{♚} Capítulo veintiuno.
La sonrisa de Desdémona se hizo desdeñosa.
-No me gustan las interrupciones, princesa -se burló-. Al igual que detesto los obstáculos, como tú.
Alcé la barbilla, tratando de mostrarme segura de mí misma. Debía empezar a aceptar quién era en realidad, cuál era mi papel en todo aquello: yo era Ameria, la princesa y futura Emperatriz legítima de la Atlántida; no contaba con mis recuerdos perdidos aún, pero empezaría por algo más sencillo, como lo era entender que yo estaba muy por encima de Desdémona.
Por muchas ganas que tuviera de eliminarme.
-Desdémona -la voz de Habis sonó cortante y autoritaria.
Ella desvió la mirada en dirección a él, molesta por haberse visto interrumpida. El filo de la daga de hielo aún estaba pegado a mi piel y la sangre seguía manando de la herida, animada por el contacto con el agua que desprendía el arma. Espié por encima del hombro de Desdémona a Natalia, que se había acercado a la pared de hielo que daba hacia donde estábamos y me observaba con un aire de disculpa.
Me hubiera gustado decirle que no pasaba nada o hacerle algún gesto que pudiera indicarle que no se lo tomaba en cuenta.
Desdémona dio una patada al suelo.
-No voy a tolerar que una simple humana me golpee -siseó, molesta. Y yo me quedé sorprendida al saber que Natalia había logrado darle a Desdémona.
-Quizá deberías haberte pensado mejor atacar a un simple niño -hice notar.
Los ojos azules de Desdémona volvieron a mi rostro, abrasándome con esa furia heladora que hacían resplandecer su mirada.
-No estás en condiciones de reprocharme nada, princesa -el título le salió con un tono cargado de veneno-. Yo solamente cumplo órdenes.
Mis ojos se dirigieron acusadores hacia Habis, que permanecía bastante tranquilo a mi lado, aún con la daga de hielo firmemente apretada contra mi garganta; él podía ser perfectamente la persona que le hubiera ordenado a quién atacar. Me hirvió la sangre de pensar que había sido el propio Habis quien había decidido meter como peón en el juego a mi hermano menor.
No podía moverme sin hacerme daño con el filo de la daga, así que hice lo único que se me ocurrió en aquellos momentos: escupí a Desdémona y observé con una cruel satisfacción cómo le acertaba el escupitajo en la mejilla.
El gesto de sorpresa y odio de Desdémona no se hizo esperar; al igual que su segunda bofetada. En aquel segundo golpe pude sentir el sabor de mi propia sangre en la boca debido al empeño que le había puesto.
-Ya veremos si sigues siendo tan bravucona cuando me encargue de helar los órganos de tu hermanita -me amenazó Desdémona.
Me tomé la amenaza de la chica en serio. Había sido testigo en mis propios huesos de cómo se las gastaba y utilizaría a Natalia como objeto de su propia diversión para hacerme sufrir... o con otro motivo.
-¡No! -exclamé, con un timbre de pánico en la voz-. No, por favor.
Desdémona sonrió con maldad al escuchar mi súplica. Observé cómo se relamía el labio inferior y desviaba la mirada unos segundos para ver qué órdenes podía tener Habis; mi respiración se había agitado, consciente de que la vida de Natalia estaba en manos de él... y que Habis iba a disfrutar de aquel momento, quizá incluso más que la propia Desdémona.
Habis retiró la daga para que Desdémona sustituyera el filo por su mano; los dedos de ella se cerraron en torno a mi cuello, apretándolo con saña y manchándose con la sangre que se escapaba de la herida que me había hecho yo misma. El aire se me escapó de los pulmones con una simple bocanada, al intentar conseguir más.
-Ya no eres tan valiente, ¿verdad? -se burló.
