{♚} Capítulo quince.
Me levanté con la extraña sensación de que llevaba muchísimo tiempo sin poder dormir bien; antes de bajar a la cocina estudié mi habitación, buscando cualquier detalle que estuviera fuera de lugar, producto del mal sueño que me había asolado tras haberle arrancado a Habis la confirmación que necesitaba y que me había confesado mi madre momentos antes de caer rendida sobre mi cama al sueño.
Comprobé que todos los recipientes que habían en la habitación con agua en su interior seguían en su sitio, inalterados; respiré tranquila después del escrutinio y me topé con una somnolienta Natalia en la puerta del baño.
Pareció despejarse un poco al verme aparecer por el final del pasillo.
-Eh, ¿va todo bien? –me preguntó cuando llegué a su lado.
-Supongo que sí.
Mi respuesta no pareció convencerla del todo, ya que se irguió y parpadeó varias veces hasta despejarse finalmente.
-Ayer parecías estar... peor –me confesó con cierto pudor, como si le diera vergüenza hablar conmigo de ese tema en cuestión-. Pero todo el mundo ha salido de alguna relación así, ¿verdad?
La miré sin entender a lo que se estaba refiriendo.
-¿Relación? –repetí, casi farfullando.
Natalia se golpeó la barbilla en actitud pensativa.
-Ahora que lo dices, no ha durado tanto como para ser una «relación» -reflexionó en voz alta-. Pero no puedes negar que Hugo y tú teníais algo. No sé el qué, pero era evidente que había algo ahí.
La simple mención de Hugo fue como si alguien me hubiera golpeado en el pecho con saña. Me mordí el labio inferior, recordando el poco valor que había tenido para poder confirmarme lo que yo ya sabía; Natalia me observaba atentamente, a la espera de que me pronunciara sobre el tema.
-Entre nosotros dos no ha habido nada –declaré con rotundidad.
Natalia enarcó ambas cejas en señal de incredulidad.
-Nada –recalqué.
-Si no ha habido nada entre vosotros, ¿por qué te escapaste de casa y vino a por ti?
La pregunta de Natalia, el hecho de hubiéramos terminado hablando de Habis, me supuso casi un ataque llanto; no tenía ni idea de lo que había habido entre nosotros, si es que realmente había habido algo, ya que solamente nos habíamos besado una vez. Me humedecí el labio inferior, recordando la llamada que había recibido por parte de mi hermanastra, lo que nos había arrastrado a Habis conmigo al hospital.
-Él era... él era el único que podía ayudarme a resolver un pequeño asunto -respondí, evasiva.
Natalia esbozó una sonrisa irónica.
-¿Y de qué pequeño asunto se trata, Amelia? -siguió interrogándome, sin darme tregua alguna y sin ver lo mucho que me estaba perjudicando estar rememorando el pasado-. ¿Algo que tiene relación con... tu pequeña y linda flor? -hizo un elocuente gesto hacia mi cuerpo.
Me sonrojé de los pies a la cabeza, quizá dándole a entender a Natalia que había pasado algo entre Habis y yo que, en realidad, nunca había sucedido.
-No ha pasado nada entre Hugo y yo -insistí.
Natalia se encogió de hombros y dejó el tema abandonado al ver que me estaba afectando hablar del tema. Necesitaba tiempo para poder en orden mis ideas y, aunque Habis había irrumpido en mi sueño, cada vez iba adaptándome mejor a mi pasado... y a mi futuro; Xanthippe me había convertido en un objetivo, quería verme muerta a toda costa y ya no podía contar con Habis para que me ayudara.
Tendría que hacerlo yo misma.
-¿Crees que la señora Monaldo tendrá los resultados de los exámenes de Cálculo? -elucubró mi hermanastra, haciendo un drástico cambio de tema.
Ahora fui yo la que me encogí de hombros. Aún no teníamos los resultados oficiales del examen, pero estaba segura que no había sido capaz de aprobarlo; había estado más pendiente de otros asuntos que de mis propios estudios... y aquel había sido el desastroso resultado. «¿Vas a tirar todo el curso por la borda... por un tío?», me había preguntado Matteo con consternación; yo había tratado de defenderme como buenamente pude contestándole que ningún tío iba a conseguir llevarse mi futuro por delante. Sin embargo, Habis había logrado fascinarme hasta tal punto que me había desconcentrado por completo de los estudios.
-Espero que no -respondí con un hilo de voz.
Natalia me dirigió una larga y significativa mirada, pero no dijo nada; aporreó varias veces la puerta del baño y bufó.
-¡Pietro, creo recordar que La Befana te regaló un bonito y reluciente camión de bomberos... no el cuarto de baño! -gritó.
