguien a quien siempre había considerado fuerte, tan vulnerable y quebrada. La preocupación lo envolvía, pero luchaba por mantener su compostura. Salamandra, sin embargo, adoptó una postura más firme. Se acercó a Dana con paso decidido, sus ojos brillando con una confianza que parecía contagiarse al ambiente.

—La encontraras, Dana —dijo Salamandra con seguridad, su voz cargada de determinación. Como siempre, su confianza tenía una forma de calmar a los demás, aunque en el fondo, todos sabían que la situación no era sencilla.

Dana la miró unos segundos, como si quisiera aferrarse a esa promesa, pero pronto su mirada volvió a Jonás. Había algo más que debía decirle, y no podía esperar.

—Gracias... —repitió en un susurro tratando de recuperar un poco de compostura.—Salamandra, necesito hablar con Jonás un momento. Son cosas de la Torre, nada personal. ¿Nos permites?

—Claro. —Salamandra sonrió con un leve asentimiento, tomando el informe que llevaba en las manos. Se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir, lanzó una última mirada a Dana. Había algo en su estado que la inquietaba profundamente, aunque intentó no demostrarlo. Cerró la puerta con cuidado y se dirigió a su habitación.

Mientras descendía las escaleras, el peso del momento seguía gravitando en su mente. ¿Qué podía estar ocurriendo con Dana? ¿Y si era algo más grave de lo que parecía? La ansiedad comenzó a invadirla. Salamandra no era de las que se dejaban llevar fácilmente por el miedo, pero en ese instante, una idea se le clavó como una espina: ¿Y si esta vez no podían ayudarla?

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Dana tomó aire profundamente, sentada frente a Jonás en la sala principal. Aunque su rostro mostraba un intento de serenidad, la carga en sus hombros era evidente. Jonás, con una mirada llena de preocupación, se sentó frente a ella, intentando transmitir calma, aunque la tensión en el ambiente parecía absorber todo.

—Gracias... por lo de antes —comenzó Dana, con un tono débil, pero lleno de sinceridad—. No está siendo fácil para mí ahora mismo.
Jonás asintió lentamente, su mirada reflejando un entendimiento profundo. Podía ver cómo ella se desmoronaba por dentro, aunque intentara mantener las apariencias.
—No tienes que decir nada más, Dana. Lo entiendo. —Su voz era suave, casi un susurro, mientras colocaba su mano con cuidado sobre el hombro de ella.

Dana esbozó una sonrisa fugaz ante el gesto de apoyo, pero pronto volvió a su expresión seria.
—Sé que siempre estás dispuesto a ayudar, y por eso voy a pedirte algo... algo que no te va a gustar. —Hizo una pausa, como si necesitara reunir fuerzas antes de continuar—. Pero antes de decirlo, quiero que me prometas que no vas a involucrar a Kai ni a Fenris en esto. Ellos ya han pasado por demasiado por mi culpa.

Jonás ladeó la cabeza, observándola con atención. Sabía que si Dana recurría a él era porque la situación era mucho más complicada de lo que aparentaba.
—De acuerdo —respondió finalmente—. No diré nada, pero dime qué necesitas.

Dana respiró hondo y entrelazó sus dedos con nerviosismo antes de hablar.
—¿Recuerdas al teletransportador de esta mañana? —comenzó, pero Jonás ya tenía una idea de hacia dónde se dirigía la conversación.

—Dana, no estarás pensando en... —La interrumpió, su tono cambiando a uno más preocupado.

—Sí, Jonás, lo estoy considerando. —Dana lo miró fijamente, decidida—. Creo que puede estar relacionado con mi hija. No tengo pruebas, pero siento que está ahí esta mañana he hablado con uno de ellos, me han dicho que no sabe nada, pero que lo mejor era hacer una pequeña visita a su dimensión.

Jonás negó con la cabeza, frotándose la sien como si intentara procesar la información.
—Eso es demasiado peligroso, Dana. Las dimensiones externas son inestables, y tú lo sabes mejor que nadie. Además, ¿qué pasa si el vínculo de retorno se rompe? No puedes arriesgarte así.

—Lo sé, pero en la magia siempre hay excepciones. Y aunque este teletransportador no pueda o no quiera decirme nada más, no puedo quedarme de brazos cruzados sabiendo que podría haber una pista sobre Danai.

Jonás suspiró profundamente, pasando las manos por su cabello, nervioso. Sabía que ella tenía razón en parte, pero eso no hacía la situación menos temeraria.
—¿Y qué es exactamente lo que necesitas de mí? —preguntó, con un tono de preocupación.

—Necesito que me abras la puerta a esa dimensión y que estés disponible para cerrarla cuando te lo indique. También necesitamos establecer un puente de comunicación en caso de que algo salga mal. —La seriedad en su voz era inquebrantable.

—¿Y planeas ir sola? —Jonás frunció el ceño, su preocupación transformándose en frustración.

—Sí. No quiero involucrarte más de lo necesario, Jonás. Bastante estoy pidiéndote ya.

—Dana, no me gusta esto. Es una locura. ¿Y si pasa algo? ¿Y si no puedes volver? —insistió, con un nudo en la garganta.

—Jonás... —Dana lo interrumpió, su tono firme pero sin perder la calidez—. No puedo pedirle esto a nadie más. Y no hay tiempo para explorar otras opciones. Mi hija podría estar en peligro, y no voy a quedarme aquí haciendo conjeturas.

