Epílogo.
Habis.
Asfixia.
Rabia.
Dolor.
Desconcierto.
Tenía un gran peso instalado en el pecho y no sabía cómo lidiar con ello. No me había permitido seguir un segundo más en aquel pasillo, oyendo las súplicas de Amelia mientras ella me pedía casi a punto de romperse por qué le había devuelto su collar; ni yo mismo entendía qué me había empujado a hacer esa estupidez, aunque... quizá es que no quería verlo.
Pero la verdad seguía presente, recordándome a quién estaba dejando atrás y por qué lo estaba haciendo. Y eso acrecentaba aún más el peso del pecho, haciéndolo mucho más molesto.
Subí hasta el piso superior, fuera de las mazmorras y de aquel ambiente cargado de tristeza, venganza y dolor; siguiendo un impulso infantil me había colado en la planta donde se encontraban retenidos los dos humanos que habían acompañado a Amelia. Desdémona había dejado allí apostados a tres guardias para que los vigilaran, como si fueran un auténtico problema.
El verdadero problema se encontraba en el último piso, metida en una nauseabunda celda por haber asesinado a la emérita Emperatriz.
Al principio, cuando Desdémona me informó de lo que había sucedido, no lo creí. Había acompañado a Amelia en sus sueños desde que era apenas una niña, accediendo a sus recuerdos y siendo un testigo mudo de la buena relación que mantenía con la mujer; me era imposible creer que la propia Amelia hubiera sido capaz de hacer una cosa así... hasta que le había echado un vistazo a los propios recuerdos de Desdémona y lo había visto.
Mostrando una premeditación y una frialdad inhumanas, Amelia había asfixiado a la anciana usando como arma la propia sangre de la mujer; Desdémona había llegado demasiado tarde y se había tenido que conformar con las grabaciones de seguridad, guardándolas a buen recaudo para que nadie más pudiera verlas.
Esa sorprendente actuación por parte de Amelia había sido lo que le había dado a Xanthippe la victoria: esgrimiendo su poder como Emperatriz, había decidido revocar mi juramento y me había ordenado que la llevara a la Atlántida de inmediato para que fuera juzgada por ello.
Sospechaba que la Emperatriz guardaba algún tipo de as bajo la manga, pero aún no había descubierto cuál.
Inspiré el aire puro que se colaba de los jardines reales y me recordé a mí mismo corriendo por allí siendo niño, antes de que Xanthippe decidiera que mi padre era un traidor y ordenara su ejecución; yo había quedado a su cargo y se había propuesto a sí misma hacer de mí un auténtico Emperador.
Después, cuando había creído que contaba con la preparación suficiente, me había enviado a la búsqueda de la pequeña princesa perdida; apenas contaba con trece años y ya sabía utilizar los sueños para manipular a la gente. Tardé bastante tiempo en encontrar algunas candidatas potenciales para ser Ameria, pero elegí a una pequeña niña de cabellos castaños y ojos azules que había llamado mi atención desde el primer momento; habían pasado los años y yo apenas podía recordar a la niñita mimada con la que me habían obligado a jugar.
Desdémona me había acompañado en aquella ocasión, contenta de haber conseguido que le prestase la atención que ella quería por mi parte, y nos habíamos limitado a observar a una mujer a la que no podíamos ver bien dentro de una casa acristalada mientras su hija jugaba en el jardín, peligrosamente cerca de la piscina.
A pesar de que le había ordenado que no hiciera nada, Desdémona había utilizado su control sobre el agua para hacer que la niñita cayera a la piscina; me había quedado paralizado viendo cómo la criatura se debatía, tratando desesperadamente de subir a la superficie... hasta que formó una burbuja a su alrededor que la salvó y su madre irrumpió en el jardín y la sacó de allí a toda prisa mientras la pequeña se echaba a llorar desconsoladamente.
Fue en ese momento cuando supe que era ella a la que estábamos buscando.
Desdémona no había sido capaz de ver nada incriminatorio, por lo que pude convencerla fácilmente de que esa niña de cabellos castaños y ojos azules no era la persona que buscábamos. A partir de ese momento me dejé ver en sus sueños, convirtiéndome... convirtiéndome en su mejor amigo.
