{♚} Capítulo tres.

Me obligué a mantenerle la mirada en esta ocasión. Si mi corazonada era cierta y Hugo, en realidad, era el misterioso Habis, tendría mucho que explicarme y, lamentablemente, no podría escudarse en mis sueños para responder a todas mis preguntas.

No parpadeó en todo el tiempo que nos estuvimos mirando a los ojos; sus ojos azules estaban cargados de respuestas a preguntas que yo aún no había formulado. Sin embargo, no era la ocasión propicia para hacerle todas las preguntas que teníamos pendientes.

Natalia, que no se le había pasado por alto ese intercambio de miradas entre él y yo, nos miraba boquiabierta mientras su mente ya estaría formando una historia lista para plasmarse en una hoja nueva de Word.

Al final, cansada de todo aquel juego absurdo, bajé la mirada hacia mis apuntes, decidida a ignorar a Hugo el resto de la clase... y del día. Si en realidad era Habis, tendría que ser él quien se acercara a mí.

Solté un suspiro de indignación cuando Natalia me dio un suave codazo que me acertó en las costillas.

-¿Qué? –le espeté entre dientes.

-¿Has visto cómo te mira ese quesito andante? –me preguntó, muy seria.

Decidí hacerme la ignorante, pues estaba segura de que Hugo estaba más que atento en nuestra conversación en la que no estaba en absoluto invitado.

-No sé a qué te refieres –dije.

Natalia alzó ambas cejas y señaló con su bolígrafo la espalda de Hugo en un gesto más que elocuente; yo le saqué la lengua en respuesta.

La señora Ciaraglia terminó su explicación con una floritura en la pizarra y se giró para observarnos a todos... o eso creí hasta que comprobé que sus ojillos estaban clavados en el rostro de Hugo, a quien no podía verle la cara. Toda la clase, yo incluida, nos manteníamos en un silencio casi sepulcral, impacientes por saber qué iba a suceder a continuación.

-Señor... -se detuvo, azorada, sin saber muy bien cómo referirse a él.

-Elija el apellido que más le guste –respondió Hugo, claramente bromeando.

Algunas chicas de la clase soltaron risitas, como si hubiera hecho un chiste buenísimo. La señora Ciaraglia enrojeció levemente.

Tuvo que aclararse la garganta para recuperar el control de la situación.

-Bien, como usted lo prefiera, señor Sokolov –dijo tras ese breve lapsus-. ¿Tiene alguna duda respecto a la clase?

Vi cómo la cabeza de Hugo negaba varias veces.

-En absoluto, he podido seguir el hilo de su clase sin ningún problema –contestó-. Pero gracias por la preocupación.

Las mejillas de la profesora se sonrojaron de nuevo y sospeché que era debido a que Hugo le había sonreído encantadoramente, dado que yo solamente podía contemplar su espalda.

Aquello me enfadó, ya que, en los momentos que habíamos compartido en todos esos años, Habis se había mostrado conmigo igual de adulador. ¿Habría sido todo una simple estrategia por parte de él, tal y como estaba haciendo en esos momentos con la pobre señora Ciaraglia?

Un nuevo coro de suspiros femeninos llenaron el incómodo silencio que parecía haberse formado tras la ingeniosa respuesta de Hugo que había desbancado por completo a la pobre mujer.

La señora Ciaraglia, sospechando que, de hablar, podría empeorar aún más la situación, se limitó a suspirar, recoger sus objetos y salir de la clase sin añadir nada más; la clase explotó una vez hubo salido del aula: las alumnas más osadas se atrevieron a acercarse a Hugo y a someterlo a un interrogatorio. Por mi parte, decidí que necesitaba tomar un poco el aire, así que le pedí a Natalia amablemente que me acompañara y nos dirigimos hacia la puerta. Tuve la escalofriante sensación de que los ojos de Hugo estaban clavados en mi espalda en todo el camino hasta que salimos del aula.

Rafaela, que estaba en nuestro mismo curso pero en una distinta clase, ya nos esperaba en el pasillo... al igual que muchas otras de sus compañeras. Incluso reconocí a chicas de cursos superiores.

Nuestra amiga se nos acercó trotando alegremente, con una amplia sonrisa.

-¡Qué suerte habéis tenido! –exclamó en cuanto llegó a nuestro lado.

Natalia también sonrió, pero yo no pude evitar fruncir el ceño.

