{♚} Capítulo veinte.

Natalia observó las marcas con los ojos abiertos como platos, tratando de buscar una razón lógica que pudiera explicar cómo era posible que Pietro tuviera esas marcas cuando no había entrado nadie a su habitación.

No podía seguir ocultándole a mi hermanastra la verdad; no después de haber sido testigo de la brutalidad de aquel hombre que había tratado de asfixiarme en el pasado, ahora dirigido contra mi hermano pequeño.

Los atlantes habían decidido traspasar un límite que no iba a permitir que se volviera a repetir; consolé como bien pude a un lloroso Pietro mientras Natalia comprobaba que la ventana de la habitación estuviera correctamente cerrada.

Me extrañó muchísimo que la hermana de Giancarlo no estuviera allí, que no hubiera aparecido alertada por los gritos de Pietro y el jaleo que habíamos montado Natalia y yo para llegar hasta nuestro hermano.

Hasta que Laurence apareció en el quicio de la puerta, abrochándose la bata que llevaba y con aspecto de acabar de levantarse; Natalia la miró de hito en hito, incapaz de poder creerse que su propia tía no hubiera acudido antes en su ayuda.

-¿A qué viene tanto escándalo? –preguntó, ahogando un bostezo con la mano.

Natalia la miró como si estuviera a punto de saltar sobre ella para estrangularla con sus propias manos; yo me aferré a mi hermano Pietro, que seguía gimoteando por lo bajo, observando con pavor las marcas de sus muñecas.

-¡Alguien ha atacado a Pietro! –gritó con enfado.

Laurence enarcó ambas cejas, más escéptica que preocupada por la idea de que alguien hubiera hecho daño a su sobrino.

-¿Y cómo es posible eso, si se puede saber? ¡Su dormitorio está en el segundo piso y no veo nada fuera de su lugar!

Me removí en la cama. «Eso es porque lo han atacado en sus sueños... como a mí», respondí a su pregunta en mi cabeza; Habis y Desdémona habían decidido jugar sucio, yendo directos a por gente de mi entorno.

Primero habían comenzado con Matteo, quien se había visto involucrado de manera accidental, y ahora habían ido directos a por Pietro. Habis no había dudado ni un segundo en demostrarme hasta dónde sería capaz de llegar en el enfrentamiento, pero no iba a permitírselo.

Cuando desvié la mirada del rostro lloroso de Pietro pillé a Laurence mirándome con un brillo de acusación, como si supiera exactamente que la culpable de todo aquello era yo.

Laurence chasqueó la lengua.

-No creo que sea tan grave lo que ha sucedido –sentenció-. Seguramente se tratara de una pesadilla.

Todo el cuerpo se me puso en tensión cuando pronunció la última palabra. Mi mente repitió lo que había sucedido unas noches atrás, cuando Desdémona se había introducido en mis sueños y me había guiado hacia el mar con la única intención de que me ahogara; pero la milagrosa irrupción de Habis me había salvado la vida.

-Muy bien –intervino Natalia-. Llamaré a papá y le pediré que venga, ya que tú no eres capaz de ver nada.

Vi a mi hermanastra moverse con resolución hacia la puerta, pero Laurence la atrapó con demasiada facilidad por la muñeca y la empujó de nuevo al interior de la habitación; Natalia la miró con estupefacción, al igual que Pietro y yo.

Laurence respiraba agitadamente.

-Nadie va a llamar a nadie –ordenó y me estremecí entera al escuchar su tono imperativo.

-¡Pero...! –trató de protestar Natalia. Una sola mirada de Laurence la calló de golpe.

-¡Ni una sola palabra más, niña! –hizo una breve pausa para coger aire-. Ahora nos vamos a ir todos a la cama y a olvidar esta espantosa equivocación; ya veréis como mañana lo veis todo más claro.

