{♚} Capítulo ocho.

Fruncí el ceño ante el tono imperativo que había usado Hugo conmigo. Cubrí el colgante con mi mano, apretándolo contra mi pecho y ocultándolo de su vista.

-¿Por qué quieres saberlo? –pregunté, a la defensiva.

Hugo se inclinó en mi dirección y me apartó la mano con suavidad, para después sostener sobre su palma mi colgante. Su rostro se había convertido en un gesto de añoranza... y dolor.

-Porque, cuando éramos niños, yo te lo regalé –me confesó, cerrando los ojos.

No quise creerlo. No quería creerlo, ese colgante podía haber pertenecido perfectamente a mi abuela... o a mi madre; quizá fuera un regalo que le hubiera hecho mi padre mientras las cosas iban bien para demostrarle su amor.

Me resultaba increíble la posibilidad de que Habis y yo hubiéramos sido amigos o, al menos, conocidos, en el pasado. Él me había dicho en un principio que un grupo de rebeldes atlantes lo habían enviado a buscarme aquí, pero jamás me había dicho... o dado a entender que nos conocíamos de antes, durante el breve tiempo que pasé en mi hogar.

Lo miré con recelo y enfado.

-¿Por qué no me dijiste en ningún momento que nos... conocíamos?

Era más que evidente que el tema no le debía parecer de lo más cómodo porque su rostro se crispó y entreabrió los ojos para poder observarme; yo seguía con el colgante escondido en mi puño, calentando el metal. Aún seguía sin ser capaz de creerme que Hugo me lo hubiera regalado en algún momento del pasado.

-No me hubieras creído –afirmó y no pude rebatírselo porque tenía razón-. Cuando por fin te encontré, no creí que la mejor forma fuera diciéndote toda la verdad; opté por mi segunda opción, un poco más larga y laboriosa, donde fui haciéndome amigo tuyo poco a poco. No creas que no ha sido fácil para mí todo esto.

Escupí en la arena, tratando de quitarme el fuerte sabor a sal, y Hugo se incorporó sobre los codos, desviando la mirada hacia el mar. Parecía molesto conmigo por algo que yo aún no lograba comprender, quizá el hecho de que mis recuerdos respectivos a él aún no hubiera aparecido, y yo me sentía frustrada conmigo misma por mi arriesgada pérdida de control.

Había sido la causante de esa ola monstruosa y no había sabido cómo frenarla; Hugo, por el contrario, había tirado de mí para apartarme de su trayectoria y había hecho algo para que únicamente acabáramos tumbados en la arena, empapados. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo cuando fijé mi vista en el mar.

Hugo me había avisado que mi presencia cerca del mar podría resultar peligrosa. Sin embargo, ¿lo seguía estando aunque él estuviera conmigo?

Me eché a temblar de manera inconsciente, así que solté el colgante y me rodeé con los brazos como bien pude para tratar de darme algo de calor.

De repente quería alejarme todo lo que pudiera de aquella playa.

-También lo has notado –dijo Hugo, sin mirarme-. Xanthippe tiene ojos en todos lados. Nunca estaremos a salvo si tú no...

Me puse en pie de un brinco y me sacudí toda la arena que fui capaz; Hugo había decidido desviar el tema de nuevo hacia mi responsabilidad, recordándome cuál era mi destino. Estaba cansada, calada hasta los huesos, cubierta de arena y lo único que quería era estar en un sitio caliente, con ropa nueva.

-Me largo de aquí –dije a modo de despedida.

Sin fijarme siquiera si Hugo se giraba para mirarme o no, di media vuelta y comencé a caminar a trompicones hacia el chalet de Hugo para poder recoger mi bolsa e irme de allí. Quizá iría directa a casa, para darme una ducha, y después aceptaría la invitación que tendría que haber aceptado desde un principio por parte de Matteo.

Solté un bufido de resignación, reprendiéndome mentalmente por lo estúpida que había sido por haber confiado en Hugo de aquella forma tan ciega.

No tardé en escuchar los apresurados pasos de Hugo tras de mí, así que decidí darle más brío a los míos, tratando de aumentar la distancia entre nosotros. Sin embargo, al ser mucho más alto que yo, no tardó en alcanzarme; traté de zafarme cuando me retuvo por el brazo, negándome a mirarlo.