Desvié la mirada hacia Natalia y ella negó con la cabeza, instándome a que no respondiera a su provocación; me recordé que no podía hacer nada contra ellos dos juntos y que, de cometer algún fallo, sería Natalia quien pagaría las consecuencias. Me obligué a ceñirme a quedarme quieta, tratando de no poner en riesgo la vida de Natalia y procurando conseguir algo de oxígeno ante la férrea sujeción de Desdémona.
-Me gustaría que nos dejaras a solas unos instantes, Desdémona -podría haber sonado como una petición, pero había un poso de orden que no admitía réplica alguna.
Sin embargo, era consciente de que Desdémona no era capaz de acatar una sola orden de la que no estuviera completamente segura.
Y no tardó en demostrarlo.
-Esto no entraba dentro de lo que habíamos convenido, Habis -le recordó con dureza.
Debido a mi posición no pude ver la reacción de él, pero supe que no le había hecho ninguna gracia su negativa.
-Yo soy quien decide cómo debemos hacerlo. Y si yo quiero tratar de... llegar a un acuerdo con ella, lo haré -hizo una pausa-. No trates de controlarme, Desdémona.
Resollé cuando la mano de Desdémona me liberó con un violento empujón, empotrándome contra la pared que tenía a mi espalda; sus ojos se habían oscurecido y parecían relucir con un ansia casi asesina.
Nos dio la espalda de golpe.
-Haz lo que creas -masculló-. Pero esto no le gustará a Xanthippe.
Apreté la mandíbula ante su simple mención.
-Quizá lo encuentre beneficioso -espetó Habis.
No llegué a escuchar la respuesta de Desdémona, ya que Habis me arrastró hacia su dormitorio y cerró la puerta tras nosotros con más fuerza de la debida; tiré de mi brazo para liberarlo del contacto de Habis y me crucé de brazos, como si aquello pudiera protegerme de su presencia.
Me negaba a escucharle. Me había mostrado que nunca había cambiado, que sus intenciones seguían siendo las mismas y que sus métodos se habían vuelto mucho más crueles; temblé al recordar cómo mi hermano pequeño nos había despertado la noche anterior, con aquel espeluznante grito que había emitido y que no lograría superar en mucho tiempo.
Habis se apoyó con cansancio sobre la pared, levantando el cuello para dejar caer la cabeza contra la superficie con un golpe sordo y mostrándome una pequeña herida con un leve tono púrpura que reconocí como la que le había hecho yo misma en el sueño.
Puse más distancia entre nosotros.
-Quiero volver fuera -le exigí-. No creo que nada de lo que puedas decirme me haga cambiar de opinión.
Habis enarcó una ceja en un gesto de burla.
-Estoy seguro que lo que tengo que decirte te va a interesar -me contradijo y sus comisuras se elevaron levemente para mostrar un amago de sonrisa-. Has cometido un grave error al hablarle de nosotros a Natalia, como has podido comprobar; ahora está ahí fuera, atrapada y a merced de los caprichos de Desdémona.
Apreté los dientes con rabia contenida.
-Está aquí porque vosotros atacasteis a nuestro hermano pequeño -le acusé, con demasiado odio por lo que había hecho-. Jamás creí que caerías tan bajo, Habis.
-Eso no fue idea mía, Amelia. No lo he sabido hasta que Desdémona no ha abierto la puerta y Natalia la ha abofeteado -no pude evitar sonreír con la imagen que se me formó en la cabeza. El rostro de Habis se ensombreció-. No tiene ninguna gracia. Desdémona no os dejará salir de aquí a las dos con vida.
Ahí es donde Habis quería llegar desde el principio, sospeché. Por eso mismo había hecho un cambio de planes, para enfado de Desdémona, para poder arrastrarme hasta ese punto que Habis necesitaba.
Las piernas comenzaron a temblarme ante la posibilidad que Habis estaba dejando en el aire.
-¿Qué me ofreces? -pregunté con esfuerzo.
Todo se reducía a eso: a un acuerdo. Por eso mismo Habis había frenado a Desdémona y se había burlado diciendo que podría ser más «beneficioso».
