Capítulo V

Lo que Meredith creía era el amanecer, resultó ser una misteriosa luz que brillaba suspendida en una burbuja.

—¿Qué es eso? —preguntó Gabriel, saltando para atrapar la esfera.

Alina la miró con el ceño fruncido y recordó las palabras de su abuela: "La luz que los guiará a su destino".

—Vamos, debemos continuar —apremió Alina, saliendo primero del castillo.

La esfera luminosa brillaba a unos metros delante de los niños y parecía dirigirlos a través del bosque. Se ataron sus capas para protegerse del frío nocturno y continuaron caminando. De vez en cuando volteaban para ver si Percival los seguía, pero luego de varias horas, habían incluso dejado de ver el castillo a lo lejos.

—Nunca había estado tan lejos del castillo —Meredith se abrazó a sí misma y miró en derredor con temor.

—¿A dónde vamos, Alina?, tengo sueño —gimoteó Gabriel que ya no quería caminar más.

Alina suspiró.

—Yo tampoco he estado nunca en esta parte del bosque, tan alejada de la aldea. Ojalá mi abuela estuviera aquí.

Meredith vio en los ojos de Alina incertidumbre y el miedo atenazó su pecho, sin poderlo evitar comenzó a sollozar.

—¿Por qué está pasando todo esto? ¡Es como una pesadilla! —la niña sollozó más fuerte —¿Por qué Eloísa está haciendo todo esto?

—No quiero caminar más. ¿Por qué estás llorando, Meredith? —preguntó Gabriel desconcertado.

—Príncipe Gabriel venga, por favor —dijo Alina, subiendo al niño a su espalda—. No sé por qué está pasando todo esto, mi señora, pero voy a resolverlo, se lo prometo.

Meredith, la miró confusa.

—¿Por qué me llamas así, nunca lo haces?

—¿Llamarla cómo?

—Así, con tanta formalidad. Tú nunca lo haces, solo me tratan así los demás, no tú.

—Es que ahora soy vuestra nodriza y mi trato hacia usted y el príncipe debe cambiar.

—¡Qué absurdo! Tú eres como nuestra hermana, eres más que una nodriza. No quiero que nos trates así, quiero que sigas haciéndolo como antes, como mi hermana. Desde que recuerdo has estado a nuestro lado, no puedes tratarnos ahora así.

Alina, con el niño dormido en su espalda, volteo a verla y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas tibias, comprendió que esos dos niños eran parte de su familia, siempre lo habían sido.

El frío se hacía cada vez mayor y Meredith trataba de evitarlo cubriendo el sencillo camisón de dormir con su capa de viaje. En la oscuridad de la noche, escuchaba ruidos que la atemorizaban, siempre que volteaba veía ojos que, como faros, refulgían en las sombras. Se decía a sí misma que solo eran animales del bosque, pero no podía alejar el miedo. Entonces caminó más rápido junto Alina.

Agotados y asustados, siguieron la esfera luminosa hasta una pequeña cueva en las laderas de una colina escondida entre los árboles.

—¡Tengo miedo Alina, no quiero entrar allí!

—Pues yo tampoco quiero, pero no tenemos más opción. Necesitamos descansar—dijo Alina con sus ojos fijos en la esfera luminosa frente a la entrada y continuó en voz baja— Tenemos que confiar, Meri.

A la pequeña reina no le quedó más remedio que entrar a la cueva, pero, para su sorpresa adentro estaba limpio y la esfera de luz, aparte de iluminarlos también calentaba la estancia. A pesar del miedo que sentían, todo el estrés y el cansancio las venció, y se durmieron ambas en el suelo abrazadas con Gabriel.

Cuando Meredith despertó, la esfera de luz había desaparecido y, el sol iluminaba con fuerza la cueva. Giró la cabeza hacia un lado y vio a Gabriel tratando de despertar a Alina.

—Tengo hambre. ¡Alina, tengo hambre!

La muchacha refunfuñó algo sin sentido y se apartó del toque insistente del niño.

—¡Tengo hambre!

—¡Fastidioso!, tú siempre tienes hambre —contestó Alina con molestia, desperezándose—. Vamos, tenemos que buscar algo de comer.

Y así, los tres niños comenzaron a caminar por el bosque, que, a la luz del día, lucía mucho menos aterrador. Como unas dos horas de camino, y después de muchos «tengo hambre» por parte del príncipe Gabriel, llegaron a la feria de un pueblo. Meredith observó maravillada a su alrededor. Nunca había estado en un pueblo, solo salía acompañada de sus padres o su nodriza, Polet, a algún evento real y, al hacerlo dentro del carruaje, no tenía ocasión de ver las aldeas y mucho menos sus gentes.

Los tres caminaban fascinados, observando los puestos de comida, las ventas de animales domésticos como gallinas, cerdos y cabritos o los mesones que exhibían hermosas telas y otras mercancías. Todo era una mezcla exuberante de colores, combinados con el delicioso aroma del pan recién horneado que sacaba un hombre grueso de su casa para ponerlo en venta.

Meredith se acercó para ver de cerca a los cabritos, cuando un alboroto la hizo voltear. Gabriel se había acercado a la mesa donde un mercader vendía cantidad de diferentes frutas, y con la boca llena de saliva tomó una apetitosa manzana y comenzó a morderla con avidez.

—¡Hey tú, malandrín! ¡Devuelve eso! —gritó el vendedor al tiempo que intentaba agarrar al niño, pero ya Gabriel corría desaforado, y pasaba como un ratón escurridizo entre las piernas de los campesinos.

