Capítulo VII

Durmieron esa noche en un claro del bosque con la esfera manteniéndolos calientes. A la mañana siguiente, el sol apenas brillaba y uno de los unicornios no podía mantenerse en pie. A pesar de que Meredith quiso dejarlos, los blancos animales insistieron en llevarlos, pero con un trote más pausado. Durante el camino, solo el graznido del cuervo era el único ruido que se escuchaba y cerca de mediodía, ni siquiera eso podían oír. Todo el bosque moría.

Se detuvieron para descansar y comer algunas frutas casi podridas que pudieron recolectar. Mientras disfrutaban de un momento de tranquilidad, Eduard se levantó. Las muchachas miraron en todas direcciones tratando de entender que le pasaba al capitán que se puso de pie alarmado.

—¡Sshh!—dijo Eduard con un dedo en los labios— ¡Escuchen!

Se oía el rumor de muchos caballos.

—¡Tenemos que irnos, ahora! —apremió él, azorado.

De inmediato, los muchachos montaron los unicornios y emprendieron la huida, pero no pasó mucho tiempo cuando se vieron rodeados por un destacamento del ejército real, comandado por el general Dedwin.

—Señor —habló Eduard desde su montura—, no es como Eloísa a dicho, es ella...

Pero Eduard no terminó de hablar, en una nube de humo escarlata apareció Eloísa más bella que nunca, aunque con expresión terrible. Llevaba un cuervo en su hombro; Meredith entendió entonces, porque no había dejado de escuchar el cuervo durante todo el viaje: era un espía de su prima y así los había encontrado. Eloísa llevaba en su mano el mismo báculo que portaba la noche en que Polet murió, y al chocarlo contra el suelo Eduard quedó mudo.

—¡Calla, infeliz traidor! Tú estás ayudando a la nieta de esa malvada nodriza para secuestrar y asesinar a nuestra reina.

—Mi señora —habló el General Dedwin—, con todo respeto, me gustaría escuchar que tiene que decir mi capitán de todo esto.

Eloísa lo miró furiosa.

—¿Qué puede decir? ¡Solo mentiras! Ahora aprésenlos y maten a la nodriza.

—¿Qué estás haciendo, Eloísa? Yo soy la reina y nadie va a morir aquí. General, es ella quien quiere...

—¡Calla!

Eloísa, con su báculo enmudeció también a Meredith. Al ver lo que sucedía, el general decidió actuar.

—¡A ella! — ordenó el General a sus hombres que apresaran a Eloísa.

Una risa fría fue su respuesta. Levantó el báculo y una gran onda de luz se esparció tornando en ceniza a los solados que habían osado acercársele. Todos los demás se quedaron en su sitio, temerosos de correr la misma suerte de sus compañeros.

Alina, que montaba el unicornio con Gabriel, entendió que el momento de máximo peligro había llegado. Sacó la joya con el rubí engarzado en la base de resplandeciente metal y colocó el collar en el cuello del niño. Al momento, Gabriel cayó de la montura y comenzó a retorcerse en el suelo. El pavor inundó a Alina cuando tuvo la certeza de que había cometido un terrible error.

Ante los ojos de todos, el cuerpecito de Gabriel cambió. Creció muchísimo, y escamas doradas lo cubrieron. Con dificultad, se enderezó, extendió unas enormes alas membranosas que al batirlas levantaron el aire y el cabello de las doncellas. El príncipe Gabriel se había transformado en un dragón.

Ante el asombro de todos, Eloísa, furiosa, tomó su báculo y esta vez lo dirigió al cuervo, quien de inmediato se transformó en un gran dragón negro. Ambas bestias emprendieron el vuelo al cielo donde comenzaron a luchar y a lanzar sendas llamaradas de fuego, que al tocar las copas de los árboles las incendiaban.

—¡Acabaré con esto ahora! —exclamó Eloísa empuñando de nuevo su báculo con fuerza.

La malvada mujer fijó los ojos azules en la reina Meredith, quien se mantenía en el unicornio detrás de Eduard, y él la protegía con su cuerpo a manera de escudo.

Cuando se disponía a lanzar su onda mágica sobre Meredith, la esfera luminosa apareció sobre Alina y luego se metió en ella, iluminándola desde adentro y suspendiéndola en el aire. Toda Alina resplandeció como si fuera un ser de luz. Detrás de ella podía verse la sombra de Polet, y Meredith entendió que su dulce nodriza jamás los dejó, era ella quien siempre los guio.

Alina caminaba sobre el aire acercándose a Eloísa mientras arriba, en el cielo, Gabriel mantenía una feroz lucha con el dragón negro.

Alina, lanzó una llamarada de luz blanca con sus manos que Eloísa logró esquivar con su báculo. De este, salió un rayo esmeralda que acertó a Alina, derribándola en el suelo.

Eloísa reía.

—¡¿Solo eso tienes para mí, niña tonta?! Yo soy la bruja Escarlata, venida del reino de Ormondú, heredera de las artes mágicas de la vieja hechicera Mefista, y he venido a reclamar lo que es mío, el reino de Nasir. Y ni tú, ni ese niño dragón podrán evitarlo.

Y dicho eso, una gran nube de ceniza cayó del cielo. Cuando Eloísa levantó sus ojos, con horror vio que su dragón había sido incinerado por Gabriel y este se abalanzaba veloz sobre ella. No le dio tiempo de levantar el báculo. Gabriel abrió sus enormes fauces, y de un solo movimiento, la engulló completa.

—¡Aún tengo hambre! —dijo con voz cavernosa el niño dragón después de lanzar un sonoro eructo.

Todos sonrieron aliviados al ver vencida a la malvada bruja Escarlata.

***Gracias por leer, votar y comentar 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top