Escuchamos los pasos acelerados al otro lado de la puerta y vimos a un renuente Pietro, con el cabello húmedo; por encima de su diminuta estatura pudimos comprobar lo que había estado haciendo: hurgar entre los cajones que pertenecían a Giancarlo y vaciar su contenido, los productos que más le interesaban, sobre la pila.
Sus ojillos verdes nos observaron con enfado.
-¡Pero si acabo de entrar! -protestó con un mohín.
Natalia lo señaló con su dedo índice.
-¡Error! Llevas ahí dentro unos buenos diez minutos -corrigió a nuestro hermano menor; lo apartó de la entrada entre las protestas de Pietro y comenzó a remover entre el pequeño montón de productos que había reunido en el interior de la pila. Levantó un bote de desodorante y enarcó una ceja-. ¿En serio? ¿Acaso ese jabón infantil no hace del todo su trabajo?
Pietro trató de arrebatárselo, pero Natalia lo puso fuera de su alcance alzando el brazo y siguió rebuscando. En esta ocasión sacó el recipiente de gomina.
-¿Para fijar las ideas? -bromeó-. Pietro, ¿cuántas veces te ha dicho mamá que no tienes que poner tus manitas en cosas que no son tuyas? Papá se va a enfadar mucho. Esto son cosas de adultos, cosas que tú aún no puedes usar.
Pietro se cruzó de brazos, enfurruñado; yo me incliné a su lado y puse una de mis manos sobre su hombro, tratando de tranquilizarlo y hacerle saber que estaba de su parte.
-¿Para qué quieres todo eso, Pietro? -pregunté con suavidad.
-Porque ya soy adulto.
Vi que Natalia ponía los ojos en blanco.
-Si sigues mintiendo, La Befana va a traerte carbón, cebollas y ajo.
Las mejillas de Pietro se pusieron coloradas.
-¡No estoy mintiendo! -gritó.
Natalia meneó el dedo de un lado a otro.
-Siempre te pones colorado cuando estás mintiendo -le recordó.
Le froté el hombro, tratando de reconfortarlo y hacer que hablara. Me creó una gran ternura ver a mi hermano pequeño arrastrando los pies por el suelo, infundiéndose de valor a sí mismo para contarnos el verdadero motivo.
-Quería ponerme como papá cuando lleva a mamá a sitios bonitos -confesó en un susurro, empeorando su sonrojo-. Solo era... eso.
Natalia y yo compartimos una mirada. Después, le pedí a Pietro que volviera a su habitación para terminar de vestirse y ambas le prometimos que no diríamos ni una sola palabra sobre lo que había sucedido en el baño; ayudé a Natalia a devolver todo a su sitio y la pillé mirando en dirección a la puerta de Pietro con el ceño fruncido.
-¿Qué sucede? -quise saber, echando una buena cantidad de pasta dental en mi cepillo de dientes.
Natalia arrugó su nariz.
-Esto me huele a que hay alguna chica detrás.
Me eché a reír ante su ocurrencia. Pietro apenas tenía los siete años y me resultaba muy difícil ver a mi hermano pequeño lidiando con problemas relacionados con chicas; sin embargo, el rostro de Natalia estaba demasiado serio... demasiado preocupado.
-¿En serio? –inquirí, con reticencia.
El labio inferior de Natalia sobresalió un poco. Pietro y ella siempre se metían el uno con el otro, sobretodo Natalia, pero cuando sucedía algo con nuestro hermano menor... bueno, su actitud cambiaba rápidamente.
-Te puedo asegurar que hay una chica detrás –repitió.
No insistimos más en el tema. Natalia bajó a la cocina murmurando para sí misma mientras yo terminaba de lavarme los dientes, aún con la posibilidad que había sacado mi hermanastra sobre que Pietro pudiera estar enamorado.
Bueno, quizá enamorado era un sentimiento demasiado fuerte para lo que mi hermano pequeño podía creer sentir, pero sí podía haber cierta atracción o gusto hacia alguna niña de su colegio.
Terminé de arreglarme en mi habitación y bajé a la cocina, donde Natalia estaba terminando de servirse un buen vaso de zumo, con la mirada clavada en la ventana; seguí la dirección de su mirada y vi que el cielo estaba nuboso, a punto de romper a llover en cualquier momento.
«Esto es lo único que provoco», pensé con desánimo. Desvié la mirada de manera intencionada y pasé por al lado de Natalia para poder coger los cereales preferidos de Pietro.
Ahora que mi abuela estaba en el hospital y mi madre se marchaba temprano para estar a su lado por si se producía algún cambio en su estado, estábamos Natalia y yo para poder ocuparnos de Pietro, ya que Giancarlo se marchaba pronto a trabajar; al principio había sido una ardua batalla, ya que nuestro hermano menor era un auténtico terremoto para nosotras dos.