Habis se cruzó de brazos y me dedicó una larga mirada. Se detuvo unos segundos en la herida que tenía en el cuello, cuya sangre me había empapado la ropa y había sido objeto de burla de Desdémona.
-Un intercambio -respondió.
Sonaba simple. Lo era. Solamente tenía que aceptar el intercambio que me había ofrecido Habis y... ¿y entonces qué? Aquello no me garantizaba que Natalia saliera de allí y que Desdémona cumpliera con su palabra.
Me mordí el labio inferior.
-Si me intercambio por ella... ¿qué garantías tengo de que cumpláis con vuestra palabra? -inquirí.
Habis apoyó la barbilla en su pecho, lanzándome una pensativa mirada; creía que aceptaría sin reservas la opción que me planteaba.
-¿Qué propones tú, Amelia?
Parpadeé.
-Mi vida vale demasiado -probé a decir, notando un escalofrío-. Supongo que a mi tía no le importará que hagamos un pequeño cambio de planes en este «intercambio».
Aquello llamó la atención de Habis.
-Te escucho atentamente.
Cuadré los hombros, respirando hondo para empezar a hablar sobre mi vida y lo que quería con ella conseguir. Me estaba resultando irreal encontrarme en aquella situación en la que estaba utilizando mi propia vida como moneda de cambio; recordé a mi abuela, en el hospital, lo que me dio fuerzas para continuar.
Solté el aire poco a poco.
-Si me entrego a mi tía... quiero que Xanthippe me asegure que a mi familia y mis amigos quedarán completamente al margen de todo esto -exigí, logrando que la voz no me temblara-. Quiero que Xanthippe se olvide de todos ellos. De todos -recalqué.
Estaba hablando de mi familia, pero también de Matteo, quien se había visto involucrado casi por error; él, al igual que Natalia, no se merecía tener que sufrir por mis errores. No quería ver pululando a ningún atlante por Portia el resto de mi vida si aceptaba el intercambio que me había ofrecido Habis.
Observé a Habis con atención, evaluando sus reacciones y esperando que aquello fuera más que suficiente. ¡Por supuesto que lo sería! Habis tenía que haber contado con ello desde un principio.
El corazón se me detuvo cuando vi que Habis alzaba una mano en mi dirección con una sombría mirada.
-Cerremos el trato, pues.
Mi mirada alternó entre la mano que me tendía Habis y su rostro.
-No sé si puedo fiarme de ti, Habis -repuse-. Preferiría hablarlo con Xanthippe personalmente.
Habis frunció el ceño.
-Xanthippe es una mujer muy ocupada. Tendrá que servirte conmigo, Amelia.
-¿Cómo sé que lo cumplirás?
«¿Cómo sé que no me traicionarás de nuevo?»
Habis se irguió, separándose de la pared y adoptando una postura más rígida.
-Soy el Último Príncipe de la Atlántida -pronunció lentamente su status, provocándome otro escalofrío de temor-. Lo juro por mi título... y por mi sangre. Respetaré tus deseos, Amelia Mantovani, si tú haces lo mismo.
Comprendí que su juramento debía tener un gran valor en la Atlántida y que tendría que servirme; le estreché la mano rápidamente para después volver a mi sitio, aguardando a que Habis me dijera qué tenía que hacer ahora.
Me había vendido a mí misma por la protección de las personas que más me importaban, pero había tomado la decisión yo misma; en cierto modo, no había tenido otra opción, pero me alegraba de haber podido valorar otras posibilidades y hablar por mí misma.
-Hubieras sido una gran Emperatriz, Amelia -suspiró Habis con pesar antes de abrir la puerta de su dormitorio.
Desdémona saltó del sofá al vernos aparecer de nuevo en el salón y le dirigió una elocuente mirada a Habis mientras yo no podía apartar los ojos de Natalia; no parecía que Desdémona se hubiera divertido con ella. Estaba encogida en un rincón de la esfera en la que estaba encerrada, con la cabeza hundida entre las rodillas.