-¿Has visto al chico de intercambio? –preguntó mi hermanastra, con emoción contenida.

-¡Y quién no! –respondió casi chillando-. Mónica lo había visto justo cuando salía del despacho del director y la noticia ha corrido como la pólvora. Aún no sabemos de dónde viene exactamente, ¿y vosotras?

Natalia movió ambas cejas.

-De un pueblecito cerca del mar –dijo, pero fue bastante escueta.

«De un pueblo cerca del Océano Atlántico», fue mi respuesta que formulé en mi cabeza. «Quizá por eso me conoce: de algún viaje que hice con mi madre y abuela fuera de Italia...»

Eso podría explicar por qué lo había tenido metido en mis sueños, aunque no lograba entender aún cómo se podía soñar con lo mismo tres años, y cómo lo había convertido en una criatura tan atrayente. Era posible que todo lo que había soñado se redujera simplemente a eso.

Pero eso no servía cómo explicar las marcas que aún llevaba en mi cuello y que eran demasiado grandes para mis propios dedos.

Recibí el tercer y cuarto codazos consecutivos por parte de Rafaela y Natalia y estuve a punto de ponerme a chillar. ¿Por qué tenían que ponerse tan evidentes? ¿Acaso habíamos regresado al jardín de infancia, a la tierna edad de cinco años?

Alcé la mirada, enfadada, justo cuando Hugo salía del aula rodeado de un nutrido séquito de chicas, a las que se les unieron otras más que estaban en el pasillo. Me quedé perpleja ante semejante comportamiento.

-¿Se puede saber qué está pasando aquí? –preguntó una voz masculina a nuestras espaldas.

Las tres dimos un brinco y nos giramos para ver quién era la persona que se nos había acercado a traición. Matteo observaba la extraña comitiva con los ojos entrecerrados y un mohín en los labios.

Parecía que estuviera igual de desconcertado que yo por semejante comportamiento. Otros chicos también parecían tener la misma opinión que nosotros respecto a por qué las chicas estaban completamente bajo el influjo de Hugo.

Señalé con un gesto desdeñoso al chico de intercambio.

-Ha llegado un chico nuevo –respondí-. Y, al parecer, hay bastantes que están ávidas de carne fresca.

Matteo ahogó una risa mientras Natalia y Rafaela me miraban, molestas por mi comentario. ¿Acaso podían culparme por haberme resistido a sus encantos de cosmopolita? Sin embargo, y eso es algo que no les diría jamás en voz alta, sentía una insana curiosidad por saber quién era realmente; además de una pizca de esperanza por esperar que Hugo fuera, en realidad, Habis.

El corazón se me aceleró cuando pensé en él. Era cierto que Hugo y Habis eran parecidos físicamente, pero Habis me había parecido mucho más... cercano; Hugo, por lo poco que había podido ver, parecía un chico al que le gustaba ser el foco de atención y, en esos precisos momentos, estaba paladeando la atención que había logrado suscitar.

El brazo de Matteo cayó pesadamente sobre mi hombro y su barbilla la apoyó sobre su antebrazo, sin dejar de contemplar aquella estampa tan surrealista.

-Tiene aspecto de haber salido de alguna gran ciudad –comentó, como si estuviera diseccionando un insecto-. Yo apostaría que viene de Londres o París. ¿Habéis comprobado si tiene acento?

Natalia alzó la barbilla, bastante indignada.

-Vive en Rusia –respondió-. Creo que su padre es de allí y que, gracias a ello, pudieron establecerse en el país una vez tuvieron que huir de la ciudad donde vivían...

-¿Tuvieron que huir del país donde vivían? –repitió Matteo con renovada curiosidad y sus ojos se estrecharon-. ¿Y si es hijo de algún mafioso y papi ha tenido que mandarlo aquí para que sus socios de la Bratva no lo encuentren?

Ahora fui yo quien ahogó una risa tapándome la boca con la mano, divertida con la ocurrencia de Matteo.

Un nuevo escalofrío me informó que había atraído la atención de Hugo otra vez y que sus ojos azules estaban clavados en Matteo y en mí; a pesar de la distancia que nos separaba, juraba que podía percibir una furia que no supe cómo tomármela. ¿Por qué estaba enfadado Hugo?