Dicho esto, dio media vuelta y regresó al dormitorio de mi abuela que ocupaba debido a que no teníamos más espacio que ofrecerle; no había compartido esa decisión, ya que era el espacio personal de mi abuela y me parecía una violación de su intimidad, a pesar de que yo era la menos indicada para hablar del tema, pero no había podido evitarlo.

Natalia ahogó un gruñido de rabia y soltó una patada al aire. Había algo extraño en Laurence, algo que no terminaba de encajarme respecto a su comportamiento.

-¡La odio! –masculló-. Ahora entiendo por qué no está casada ni tiene hijos... ¡Maldita bruja!

La mano de Pietro buscó la mía a tientas y yo se la aferré con fuerza. El niño no había abierto la boca desde que Laurence nos había interrumpido, quizá con el temor de que le llamara mentiroso directamente, ya que había dejado bastante claro que todo aquello había sido fruto de la imaginación de mi hermano pequeño. Maldita sea, ni siquiera se había dignado a mirar las heridas muñecas de Pietro.

Cogí aire. Natalia merecía saber por qué Pietro había sido atacado y cómo; las marcas de las muñecas de mi hermano me servirían como prueba suficiente para que diera cierta credibilidad a mi historia.

Solamente esperaba que no me odiase.

-Natalia creo que sé lo que ha pasado –musité.

Ella clavó su iracunda mirada en mí. Jamás la había visto tan enfadada y no sabía cómo iba a tomarse todo lo que tenía pensado decirle; confesar que Pietro solo había sido un aviso para lo que se avecinaba era demasiado duro y Natalia no dudaría ni un segundo en descargar su enfado contra mí.

-Oh, yo también lo sé –me espetó con sorna-. Esa mujer está loca perdida. Eso... o es que su familia no le importa lo suficiente.

Su voz bajó hasta convertirse en un susurro dolido. Era capaz de entender lo difícil que le debía resultar ver cómo su propia tía se había comportado de aquella inexcusable manera con Pietro y con la propia Natalia; ni Pietro ni yo habíamos conocido demasiado a Laurence. La mujer vivía en la capital, ofuscada en su trabajo y su atareada de vida de soltera, por lo que no tenía mucho tiempo para venir a visitarnos; la primera vez que vi a Laurence fue el día que Pietro nació.

No la conocía en profundidad, pero algo me decía que aquella no era la primera vez que se comportaba de esa manera.

Cogí a Natalia por el brazo con suavidad y le pedí en voz baja si podía acompañarme fuera unos segundos; ninguna de las dos quería dejar solo a Pietro, pero necesitaba un tiempo para poder explicarle la verdad.

Mi secreto ya no estaba a salvo, con Habis y Desdémona a la zaga buscando cualquier punto ciego para tratar de llegar hasta a mí.

Me estaban empujando lentamente hacia un abismo del que no sabía si conseguiría salir.

Natalia, sin embargo, negó con la cabeza.

-Ahora no es muy buen momento, Amelia –se excusó.

-¡No me dejéis solo esta noche, por favor! –escuché suplicar a Pietro desde su cama.

Ambas nos giramos a la vez hacia él. Parecía mucho más pequeño y estaba asustado, atemorizado de pasar el resto de la noche sin nadie a su lado; no quise arruinar el momento, no quise perder el control y formar otra tormenta.

No quise que viera lo que era en realidad.

A la mañana siguiente seguí a Natalia por toda la casa, tratando de hablar con ella sobre lo que había sucedido anoche. Mi hermanastra estaba aún enfadada por lo que había sucedido con Laurence, incluso podía palpar la tensión que rodeaba su cuerpo; su tía había dejado el desayuno ya preparado y no parecía haber rastro de ella en la casa.

Pietro se había quedado en el baño mientras nosotras dos bajábamos a comprobar cómo estaba la situación.

La casa estaba desierta y el desayuno puesto elegantemente en la mesa.

-Se ha ido –comentó Natalia, observando con desagrado el desayuno.

