{♚} Capítulo siete.
La pregunta de Natalia me pilló completamente desprevenida. Parpadeé, perpleja, mientras mi hermanastra se acercaba a mi cama con una sonrisa ladina; no pude evitar tensarme cuando se apoyó en el colchón, lo que le hizo creer que, en realidad, ocultaba algo sobre lo que había sucedido entre Hugo y yo.
Natalia estaba formándose ideas equivocadas.
-No nos hemos besado –le aseguré.
Ella alzó ambas cejas, sin creerse ni una de mis palabras. Después soltó un resoplido burlón.
-Ya, por supuesto –se rió-. ¡Y yo soy la reina Isabel! Vamos, si hasta te has puesto colorada –añadió, señalándome con la mano.
Abrí los ojos desmesuradamente; no sabía si echarme a reír o enfadarme por la poca confianza que parecía tener en mí.
-No me he puesto colorada –repliqué-. ¡Y no nos hemos besado! –repetí, casi gritando.
La sonrisa de Natalia se hizo mucho más amplia, pero tomó la buena decisión de no seguir insistiendo en el tema; en su lugar se tumbó cuan larga era sobre mi colchón y levantó las piernas.
-Supongo que os intercambiasteis los números de teléfono –elucubró, con la mirada clavada en el techo de mi habitación.
Resoplé.
-Se ha limitado a traerme a casa –respondí, con un tono molesto-. ¿Y qué hay de ti? ¿Qué ha pasado con Alessandro que no has podido contarme por teléfono?
Vi cómo sus mejillas se ponían levemente coloradas y que bajaba las piernas rápidamente, golpeando con los talones las tablas del suelo. No pude evitar encogerme al pensar en el cofre que había escondido bajo la cama y que había robado de la habitación de mi abuela.
-Oh, sí... eso –masculló a media voz.
Ladeó la cabeza en mi dirección y vi que sus ojos brillaban de una manera... especial. Algo gordo debía haber sucedido en la fiesta, algo que había cambiado por completo la perspectiva que tenía respecto a Alessandro.
Me recoloqué en la cama, apoyada sobre mis codos y con toda mi atención puesta en lo que Natalia tuviera que contarme.
-¿Y bien? –insistí, procurando que mi voz sonara ansiosa por conocer la historia que se traía entre manos.
Natalia frunció los labios haciendo un adorable mohín.
-Cuando te marchaste con Hugo no pude evitar más la tensión del momento –se me había olvidado comentar que, debido a esa vena de escritora, Natalia tendía a exagerar un poquitín las cosas-. Me refugié en un pasillo para que nadie me viera llorar por todo lo que había pasado cuando le vi aparecer... parecía igual de preocupado que yo y se acercó para intentar consolarme...
Hizo una pausa y supe que, lo que venía a continuación, iba a ser una bomba; este tipo de silencios los usaba para crear efecto y hacer que lo siguiente que dijera me dejara completamente anonadada.
Sus mejillas se oscurecieron y yo me incliné más hacia ella.
-¿Qué más? –exigí, ávida por conocer el final de esa anécdota.
-Me besó.
Ahogué una exclamación de sorpresa y júbilo mientras Natalia dejaba escapar una forzada risita que demostraba lo incómoda que se sentía después de haberme contado eso; me lancé encima de ella y nos fundimos en un raro abrazo donde Natalia se quejaba en broma de que iba a terminar por escupir un pulmón.
Me aparté de ella lo suficiente como para dejarla respirar y para que pudiera terminar de contarme lo que había sucedido.
-Mentiría si te dijera que fue solo un beso –prosiguió, colorada por la vergüenza.
Sonreí.
-¿Os enrollasteis en mitad del pasillo? –dije, aún sorprendida por lo sucedido.
Natalia asintió varias veces.
-Luego me llevó de la mano hacia donde nos esperaban el resto y fue cuando Matteo dijo que nos fuéramos –finalizó con un soñador suspiro-. Por cierto, Matteo parecía bastante cabreado.