-Barukh nos ha comentado la idea de hacer una pequeña fiesta hoy en su casa –dijo entonces Matteo, ignorando la cara de enfado de Hugo-. Tiene piscina cubierta, así que nos lo pasaremos bien. ¿Os apetece la idea?

Rafaela no tardó en aceptar la invitación de Matteo, pero Natalia y yo nos miramos con nuestras respectivas dudas. Dentro de tres días tendríamos el examen de Cálculo y yo aún no había comenzado a estudiar; no era una estudiante con notas brillantes, no estaba todo el día estudiando y prefería mil veces pasar una tarde fuera de casa con mis amigos a estar estudiando.

Natalia, por el contrario, tenía unas notas decentes y era constante. Anteponía sus estudios antes que la diversión; sabía exactamente el dilema que se le estaba planteando en su mente: aceptar la invitación como había hecho Rafaela o quedarse en casa estudiando... o practicando cualquiera de sus coreografías.

Miré a mi hermanastra y vi que me hacía un imperceptible movimiento con la cabeza.

-Tenemos examen de Cálculo y... -empecé.

-A Alessandro le haría mucha ilusión veros por allí –contraatacó Matteo y supe que acababa de asestar un golpe mortal a la negativa de Natalia.

Los ojos de Natalia aumentaron de tamaño y suspiré interiormente ante la situación que se nos avecinaba. Mi hermanastra estaba perdidamente enamorada de Alessandro, lo que suponía un punto importante a la hora de aceptar o no la invitación.

-¿Qué... qué hay del tiempo? –inquirí, tratando de ganar algo de tiempo.

Matteo y Rafaela alzaron ambas cejas.

-La casa de Barukh no está lejos –respondió-. Además, estaremos a cubierto.

Sabía perfectamente dónde vivía Barukh, ya que no sería la primera vez que visitaría su casa. Se encontraba casi a las afueras de Portia, en la última línea que pegaba a la playa; no era una megamansión que parecía sacada de los reality shows que a veces Natalia me obligaba a ver, pero tenía su encanto.

Sin duda alguna, su casa era una de las más bonitas que podía haber en el pueblo.

¡Lo que no significaba que iba a aceptar tan deprisa! Ahora que habían conseguido poner en un compromiso a Natalia, ya que habían metido de por medio la baza de Alessandro, yo era la única que tenía la última palabra.

Matteo vio que dudaba.

-Si es por la distancia, mi hermano Giulio podría acercarnos –dijo, con esperanzas.

Miré de soslayo a Natalia y vi que ella me estaba mirando fijamente, con un brillo suplicante. Sabía que, si me negaba, podría hacer enfadar a Natalia y eso era lo último que quería; aún recordaba bastante bien la acusación que había dejado flotando en el aire cuando me había encontrado empapada en mi cama.

Además, en el fondo sabía que hubiera aceptado.

-Muy bien –claudiqué-. Pero no nos quedaremos mucho, ¿entendido? –aquello iba dirigido exclusivamente a Natalia, que daba brinquitos sobre la punta de sus pies.

Todos se quedaron estupefactos y me pregunté si era debido a mi respuesta; me giré a tiempo para ver cómo Hugo se nos acercaba, respaldado por dos chicas que reconocía vagamente de otros cursos.

-Hola –fue lo que dijo cuando nos separaban apenas unos metros.

Ahora fui yo la que se unió a esa estupefacción; Matteo fue el primero en salir de la sorpresa y le tendió una mano, sonriendo amablemente.

-Encantado de conocerte... -dejó la frase en el aire, ya que aún no sabía cómo se llamaba.

Apreté los dientes con fuerza, sin apartar la mirada del rostro de Hugo, cuya expresión parecía haberse vuelto más hosca aún.

-Hugo –completó, sin apartar la mirada de la mano que Matteo mantenía en el aire-. Todo el mundo me llama Hugo.

Matteo rió.

-Ya he escuchado que tienes un nombre peculiar. Y que tuviste que huir de tu ciudad natal...

Los ojos de Hugo se estrecharon y supe que el comentario le había molestado más de lo que quería aparentar. A mis flancos, Natalia y Rafaela contemplaban maravilladas a Hugo, casi podía escuchar cómo hiperventilaban.

-Mi familia no tuvo opción –replicó con frialdad-. Muchos de nosotros corríamos peligro allí –añadió, mirándome a mí intencionadamente.

Su indirecta alusión hizo que me irguiera de golpe y lo observara con recelo. No lo había dicho casualmente y, apostaría, que sus palabras iban dirigidas a mí por algún motivo que aún no conocía.