No pude ver más de cómo se encontraba, ya que Desdémona se plantó frente a mí con una escalofriante sonrisa.
-¿Su Alteza ha decidido ya quién de las dos debe morir? -preguntó.
No se me pasó por alto la burla que iba implícita en aquellas palabras, como si hubiera sabido desde el principio cuál hubiera sido mi respuesta; me tensé ante su cercanía y un latente odio empezó a nacer en lo más profundo de mi ser.
Era como si tuviera delante de mí a Xanthippe.
El cuerpo de Habis se interpuso entre las dos y tuve que contener un suspiro de alivio, agradecida por ese mísero gesto por parte de él.
-Hemos llegado a un nuevo acuerdo, Desdémona. La princesa ha decidido regresar a casa con nosotros a cambio de que perdonemos la vida a su familia... y amigos.
-Xanthippe...
-Nos ordenó que la lleváramos de regreso a la Atlántida -la cortó Habis de malos modos-. Y es justo lo que he conseguido.
-Dile que libere a mi hermana -ordené a sus espaldas.
Vi cómo los hombros de Habis se agitaban en una risa silenciosa y no supe a qué se debía, aunque tenía la extraña sensación de que estaba burlándose de mí... otra vez; me incliné para mirar sobre su hombro y contemplar el gesto adusto de Desdémona, que no parecía en absoluto convencida de lo que estaba sucendiendo.
-Ya la has oído, Desdémona.
La interpelada me lanzó una mirada cargada de odio y chasqueó los dedos con un aire de superioridad. La esfera de hielo que retenía a Natalia estalló en miles de pedazos, lanzando el cuerpo de mi hermanastra al suelo con una fuerza que no me esperaba en absoluto.
No esperé siquiera a que Habis me diera permiso: me colé por debajo de su brazo y corrí hacia donde Natalia había caído; tenía la ropa empapada, helada como su piel y con los labios casi azules. La recogí entre mis brazos y apoyé su cabeza en mi regazo, haciendo un esfuerzo monumental para no echarme a llorar allí mismo.
-Natalia -gemí.
Le aparté los mechones húmedos que se le habían pegado en la cara y la sacudí con insistencia, sin recibir respuesta alguna por su parte; coloqué mi mano sobre su corazón, recibiendo únicamente un leve latido como contestación a mi pregunta muda.
Escuché unos pasos acercándose y me topé con el cuerpo de Habis situado a unos centímetros de donde yo me encontraba, mirándome fijamente.
-Me has jurado que no le pasaría nada -le recriminé, rompiéndoseme la voz.
La idea de que el juramento que me había hecho en la habitación hubiera sido otro truco más; que no había llegado a tiempo de salvarla, que podría estar muerta debido a mi inconsciencia, me golpearon con fuerza en la zona del pecho.
Dejé caer mi cabeza contra el cuerpo inmóvil y helado de Natalia antes de dejar escapar un quejido. Había conseguido herir a otra persona más, alguien a quien tenía en gran estima.
Como a mi abuela.
-Tu hermana está bien -me aseguró Habis, su voz sonaba tensa-. Solamente necesita entrar en calor.
Alcé mi mirada llena de lágrimas hacia él. En aquellos momentos me importaba muy poco que Habis o Desdémona pudieran verme tan hundida y destrozada, lo único que tenía en mente era poner a salvo a Natalia y asegurarme que estaba bien.
Que Habis no me la había jugado de nuevo.
-Permíteme que la acompañe a casa -le supliqué-. Déjame despedirme de todos ellos antes... antes de irme.
Ambos éramos conscientes de que había firmado mi propia sentencia de muerte. Todas mis anteriores pretensiones que hubiera podido albergar sobre convertirme en la nueva Emperatriz, destronando a Xanthippe, se habían evaporado de golpe cuando Habis había logrado lo que había buscado desde un principio: mi total y absoluta rendición.