Meredith hizo el amago de entablar conversación con el enfurecido vendedor para controlar la situación:

—Buen señor, disculpe usted...

—¡Corre, Meredith! —gritó Alina al ver que el vendedor se les abalanzaba con un garrote en la mano, de seguro no entendería razones.

Los tres niños corrieron con todo lo que sus piernas podían, trataban de esquivar los puestos de comida y las personas que deambulaban en la feria. Más adelante, el alboroto alertó algunos guardias que patrullaban la zona. Alina volteaba para ver si el vendedor los seguía cuando se chocó de frente con lo que parecía una pared, del impacto cayó sentada en el suelo. Cuando levantó los ojos pudo ver que un guardia sostenía de la capa al niño que gritaba y pataleaba como si se le fuera la vida en ello. Alina se puso de pie y comenzó ella también a golpear al desconcertado guardia en el pecho. Solo Meredith veía con miedo la escena a cierta distancia.

—¡Suéltalo, suéltalo te digo! ¡¿No ves acaso que es solo un niño con hambre?! —gritaba Alina, furiosa, sin dejar de golpear el amplio pecho del guardia.

—Pues para mí tú, aunque eres muy linda, y tú hermano no son más que rateros.

—¡¿Cómo te atreves?! —gritó aún más enfurecida, Alina.

—Buen hombre, por favor, le ruego que nos escuche —habló Meredith en tono conciliador, mientras miraba de soslayo que el vendedor había llegado donde estaban ellos.

Cuando el guardia enfocó sus ojos en la pequeña, pudo ver el reluciente broche con que Meredith sujetaba su capa el cual tenía grabado el sello real. Sorprendido, abrió sus ojos y su boca dibujó una gran "O". Soltó de inmediato al niño e hizo una pronunciada reverencia, hincando la rodilla derecha en la tierra frente a la pequeña. El mercader estaba con la boca abierta, sin entender nada hasta que el guardia habló:

—Mi señora, os ruego me disculpéis. No os reconocí.

—¿Qué te pasa?, ¿estás loco?, ¡no es más que una ladronzuela! —dijo el mercader sacudiendo a la niña.

—Es la reina Meredith y este es su hermano, el príncipe Gabriel—habló el guardia sin levantarse aún del suelo.

El vendedor se rio al escuchar al guardia, no creía lo que le decía, pero al ver mejor a la niña se percató de que su capa estaba hecha de una tela muy fina y, al mirarla mejor él también vio el broche con el emblema real. Sorprendido, puso su rodilla en la tierra, avergonzado.

—¡Deberías mandarlo ejecutar, Meredith! —exclamó Alina, altiva, refiriéndose al guardia— ¡No es más que un insolente!

El guardia le dirigió una mirada de reproche a la enfurecida nodriza.

—¡Oh, por favor, levántense! Os ruego a ambos que nos disculpéis. Mi hermano no ha comido nada y no entiende aún las normas de la sociedad. Nunca antes habíamos salido del castillo.

—Pero, ¿qué hacéis aquí, mi señora?, ¿por qué estáis solos? —preguntó el mercader levantándose del suelo.

—¡No están solos! ¡Están conmigo! —Gritó Alina, aún con el rostro enrojecido por la rabia.

Meredith pareció reflexionar por un momento, y luego rompió a llorar. El mercader, que tenía una hija de la misma edad que la reina, se enterneció al verla llorar, no entendía por qué se encontraba allí sin escolta y en esas fachas.

—¡No lloréis por favor, mi señora! Os ruego que vengáis a mi casa. Mi esposa cocina muy bien y os preparará algo de comer.

Ante las palabras del vendedor, los ojitos cafés de Gabriel se iluminaron y su estómago rugió con fuerza haciendo que todos sonrieran.

El guardia, que se llamaba Eduard, el vendedor y los niños emprendieron una corta caminata por las calles del pueblo, mientras contaban los acontecimientos de la noche anterior.

—¡Ya llegué, mujer! —gritó el vendedor al entrar en su casa— Y traigo visita.

La señora Mirtla, la esposa del vendedor, quedó de piedra al ver de quién se trataba la ilustre visita que su marido había traído a su pequeña morada. Luego de llenar el estómago con pan, leche, queso y algunas frutas, los niños estaban más que satisfechos, pero Eduard se mostró preocupado por todo el relato que le contaron.

—¡Es increíble todo lo que dicen! La princesa Eloísa ha declarado que la nodriza Polet enloqueció y trató de matar a la reina, y que ella, muy oportunamente se encontraba caminando por los pasillos cuando impidió tal crimen. Ha mandado a buscarlos y ha emitido un edicto real donde dice que Alina es cómplice de su abuela y tiene secuestrados a los niños. Todos los guardias del reino los están buscando. Es sorprendente que no los hayan atrapado ya.

—¡Pues es mentira! —exclamó Alina levantándose de su asiento — ¡Eloísa no es más que una bruja malvada y codiciosa! Mi abuela confirmará todo lo que hemos dicho.

Ante las palabras de Alina, el rostro de Eduard se ensombreció.

—Lo siento mucho, Alina, pero... tú abuela murió anoche al enfrentarse con Eloísa.

—¡No!, nooo.

Alina cayó al suelo y Meredith inmediatamente se arrojó para abrazarla. Ambas lloraron en silencio. 

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