Sin embargo, no intervine en la conversación.

-En ocasiones, este tipo de huidas esconden un motivo bastante... perverso –reflexionó en voz alta Matteo-. No sé... como cuando tu padre es el líder de una organización criminal...

Un extraño presentimiento me desveló que las palabras de Matteo habían cabreado a Hugo. Lo espié discretamente y vi que sus iris se habían oscurecido, además que su rostro se había contraído en un gesto más que molesto; sabía que Matteo no lo había dicho con mala intención, pero no entendía qué buscaba con aquella insinuación.

Decidí que había llegado el momento de dar por concluida la conversación; el timbre no tardaría en sonar y quería alejar a Matteo de Hugo porque tenía la sensación de que Hugo era bastante peligroso cuando se enfadaba.

Ni siquiera había pensado aún en cómo abordarlo para interrogarlo. Pero delante de mis amigos me negaba en rotundo. ¡A saber lo que podrían pensar!

-Matteo, Rafaela –empecé, tratando de sonar sugestiva-. ¿No tendríais que estar ya en clase?

Rafaela se encogió de hombros.

-Igual que vosotras –respondió.

Cogí a Natalia por la muñeca y esbocé mi sonrisa más convincente.

-Necesito que me dejes tus deberes –le pedí a Natalia, que me miró con desconcierto: ayer mismo le había pedido ayuda y había sido testigo de cómo los había terminado. Le dirigí una elocuente mirada-. Por favor.

Los ojos de mi hermanastra se abrieron desmesuradamente antes de balbucear una torpe respuesta y seguirme al interior de la clase, dejando allí a Hugo plantado, ya que Matteo y Rafaela decidieron marcharse a sus respectivas aulas; me dejé caer sobre mi silla y noté a mi corazón golpeando contra mis costillas.

Las señales que me había enviado Hugo demostraban que o bien me conocía, o bien sentía interés por mí. Quise decantarme por la primera opción, recordando mi teoría sobre la verdadera identidad de Hugo.

Natalia dejó abruptamente sus carpetas sobre la mesa y se dedicó a contemplar el sitio vacío de Hugo.

-Creo que le gustas, ¿sabes? –dijo con una firmeza inusitada-. A Hugo, quiero decir.

Aún no me había preguntado sobre mi anterior comportamiento, pero no tardaría en sacar el tema a colación; empecé a rebuscar en mi estuche para evitar mirar a Natalia, que parecía saber más de lo que nos hacía creer.

-Te estás equivocando –murmuré.

La miré de soslayo y vi cómo enarcaba ambas cejas con escepticismo.

-¿Ah, sí? –canturreó-. Pues no lo parecía allí fuera.

Decidí encararla, dispuesta a dejarle bastante claro a Natalia que Hugo no me conocía lo suficiente como para poder afirmar que le gustaba. En todo caso, si Hugo resultaba ser Habis, tenía bastante claro que estaba preocupado por mí o emocionado por el reencuentro fuera del mundo de los sueños.

No en vano habíamos compartido tres años de juegos y chiquilladas.

Pero eso es algo que Natalia no debía conocer bajo ningún concepto.

-No sé a lo que te refieres, Natalia –mentí.

Ella apoyó su mejilla sobre la mano y me observó largamente.

-Todos nos hemos dado cuenta, Amelia –me regañó con suavidad-. Por cierto, no te olvides de preguntarle a Matteo a qué hora vendrá Giulio a por nosotras; tampoco tengo intención de quedarme allí hasta que no quede nadie en pie. Tenemos un importante examen dentro de unos días –añadió con una pizca de culpabilidad.

Asentí enérgicamente ante su cambio de tema, agradecida en el fondo.

-Te prometo que nos quedaremos hasta que tú lo decidas –prometí.

Natalia esbozó una traviesa sonrisa.

-¿Crees que vendrá Hugo? –suspiró ensoñadoramente.

Por un lado, una parte de mí estaba deseando encontrárselo en la fiesta, ya que podría conducirlo a un sitio en el que estuviésemos a solas para poder preguntarle sobre mi alocada teoría; la otra parte, temblaba de temor de encontrármelo allí. No sabía cómo explicarlo, ya que eran sentimientos claramente opuestos.