-Te prometí que respetaría tu decisión y lamento haber hecho ese comentario tan desafortunado –se disculpó, pero yo seguí mirando en dirección a su casa.

Por muchas veces que se disculpara o siguiera prometiéndome que iba a respetar mi decisión, siempre se le escaparía su opinión; Hugo estaba convencido de que yo sería capaz de devolver a la Atlántida su antiguo esplendor, liberándolos de la oscuridad que había traído consigo Xanthippe.

Y yo no me veía capaz de hacerlo. Me parecía imposible que una chica como yo pudiera derrotar a una mujer que estaba haciendo todo lo posible por matarme.

Las comisuras de los ojos se me llenaron de lágrimas de rabia y frustración.

-Al menos déjame ofrecerte mi casa para poder darte una ducha –insistió Hugo, quizá sonando un tanto arrepentido por su metedura de pata-. Te llevaré a casa después, creo que a los dos nos vendría bien un poco de tiempo para aclarar las ideas.

Aquella fue la gota que colmó mi vaso. Me encaré a él a toda velocidad, cogiéndolo por sorpresa; mi mano se cerró sobre su muñeca y me quité su brazo del mío con un brusco movimiento.

-¿Sabes lo que realmente me hubiera venido bien, Habis? –no me molesté en llamarlo por su identidad falsa, estaba cansada de seguir alimentando a aquella persona que se había encargado de hundir la vida que había llevado. Los ojos de él estaban cargados de pesar, pero no me importó-. Que no te hubieras cruzado jamás en mi vida. Me hubiera venido realmente bien el no haberte conocido en toda mi maldita vida.

Sin embargo, y aunque me costara reconocerlo, no me arrepentía en absoluto de que se hubiera cruzado en mi camino; desde la primera vez que lo vi aparecer en mi sueño había sido consciente de la extraña unión que parecía existir entre ambos. Habis siempre había despertado en mí fascinación, ilusión y una potente atracción; me gustaba cuando jugábamos a perseguirnos o cuando, simplemente, nos dejábamos caer en algún rincón del castillo de mi sueño para poder conocernos mejor.

Él sabía cómo enfadarme, y se reía a mi costa por ello. Pero jamás me había durado mucho los enfados porque... bueno, porque me veía incapaz de seguir enfadada con Habis mucho tiempo.

Ahora, lamentablemente, las cosas eran distintas y había descubierto cosas que me horrorizaban; incluso ahora que sabía que Habis me ocultaba cosas.

Hugo acusó mi golpe verbal separándose de mí unos centímetros, sin apartar la vista de mis ojos; era la segunda vez en aquel día que atacaba de esa forma a personas que realmente me importaban. Primero se lo había hecho a mi madre... y ahora no había dudado en hacer lo mismo con Habis.

La mano de Hugo se movió en el aire, tratando de aferrarme, pero yo me aparté un poco más para impedírselo.

-¿Estás... estás hablando en serio? –inquirió Hugo, mirándome de hito en hito.

Caí en la cuenta de que había creído que estaba hablando también de aquel tiempo en el que habíamos sido amigos en la Atlántida y que yo no recordaba. El color de sus iris se había oscurecido gradualmente y vi que mis palabras le habían hecho realmente daño, como si su punto débil fuera el hecho de que yo no quisiera tenerlo más en mi vida. Que realmente estaba arrepentida de habernos conocido.

Alcé la barbilla, dispuesta a seguir bombardeándolo con mis dardos envenenados, pero me detuve. ¿Por qué quería continuar haciéndole daño? Habis había sido el único que me había dado respuestas cuando más perdida me había encontrado; la única culpable que había en todo aquel asunto era mi madre por haberme robado algo que me pertenecía a mí: mis recuerdos, mi vida.

Ella era la única que merecía ser el centro de todo mi odio y resquemor.

-No... lo cierto es que no –reconocí en voz baja, pero no quise rendirme tan pronto-. Pero no estoy cansada de que sigas tratando de convencerme...

El color volvió lentamente al rostro de Hugo, que tenía una pinta desastrosa con toda la ropa húmeda y llena de arena. Como yo.

Negó con la cabeza.

-Olvidémonos del asunto por unos días, por favor –me pidió, haciéndolo porque no quería reavivar la discusión que habíamos mantenido-. Vayamos dentro y cambiémonos de ropa, la arena es incómoda.