No hizo ningún comentario más sobre el asunto y yo dejé el tema. Nos esforzamos por hacerle más llevadero el momento del desayuno, como lo hacía la abuela cuando alguno de nosotros estaba enfermo, aunque no sirvió de mucho; no se me pasó por alto que llevaba un jersey que le cubría los brazos hasta más allá de las muñecas, tapando la evidencia de anoche.

Cuando mamá se enterara de ello... seguramente supiera qué había sucedido sin necesidad de hacer muchas preguntas al respecto. ¿Sabría, entonces, que aquello había sido una provocación por parte de Habis? Ahora que habíamos dejado bastante claro nuestras intenciones, el atlante había abandonado su papel para mostrar su verdadero rostro.

Apreté la mandíbula con fuerza.

-Hoy no iremos ninguno de nosotros a clase –decidió de improvisto Natalia, dando una palmada-. Será nuestro pequeño secreto.

Al mirar a mi hermanastra vi determinación. Me estaba exigiendo con la mirada que le siguiera el juego, que no dijera nada; Pietro estaba atemorizado por lo que había sucedido, no estaba en condiciones de acudir al colegio, al menos hoy no.

Asentí ante las palabras de Natalia, agradeciendo en silencio la oportunidad que me brindaba para poder contárselo todo.

Decidimos instalarnos en el salón. Natalia trajo consigo mantas que había encontrado en el piso de arriba y yo me encargué de montar todo lo necesario para poder pasar el resto del día ahí metidos los tres; Pietro parecía un poco más animado ante la idea, ignorando por completo el hecho de que iba a faltar al colegio, y se había instalado en el sofá, con los ojos encendidos por la emoción.

Me encontré con Natalia en la escalera, con una pila de películas entre los brazos, y la detuve para que pudiéramos hablar. No sabía si el momento era el idóneo para decírselo, pero no quería seguir retrasándolo por más tiempo.

Pietro era nuestro hermano y Natalia necesitaba saber lo que había sucedido, necesitaba entrar en mi mundo y comprender lo que ello suponía.

-¿Podemos hablar? –hice una pausa-. Por favor.

Natalia frunció los labios, recordando que había intentado hablar con ella anoche sin que aceptara. Apretó los DVD contra su pecho y me dedicó una larga y especulativa mirada, tratando de averiguar qué era lo que tenía que decirle.

La llevé a la cocina y le pedí con un gesto que tomara asiento.

Aquello iba a ser difícil de explicar.

-Ayer dijiste que sabías lo que había pasado con Pietro –empezó Natalia, desconfiada.

Asentí.

-Entonces habla –me apremió, dando un golpe en la mesa con las palmas de las manos.

Cogí aire.

-Antes tienes que saber algo... sobre mí –le expliqué, con un hilo de voz-. Algo que no he sabido hasta hace unas pocas semanas.

Natalia enarcó ambas cejas con escepticismo.

-¿Tiene que ver con Hugo? –probó a decir, con una pizca de desdén-. ¿Matteo tenía razón al decir que su familia pertenecía a la mafia rusa?

Hice una mueca, pensando que la situación de Habis no se alejaba mucho de lo que creía Natalia sobre él.

-No... exactamente –murmuré.

Natalia se mostró entonces desconcertada por mi esquiva respuesta. Volví a coger aire para después desembucharlo todo: empecé por la mañana que me había pillado completamente empapada; le hablé de mis sueños, que me habían acompañado durante los tres años anteriores, y de lo que eso había supuesto; continué explicándole el drama familiar en el que mi propia, y desconocida, tía intentaba matarme porque yo le suponía un obstáculo.

Tuve que tomar asiento cuando llegué al tema que más difícil me iba a resultar tratar: Habis y su imprescindible papel en el plan de Xanthippe. La voz me tembló cuando le confesé cómo Habis había jugado conmigo, aprovechando que mi madre me había robado mis recuerdos; mi hermanastra me escuchaba entre atemorizada y emocionada por haber descubierto que yo había resultado ser la princesa perdida de un mundo sumergido, perseguida por una horrible villana... y un atractivo esbirro.