***

A la salida me encargué de buscar a Matteo mientras Natalia me esperaba para poder quedar. Ya que se había ofrecido a que su hermano nos llevara en coche a la fiesta y que no hubiéramos tenido tiempo para concertar los detalles, tuve casi que repatearme el instituto para poder dar con él; lo encontré en la última planta del edificio, enfrascado en la interesante tarea de limpiar todos los instrumentos que debían haber usado en su clase de Química.

Una vez hecha la tarea, me reuní con Natalia en la entrada del instituto. Parecía estar bastante molesta por algo, ya que su boca había formado un mohín y estaba de brazos cruzados.

-¿Quién se ha atrevido a agraviarte, oh, dulce doncella? –me interesé mientras echábamos a andar hacia la salida.

Natalia bufó e hizo un aspaviento en dirección al cielo. Alcé la mirada y me quedé perpleja al comprobar que no había ni una nube cubriéndolo, difiriendo del encapotado y negruzco aspecto que había tenido aquella misma mañana.

-¡Ni una puñetera nube! –despotricó mi hermanastra, bastante ofuscada-. ¿Cómo puedes explicártelo, Amelia? Esta misma mañana parecía que estaba cayendo el Diluvio Universal y ahora no hay ni una sola maldita nube.

A mí también me resultaba sospechoso aquel cambio de clima tan drástico, pero no tenía una respuesta que darle a Natalia.

-El tiempo en Portia es así de... extraño –probé a decir.

-Oh, no –negó ella-. Aquí hay un complot, seguro. Esto es demasiado sospechoso.

Hice un ágil cambio de tema preguntándole sobre el nuevo álbum que había sacado uno de sus grupos favoritos y la mirada ceñuda de Natalia se iluminó, lanzándose a un profundo y entusiasmado monólogo donde me explicó pacientemente su opinión sobre las canciones que conformaban el álbum y lo rara que se sentía al escucharlo tras la expulsión del grupo de una de sus integrantes.

Natalia hizo un aspaviento con la mano, enfadada.

-Está bastante claro que podría haber compaginado ambas cosas –me decía en aquellos momentos, casi alcanzando la puerta de nuestro hogar-. Me pareció fatal el poco apoyo que recibió por sus compañeras...

Un gran estruendo nos recibió cuando pusimos un pie en el recibidor. El ruido procedía del piso de arriba y, en parte, también de la cocina; Natalia y yo nos miramos con una mezcla de desconcierto y temor por lo que podría estar sucediendo en aquellos momentos en nuestra propia casa.

-¡Mamá! –grité, intentando hacerme oír por encima del alboroto-. ¡Mamá, ya estamos en casa?

-¿Se puede saber qué está sucediendo? –chilló Natalia, poniendo los brazos en forma de jarras-. ¿Hemos decidido adoptar a una manada de toros o qué?

-Técnicamente se le llama torada, no manada de toros –la corregí con una sonrisa.

Natalia se encogió de hombros con fingida indiferencia.

-Quizá hayan decidido vengarse de nosotros por todos estos años en los que no les hemos dejado descansar en paz –elucubró mientras nos dirigíamos hacia la cocina.

Allí nos esperaban Pietro, evidentemente enfadado, y la abuela, que trataba de hacerle entender que las verduras eran buenas y saludables.

Pietro cogió un poco de espinacas con su tenedor y las contempló con aversión.

-Mi amigo Mauro tiene que comer verduras porque está muy gordo y yo no veo que adelgace –argumentó-. Yo no estoy gordo ni necesito adelgazar.

Natalia rió con malevolencia mientras mi abuela nos dedicaba una media sonrisa y nos disponía nuestros respectivos platos de comida; Pietro puso una cara de asco cuando Natalia cogió el suyo de las manos de mi abuela.

-¿Sabes qué, Pietro? –le preguntó, muy seria-. Había una vez un niño que, por no comerse la comida que había en su plato, se convirtió en un conejito y tuvo que comer verduras el resto de su mísera vida que, en los conejos, lamentablemente, tienen una media de diez años.

Aquella historia horrorizó a Pietro, que miró a Natalia boquiabierto y con las espinacas aún pendiendo de su tenedor.

-¿Sabes qué más, Pietro? –continuó Natalia sin piedad-. Yo siempre quise tener un conejito. ¿Y tú, Amelia? –me preguntó, intentando unirme a su pesada broma.

Asentí, aceptando gustosamente su invitación.