-¿Dónde está Pietro? –me preguntó Natalia, sonando un poco frenética.
-Lo he dejado arriba –respondí, colocando los vasos sobre la mesa de la cocina.
Escuchamos a Pietro bajar apresuradamente por las escaleras y derrapar para entrar en la cocina; se había peinado las puntas hacia arriba, utilizando demasiada cantidad de gomina, y tenía las mejillas sonrosadas. Se sentó en su sitio preferido y nos observó mientras Natalia y yo terminábamos de prepararlo todo.
Le lancé una rápida mirada mientras sacaba un cartón de leche de la nevera.
-¿Has preparado la mochila? –lo interrogué.
Pietro asintió.
-¿Has hecho todos los deberes? –cogió el relevo Natalia, lanzándole una amenazadora mirada-. Porque, de lo contrario, te vas a acordar de mí.
-Está todo hecho –declaró nuestro hermano.
Natalia y yo nos dejamos caer a la vez sobre nuestros respectivos asientos con un largo suspiro. Pietro se había acordado en mitad del trayecto hacia su colegio que se había dejado su cuaderno, por lo que habíamos tenido que dar media vuelta para ir a recogerlo; una vez dejamos a Pietro en la puerta del colegio, bajo la supervisión de su profesora, echamos a correr hacia nuestro instituto con la hora bastante ajustada. Nada más divisar la entrada bajamos el ritmo de nuestra carrera: Habis estaba en la entrada, inclinado hacia la misma chica rubia que había visto en la playa, ambos en una actitud bastante íntima; Natalia puso los ojos en blanco y masculló algo como «Podían irse a un motel». Tiró de mí y esquivamos a la pareja.
Mi hermanastra resopló a mi lado y comenzó a sacar los cuadernos de su mochila.
-De seguir así me voy a volver loca –comentó.
Enarqué una ceja, conteniendo una sonrisa.
-¿Por qué?
Ella hizo un aspaviento con la mano.
-Pietro es como un enorme y doloroso grano en el...
Natalia interrumpió su alegoría sobre a qué se asemejaba nuestro hermano pequeño cuando Habis entró en el aula, con un aspecto mucho mejor que el mío; entrecerré los ojos al recordar lo que me había dicho en mi sueño y me obligué a ponerme hacer cualquier cosa y romper el contacto visual.
Habis tomó asiento y procuré ignorar su espalda mientras Natalia no fingía lo mucho que le desagradaba la presencia de Habis allí.
-Qué desfachatez –comentó en voz lo suficientemente audible como para que él pudiera escucharlo.
Yo la chisté para que se mantuviera en silencio. Gracias a Dios, la profesora Monaldo entró en la clase con una enorme carpeta entre las manos cuyo contenido no podía significar nada bueno; a ninguno de mis compañeros se les pasó por alto ese pequeño detalle, la carpeta, y empezaron a murmurar los unos con los otros.
La señora Monaldo dejó pesadamente la carpeta sobre su escritorio y dio una fuerte palmada que nos hizo enmudecer a todos.
Tragué saliva con esfuerzo.
-Vamos, silencio, chicos –nos ordenó la mujer-. Como habéis podido comprobar he traído conmigo los exámenes.
Quise que el suelo se abriera bajo mis pies y me tragara entera. Natalia, a mi lado, daba pequeños botecitos sobre su silla, ansiosa por conocer el resultado de la prueba; mi hermanastra se había esforzado, todo lo contrario que yo, por lo que no tendría que preocuparse.
No como yo.
La señora Monaldo empezó a repartir los exámenes, entreteniéndose en algunas personas para decirles algo en voz baja; cuando llegó el turno de Natalia y mío sentí que el corazón se me detenía en el pecho.
Mi examen, con un llamativo tres en la parte superior del folio, se deslizó sobre mi mesa y alcé tímidamente para enfrentarme a la dura mirada que me dirigió la señora Monaldo; no era ningún secreto ni para ella ni para mí que la asignatura se me resistía y que mis resultados siempre habían sido mediocres.
-Me gustaría hablar con usted al final de la clase, señorita Mantovani –me dijo para después alejarse en dirección a la pizarra.
Sujeté el examen con fuerza y Natalia, a mi lado, se inclinó sobre mi hombro para ver mi patética nota; soltó un silbido bajo y yo vi su brillante ocho en la parte superior, justo al lado de su nombre.
-No te preocupes, Amelia –trató de animarme Natalia-. Un examen malo lo tenemos todos.