Escondí la cara entre las manos, esperando a la reacción de Natalia.

-¿Sabes que tu historia me daría material suficiente para volver locos a mis seguidores de Wattpad? –fue lo primero que escuché salir de sus labios.

La miré, creyendo que estaba bromeando.

-Imagínatelo, Amelia –insistió y sus ojos brillaban-. Tu historia es... es sobrecogedora: has tenido que huir de tu propio hogar, cuya identidad se ha visto ocultada por el peligro que supone...

Seguí parpadeando como una boba ante su monólogo hasta que Natalia esbozó una sonrisa triste.

-Os escuché la otra noche a Amaranth y a ti en la cocina –me confesó en voz baja-. Al principio debo decir que estaba flipando, pero tiene... sentido. Yo te he visto hacer esas cosas, Amelia; sé que eres capaz de controlar el agua y eso es... guau, eso es una pasada.

De mi garganta se escapó un sonido de alivio. La sonrisa de mi hermanastra se volvió mucho más cálida y abrió los brazos para que nos fundiéramos en un abrazo; no podía creerme que la conversación que había temido tanto hubiera resultado ser tan... fácil.

Natalia se había mostrado abierta y comprensiva conmigo... aunque hubiera confesado que ya lo sabía porque nos había espiado a mi madre y a mí.

-Vamos a machacar a ese principito –masculló.

Me separé un poco de mi hermanastra para ver si estaba hablando en serio. ¿Cómo demonios íbamos a enfrentarnos a dos atlantes experimentados que, seguramente, habían recibido un exhaustivo entrenamiento para llevar a cabo su misión de manera satisfactoria?

-Habis y Desdémona son demasiado poderosos para mí –dije.

Pero había sido capaz de plantarle cara. Ayer, antes de que me despertaran los gritos de Pietro, lo había puesto en un aprieto cuando me había liberado milagrosamente de su posesión y le había amenazado con un trozo de hielo que yo misma había creado pegado a su garganta. ¿Podríamos tener, al menos, una pequeña oportunidad?

-Una buena estrategia puede hacer maravillas, Amelia.

No había sido necesario contarle que Pietro había sido su forma de provocarme, ya que Natalia lo había deducido correctamente de mi historia. Había arrastrado a otro inocente a una guerra que no era la suya, había puesto a Natalia en el punto de mira de aquellos dos si llegaban a enterarse; la había puesto en peligro sin que ella lo supiera.

Me aclaré la garganta con esfuerzo.

-Matteo también lo sabe –confesé en un impulso.

Natalia sonrió.

-Contarás con nuestro apoyo, Amelia.

Nos separamos finalmente, dando por finalizada aquella improvisada reunión donde me había sincerado por completo. Mi pecho notó cierta mejoría, como si me hubiera deshecho de un poco de peso al saber que mis amigos no iban a dejarme en la estacada después de saber la verdad.

Salí de la cocina con una sonrisa cuando la voz de Natalia hizo que me detuviera en mitad del pasillo.

-¿Quién crees que fue el que le hizo eso a Pietro? –me preguntó, mortalmente seria-. ¿El principito... o su secuaz rubita?

Me giré en su dirección.

-No lo sé, Natalia. Pero esto no quedará así.

Natalia sonrió con malicia.

-Por supuesto que no.

Volví a encontrarme con Natalia en las escaleras cuando había dejado a Pietro descansando en su cama. Había caído la tarde y aún no habían llegado a casa mamá o Giancarlo; no le había dedicado ni un minuto a mi abuela desde que habían atacado a Pietro, pero ahora tenía tiempo suficiente como para ponerme frenética por la ausencia de noticias.