Habis sabía perfectamente que Xanthippe no me dejaría con vida y me había mentido el principio al respecto.
Esperaba, al menos, que me brindara aquel último deseo antes de morir.
-Te llevo a casa -decidió.
Mi odio hacia él remitió un poco al ver cómo me ayudaba a cargar con una inconsciente Natalia hacia fuera de la casa, ante la atónita mirada de Desdémona; contuve las lágrimas mientras salíamos al exterior y Habis se encargaba de colocar a Natalia en los asientos traseros de su coche. Yo me subí al asiento delantero, procurando seguir manteniendo a raya mis emociones.
Habis condujo en silencio durante todo el trayecto que duró el viaje, cosa que agradecí enormemente mientras lanzaba rápidas miradas por el espejo retrovisor para comprobar cómo estaba Natalia.
Las manos me temblaron cuando conseguí abrir la puerta que conducía al vestíbulo y le indiqué a Habis dónde debía dirigirse; tendría que confiar una mínima parte en él mientras iba a buscar a mi hermano Pietro.
Me aferré a él en un emotivo abrazo al dirigirnos de regreso a casa, consiguiendo que mi hermano me preguntara:
-¿Le ha pasado algo a la abuela?
Negué varias veces con la cabeza, esperando que no viera las lágrimas que me resbalaban por las comisuras de mis ojos y que me apresuré a secármelas discretamente.
-Es que me siento... no sé, rara.
Mi hermano advirtió que no era del todo sincera con él, pero no siguió preguntándome por qué. Le pedí que subiera a su dormitorio y yo me encerré en el baño donde le había indicado a Habis que había una bañera.
Suspiré cuando vi a Habis apoyado sobre la pared y a Natalia metida en la bañera, con la ropa aún puesta.
Mi final estaba cerca y quería aprovechar cada segundo que me quedara allí para poder hacer las cosas bien.
-Os esperaré fuera -decidió Habis, saliendo del baño precipitadamente.
Empecé a desnudar a Natalia, dejándole únicamente la ropa interior; su piel había vuelto a coger algo de color y sus labios habían abandonado ese maldito tono púrpura que había tenido al principio. Abrí los grifos para que saliera a borbotones y lo más caliente posible; Habis me había prometido que estaría bien, que había respetado nuestro acuerdo, pero no veía ningún tipo de respuesta en mi hermanastra.
La bañera fue llenándose poco a poco, cubriendo el cuerpo de Natalia y el ambiente con el vapor que desprendía debido a su alta temperatura; me quedé aferrada al borde, ya que todavía seguía teniendo ciertos reparos a la bañera y al miedo que mi madre me había instado a ello.
Lentamente fui viendo pequeñas respuestas del cuerpo de Natalia a la temperatura del agua: empezó encogiendo los dedos de la mano y sus piernas se sacudieron; después abrió los ojos de golpe y boqueó.
Su cuerpo sufrió una nueva sacudida que hizo que me mojara levemente.
Natalia parecía desorientada.
-¿Qué...? ¿Cómo...? Ay, Dios... estoy muerta. Esa víbora rubia ha conseguido su propósito por haberle dado bien fuerte en el hocico...
No pude evitar sonreír.
-No estás muerta.
«Pero yo en un futuro sí», dijo una vocecilla en mi cabeza. La sonrisa me flaqueó en los labios, consciente de que Habis no tardaría mucho en entrar para informarme que mi tiempo había terminado; que todo habría acabado.
Cogí aire y Natalia me miró con los ojos abiertos como platos, reparando en mí por primera vez desde que había despertado.
-¡Amelia!
Soltó un chillido histérico y se lanzó a mi cuello para darme un abrazo; le di un par de palmaditas en la espalda a modo de respuesta y mi mente empezó a valorar la mejor forma de explicarle toda la situación.