Subí hasta mi habitación, la misma que Xanthippe se había encargado de prepararme para mi regreso, deseando poder descansar tras mucho tiempo estando fuera de casa; un embriagador perfume inundaba todo el dormitorio y alguien había abierto las ventanas que conducían a mi balcón privado. Sabía a quién pertenecía ese aroma y no tardé en encontrar a la intrusa.
Desdémona, que llevaba solamente una ligera y vaporosa túnica, estaba recostada sobre mi cama de dosel, de espaldas a mí.
No pude evitar contener una sonrisa de satisfacción mientras me acercaba lentamente hacia ella.
-La Emperatriz me ha prometido que, una vez sea ejecutada, nos dará su bendición –Desdémona me recibió con aquella noticia pensando que me alegraría, que compartiría con ella algún tipo de emoción positiva... pero no fue así.
Me quité las prendas superiores del uniforme, las dejé sobre el mueble y me tumbé a su lado en la cama; Desdémona se dio la vuelta para poder mirarme fijamente. Sus ojos azules reflejaron la luz artificial que los más poderosos inventores habían logrado brindarnos en aquella burbuja a la que Poseidón nos había condenado; la historia de por qué la Atlántida se había hundido era una de las que se nos enseñaban cuando éramos niños.
-¿No estás contento por ello? –insistió Desdémona.
-Pensé que Xanthippe querría mantenerla un poco más... con vida.
Su ceño se frunció, tal y como hacía siempre que había algo que no terminaba de gustarle. Y Amelia había resultado ser una de esas cosas que no le gustaban, en absoluto.
-El pueblo se está agitando, Habis –me desveló-. Ya se ha extendido el rumor de que la Emperatriz mantiene prisionera a la princesa perdida; la gente se está aferrando a esa esperanza y han empezado los primeros problemas...
A pesar del secretismo con el que había tratado de moverse Xanthippe para recibir a su sobrina, alguien debía haber hablado más de la cuenta; no era ningún secreto que los habitantes de la Atlántida no se encontraban cómodos bajo el mando de la Emperatriz, nadie olvidaba por un solo segundo la historia que se escondía tras su ascenso al poder y las políticas represivas que había seguido Xanthippe no habían servido para calmar esos ánimos.
Un sector radical de la población, fervientes enemigos de Xanthippe, había formado un grupo que se encargaba de recordarle a la Emperatriz qué pensaban sus súbditos de ella; si la información de que Amelia estaba allí, habrían problemas. Y bastante graves.
Mi cuerpo se quedó rígido cuando la mano de Desdémona comenzó a acariciar mi pecho con deliberada lentitud, buscando algún tipo de respuesta por mi parte; me incliné hacia ella casi con desgana y la besé sin reparos. Gimió contra mi boca, soltando un ruidito de satisfacción, y se aferró a mis hombros, pegando su cuerpo al mío.
Su cercanía me produjo sensaciones contradictorias. Sabía lo que buscaba Desdémona, yo mismo estaba deseándolo para dejar de pensar un buen rato, pero mi cabeza no paraba de recordar cuando yo había arrinconado a Amelia contra la pared de las mazmorras para burlarme de ella.
Para hacerle sufrir.
De niño la había odiado, una pequeña parte de mí seguía haciéndolo, quizá porque todavía no se había dado cuenta de todo lo que había hecho por ella; había conocido a otra Amelia cuando había comprobado que no recordaba nada... que no se acordaba de mí.
«Mío.»
Sí, era suyo de igual forma que ella era mía. Estábamos comprometidos, Xanthippe adoraba recordármelo a menudo con esa maldita frase... pero ahora no lo tenía tan claro, había cambiado mi perspectiva. Pero Amelia seguía sin querer verlo, siempre aferrada a mis errores.
-Dime que me quieres –suplicó Desdémona en mi oído.
La miré sin entender por qué me había hecho esa petición tan estúpida. Ambos teníamos bastante claro lo que esperábamos el uno del otro; también sabía que no podríamos continuar hasta que yo no estuviera libre de mi compromiso, lo que no nos había limitado para «conocernos más a fondo».