-Adoro a los conejitos.

El rostro de nuestro hermano se había puesto pálido y sus ojos se habían humedecido; aun así, y mostrando una gran fortaleza, se llevó el tenedor a su boca y comenzó a comer lentamente.

Mi abuela nos miró alternativamente con una mezcla de enfado y agradecimiento. A Natalia le encantaba inventar historias, incluso se había atrevido a subir alguno de sus relatos a una web, y no perdía cualquier oportunidad que se le presentaba.

-¿Se puede saber qué demonios ocurre en el piso de arriba? –preguntó Natalia mientras terminábamos de comer-. Ni que hubiéramos permitido a cualquier banda de pacotilla practicar en nuestras habitaciones.

Mi abuela sonrió.

-Giancarlo ha enviado a un amigo suyo para que eche un vistazo a la tubería –contestó-. No podemos estar usando su baño privado por más tiempo y han decidido arreglarlo.

Me incliné sobre la mesa.

-¿Se sabe ya qué fue lo que sucedió?

Los labios de mi abuela se fruncieron.

-Explotó porque hubo una gran cantidad de agua condensada en ese punto –respondió con cautela-. Como si se hubiera agrupado. Todavía no se explican cómo es posible ya que no había atasco alguno.

Tragué saliva con desazón. No habían encontrado ningún objeto que hubiera atascado la tubería y tenía la amarga sensación de que la imagen de aquella extraña mujer que había aparecido en mi cabeza, además de ese desconcertante sentimiento de odio hacia ella, había sido el desencadenante de todo. Pero ¿cómo había sido posible que yo misma hubiera hecho explotar esa tubería?

-Estaría vieja –intentó ayudar Natalia.

En mi interior agradecí a mi hermanastra aquella intervención. Los ojos de mi abuela se habían vuelto a clavar en mi rostro y se mostraba pensativa, como si tuviera la cabeza en otra parte.

-Creo que voy a subir a mi habitación a descansar un rato –dije, poniéndome en pie.

Como nadie dijo nada, me lo tomé como una afirmación; llevé mis platos a la pila de la cocina y subí lentamente a mi habitación; mi madre se encontraba en el pasillo, en la puerta del baño, seguramente vigilando de muy cerca el trabajo que debía estar llevando a cabo el amigo que había enviado Giancarlo.

Sus ojos se desviaron en mi dirección al escucharme.

-Ah, Amelia –suspiró mi madre y yo me acerqué tímidamente.

-Hola, mamá –saludé.

Me quedé a una distancia prudente de su cuerpo y me crucé de brazos mientras del baño volvían a salir aquellos irritantes sonidos; mi madre tampoco trató de acercarse a mí, simplemente se giró hacia el baño, esperando a que yo hablara de nuevo.

Sin embargo, yo no tenía mucho que decir.

-Hoy ha venido un chico de intercambio –comenté en tono casual.

Mi madre hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, sin prestarme mucha atención.

-Se llama Hugo y viene de un pueblecito cerca del Océano Atlántico –continué, esperando algún tipo de reacción por parte de mi madre.

Los ojos de mi madre se despegaron un segundo del interior del baño para clavarlos en mi rostro con un gesto que me pareció asustado. Un segundo después, una máscara de indiferencia que sustituyó a su cara de susto.

-Oh... cariño... eso es fantástico –consiguió articular-. Espero que le guste Portia el tiempo que esté aquí.

Me despedí de mi madre diciéndole que me iba a echar un rato pero, una vez estuve tumbada sobre mi cama, el sueño no quería venir a mí. No sabía qué es lo que iba a encontrarme, pero tenía seguro que Habis no volvería a mostrarse ante mí de esa forma.

Lo que me trajo a la mente de nuevo a Hugo.

Natalia no vino a mi habitación a la hora que habíamos acordado para poder prepararnos, por lo que decidí ir a buscarla yo misma; llamé las dos veces reglamentarias y pude escuchar el murmullo de una de sus canciones sonando. Abrí con cuidado la puerta y la espié mientras mi hermanastra parecía bastante concentrada en repetir la coreografía en la que había estado ensayando aquellos últimos días.

La observé haciendo un movimiento bastante sugerente en el que terminaba imitando a un león... o un gatito, y no pude contener más la risa; Natalia dio un brinco al pillarme en la puerta y me hizo un gesto para que pasara. Cerró la ventana de YouTube en la que estaba viendo el vídeo y se sentó sobre su silla para poder observarme largamente.