Natalia estaba tan alegre de encontrarse en casa y conmigo a su lado que no paraba de parlotear sobre cómo había sucedido todo; no escatimó en detalles al desgranarme su maravilloso plan para poder llegar hasta donde Habis y Desdémona vivían y en cómo le había golpeado a Desdémona nada más abrir la puerta creyendo que era Habis.
Su voz se fue apagando gradualmente cuando llegó al punto más álgido de su relato: le pedí que no siguiera, ya que no quería escuchar hasta dónde había sido capaz de llegar Desdémona, y llegó mi turno para explicarle lo que tanto había temido...
-Hice... bueno, llegué a un acuerdo con Habis -le desvelé, bajando la mirada y escuchando la exclamación ahogada de Natalia-. No podía permitir que siguierais en su punto de mira, Natalia; por mucho que dijeras, no habría sido capaz de enfrentarme a ellos dos. Y esto se habría convertido en una... en una masacre.
-¿Qué le has ofrecido? -inquirió Natalia, levantando la voz.
Me encogí de hombros, tratando de quitarle importancia; un nudo se me comenzó a formar en la garganta.
-Irme a la Atlántida.
En aquel momento irrumpió Habis en el baño, con el ceño fruncido y con aspecto de encontrarse algo incómodo allí; Natalia lo incendió con la mirada, con un odio y resentimiento que me parecieron impropios de ella. Después, y para sorpresa tanto de Habis como mía, salpicó con ganas a Habis y luego se abalanzó hacia él.
Vi con estupor cómo chocaba contra Habis y él trataba de sujetarla mientras Natalia no paraba de golpearle con los puños, como si creyera que podía hacerle daño así.
-¡Eres un maldito cabrón! -gritó entonces Natalia-. ¡Se suponía que en esta bonita historia tú, cerdo marino, tendrías que protegerla... no ofrecerle servirle a tu maldita madrastra su cabeza en bandeja de plata!
Habis dirigió una malhumorada mirada en mi dirección.
-Yo cumplo con lo que se me ha exigido -declaró con rotundidad.
-¡Gilipollas! -masculló mi hermanastra.
-Hemos estado hablando como seres racionales, dejando a un lado nuestras desavenencias, y hemos llegado a un acuerdo común que nos beneficia a todos.
Contuve una retahíla de insultos ante lo último que había dicho. El acuerdo al que había llegado beneficiaba a Xanthippe y, en todo caso, a mi familia y a mis amigos; quizá era eso a lo que hacía referencia, al hecho de que todo el mundo ganaba algo... menos yo.
-Por eso mismo he pensado que quizá Amelia querría pasar la noche aquí para poder despedirse.
Aquello no me hizo sentirme mejor. Y tampoco a Natalia, que empezó a reprocharle lo poco que iba a conseguir con ello; le pedí a mi hermanastra que no insistiera más y le agradecí a media voz a Habis aquella última concesión que se me daba antes de que todo terminara.
Habis desapareció y Natalia me llevó con ella a la habitación; pudimos escuchar el sonido de la televisión en el cuarto de Pietro, por lo que supimos que no había escuchado todo el jaleo que habíamos montado.
Cerró la puerta con cuidado a su espalda y me dirigió una mirada feroz.
-No puedes hacerlo.
-He dado mi palabra, Natalia.
Ella alzó los brazos al aire.
-¡A Habis le importa una puta mierda todo esto! -chilló.
Desvié la mirada.
-Él me ha prometido que cumpliría con su parte del trato -musité-. Es lo único que se me ocurría para poneros a salvo.
«No habríamos tenido otra oportunidad de salir las dos de esa casa con vida», pensé. El rostro de Natalia demostraba lo enfurecida que estaba con mi decisión y con la situación en general; en ese momento se oyó la puerta de la entrada y a mi madre llamándonos desde allí.
Le dirigí una mirada de aviso a Natalia, que me devolvió una desafiante.
-Ni una sola palabra -le advertí.