Alcé una ceja.
-Sigo sin entender por qué, no tiene motivos para estarlo.
Natalia me lanzó una elocuente mirada.
-¿Y si, simplemente, está celoso?
Me eché a reír de buena gana.
-¿Celoso? –repetí entre risas-. ¿Por qué tendría que estar celoso?
Lo cierto es que me hubiera esperado ese comportamiento de Alessandro, ya que me había prestado demasiada atención en estos últimos días; no me había molestado en absoluto lo que había sucedido entre Natalia y él porque, lo cierto, es que mi hermanastra se merecía que Alessandro le prestara atención de aquella forma.
Se lo merecía, de verdad.
-Hugo no le cae del todo bien.
-Ya lo sé –dije.
Los ojos de Natalia se clavaron en mi cuello y sus dedos se alzaron, rozando la lágrima, que se debía habérseme salido en algún momento; sus yemas rozaron la superficie de mi colgante y sus ojos brillaron durante un segundo, como si tuvieran luz propia.
-¿De dónde lo has sacado? –me preguntó en un susurro.
Lo escondí en mi puño y me retiré un poco, pero Natalia se inclinó hacia mí como si estuviera hipnotizada.
-Lo he encontrado en uno de mis viejos joyeros –mentí.
-Es precioso –me felicitó.
Intenté sonreír, pero la actitud de Natalia no me transmitía buenas vibraciones. Le di un golpe en la tripa de manera juguetona.
-Entonces, ¿qué hay entre tú y Alessandro? –le pregunté, tratando desesperadamente de cambiar de tema.
Natalia se reclinó después sobre la cama, con los ojos otra vez clavados en dirección al techo.
-No lo sé.
Decidí enclaustrarme en mi habitación para evitar que mi madre y mi abuela pudieran verme y sospechar algo; rezaba en silencio para que Natalia no comentara nada respecto al colgante que llevaba. Cuando mi madre subió para preguntarme si quería bajar a cenar, me apresuré a taparme con el cuello con mi propio cabello y me excusé diciéndole que tenía que estudiar para mi próximo examen de cálculo.
Nos sostuvimos la mirada, ella desde el quicio de la puerta y yo desde la cama, y no pude evitar preguntarme de nuevo por qué había decidido bloquear parte de mis recuerdos, parte de mi vida.
Esa misma noche me quedé dormida con el colgante que había encontrado en el cofre fuertemente apretado en mi mano, como si aquella joya fuera un potente somnífero para mí.
Cuando me dejé caer, a la mañana siguiente, sobre mi silla me estaba mentalizando para el día que se me abría por delante; el hueco que ocupaba Hugo estaba vacío, aún no había visto a Matteo y había tenido que soportar a una Natalia que estaba muerta del terror por encontrarse con Alessandro después de haber compartido mucho más que un momento a solas.
Natalia se encontraba a mi lado, moviendo su bolígrafo de un lado a otro mientras vigilaba la puerta, guardando la esperanza de que Alessandro no tardara mucho en aparecer por ella.
Yo estaba haciendo memoria de lo que había sucedido la noche anterior, cuando me había quedado dormida: tal y como había supuesto, aquella noche fue la primera vez en tres años en los que pude soñar... libremente; mi mente reprodujo el recuerdo que había conseguido rescatar tras escuchar la melodía de la caja de música y mi mente lo retorció hasta que me encontré cara a cara con mi padre. Tuve que contener las lágrimas al recordar cómo me había abrazado en mi sueño y me había dicho lo orgulloso que estaba de mí.
Puse un gesto de dolor cuando el codo de Natalia se me clavó en el costado.
-¿Te pasa algo? –me preguntó.
Me froté la zona dolorida con fruición, fulminándola con la mirada.
-Que acabas de clavarme tu codo en mis costillas, Natalia –respondí.
Ella soltó un gemido ahogado y se apresuró a esconderse tras los libros mientras yo me encontraba con un Hugo sombrío entrando por la puerta, seguido por Alessandro.