El joven la miró durante unos segundos, como si intentara encontrar una solución diferente. Pero el brillo en los ojos de Dana no dejaba espacio para dudas: ella iba a hacerlo, con o sin su ayuda. Finalmente, asintió, aunque su corazón estaba cargado de inquietud.
—Está bien, Dana. Si estás tan decidida, te ayudaré. Pero no me pidas que esté tranquilo con esto.

Dana esbozó una leve sonrisa, tocándole el brazo con suavidad.
—Sabía que podía confiar en ti. Gracias, Jonás.

El joven, sin embargo, no pudo evitar percibir el peso de las palabras de Dana. Sabía que estaban jugando con fuerzas que incluso ellos, como magos, apenas podían comprender.

—Bien, pues tengo que enseñarte algunos hechizos —dijo Dana con tono decidido, pero en sus palabras había una preocupación palpable, como si supiera que esta era la única forma de asegurarse de que pudieran seguir adelante.

Jonás asintió lentamente, sintiendo el peso de lo que acababa de decir. Aunque sus palabras eran firmes, había una vulnerabilidad en su mirada que no podía ocultar. No era solo una cuestión de magia, era la presión de lo que podría venir. Y sabía que no estaba solo en esta lucha, pero aún así, el futuro parecía incierto.

—¿Vamos entonces no? —dijo finalmente, su voz más firme y segura de si misma.

Con un último suspiro, Jonás comenzó a concentrarse. Sabía que la magia requeriría no solo habilidad, sino también fuerza mental, y eso era lo que más le preocupaba en ese momento. Pero mientras Dana se preparaba para las lecciones, algo en su interior se activó, el deseo de protegerla, de hacer todo lo que estuviera a su alcance para garantizar que ambos pudieran salir de la situación en la que se encontraban.

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¡Bueno, gente! Aquí está la segunda parte, y la cosa se está poniendo intensita. Puede que incluso se ponga más... uwu. Como siempre, si algo no les queda claro, no duden en preguntar. Un abrazo enorme a todos.

Morderek: Hmm, bastante bien esta parte... Al menos Kai se quedó con Kaida esta vez. Aunque... no sé si es más seguro dejarlo con un fantasma o un lobo, ¿eh? JAJAJA.

Escritora: ¿Hola? ¿Piensas comentar cada parte que suba o cómo va esto?

Morderek: Pues claro, ¿por qué no? De hecho, me está gustando bastante cómo profundizas en los personajes y todo. Un trabajo decente... para ser tú.

Escritora: ¡Vaya, gracias! Pocas veces uno de mis personajes me elogia. Me siento halagada... ¡viniendo de un mago oscuro! Al final vas a ser bueno y todo, ¿eh?

Morderek: ¡Que va! Mi parte favorita fue ver a Dana lloriquear por las esquinas como un zombi. Muy estético, muy dramático, me encanta.

Escritora: ...Ay, qué cruel eres. Ya me había emocionado yo.

Morderek: No, no, lo digo en serio. Me gustó esa faceta vulnerable de Dana, le da más profundidad que solo ser la archimaga perfecta de siempre. Buen toque, humano.

Escritora: Oh, pues... gracias. ¿Tienes alguna propuesta más?

Morderek: Por supuesto que tengo. Gaya, pobrecilla, le diste dos frases y ya. ¿Sabes que puede decir más de dos cosas, no? Digo, por variar.

Escritora: Vale, lo tendré en cuenta. ¿Algo más, señor crítico literario?

Morderek: Nah, si total harás lo que te dé la gana... Pero bueno, continuo con mi papel. Me está gustando mucho Salamandra. Siento que la estás desarrollando mejor, como que podremos conectar más con ella. Interesante.

Escritora: ¡Sí! Esa es la idea. Pero no te adelantes tanto, spoilers. Por cierto, sienta bien que me digas cosas buenas. A este paso, te daré un papel más importante en la historia.

Morderek: Sí, claro... Para acabar muriendo o entre horribles sufrimientos, ¿no? Paso. Prefiero seguir de comentarista oficial.

Escritora: ¡Anda, no seas dramático!

Morderek: ¿Dramático yo? Lo que no soporto es a Jonás.

Escritora: ¿Qué te hizo Jonás? ¿Te quitó tu capa negra o qué?

Morderek: No, es que es tan... tan bueno. Tan leal, siempre ayudando, todo lo que dice tiene sentido.

Escritora: ¿Y eso es malo?

Morderek: ¡Pues claro! Parece que nunca se equivoca. Todo es perfecto con él. Aburrido.

Escritora: ¡Eso no es verdad! Se equivoca... muchísimo, de hecho.

Morderek: Sí, pero hasta cuando la caga es entendible. Ni un drama decente.

Escritora: ¿Y qué tiene eso de malo? ¡Parece que alguien tiene un poquito de envidia!

Morderek: ¿Envidia? ¡Por favor! Solo digo que se nota el favoritismo.

Escritora: ¡Perdona! Yo no tengo favoritismos. A Jonás lo tengo a base de traumas y problemas emocionales.

Morderek: Pues ponlo en un problema REAL. Te reto. Que la pase mal de verdad.

Escritora: Bueno, bueno... Siempre puedes pedirme una escena bonita, ¿eh? No tienes que ser un villano todo el tiempo.

Morderek: ¡Favoritismo, favoritismo! Ya está, lo dije.

Escritora: ¡Ains! ¡Que NO es favoritismo! , es  más ¿Sabes qué? Te voy a dejar como comentarista oficial. ¿Qué opinas?

Morderek: Acepto. Pero nada de favoritismos.

Escritora: Y dale con lo mismo...



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