Laurence no había vuelto a aparecer por la casa, hecho que no sabíamos cómo tomárnoslo. Sin embargo, ver a Natalia completamente arreglada mientras yo aún seguía con el pijama fue algo que levantó todas las sospechas en mí.

-¿Dónde vas? –pregunté con curiosidad.

Natalia sonrió con misterio.

-He quedado con alguien –canturreó.

No me dio tiempo a seguir con mi interrogatorio, ya que Natalia me abrazó, me dio un par de besos y salió corriendo hacia la salida; me encogí de hombros, creyendo que la cita misteriosa de Natalia podría ser Alessandro, y me dirigí hacia mi habitación.

Mi mirada se clavó en el cajón donde mantenía escondido el diario de Habis, y aunque no había vuelto a sacar desde que había leído aquellas páginas tan duras cuyo contenido iba contra mí, sentí la necesidad de hacerlo de nuevo.

Ahora que había cortado cualquier tipo de buena relación con Habis, necesitaba conocerlo mejor para tratar de encontrar algún punto débil que poder utilizar a mi favor... Además de la masoquista intención de seguir ahondando más en la herida.

Abrí el cajón con la promesa de solamente leer un par de páginas más y empecé a sacar cosas hasta llegar hasta el fondo.

Pero el diario había desaparecido.

Tragué saliva, creyendo que se había movido, removiendo lo que quedaba del contenido con la esperanza de que siguiera allí. Me quedé helada cuando comprobé que no seguía allí, que no estaba.

Un escalofrío me recorrió la espalda, signo de que algo no iba bien. Y tanto que no iba: el diario había desaparecido de su escondite, lo que significaba que alguien se había colado en mi habitación para robarlo... o para recuperarlo.

Me lancé hacia el cajón donde había ocultado la caja que le había robado a mi abuela y mi corazón respiró aliviado en parte al comprobar que seguía justo donde lo había dejado yo; abrí la tapa e hice inventario del contenido.

Todo seguía allí.

-Habis... -gruñí entre dientes.

El único que se me ocurría para haber hecho eso era él. Me había confirmado que sabía que yo tenía su diario, por lo que había tenido que ser el propio Habis quien había decidido colarse en mi dormitorio para recuperarlo. Quizá con temor de que pudiera descubrir cosas sobre él.

Cosas que no quería que se supieran.

Golpeé el colchón con frustración y la caja se cayó al suelo, desparramando todo su contenido por la alfombra; los ojos se me quedaron clavados en el colgante que Habis me había regalado y que me había quitado después de haber descubierto la verdad que con tanto ahínco me había tratado de ocultar.

«Las reinas nunca mienten.»

Habis había utilizado ese mismo argumento cuando se había burlado de mí, diciéndome que tendríamos que casarnos por ese mismo motivo. ¿Sería esa inscripción una burla, un eterno recordatorio del plan concebido por Xanthippe y que mi madre había aceptado casi al borde de la desesperación?

Lo guardé todo en la caja de nuevo, devolviéndola a su sitio con el extraño sentimiento de que me estaba perdiendo algo.

El teléfono rompió a sonar en ese preciso instante, distrayéndome lo suficiente como para evitar seguir con la línea de pensamiento que tenía.

Encontré el aparato sobre la cómoda y fruncí el ceño al no reconocer el número. De inmediato el corazón empezó a latirme con fuerza, creyendo que aquella llamada era del hospital...

Miles de cosas podían haber salido mal.

Mi abuela podría estar muerta.

-¿Sí? –respondí apresuradamente, con una nota de histeria en la voz.

Silencio... y después una agitada respiración.

-Se nos ha colado una pequeña ratita en mi hogar –la voz pertenecía a Habis.

Sujeté el móvil con más fuerza contra mi oído sin entender a qué se refería.

-Dejemos el sarcasmo a un lado, por favor –siseé-. ¿Qué pretendes con esta llamada? ¿Distraerme para entrar de nuevo en mi casa?