No pude evitar preguntarme qué es lo que habría sucedido para que Hugo estuviera de ese humor.
Ni siquiera se dignó a mirar en mi dirección y yo miré a Natalia, que seguía escondida tras su muralla de libros de texto, un gesto de incredulidad; ella se encogió de hombros, dándome a entender que no tenía respuesta alguna para mi pregunta no formulada.
Me crucé de brazos mientras Natalia fingía estar concentrada en su libro de texto. ¿Tendría algo que ver conmigo? ¿O simplemente estaba fingiendo una total ignorancia para no levantar sospechas entre nuestros compañeros de clase?
Llegué a la conclusión de que mi mejor opción en aquellos momentos era centrarme en la vida que había llevado antes de que Hugo decidiera interrumpir en ella para tratar de convencerme para que regresara a la Atlántida
«Xanthippe mató a mi padre... ¿Y no tengo ganas de vengarme por ello?», pensé con desánimo; hasta ayer mismo no tenía ni idea de cómo había sido mi padre físicamente y el recuerdo que había despertado en mí la melodía de la cajita de música.
Sin embargo, ahora que el bloqueo que se me había impuesto cuando era niña estaba perdiendo su fuerza, estaba comenzando a descubrir cómo había sido mi corta vida en la Atlántida.
Habis había conseguido hacerme dudar de mis intenciones, sus viperinas palabras habían logrado colarse en mis pensamientos y poner en duda lo que había creído firmemente en un principio. Fulminé con la mirada la espalda de Hugo, que seguía ignorándome por completo, frustrada por aquella indecisión.
Estuve todas las horas de clase con la mirada perdida, sumida en mis propios pensamientos y con la sensación de que, eligiera lo que eligiera, aquello iba a ser una decisión definitiva. Podría seguir con mi postura de negarme a poner un pie en la Atlántida, exigiéndole a Habis que se olvidara de mí y abandonando a mi pueblo; pero también podría hablar con él y decirle que había decidido movilizarme y hacer algo por todas aquellas personas que estaban sufriendo bajo el yugo de Xanthippe. Como si debiera hacerlo por mi padre.
Mi humor no consiguió mejorar ni siquiera cuando Matteo apareció de la nada a la salida de clase y nos informó que nos acompañaría personalmente a casa. A Natalia le dio un ataque de risa y yo lo miré con desconcierto.
-Llevamos haciendo este mismo camino durante años y todavía no nos ha pasado nada –protesté cuando echó a andar entre ambas.
Matteo me dirigió una mirada malhumorada.
-Siempre hay una primera vez para todo.
Puse los ojos en blanco y le di un golpecito en el brazo, tratando de que se le pasara el enfado. Éramos amigos desde el colegio, un poco después de que Giancarlo y mi madre decidieran casarse, y no quería que tuviéramos una pelea por una nimiedad.
-¿Y tu hermano? –le pregunté, cambiando de tema rápidamente-. ¿No se preocupará por haber decidido cambiar tu rutina?
Matteo sonrió con una pizca de picardía.
-Sobrevivirá –se limitó a responder con un tono burlón.
Natalia balanceaba los brazos al compás de una canción que iba tarareando para sí misma, en absoluto interesada a intervenir en la conversación. No pude evitar pensar de nuevo en ella y en Alessandro; en el tiempo libre que habíamos tenido ambos habían actuado como si no hubiera pasado nada.
Matteo chocó su hombro con el mío con suavidad, sacándome de golpe de mis pensamientos.
Parpadeé varias veces, confundida.
-Perdona, ¿decías? –mis mejillas se pusieron levemente coloradas debido a la vergüenza que me sobrevino por no haber estado pendiente de lo que Matteo había estado contándome.
-Estaba diciéndote que habíamos pensado en quedar en casa de Rafaela para estudiar –repitió pacientemente Matteo-. Te he preguntado si os apetecería venir.