Dejé que me adelantara y le seguí hacia el balcón que conducía al dormitorio de Hugo. Me quedé en las maderas que cubrían el suelo y miré al interior de la habitación con pena; estaba sucia y no quería bajo ningún concepto manchar nada. Hugo se dirigió con total naturalidad al dormitorio, llegando al baño y saliendo de él con un par de toallas.

Yo aún seguía en el balcón, abrazándome a mí misma.

-¿Quieres ducharte tú primero? –me ofreció, tendiéndome una toalla.

Rehusé su invitación y observé cómo daba media vuelta, metiéndose en el baño y cerrando la puerta a su espalda; dudé entre quedarme en el balcón, donde había empezado a correr una leve brisa que hacía que se me pegaran aún más las ropas, o meterme en el dormitorio de Hugo donde podría resguardarme del frío hasta que él terminara.

Una nueva ráfaga hizo que entrara al dormitorio de Hugo. Podía escuchar el agua cayendo dentro del baño, lo que quería decir que Hugo había empezado a ducharse, y no sabía dónde apoyarme sin que lo llenara todo de humedad y arena.

Me quité las deportivas y los calcetines y los dejé en la puerta del balcón para evitar dejar huellas sobre la alfombra que cubría casi toda la habitación; me paseé por el dormitorio de Hugo, tratando de entretenerme hasta que Hugo saliera del baño.

No vi ningún marco con fotografías y, en cierto modo, la habitación parecía ser bastante... funcional. Hugo no parecía interesado en llenar su habitación de sus libros favoritos o con algún que otro póster.

Sin embargo, Habis era un extraño, alguien venido de un mundo mítico que no tenía la más mínima idea de cuáles eran las tendencias de moda entre los adolescentes de su misma edad.

Se me pasó por la cabeza la idea de hurgar entre sus cosas. Habis parecía conocerlo todo de mí y yo, por el contrario, no sabía nada de él a excepción de lo que Habis me había contado, que no había sido mucho.

Torcí el gesto ante el dilema que se me presentaba. En cierto modo, me veía legitimada a indagar un poquito en las cosas de Hugo para conocer más sobre ese chico que había aparecido por primera vez en mis sueños y que ahora se había introducido en mi vida; me dije a mí misma que abriría un cajón para ver que había en su interior.

Abrí el primero que vi y me quedé sorprendida de ver un cofre casi de la misma manufactura del que había cogido prestado a mi abuela; lo saqué con cuidado del cajón y lo apoyé sobre la superficie de la cómoda. Eché un rápido vistazo en dirección a la puerta del baño.

El agua seguía corriendo, brindándome un par de minutos para poder ver qué ocultaba Hugo en ese cofre.

Me pasé la lengua por mi labio inferior y tiré de la tapa para ver el contenido del cofre. Contuve una exclamación de sorpresa cuando el interior del cofre se iluminó, mostrándome una imagen de una familia de tres personas: reconocí sin problemas a un Habis mucho más joven, con su cabello mucho más corto, por debajo de las orejas, y con una enorme sonrisa en el rostro; a sus lados estaban una mujer y un hombre que debían ser sus padres.

Ladeé la cabeza al observar a la mujer que estaba al lado derecho de Habis: tenía los mismos rasgos que su hijo, además de compartir el mismo color de ojos. Su padre, por el contrario, tenían el mismo color de pelo y misma sonrisa. Algo se removió en mi cabeza al ver el rostro del padre de Habis; eso quería decir que parte de mis recuerdos bloqueados estaban a punto de salir, o al menos un fragmento de ellos, a la luz.

Me apresuré a devolverlo todo a su sitio y me sobró tiempo suficiente para poder acercarme al ventana del balcón antes de que saliera Hugo entre una nube de vapor con una toalla anudada a la cintura y otra con la que se frotaba el pelo.

Se quedó un poco perplejo de verme en pie y sin haber utilizado la toalla que me había prestado; procuré que no me notara lo alterada que estaba después de haber visto esa extraña fotografía familiar.

-Dentro tienes toallas limpias y calientes –me indicó, desapareciendo por la puerta que conducía al salón.

Me apresuré a meterme corriendo en el baño, con el corazón golpeándome contra las costillas, y corrí el pestillo para brindarme algo de seguridad y privacidad. Un leve dolor en las sienes me obligó a que me sentara sobre el váter y me quedara allí unos instantes, tratando de entender qué me sucedía.