El enfado era más que palpable en mi tono de voz, pero no me importaba lo más absoluto: Habis se había colado en mi habitación, quizá había sido el propio Habis quien le había puesto en bandeja a Desdémona los sueños de mi hermano pequeño para que pudiera... herirle.

Pensar en las heridas de Pietro hicieron que mi sangre comenzara a hervir.

-Te vas a arrepentir de haber nacido, Habis –le amenacé, arrancándole una ahogada carcajada-. ¿Disfrutaste haciéndole daño a un niño pequeño?

-Es posible que sienta más satisfacción ahora –respondió-. Tu hermana ha venido hasta aquí para increparnos por ello. Ahora mismo Desdémona se está pensando en qué hacer con ella...

Me centré en la conversación, escuchando los jadeos ahogados de fondo. El vello se me erizó al relacionar esos sonidos con mi propia hermanastra, Natalia; no quise creerle, quise entender que se trataba de uno de sus trucos. Natalia me había dicho que había quedado con alguien... a quien yo había creído que se trataba de Alessandro.

-Desdémona odia que la interrumpan cuando está... ocupada –prosiguió Habis-. Y cuando tu hermanita ha venido... ya te lo puedes imaginar. ¿Qué harás, Amelia? El tiempo juega en tu contra.

-¡Basta! –chillé.

La cabeza comenzó a darme vueltas al imaginarme los escabrosos y perversos juegos a los que Desdémona sometería a Natalia hasta que yo llegara; había comprobado hasta dónde llegaba su maldad en el instituto, cuando había lanzado aquellos dardos helados hacia Habis.

Temblé ante la posibilidad de que Desdémona lo repitiera con Natalia. Ahora entendía a qué había venido su pregunta y lo efusiva que se había mostrado conmigo en su salida; lo que no alcanzaba a comprender era por qué había sido tan estúpida de ir sola a enfrentarse a ellos dos.

-Date prisa, Amelia –convino Habis, abandonando su tono juerguista-. Los humanos no son capaces de aguantar mucho tiempo los tormentos a los que podemos someterlos...

No me dio tiempo a responder, ya que la línea se cortó.

Quise lanzar el teléfono contra la pared. Quise gritar. Quise destruir cualquier cosa que tuviera cerca... pero me quedé quieta, congelada en mi sitio tratando de digerir la amenaza velada de Habis.

No podía permitir que Natalia sufriera a manos de esos dos, pero yo sola no podía hacerles frente; tampoco podía dejar a Pietro solo en casa, no después de todo lo que había tenido que pasar anoche.

¿Hasta dónde serían capaces de llegar para llevarme al límite?

La respuesta a la incógnita de cómo llegar hasta Natalia sin dejar a Pietro solo apareció en mi cabeza... convertida en la imagen de la amable señora Farmese.

Me puse en marcha como si estuviera en piloto automático: salí de mi dormitorio a toda prisa y entré en el de Pietro, despertándolo de golpe; mi hermano me miró como si hubiera perdido el juicio definitivamente mientras metía en su mochila lo necesario para que pudiera pasar unas horas en casa de nuestra vecina.

Arrastré a un perdido Pietro fuera de casa, encargándome de dejar una nota en la nevera donde explicaba una elaborada excusa que pudiera justificar por qué Pietro se encontraba en casa de la señora Farmese, y me preparé mentalmente para lo que me esperaba.

-¡Señora Farmese! –exclamé nada más abrir ella la puerta.

La buena mujer me dedicó una rápida mirada. El vecindario ya debía haber escuchado las últimas noticias sobre mi familia, ya que ella se había tenido que hacer cargo de Pietro algunos días cuando nosotros teníamos que irnos al hospital.

Esperaba que funcionara... otra vez.

-Amelia –repuso ella, con una mezcla de compasión y sorpresa.

Compuse mi mejor sonrisa compungida y sujeté a Pietro por los hombros.