De nuevo me incliné a mirar a Natalia para ver qué pensaba ella del asunto. Ella había decidido dejar de fingir que no estaba en absoluto interesada en nuestra conversación y su cabeza estaba girada en nuestra dirección; tenía las mejillas sonrosadas y fui capaz de leer perfectamente sus pensamientos: ¿estaría allí Alessandro? No había hablado con ella durante el descanso del instituto, pero estaba preocupada por cómo estaba su situación respecto a él.
Al ver que Natalia no decía nada, quizá un poco cortada a parecer tan evidente, decidí echarle una mano.
-¿Alessandro también tiene pensado en ir? –pregunté, tratando de no sonar muy ansiosa.
Matteo frunció el ceño, como si no terminara de cuadrarle que preguntara por Alessandro; yo esbocé una sonrisa de disculpa.
-En principio sí, ¿por qué quieres saberlo? –me miró de manera suspicaz, intuyendo que quizá ocultaba algo.
Me encogí de hombros.
-Creía haberle oído decir que tenía que ayudar a su padre con la tienda –mentí, intentando justificarme.
Natalia me lanzó una mirada de agradecimiento.
-Quizá estaría bien –intervino-. Pero solamente si os comprometéis a estudiar; la última vez que propusisteis esto terminamos con Rafaela haciendo un striptease encima de la mesa de sus padres mientras Adriano y Alessandro la jaleaban para que se desnudara por completo.
No pude contener una sonrisa mientras recordaba ese momento, había dado tema de conversación durante las siguientes tres semanas; Matteo y Natalia sufrieron un ataque de risa y noté en mi bolsillo cómo me vibraba el móvil.
Lo saqué y vi que tenía un mensaje de un número desconocido.
Reúnete conmigo en mi casa a las seis. No me he olvidado de nuestro acuerdo.
Resoplé y puse los ojos en blanco al descubrir que debía ser de Hugo; estuve dándole vueltas al misterio de cómo habría conseguido mi número de teléfono, pero no le respondí.
-Entonces, ¿os va bien a las seis? –nos preguntó.
Natalia asintió, confirmándole su asistencia. Sin embargo, yo...
-No puedo –respondí y ambos se giraron hacia mí con una cara de completa y total sorpresa-. Acabo de recordar que tengo que hacerle a mi abuela un recado...
¿Podía sonar más patética? Seguramente no. El humor de Matteo decayó en picado ante mi repentina negativa y Natalia me estudió largamente, consciente de que aquello era una excusa y que mi abuela no me había encargado nada en absoluto. Sin embargo, y por algún motivo que se me escapaba, no dijo nada ni trató de desenmascararme ante Matteo.
-Luego podrías unirte a nosotros –me propuso Natalia.
Los miré a ambos con la sensación de que les estaba fallando. Había decidido, sin tan siquiera habérmelo parado a pensar, aceptar la invitación de Hugo para que pudiera enseñarme a controlar mis poderes; además, luego estaba el asunto de la atracción que despertaba su simple presencia en mí, tal y como me sucedía cuando me encontraba cerca del mar.
-Es posible –respondí, intentando no darles esperanzas. Ni siquiera sabía cuándo iba a terminar mi sesión de «entrenamiento» con Hugo.
Nos despedimos de Matteo en la bifurcación que nos separaba de nuestros respectivos caminos; se me escapó un suspiro que no se le pasó por alto a Natalia, que me miraba fijamente mientras caminábamos en dirección a casa.
-Has quedado con él, ¿verdad? –me acusó Natalia, sin titubear-. Por eso te has inventado esa patética excusa para no venir.
Intenté mirarla con sorpresa, pero fracasé estrepitosamente. Me sentí estúpida por tener que fingir delante de mi hermanastra cuando era evidente que me había pillado desde el primer momento.
-No es para lo que tú crees –musité.
Las cejas de Natalia se alzaron, mostrando incredulidad.
-¿Ah, no? –preguntó-. ¿Y qué vais a hacer? ¿Echar una partida a las Magic?