Al ver que la incomodidad en las sienes desaparecía empecé a desnudarme, poniendo distintas muecas conforme me quitaba las prendas y las tiraba sobre la pila del lavabo debido a la gran cantidad de arena que habían conseguido coger.

Una vez estuve completamente desnuda me metí en la ducha y abrí todos los grifos que tenía, provocando que una enorme cantidad de agua caliente me cayera encima, haciendo que soltara un estúpido grito de sorpresa.

Cerré los ojos y me apoyé sobre la pared, tratando de controlar los latidos de mi corazón y el persistente dolor de cabeza que había aparecido desde que había visto la foto de los padres de Habis junto a él.

Mamá ha decidido dejar que la acompañe. Está muy guapa con su túnica de color granate, aunque la abuela lo ha llamado «borgoña», y con su corona; no puedo dejar de mirar la corona: mamá y la abuela me han dicho muchas veces que llegará un momento en el que deberé llevarla yo también y, aunque no se lo he dicho en voz alta, tengo miedo de que no me quepa. ¿Y si me viene grande? ¿Y si tengo la cabeza demasiado hinchada y no puedo llevarla? Mamá me ha prometido que me enseñará todo lo que tengo que saber para que sea una buena reina...

Miro mi mano unida a la de mamá. Me gusta mucho cuando pasa tiempo conmigo y me enseña cosas sobre nuestro reino.

Llegamos a un enorme salón que mamá tiene reservado para cuando llegan personas importantes de otras partes de la Atlántida; dentro ya nos espera la tía Xanthippe con su nuevo marido.

Reconozco a ese hombre porque lo he visto en muchas más ocasiones que cuando la tía decidió casarse con él: es uno de los consejeros de mamá y su hijo siempre se ha burlado de mí, diciéndome que no iba a ser una buena reina.

La tía Xanthippe nos recibe con una enorme sonrisa y abre los brazos para que corra a refugiarme en ellos; mamá me retiene cuando intento correr hacia ellos y lanza una extraña mirada a la tía.

-Amaranth –saluda mi tía con un tono frío-. Me alegro de que hayas decidido... recibirnos. Arnor y yo tenemos una propuesta que quizá pueda serte interesante.

Mamá los mira a uno y a otro.

-¿Qué es eso tan importante que tenías que decirme, Xanthippe? Creo que ya tuve suficiente con tu capricho para casarte con él.

Arnor se remueve con incomodidad al lado de la tía.

-No creo que sea adecuado hablarlo delante de los niños –comenta con cierta timidez.

No puedo evitar torcer el gesto cuando comprendo que van a echarme de allí... otra vez. Mamá llama a Jemima y yo miro a mamá con pena. ¿Es que no quiere tenerme a su lado? Yo también quiero apoyarla cuando se encuentre mal... tal y como hace ella cuando yo estoy malita.

-Habis –llama mi tía Xanthippe-. Habis, por favor, sal.

El niño de cabellos rubios y ojos azules sale de donde se encuentran los sofás y me mira con superioridad; quiero darle una patada en la espinilla por ser tan grosero conmigo, pero llega Jemima y mamá le explica que necesita que cuide de nosotros mientras los adultos hablan. La mujer nos coge a ambos de la mano y nos saca del salón casi a rastras hasta conducirnos a uno de los jardines que hay en el palacio.

Ella se sienta en uno de los bancos de oricalco que hay rodeando la fuente, también hecha del mismo material, que tiene forma de Poseidón, nuestro dios.

Trato de esconderme entre los arbustos porque no quiero jugar con ese niño tan odioso que siempre que me ve se burla de mí. Sin embargo, Habis no tarda en encontrarme y me sonríe con maldad.

-¿Por qué te escondes? –me pregunta, acuclillándose para que quedemos a la misma altura-. ¿Acaso tienes miedo? Una reina nunca tiene que tener miedo de nada.

-No tengo miedo de nada –digo.

Habis se ríe entre dientes.

-Las reinas tampoco pueden mentir –canturrea.

Le intento dar una patada pero él retrocede riéndose aún más fuerte que antes.

-¡Yo no miento!

-Oh, por supuesto que estás mintiendo... Y por eso mismo tu madre y la mujer de mi padre van a buscarte un compañero adecuado para que te ayude a gobernar –se burla y yo quiero que se calle, no quiero seguir escuchándolo más-. Las reinas que mienten necesitan alguien a su lado que se encargue de llevar el reino porque ellas no pueden...