-¿Te gusta verme bailar, Amelia? –bromeó, poniendo su mejor tono seductor.

Contuve la risa.

-Lo haces bastante bien –admití y espié la pantalla de su ordenador-. ¿Qué estabas haciendo que no has venido a avisarme?

Las mejillas de Natalia se tiñeron levemente.

-Estaba intentando subir un nuevo capítulo a Wattpad –me explicó, con azoramiento-. Y... y estaba tratando de encontrar una película.

-¿Cuál? –pregunté.

Natalia soltó un suspiro exagerado.

-Boruto –respondió tras un segundo en silencio-. Pero no hay suerte: solamente he podido encontrar fragmentos grabados de la película... ¡Y estoy completamente desesperada por verla!

Conseguí que se olvidara por unos momentos de Boruto y de su baile sensual para vestirla para la ocasión; Natalia tenía sus reglas respecto al vestuario que le gustaba llevar cuando salíamos: nada de vestidos de tallas reducidas y nada de escotes pronunciados, por no hablar de zapatos de tacón de más de seis centímetros. Yo me dedicaba a hurgar en su armario y a sacar diferentes combinaciones mientras Natalia comentaba las prendas con el ceño fruncido y, en ocasiones, fingiendo ser torturada.

Una vez estuvimos las dos más que preparadas: ambas embutidas en nuestros mejores jeans y blusas, ya que Natalia se negaba a ponerse uno de mis vestidos; bajamos hacia la salida, donde debían de estar esperándonos Giulio y Matteo.

Aún se retrasaron un par de minutos antes de que viéramos aparecer por el final de la calle el viejo Peugeot de Giulio y oyéramos sus bocinazos; Matteo le cedió su asiento a Natalia en la parte de delante mientras él y yo nos colocábamos en los asientos traseros.

Giulio me guiñó un ojo a través del espejo retrovisor.

-Espero que te hagas cargo de estas dos señoritas, Matteo –le advirtió su hermano en tono que pretendía ser serio-. Y no te olvides que tu hora de llegada es a la una... Además, mamá y papá esta noche saldrán a cenar a casa de los Partenope, por lo que no te asustes si te encuentras la casa desierta.

-Sí, papá –respondió Matteo-. ¿Podemos irnos ya o vas a seguir humillándome todo el trayecto?

Su hermano esbozó una sonrisa malvada.

-¿Os había contado alguna vez que Matteo estuvo hasta los diez años durmiendo todas las noches con su osito de peluche, Tadeo? –nos contó, ante la vergüenza de Matteo.

-¡Giulio, por favor! –protestó.

Natalia se inclinó contra el salpicadero y señaló hacia la lejanía.

-Ahí está, ahí está –exclamó, salvando la situación de convertirse en un baño de sangre entre los hermano Carvalho.

Nos despedimos de Giulio, además de agradecerle que nos hubiera llevado hasta allí, y esperamos a que el coche del hermano de Matteo desapareciera calle abajo.

Una vez hubo desaparecido, todos dimos la vuelta y nos apresuramos a llamar a la puerta. Barukh se apresuró a abrirnos la puerta y Matteo le mostró dos botellas nuevas de vodka que debía haberle robado a sus padres; Barukh aceptó la ofrenda de Matteo y nos invitó a todos a pasar.

-¡La piscina está preparada por si alguno de vosotros quiere bañarse! –nos avisó a nuestra espalda-. Pero, de hacerlo, evitad meteros con bebidas... o con cualquier otra sustancia.

No le hicimos caso y nos dirigimos directos a buscar al resto de nuestros amigos. Natalia estaba desesperada buscando a Alessandro entre la multitud, haciendo pucheros e hinchando los carrillos al no localizarlo. Sin embargo, Matteo tuvo mucha más suerte que nosotras dos: los divisó cerca de la terraza que conducía a la piscina climatizada y nos avisó a nosotras.

Nos acercamos hacia el rincón donde se habían reunido y nos saludamos entre todos con efusividad; Rafaela estaba apoyada en Mario y tenía las mejillas sonrosadas, además de un vaso entre las manos que se tambaleaba peligrosamente.

Alessandro nos dedicó una sonrisa y nos dio un par de besos a ambas mejillas a las dos; Natalia se quedó un poco perpleja, pero pronto se recuperó de la sorpresa estableciendo una animada conversación con Amanda sobre lo que se había convertido en el tema central de todo el instituto: Hugo.