Entendía perfectamente que no me creyera en absoluto cuando le decía que no íbamos a hacer nada de lo que su mente estaba creando; sin embargo, no podía contarle el verdadero motivo. Ni siquiera me creería si le contaba que mi familia había huido de la Atlántida y que, ahora, habían venido a por mí para poder recuperar lo que era mío.
Seguramente se mofaría de mí o me diría que era un buen material para sus historias.
No, definitivamente no podía contarle la verdad.
-Es difícil de explicar –respondí, evasiva.
Natalia bufó.
-Oh, claro –se burló-. Demasiado complicado de explicar que hayas quedado con un tío que está muy bueno para hacer Dios sabe qué.
No pudimos continuar con la discusión sobre por qué había quedado con Hugo o no. Llegamos a casa y Giancarlo nos recibió al otro lado de la puerta, despidiéndose de su amigo, quien había sido el encargado de arreglar lo que había provocado yo en el baño.
Natalia le dio un beso en la mejilla a su padre y yo lo saludé con un movimiento de mano.
-Amaranth está esperándote en el salón, Amelia –me informó Giancarlo, frunció el ceño-. Quería hablar contigo.
Lo miré con sorpresa y temor, pero él ya estaba de nuevo inmerso en una apasionante conversación con su amigo sobre fútbol; Natalia había desaparecido de la entrada y yo estaba demasiado acobardada para moverme. ¿Debía subir primero a mi habitación? No sabía lo que mi madre querría de mí, no quería verla. Mi madre podría notar que algo había cambiado entre nosotras, quizá empezara a sospechar.
Con un suspiro de resignación, decidí enfrentarme cara a cara a mi problema. Tal y como me había comunicado Giancarlo, mi madre me esperaba en el salón, sentada sobre el sofá y con un libro entre las manos; despegó la mirada de sus páginas para lanzarme una dura mirada que me dejó helada en mi sitio, en la puerta.
-Amelia, por favor, cierra la puerta –me pidió, depositando con cuidado el libro sobre la mesa y enfrentándose a mí.
Obedecí en silencio y me quedé frente a ella, de pie. Ni siquiera me había quitado la mochila, muerta de miedo por aquello.
Traté de mostrarme lo más sumisa posible, al igual que desconcertada y perdida por aquella extraña reunión entre mi madre y yo.
Mi madre soltó un cansado suspiro.
-Te he notado extraña estos últimos días –empezó mi madre, tratando de sonar suave, edulcorando lo que tramaba-. Estoy preocupada por ti.
Me crucé de brazos y cambié el peso de un pie a otro. Una creciente incomodidad iba apoderándose de todo mi cuerpo y no debía dejarme llevar por el pánico si no quería que mi madre pudiera sospechar.
-El instituto es duro –me excusé, echando mano del tema más manido del mundo.
La mirada que me dirigió mi madre decía que no había creído ni una palabra de lo que había dicho.
-Creo que no estás siendo del todo sincera conmigo –me contradijo-. Todo esto ha empezado desde la llegada a tu clase de ese chico de intercambio del que me hablaste... Hugo –hizo una pausa para darle efecto-. Natalia me ha dicho que te acercó a casa desde una fiesta ayer, mientras nosotros no estábamos.
Contuve un sonido estrangulado ante el carácter chismoso de Natalia y el rostro de mi madre se ensombreció, sacando las cosas de contexto seguramente.
-Estoy muy decepcionada contigo, Amelia –prosiguió mi madre con un tono dolido-. Pensé que, tanto tu abuela como yo, te habíamos dado otro tipo de educación... pero jamás pensé que harías algo así. Sabes que te permito que salgas con tus amigos, pero no creo que debas hacer un uso exagerado de ese privilegio que te hemos concedido...
Mis mejillas se habían puesto coloradas debido al enfado que estaba comenzando a bullir en mi interior ante las acusaciones que estaba lanzando mi madre; estuve a punto de echarle en cara que ella no era nadie para decirme esas cosas cuando ella misma me había ocultado una parte importante de mi vida, creando una historia ficticia sobre nosotras.
Me mordí la lengua.