Me mantuve en silencio, avergonzada por el desastre de examen que tenía entre mis manos y preocupada por no saber cómo explicárselo a mi madre; Natalia me dio un par de palmaditas en el hombro y empezó a hablar con Miriam, que se sentaba justo detrás de mi hermanastra, sobre sus respectivos resultados en el examen.
Habis ladeó la cabeza para dirigirme una larga mirada que le sostuve.
«Fuiste tú», me hubiera gustado decirle en voz alta. «Tú eres el que ha provocado todo esto.»
El resto de la clase se me pasó volando, como si el tiempo se hubiera acelerado; me despedí de Natalia y seguí a la señora Monaldo fuera de clase con un nudo formándose en mi garganta. La acompañé hasta el tercer piso, donde se encontraba su despacho, y entré detrás de ella.
-Su resultado en el examen me ha dejado sorprendida, señorita Mantovani –fue lo primero que dijo la señora Monaldo; rodeó su escritorio y depositó la carpeta con los exámenes en uno de los cajones.
Bajé la cabeza automáticamente, avergonzada.
-Sé que mi asignatura le resulta complicada –continuó la mujer-. Pero siempre ha mantenido cierto nivel... hasta ahora. ¿Puedo conocer el motivo, Amelia? ¿Ha sucedido algo?
La garganta se me secó. ¿Qué podía decirle? ¿Que un atractivo y embaucador chico procedente de un sitio mítico había decidido venir a buscarme, a poner mi vida patas arriba y a destrozarme por completo?
-Mi abuela está en el hospital –mentí.
La señora Monaldo ahogó una exclamación y me atreví a mirarla.
-¿Por qué no lo dijiste antes, Amelia? –me preguntó, afectada-. De haberlo sabido podríamos haber llegado a un... acuerdo. Podríamos haber aplazado el examen para que tuvieras más tiempo para habértelo preparado.
-No quería ser una molestia.
Debía sentirme culpable por haber utilizado la situación en la que se encontraba mi abuela a mi favor, tergiversando lo que había sucedido para evitar que la profesora viera que no había hecho el más mínimo caso al examen; mantuve mi actitud alicaída hasta que la señora Monaldo dio por terminada la conversación.
Salí de su despacho con una extraña opresión en el pecho, pero sin sentirme aún culpable por lo que había hecho, y gruñí cuando vi a Habis apoyado indolentemente en la pared de enfrente, observándome fijamente.
«Oh, no, ya no», me dije a mí misma y eché a andar hacia el otro extremo del pasillo, ignorando por completo a Habis.
Al poco tiempo ya lo tenía caminando a mi paso, junto a mí.
-Creí que habíamos dejado claro todo –siseé, negándome a mirarlo.
-No me dejaste hablar –respondió Habis entre dientes.
Lo miré de soslayo con desdén.
-Nada de lo que digas puede tener el más mínimo interés para mí.
Habis me detuvo por el brazo.
-¿No quieres saber cómo es posible que casi acabaras ahogada? –me preguntó, con la mandíbula tensa.
-¿Tuviste tú algo que ver? –respondí a su pregunta con otra-. ¿O fue cosa de tu amiguita?
Aquella chica pertenecía a mi pasado, lo sabía, pero no lograba ubicarla; sin embargo, Habis quizá la tenía demasiado ubicada. Una punzada me traspasó el pecho y me revolvió el estómago al imaginar hasta qué punto habían llegado esos dos; aquello solamente sirvió para que mi enfado hacia Habis y sus mentiras creciera aún más... y deseara darle otro buen puñetazo.
Su silencio, su confirmación silenciosa, hizo que me ardieran las entrañas.
-No necesito nada más de ti, gracias –repliqué con mordacidad, sacudiendo el brazo para quitármelo de encima.
Los ojos de Habis se oscurecieron.
-No quieres entenderlo aún, Amelia –siseó, enfadado-. Esa chica es peligrosa. Que esté aquí significa...
-¿Que voy a tener problemas? –me burlé-. Creo que, por uno más, no voy a notar la diferencia. Tengo a mi propia tía intentando matarme, ¿qué podría ir peor?
-Que esa chica sea la elegida por Xanthippe para que lo haga –completó Habis y hablaba totalmente en serio.
Sus palabras me sentaron como si alguien hubiera volcado sobre mi cabeza un cubo de agua helada; lo sucedido en la noche anterior en la playa regresó... sobre todo cuando descubrí la presencia de la chica allí, con aspecto de estar bastante contrariada por no haber logrado su objetivo.
Ahora lo veía claro.
-¿Le diste tú la idea? –escupí, llena de rencor-. ¿Mientras tomabais algo en una de las cafeterías del pueblo?
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