Las uñas de Desdémona se me clavaron en la piel, aferrándose a mí casi con desesperación. Desde que Xanthippe la había enviado a la superficie, al Mundo Exterior, parecía estar más a la defensiva, como si creyera que había algún tipo de amenaza cerniéndose sobre nosotros.
-Dímelo.
Me deshice con cuidado de Desdémona y me deslicé fuera de la cama ante la frustración de ella; salí al balcón y me quedé apoyado en la balaustrada, contemplando la ciudad que se extendía bajo el castillo.
Había creído que regresando allí las cosas volverían a su lugar. Habría cumplido con mi cometido y esperaba que Xanthippe hiciera otro tanto con su parte de nuestro acuerdo; odiaba a mi madrastra, pero era lo único que me quedaba allí desde que mi madre había muerto y mi padre había sido asesinado por la mujer a la que obedecía.
Mis instintos asesinos hacia Xanthippe eran demasiado poderosos, pero ella tenía demasiada influencia en mí. Era lo único que me quedaba en la Atlántida y mi vida, además de futuro, se encontraba en sus manos.
Estaba atrapado.
Apoyé la barbilla entre mis manos y me enfadé conmigo mismo; había creído que conseguiría dejar la mente en blanco, que todos mis pensamientos se evaporarían y podría descansar después de haber estado tanto tiempo lejos de allí, pero mi cabeza no parecía querer darme tregua alguna.
El rumor sobre Amelia había llegado a la ciudad, los rebeldes que se oponían a Xanthippe podrían encontrarse al tanto de dicha información y eso supondría una chispa que podría extenderse hasta convertirse en un incendio descontrolado. Los ataques que habían lanzado antes habían sido insignificantes, pequeños actos de rebeldía para recordarle a Xanthippe que era una advenediza en el trono.
Pero ahora las cosas podrían ponerse muy feas.
Escuché a Desdémona moverse a mi espalda y procuré tranquilizarme cuando sus brazos rodearon por la cintura y apoyó su mejilla en mi omóplato. Su presencia allí no me reconfortó en absoluto porque... porque hubiera deseado que se tratara de otra persona.
La misma que se encontraba en esos precisos momentos a varios metros bajo mis propios pies, encerrada en una sucia celda y con un arraigado, además de profundo, sentimiento de odio hacia mi propia persona. Amelia me odiaba, yo mismo me lo había buscado y había contado con ello; pero no había creído que me doliera tanto.
-Es posible que los rebeldes hayan empezado a reorganizarse –murmuré, entrecerrando los ojos. Como si pudiera ver todo lo que sucedía allí de ese modo; como si pudiera encontrarlos y ver quiénes eran.
Desdémona frotó su mejilla contra mi omóplato.
-Todo terminará cuando la Emperatriz se deshaga de ella –respondió y yo me aferré con más fuerza a la piedra de la balaustrada-. Entonces toda su esperanza se convertirá en cenizas y Xanthippe prevalecerá. Y estaremos juntos, sin nadie que se interponga entre los dos.
Ignoré la punzada de mi pecho. Había visto en los recuerdos de Desdémona la frialdad con la que había terminado Amelia con su abuela; no había titubeado antes de asfixiar a su abuela, e incluso había jugado un poco con ella antes de hacerlo. No la había reconocido, pero las pruebas estaban allí.
Xanthippe la mantendría con vida un poco más, lo suficiente hasta que pudiera exprimir cualquier tipo de beneficio que pudiera reportarle. Amelia era la pieza que necesitaba para poder conseguirlo todo.
Los rebeldes no dudarían en apoyar a su princesa perdida, en reivindicar que era Amelia quien debía estar ocupando ese trono; eso desataría una revuelta, todo se descontrolaría y Xanthippe tendría que hacer uso de todo su poder para aplastar a esos molestos rebeldes... si no decidía sacar otro truco por su parte.
Xanthippe jamás permitiría perder su trono después de todo lo que había tenido que sacrificar para encontrarse en esa posición.
«La guerra ha comenzado.»
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