-No sé quién es ese chico, Amelia, pero me parece vergonzoso tu comportamiento. De momento, estarás castigada sin salir –mi boca se abrió de golpe, llegándome casi hasta el suelo-. No te pongas así, jovencita: deberías haber pensado mejor lo que hacías antes de traerte un chico a casa cuando ninguno de nosotros estábamos aquí.
-Mamá... no pasó nada –hice un intento de explicarme-. Hugo me trajo a casa, sí, pero ni siquiera se bajó del coche y, mucho menos, me acompañó hasta aquí dentro.
Mi madre negó con la cabeza.
-El castigo sigue en pie, Amelia –pronunció lentamente mi nombre y sus ojos me estudiaron por completo-. ¿Cómo pudiste ser tan estúpida de confiar en un completo desconocido?
Aquello fue la gota que colmó el vaso.
-¡Hugo no es un desconocido! –chillé, poniéndome más colorada aún.
Los ojos de mi madre me observaron con frialdad.
-No le conoces de nada, Amelia –apuntó-. De nada.
Los ojos comenzaron a escocerme de rabia.
-A lo mejor a la que no conozco tanto como debería es a ti, mamá –solté la bomba sin pensarlo, dejando que el veneno de mis palabras hiciera el efecto que buscaba.
Le di la espalda y salí corriendo del salón; por el camino vi a mi abuela asomada por la puerta de la cocina, me miraba con lástima, pero me dio igual. Subí los escalones de dos en dos y me encerré en mi habitación.
Me quité la mochila de la espalda y la lancé contra la pared más cercana, soltando un chillido de frustración. ¿A qué venía todo aquel numerito? Jamás había quebrantado las reglas de nuestra casa y no comprendía ese comportamiento por parte de mi madre, que no tenía lógica alguna.
Maldita Natalia...
Alguien llamó a la puerta y yo le di la espalda; la tímida vocecilla de Natalia se coló desde el otro lado.
-¿Amelia? ¿Amelia, está todo bien? He visto...
-¡Déjame en paz! –le grité a pleno pulmón-. ¡Lárgate, Natalia!
Escuché los pasos de Natalia alejándose de mi puerta y bajando por las escaleras. Contuve un sollozo y saqué mi móvil, marcando un número en concreto.
No tardó en responder.
-¿Amelia? –parecía extrañado de que le hubiera llamado-. ¿Ha sucedido algo?
Sorbí por la nariz.
-Mi madre me ha castigado –le informé-. Me temo que no puedo salir de casa hasta nueva orden.
Hugo chasqueó la lengua con fastidio.
-¿Eso quiere decir que quieres cancelar nuestra cita?
Un agradable cosquilleo me recorrió cuando pronunció la última palabra. Hugo conseguía tener ese efecto en mí, ya que en mis sueños me había pasado algo similar cuando me había reunido en ellos con él.
Clavé la mirada en la pared, infundiéndome valor a mí misma.
-No, Hugo, lo que quiero es que vengas a buscarme –le dije, muy segura de mí misma-. Y quiero que lo hagas ahora mismo.
Desvié la mirada cuando escuché un extraño burbujeo cerca de mí; el vaso que había conseguido desbordar la noche anterior estaba hirviendo como si lo hubiera puesto encima de un fogón. Parecía estar mostrando cómo me sentía yo por dentro, como si fuera una manifestación de mi sentido de humor.
Hugo hizo un extraño sonido con la garganta.
-Allí estaré –me prometí y yo colgué.
Cambié la ropa que había llevado al instituto por un viejo chándal, además de preparar en una bolsa una muda y el teléfono móvil.
Entreabrí la puerta y espié el pasillo: vía libre. Me deslicé fuera de mi habitación y me apresuré a llegar a la habitación que compartían Giancarlo y mi madre; me humedecí los labios cuando me acerqué a la ventana que conducía al balcón y contuve un suspiro al observar el árbol.
