Capitulo II
El fastuoso salón, adornado de terciopelo y oro, engalanado como nunca antes se ha visto, no concuerda con el sentimiento que domina los corazones de los presentes.
Los nobles caballeros del reino están acompañados de sus elegantes damas, miran con ojos tristes la coronación de su nueva reina.
Polet, con el príncipe Gabriel en su regazo, no entiende cómo es posible que la desgracia haya llegado tan de improviso a su amado hogar. Los reyes, llenos de vida, de amor y alegría fueron sorprendidos por una agresiva fiebre que no les dio reposo ni de día, ni de noche. Espasmos convulsivos sacudían los cuerpos reales, y ya al final de tan repentina enfermedad, la reina comenzó a sangrar. Era sangre lo que vomitaba, lo que escupía y lo que lloraba. Llamaron a los más eminentes sanadores, los hechiceros de los reinos vecinos se hicieron presentes, viejas curanderas trajeron su sabiduría ancestral y todos ellos no fueron capaces de detener la terrible enfermedad. En doce horas la calamidad se la llevó, y al poco tiempo su esposo, el amado rey de Nasir, la siguió también.
Ahora Polet espera en la primera fila de la capilla real, con el pequeño príncipe lloroso en sus piernas. Ambos miran cómo la princesa Meredith, de tan solo diez años, asciende al trono de Nasir. Ella sabe que la niña está temerosa de su nueva responsabilidad, horas antes se echó a llorar en su regazo, pero también sabe que la fortuna en medio de la desgracia les sonríe. La princesa Eloísa llegó como ángel caído del cielo para ayudarla a gobernar en su nombre hasta que llegué a la mayoría de edad. La nodriza se siente agradecida que la hermosa princesa regresara justamente en ese momento tan aciago, como previendo el amargo trago para infundirle valor a la niña reina, puesto que, desde que se conocieron congeniaron a la perfección. Meredith ve en ella una hermana mayor a quien admirar y a quien amar. Por eso Polet está segura de que tenerla a su lado la llenará de valor, reconfortándola en el difícil trance.
No hubo celebración después de la coronación. La tristeza que viste los corazones, hizo que los niños se acostaran temprano. Todo está en silencio, tenue luz de vela alumbra débilmente los pasillos del castillo. Como todas las noches, Polet los recorre para asegurarse que todo se mantiene en orden. Sin embargo, el murmullo de una conversación hace que desvíe sus pasos hasta la sala norte. Sospecha que su nieta Alina, esa jovencita desvergonzada de largos y rizados cabellos castaños, de seguro se encuentra con algún pretendiente, quizás con el hijo de la costurera, escondida detrás de las cortinas. Cuando ya va a entrar para sorprenderla, se detiene en seco, pues no es la voz de Alina la que escucha.
—Claro que no, Percival, no siento nada por esa mocosa fastidiosa que quiere estar pegada todo el día a mí. Que si «qué lindo cabello dorado tienes, Eloísa. Quisiera tener tus hermosos ojos verdes, Eloísa». Dentro de poco, Meredith y su odioso hermanito no existirán.
Polet se lleva una mano a la boca para ahogar el grito de horror que quiere salir después de escuchar a Eloísa hablar con su sirviente. El hombre, demasiado delgado, de cabello grasiento, ríe sin escrúpulos ante el comentario de su ama.
—Han sido muchos años Percival, aguardando para vengar la memoria de mi padre. Era él quien debió ser rey, pero ahora, yo seré la reina, tal como él me lo pidió antes de morir. Después de deshacerme de mis tíos, solo falta que esa vieja odiosa de Polet, se tome la poción para tenerla bajo mi dominio, entonces haré que clave esta daga en el tierno corazón de mis primitos y todos en el reino creerán que la enloquecida nodriza asesinó a la reina y al príncipe.
Polet, no pudo reprimir esta vez el grito de espanto al escuchar a la malvada Eloísa hablar. Percival volteó su cara ganchuda hacia la nodriza, y con pasos lentos se acercó al umbral. De un rápido movimiento abrió la puerta, pero solo vio el velo del tocado de la mujer cruzar rápidamente el recodo del pasillo.
—¿Qué sucede Percival?
—Alguien nos escuchó mi señora
—¡Pues no te quedes allí!
Y como si de un rayo se tratara, así Percival comenzó la persecución.
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