-Lamento haberme presentado aquí de improvisto, pero... pero necesito que se quede con Pietro hasta que volvamos del hospital –lo dije todo de corridillo, sin apenas darme tiempo a respirar.

La señora Farmese me observó durante unos segundos antes de sonreír y hacerle un gesto a Pietro para que pasara a su casa; me entretuve unos segundos más agradeciéndole el enorme favor que nos estaba haciendo y haciéndole un breve resumen de cómo se encontraba mi abuela.

Una vez hube solucionado parte del problema, eché a correr hacia la parada de autobús que quedaba más cerca de allí pues no tenía una forma de llegar más rápida; el tiempo que pasé, aguardando la llegada del autobús, me imaginé de manera bastante detallada lo que podrían estar haciéndole a Natalia.

Me subí al vehículo con la sensación de estar perdiendo un tiempo de vital importancia y que, con cada segundo que pasaba, Natalia podía estar... sufriendo. Sin embargo, quise creer que la mantendrían con vida: la necesitaban viva para poder negociar conmigo sobre la situación.

Me aferré a ese pensamiento mientras recorríamos las calles de Portia y llegaba a mi destino.

Aun así tuve que correr por el paseo marítimo, esquivando a duras penas a la gran cantidad de gente que parecía haber decidido salir para disfrutar del buen tiempo que hacía en Portia; un ambiente que no iba a durar mucho. Era consciente del cambio que estaba obrándose en mi interior, producto de la ira que me consumía por la gravedad de la situación, y no eliminaba la posibilidad de que estallase una tormenta antes incluso de que alcanzase la casa de Habis.

Aceleré cuando divisé la estructura del edificio y no me entretuve en llamar a la puerta: los segundos corrían en mi contra y Natalia era humana. Rodeé la casa por el modesto jardín delantero y llegué hasta el acceso de la playa; Habis había dejado la puerta que conducía a su dormitorio abierta de par en par, gesto que no supe cómo interpretar: ¿negligencia o invitación directa?

No me detuve a pensar en los riesgos que corría al entrar de esa forma, simplemente lo hice. El dormitorio estaba vacío, las sábanas de la cama estaban revueltas y por el suelo había desperdigadas prendas de ropa que no me entretuve en comprobar de a quién pertenecían; contuve el aliento cuando me aferré al picaporte y conté mentalmente hasta tres antes de irrumpir en el salón.

Una esfera de hielo tenía atrapada a Natalia en mitad de la habitación. La ropa que llevaba estaba mojada y mi hermanastra se abrazaba a sí misma sin poder dejar de tiritar de frío; Desdémona se reía a carcajadas desde el sofá, moviendo los dedos como si fuera un titiritero manejando sus muñecas y Habis... a Habis no se le veía por ningún sitio.

Avancé un paso con indecisión cuando algo frío se quedó pegado a mi garganta. Cerré los ojos ante la evidencia: Habis debía haber averiguado lo que tenía en mente y había preferido esconderse para poder robarme el factor sorpresa.

Su aliento chocó contra mi mejilla y percibí que estaba sonriendo.

-¡Ah, ya ha llegado la invitada de honor! –escuché exclamar a Desdémona.

Abrí los ojos justo cuando la chica se detuvo frente a mí. Tenía una extraña sonrisa en los labios y, al fijarme bien en su rostro, pude ver restos de sangre en la comisura derecha... aunque no sabía si esa sangre era suya o, por el contrario, pertenecía a Natalia.

Su mano impactó contra mi mejilla con una fuerza superior a la que había creído. Tuve que girar la cabeza debido a la brutalidad con la que me había golpeado, cortándome con el filo de la daga que Habis había puesto sobre mi garganta; sentí un escozor en la zona donde me había herido a mí misma y algo líquido bajando por mi piel.

Desdémona alzó un dedo y lo paseó por el camino que había dejado el líquido, mostrándomelo.

Era mi propia sangre.



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