-¡Calla! –le ordeno, pero no me obedece.

-Mi familia desciende de un gran héroe, Gárgoris, así que yo podría ser el elegido para ayudarte a gobernar cuando llegue tu momento. Habis Gárgoris podría convertirse en tu marido, princesita... y ser el futuro rey de la Atlántida.

Ahogo un grito de rabia y trato de golpearlo. Consigo tirarlo al suelo y yo me quedo encima de él mientras Habis sigue burlándose de mí.

Cierro mi puño y le golpeo.

-¿Amelia? –la voz de Hugo al otro lado de la puerta me despertó de golpe-. Amelia, llevas mucho rato ahí dentro, ¿va todo bien?

Parpadeé varias veces, volviendo al presente y apartándome del chorro del agua para poder comprobar que el pestillo seguía echado y que Hugo no tenía ninguna manera de entrar.

-¡Sí! –grité-. ¡Es que tengo demasiada arena!

Hugo no volvió a insistir, por lo que pude relajarme bajo la ducha de nuevo. Repasé el recuerdo que había aparecido de la nada y cuyo origen estaba en la foto familiar de Hugo; él había tenido razón cuando había afirmado que nos conocíamos desde niños, pero no me había comentado que su padre había decidido casarse con mi tía.

Otra pieza más encajaba en mi puzle y no sabía cómo sentirme al respecto.

En mis sueños Habis me había pedido una y otra vez que lo recordara... ahora había cumplido con su súplica. ¿En qué nos convertía la extraña relación que nos unía? ¿Medio primos? El chico que estaba en la otra habitación era el hijastro de mi tía, esa mujer que pretendía acabar conmigo y con toda mi familia si se le presentaba la oportunidad perfecta.

Me apresuré a ducharme y, al salir de la ducha, me enfundé en uno de los albornoces que Hugo tenía cerca. Aseguré bien el nudo y me armé de valor para poder enfrentarme a Hugo después de aquella revelación que había tenido.

Cuando salí del baño me encontré a Hugo sentado sobre la cama, con una camiseta y unos pantalones viejos que debía usar para estar más cómodo dentro de su casa; él alzó inmediatamente la mirada y pude comprobar lo preocupado que estaba. ¿Qué se había creído, que iba a fugarme por el desagüe?

Mi mano se movió de manera inconsciente hacia el colgante. Ese colgante que Habis me había regalado y cuyo recuerdo aún no había recuperado.

El gesto no se le pasó por alto a Hugo, cuya mirada se ensombreció.

-Me debes algunas respuestas –dije.

Aquello no pareció contentar nada a Hugo, que se frotó la cara con ambas manos.

-Es posible.

Tomé asiento en la cama, a una prudente distancia de donde estaba sentado él. Mi cabeza repetía una y otra vez el recuerdo, el rostro de mi tía Xanthippe y cómo mi madre me había detenido cuando había tratado de darle un abrazo. ¿Qué habría sucedido entre las dos hermanas? ¿Acaso mi madre ya sospecharía de las intenciones de Xanthippe de alzarse con todo el poder?

Cogí aire.

-Quiero saber quién eres en realidad, Habis –afirmé con aplomo.

Hugo se encogió de hombros.

-Ya te conté mi historia –me recordó-. No hay mucho que añadir.

Entrecerré los ojos.

-¿Quiénes fueron tus padres, Habis? ¿Por qué ayudaste a los rebeldes atlantes en su búsqueda de la familia real perdida? –hice una pausa, sabedora de que mi próxima pregunta iba a desencadenar una dura discusión entre ambos-. ¿Por qué no me contaste que tu padre se casó en segundas nupcias con Xanthippe?

«¿Qué más me estás ocultando?»

El rostro de Hugo fue perdiendo color hasta quedarse pálido. Mi última pregunta lo había cogido por sorpresa y abrió la boca en varias ocasiones, sin pronunciar palabra alguna en ninguna de ellas; yo me crucé de brazos y me limité a esperar a que intentara engañarme... de nuevo.

-¿De dónde has sacado eso? –preguntó Hugo, tratando de infundirle a sus palabras un tono jocoso y despreocupado.

Mi ceño se frunció aún más.

-Responde.

Soltó un suspiro de derrota y se mesó los cabellos.