Cogí aire y me encaramé a la rama que había usado para poder colarme en casa ayer; bajé con cuidado y, cuando mis pies tocaron tierra firme, no pude soltar todo el aire que había contenido durante el descenso.
Aún tuve que esperar algunos minutos hasta que vi enfilar el final de la calle al coche que usaba Hugo; me dedicó una sombría mirada y arrancó cuando no dije nada. No tardamos en alcanzar su casa y me bajé de un salto del coche cuando aún éste estaba en marcha.
-Estás demasiado tensa –observó Hugo, abriendo la puerta de su casa-. Deberías relajarte un poco antes de que empecemos con algunos ejercicios.
Le dirigí una mirada iracunda.
-Quiero empezar ahora –ordené y vi que el agua que había en cualquier recipiente cerca de mí comenzó a temblar.
A Hugo tampoco se le pasó por alto ese detalle, ya que me cogió por la muñeca y me condujo hacia la puerta que llevaba a su dormitorio; abrió la puerta, mostrándome un precioso dormitorio con un ventanal que ocupaba parte de la pared que teníamos enfrente y que tenía de acceso a la playa directo.
Allí fue a donde nos dirigíamos. Hugo corrió la ventana y me arrastró al exterior; la playa estaba completamente desierta y parecía ser un rincón bastante apartado del que comúnmente usaba la gente.
Nos quedamos cara a cara y yo entrecerré los ojos, esperando instrucciones de Hugo sobre qué debía hacer.
Noté ese familiar tirón en el estómago que siempre me sucedía cuando estaba cerca del mar y mis ojos se desviaron automáticamente hacia las aguas cristalinas, que empezaban a agitarse poco a poco, condicionadas por mi nefasto estado de humor; casi me olvidé por completo de mi enfado.
-Concéntrate, Amelia –escuché la voz de Hugo de fondo.
Traté de obedecerle, pero la llamada del mar se estaba acrecentando conforme más tiempo lo miraba. Alcé una mano de manera inconsciente y la retorcí en el aire; una ola fue creciendo para, después, crear un remolino al compás de mi movimiento de mano.
En cierto modo, era como si lo hubiera estado haciéndolo toda mi vida.
Ese pensamiento me trajo a la cabeza la traición de mi madre: ella me había escondido una parte de mi vida, ocultándome mi naturaleza.
El remolino creció de tamaño conforme lo hacía mi rabia y enfado hacia mi madre. Ella me había mentido descaradamente y se había comportado conmigo de una forma exagerada, sin darme la oportunidad de explicarle que sus conclusiones habían sido erróneas.
Alcé la otra mano e hice un movimiento, como si acercara esa tromba de agua hacia mí. Hice caso omiso de los avisos de Hugo y me centré únicamente en el control que creía tener sobre el agua.
Se me escapó un chillido de horror cuando no fui capaz de pararlo; el torbellino de agua se convirtió en una enorme ola de dos metros de altura y yo me cubrí el rostro con los brazos de manera inconsciente, tratando de protegerme.
Hugo rodeó mi cintura con uno de sus brazos y tiró de mí en su dirección. Sin embargo, el agua nos golpeó, tragándose mis chillidos.
Unos instantes después el agua se retiró, dejándonos a ambos tirados sobre la arena, el uno al lado del otro. Me incorporé de golpe, tosiendo y escupiendo agua mientras Hugo sacudía la cabeza, lanzándome gotitas de agua salada de su pelo.
Cuando nos miramos, supe que estaba cabreado... demasiado. Sin embargo, su rostro mudó de gesto cuando sus ojos bajaron por mi rostro hasta detenerse en mi cuello... o mi pecho; casi diría que se había puesto pálido de la impresión.
Llegué a creer que se me había salido un pecho... o que todo se me transparentaba.
-¿De dónde demonios has sacado eso? –exigió saber, señalándome con el dedo índice.
Bajé la mirada, intrigada, y vi que el colgante que había encontrado en el cofre de mi abuela se había salido de debajo de mi camiseta, descansando por encima de la tela y reluciendo, como si estuviera hecho de agua.
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