Fingí que no escuchaba la animada charla, a la que después se le unió Rafaela con sus comentarios personales un poco obscenos; Matteo y el resto de chicos se habían unido en un corrillo para poder hablar de la tormenta que había estallado aquella mañana y que luego había desaparecido casi por arte de magia.

Al ver que ninguna de las dos conversaciones me llamaban lo más mínimo, me dediqué a observar al resto de invitados que habían ido llenando el salón de la casa de Barukh. Un nutrido grupo de chicas y chicos se había reunido en torno a una persona que, a pesar de la distancia que nos separaba, pude reconocer como Hugo.

No supe si sentirme contenta de verlo allí o, por el contrario, enfadada de que hubiera conseguido aclimatarse tan rápido en Portia.

Me excusé de mi grupo de amigos diciéndoles que me iba un rato a la terraza acristalada donde estaba la piscina y me apresuré a desaparecer del salón sin que Hugo pudiera verme; aquella zona no estaba tan llena como el salón y los pocos que estaban allí se habían metido vestidos en la piscina o estaban hablando en los bancos acolchados que la madre de Barukh había colocado allí.

Me interné entre ellos y conseguí alcanzar un rincón cerca del borde de la piscina. De nuevo, un tirón en el estómago me hizo que me quedara mirando fijamente el agua iluminada, invitándome a que me metiera en ella; recordé la terrorífica historia que yo no lograba recordar sobre mi aventura con las piscinas siendo muy pequeña, pero no pude moverme del sitio.

El movimiento del agua me tenía completamente hipnotizada.

-¡Amelia Mantovani! –gritó una voz en la otra orilla de la piscina.

Alcé la mirada de golpe en dirección de donde procedía dicha voz y me topé con la amplia sonrisa de Fabrizio Delluci, quien iba un curso por encima de mí. Lo saludé con una mano y él se tomó ese gesto como una invitación a que se acercara hasta donde me encontraba; observé cómo se tambaleaba por el borde de la piscina y decreté que debía estar bebido.

Compuse una sonrisa a toda prisa y aguardé pacientemente a que llegara a mi altura, jugando con su vaso.

-¡Qué sorpresa encontrarte por aquí! –exclamó, casi volcando su bebida en mi blusa.

Me aparté de él un pequeño espacio, sin perder la sonrisa.

-Hola, Fabrizio –lo saludé amablemente.

-Supongo que ya habrás visto al nuevo –comentó-. Es la comidilla de todo el instituto.

Me encogí de hombros y él le dio un sorbo a su bebida.

-Oye, hace tiempo que no nos vemos –mentira, ya que nos habíamos cruzado hacía dos días en la plaza de Portia. Además, él y yo no éramos tan cercanos.

Me quedé helada cuando Fabrizio se adelantó unos pasos y me rodeó la cintura con el brazo que tenía libre. Su aliento apestaba a alcohol y tabaco, incluso me arriesgaría a decir que también un poco a porros, lo que hizo que una náusea sacudiera mi estómago; procuré mantener mi sonrisa, pero aquella peste me estaba poniendo de los nervios, al igual que la confianza que Fabrizio había cogido conmigo.

Traté de moverme en cualquier dirección y casi lo conseguí: unos centímetros a mi derecha, hacia donde se encontraba la piscina.

-Oh, bueno, quizá algún día podríamos salir –le propuse.

Aquello no pareció ser suficiente para él.

-¿Qué hay de malo en que pasemos un tiempo aquí a solas? –me preguntó.

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal, como siempre sucedía cuando Hugo estaba cerca; miré a mi alrededor, casi frenética, buscándolo con la mirada y dejando sin vigilancia a Fabrizio.

Mis ojos dieron con Hugo justo cuando éste salía de la casa a la terraza, mirándome fijamente y sin necesidad de buscarme por toda la terraza (como había hecho yo), a lo que Fabrizio trató de aprovechar intentando rodear mi cintura para estrecharme más a él; me deshice de su enganche apartándole los brazos de malas formas y retrocediendo automáticamente hasta que el borde de la piscina se acabó y mi cuerpo se precipitó a la piscina.

Ni siquiera me molesté en chillar cuando caía, ni tampoco cuando chocaba contra la masa de agua y me hundía.

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