-No quería que lo supieras de este modo –murmuró-. Pero eso quiere decir que has empezado a recordar...

-Estoy cumpliendo con lo que me pediste, ¿no? –apostillé con un leve matiz de sorna.

Los ojos de Hugo tenían el color de un mar turbulento en plena tormenta.

-Es cierto que mi padre se casó con Xanthippe –reconoció-. Pero ese matrimonio tuvo lugar porque tu tía se obsesionó con él y no paró hasta que logró conseguir su objetivo; mi padre trató de convertir a Xanthippe en una persona mejor... pero no lo logró. Tu tía tenía unos objetivos marcados y no iba a ceder hasta salirse con la suya.

-Tú y yo nos llevábamos mal –lo interrumpí-. ¿Por qué, si nos odiábamos tanto, has dicho que fuimos amigos? ¿Por qué me regalaste este colgante?

Habis dejó su mirada clavada en el colgante que llevaba al cuello durante unos segundos. Los suficientes como para que mi corazón se desbocara de nuevo ante su intensidad.

-Éramos unos críos. Al principio es cierto que nos llevábamos condenadamente mal, pero eso era debido a que yo tendía a decirte cosas de mal gusto únicamente para enfadarte; al final conseguimos dejar nuestras diferencias a un lado y llegamos a ser grandes amigos.

Me pregunté si había habido alguna ocasión más en la que le había pegado.

-¿Por eso me regalaste este colgante? –pregunté en su lugar-. ¿Para que recordara nuestra amistad?

Las mejillas de Hugo se tiñeron levemente.

-Sí, algo así.

Mi cuerpo se quedó rígido cuando Hugo se acercó tímidamente hasta que nuestros pechos se quedaron casi pegados; alzó la mano con indecisión y cogió el colgante entre sus dedos, mordiéndose el labio inferior.

-Aún no has descubierto lo que hay dentro del colgante, ¿verdad?

Negué con la cabeza, nerviosa por su cercanía y ansiosa por conocer qué secreto escondía mi colgante. Observé a Hugo darle la vuelta al colgante y observar la superficie plateada que había en la otra cara; mi respiración se agitó cuando Hugo pasó el pulgar por la zona y el material se agitó, como si se hubiera convertido en líquido, mostrando una inscripción.

«Las reinas nunca mienten.»

Los ojos de Hugo ascendieron lentamente y yo lo miré fijamente. En mi recuerdo, Habis me había dicho exactamente lo mismo y me había mentido diciendo que mi madre y Xanthippe iban a obligarle a que se casara conmigo por ese mismo motivo.

-Era nuestra broma privada –me explicó Hugo, pero no entró en más detalles-. Pero aquí no acaba la cosa, mira.

Volvió a darle la vuelta al colgante y acarició la piedra de color azul con el dedo; al igual que había sucedido con la cara interior, el interior de la piedra se removió, formando la imagen de dos niños que sonreían ampliamente.

Tragué saliva cuando nos reconocí a Habis y a mí.

-Fuimos muy felices en aquella época –casi parecía una reflexión por parte de Hugo, que miraba ceñudo la imagen de nosotros dos-. Este tipo de imágenes se las conoce como memografía y es bastante común en la Atlántida. Puedes introducir una de ellas en casi cualquier objeto.

Nos miramos de nuevo, esta vez mucho más tiempo. Sabía que Hugo conocía más sobre nosotros dos, pero que algo le impedía poder hablar; al haber descubierto que era el hijastro de Xanthippe tendría que haberme quedado horrorizada. ¿Y si mi tía había decidido enviar a su hijastro, que había resultado ser mi ami-enemigo en el pasado, para tratar de matarme? ¿Debería dejar de confiar en Habis?

-Recuerdo que mi madre se reunió con Xanthippe y tu padre en una ocasión, dijeron que tenían una propuesta que hacerle... algo que realmente le iba a interesar. ¿De qué se trataba, Habis? ¿Tú lo sabías? –mis labios se movieron por voluntad propia, desvelándole qué recuerdo había decidido sortear el bloqueo y mostrarse en mi mente.

Hugo abrió mucho los ojos, casi con temor. Se apartó de mi lado y comenzó a pasearse por la habitación; lo seguí con la mirada, escuchando mi propio pulso en las orejas y con la extraña sensación de que no iba a ser sincero conmigo.


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