Ella entrecerró los ojos.
-Tendrás que decírselo en algún momento de esta noche -hizo una pausa y los ojos se le empañaron-. Dudo que Habis te dé mucho más tiempo.
Salí de la habitación de Natalia con el corazón encogido. El único punto que me quedaba por zanjar acababa de llegar y, por lo poco que había conseguido escuchar, sonaba derrotada; bajé lentamente al piso de abajo y me reuní con ella en la cocina mientras Giancarlo se dejaba caer en el sofá del salón con aspecto igual de cansado que mi madre.
A ella la encontré en la cocina, sentada en la mesa y con la cabeza entre las manos; alzó la cabeza de golpe al oírme y me dirigió una agotada sonrisa que le salió demasiado forzada.
-¿Está todo bien? -pregunté, con un hilo de voz.
-No hay cambios -respondió mi madre-. Todavía no hay ningún cambio, Amelia.
Me desplomé sobre la mesa sin fuerzas. Me recordé que el estado de mi abuela también era culpa mía; todo lo que había sucedido en aquellas últimas horas se me vino encima como si fuera una avalancha: rompí en llanto ante la atónita mirada de mi madre, que trató de consolarme como bien pudo.
Fue entonces cuando lo desembuché como si con ello consiguiera aligerar el peso que se me había afianzado en el estómago y en el pecho; el rostro de mi madre fue mudando progresivamente conforme iba avanzando en mi relato.
-Necesito que me devuelvas mis recuerdos -finalicé-. Ahora, mamá.
Los ojos de mi madre se habían llenado de lágrimas por lo que había sucedido... por lo que había hecho.
-Los juramentos son irrompibles, Amelia -susurró mi madre, horrorizada y al borde del llanto-. Solamente puede liberarte de él la otra persona...
-Y Habis jamás hará eso -finalicé-. Siempre ha trabajado para Xanthippe. Él nunca... él siempre... Me ha utilizado -concluí con esfuerzo.
Me froté las mejillas con fruición para eliminar el camino húmedo que habían dejado las lágrimas sobre mi piel; mi madre me observaba con atención, digiriendo la idea de que éste sería el último momento que podríamos pasar juntas antes de que Habis viniera para que cumpliera con mi parte del trato.
Suspiré cuando cogió mi rostro entre sus manos y observé cómo algunas lágrimas se le escapaban.
-Estás enamorada de él -comprendió mi madre y sus palabras me golpearon como una maza-. Al final ese... ese ser lo ha conseguido.
«Pero lo conseguiré; conseguiré quebrarla y destrozarla hasta que no quede nada de ella», había escrito Habis en su diario. Había creído que aquellas palabras hacían referencia a entregarme a Xanthippe, pero ahora yo había comprendido el verdadero significado de sus palabras, la verdadera intención de Habis: se había convertido en alguien muy importante para mí en aquellos tres años; luego había aparecido con sus mentiras y medias verdades, haciéndome creer que estaba a mi lado...
Había dejado que le besara, que creyera que había significado algo para él... y justo después de ese momento es cuando había comenzado a distanciarse.
En aquel momento entendí el significado de sus palabras y comprendí que había logrado su objetivo.
Estaba destrozada.
-Yo no quería -gemí-. De verdad que no quería, mamá.
Quería pedirle perdón por haberle fallado. Por no haber seguido sus indicaciones y por no haberla creído en su momento. Quería que me perdonara por no haberle puesto freno a mis sentimientos en aquellos tres años que habían pasado, por no haberle hablado de mis extraños sueños.
Pero no tenía tiempo para hablar de ello. Ya no.
Mi madre sonrió con pesar.
-Este tipo de cosas surgen solas, cielo. Tú no eres culpable de nada...
Cerré los ojos y sentí los labios de mi madre sobre mi frente moviéndose, como si estuviera diciendo algo.
Entonces, con un fogonazo de luz, lo recordé todo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top