{♚} Capítulo diecisiete.
A pesar del rencor que sentía hacia Habis por todo lo que me había ocultado, el hecho de que estuviera allí, tratando de llegar hacia nosotros, de que pudiera sacar de allí a Matteo, hizo que lo odiara un poquitito menos.
Observé el hielo resquebrajarse y mi corazón empezó a latir con fuerza ante la cercanía de Habis; Matteo permanecía mudo a mi lado, aún en estado de shock por todo lo que estaba sucediendo.
Tragué saliva cuando Habis traspasó el muro de hielo y se acercó hacia nosotros con el rostro pálido y serio; no pude evitar preguntarme si sabría quién estaba detrás de todo aquello y Habis negó imperceptiblemente con la cabeza, como si hubiera leído mis propios pensamientos.
Tanto Matteo como yo estábamos atrapados en el hielo y a mí apenas me quedaban fuerzas para moverme; Habis pasó de largo por delante de Matteo, dirigiéndose directo a mí. Su gesto estaba mortalmente serio y sus ojos me producían escalofríos.
-¿Estás bien? –fue lo primero que me dijo.
Me había esperado un «Te lo dije», algo que pudiera demostrarme lo mal que me había comportado con él y lo equivocada que estaba; su preocupación más que palpable me dejó momentáneamente sin habla.
Sus manos me palparon, comprobando que estuviera bien.
-Amelia –me llamó con suavidad.
Negué con la cabeza, no quería escuchar lo que tenía que decirme. Quería seguir resguardándome en el dolor que me seguían provocando sus mentiras, en el hecho de que me hubiera utilizado; pero no podía negar que la actitud que mostraba Habis ahora era demasiado... sincera.
-Estoy... bien –dije, tratando de esquivar el tema.
Habis entrecerró los ojos y miró a la mujer inerte que seguía al final del pasillo, inmóvil, casi como si estuviera esperando órdenes.
Seguí la dirección de su mirada y contuve un escalofrío de miedo. De no haber sido por Habis, por su entrada triunfal, ahora mismo estaríamos muertos porque yo había agotado mi energía en levantar ese muro de hielo que parecía estar a punto de derrumbarse. Casi reflejándome a mí misma y mi estado de ánimo.
-Esto ha sido arriesgarse demasiado –murmuró para sí mismo, aunque pude oírlo perfectamente-. La situación se me está yendo de las manos.
No quise preguntarle por el tema, ya que lo único que quería era que Habis sacara de allí a Matteo y se lo llevara lejos; empecé a hiperventilar cuando Habis alzó su mano y el hielo que mantenía a mis piernas atrapadas comenzó a derretirse, dejándome completamente libre. Después se entretuvo en repetir el proceso con Matteo, que lo contemplaba con los ojos abiertos como platos.
Regresó hasta donde yo me encontraba.
-Yo me encargaré de ella –me dijo-. Así os daré un breve lapsus de tiempo para que podáis iros.
Nos mantuvimos la mirada.
-¿Por qué te estás arriesgando tanto si me odias? –pregunté en voz alta, incrédula.
Las palabras, ideas y sentimientos que había plasmado en su diario se habían quedado grabadas a fuego en mi mente, recordándome lo poco que le gustaba y dándome la respuesta a por qué siempre me había tratado de aquella forma.
Por mucho que tratara de convencerme de lo contrario, siempre tendría los prejuicios que sus propias palabras habían creado en mí.
Habis dejó escapar el aire entre los dientes con fastidio.
-Te dije que eso fue cosa del pasado –repitió con malestar-. Las circunstancias han cambiado... al igual que yo, Amelia. Solamente tienes que darme una oportunidad, por favor.
Su súplica llegó hondo, tratando de derretir también el hielo que había formado una muralla en torno a mi corazón; quería creerle, pero había algo que me impedía hacerlo del todo.
Secretos, miles de secretos que Habis me ocultaba y que me ayudaban a mantener la distancia.
Habis me aferró por las manos, dándome un fuerte apretón.
-Tienes que salir de aquí, Amelia –insistió-. Llévatelo contigo.
-Pero hay gente dentro de las clases –recordé de golpe.
De repente fuimos conscientes de los sonidos que procedían del interior de las aulas, que mostraban el empeño que estaban poniendo la gente que estaba dentro por tratar de liberarse. ¿Qué sucedería si alguno de los alumnos o profesores se encontraban con aquella extraña escena?
No había excusa suficiente para poder justificar que el pasillo estuviera helado y que las cañerías de los baños hubieran estallado, alentando aquel paisaje de hielo. Por no hablar de la extraña mujer que se movía como una máquina.
-No van a poder salir de allí –dijo Habis-. Este tipo de magia es demasiado... poderosa.
Sus manos se trasladaron a mis hombros y me dio un ligero empujón hacia Matteo, instándome a que me pusiera en movimiento; lancé una mirada en dirección al final del pasillo y me obligué a desviar la mirada. En aquellos momentos solamente debía preocuparme de sacar de allí a Matteo, corrí hacia él casi tropezándome con mis propios pies y lo sujeté por los hombros, tal y como había hecho Habis conmigo antes.
Los ojos de Matteo estaban desenfocados y apenas reaccionaba. Lo sacudí con energía, rezando para que pudiéramos irnos de allí cuanto antes; notaba la histeria creciendo en mi interior al no recibir ninguna señal por parte de mi amigo.
-Matteo –le supliqué, espiando por encima de mi hombro, donde Habis nos daba la espalda y parecía estar reforzando el muro que había creado yo-. Matteo, tenemos que irnos...
Tiré de su camiseta para que se pusiera en marcha. Empezó a moverse con lentitud, como si le costara hacer ese simple movimiento; lo guié con cuidado hacia el hueco que había creado el propio Habis al romper la pared de hielo.
Avanzamos con lentitud hacia la salida. No pude evitar mirar por encima de mi hombro por última vez; Habis tenía los hombros encorvados y, como si hubiera sentido mi mirada, ladeó su cabeza en mi dirección.
¿Qué me estaría ocultando en aquella ocasión?
Escuché el estridente sonido del hielo al resquebrajarse y alcé la mirada con horror para ver cómo un trozo de hielo se precipitaba hacia nosotros dos; la garganta se me secó de golpe y actué por puro instinto: empujé con todas mis fuerzas a Matteo por el hueco que había en la pared de hielo y yo caí de culo al resbalar, quedándome a unos pocos metros de donde golpeó el trozo de hielo que se había desprendido. Empecé a hiperventilar ante la imagen de mi cuerpo siendo empalado por aquel pedazo de hielo, una imagen que no quiso desvanecerse del todo mientras me giraba en dirección a Habis, que me observaba aterrado por lo que acababa de presenciar.
Chillé cuando vi, salidas de la nada, agujas de hielo volando en dirección al cuerpo de Habis; no tuvo tiempo de girarse para frenarlas y contemplé, con horror, cómo aquellas finas agujas de hielo se clavaban en sus extremidades y en cómo su cuerpo golpeaba el suelo con un sonido sordo.
Gateé a través del hielo para llegar a su lado y observé las agujas del hielo incrustadas en su piel; Habis no parecía en absoluto afectado por la estampa que mostraban sus brazos y piernas heridos. Alcé una mano en dirección a la aguja, pero no me atreví a moverla más.
A Habis se le escapó una risotada.
-Juegas muy sucio, Desdémona –dijo en voz alta.
Ambos escuchamos una malvada risa en respuesta. Y pertenecía a la mujer.
-Posesión –me explicó Habis en voz baja-. Otro de nuestros variopintos poderes.
Tragué saliva ante su confesión. ¿Posesión? No pude evitar echarme a temblar al ser consciente de lo que significaba, de lo que suponía. ¿Habría alguien tratado de poseerme? ¿Estaría a salvo ahora que había descubierto otro de los secretos de la Atlántida?
-Te advertí que yo haría todo –la voz de la mujer nos sobresaltó a ambos, ya que había sonado terriblemente cerca-. Pensé que habíamos llegado a un acuerdo, Habis.
Alcé la mirada hacia la mujer y Habis hizo lo mismo. Los ojos de ella seguían brillando con aquel resplandor sobrenatural y su rostro era una máscara que no dejaba ver sus emociones.
Habis sonrió con mordacidad.
-Creo que crucificarme con agujas de hielo no entraba dentro del acuerdo, Desdémona.
La mujer volvió a echarse a reír, divertida con el comentario.
-Entonces, permíteme que te ayude –susurró.
Un segundo después, el cuerpo de la mujer se desplomó sobre el suelo de hielo, con un escalofriante sonido, y al fondo del pasillo se materializó la chica rubia que había visto en dos ocasiones. Los ojos azules de Desdémona resplandecían de un enfado casi infantil y frunció los labios en un mohín.
No parecía estar en absoluto preocupada por haber herido de aquella forma a Habis.
-No estás siguiendo el trato, cariño –canturreó la chica y me apartó de un solo movimiento, ocupando mi sitio junto a Habis-. Y sabes perfectamente lo mucho que le enfada la desobediencia...
El rostro de Habis se mostró alarmado. Supe que había algún motivo oculto tras la exagerada reacción, algo que no tenía pensado en compartirlo conmigo... de nuevo; el hielo de mi corazón se recrudeció de nuevo, recordándome por qué no debía confiar en Habis a pesar de su inestimable ayuda y de cuánto se había arriesgado por ponernos a salvo a Matteo y a mí.
Me aparté un poco más de ellos y me apoyé en la pared helada, sin despegar la vista de aquellos dos.
-Me prometió que lo haríamos a mi manera –masculló.
Ambos se giraron para mirarme y Desdémona se lamió el labio inferior.
-Sabes lo que ella cree de ti –le recordó la chica a Habis, sin desviar la mirada de mí-. Piensa en lo que saldrías ganando...
Miré a Habis fijamente, casi suplicándole con la mirada que me dijera lo que estaba sucediendo en aquellos momentos. Lo único que había logrado conectar en aquella enrevesada historia era que Habis y Desdémona, la chica rubia de ojos azules, estaban trabajando juntos.
Que estaban conectados de algún modo.
-Lo haremos de mi manera –repitió Habis con un tono que no admitía réplica alguna.
Desdémona deslizó el índice por encima de las agujas de hielo, deshaciéndolas en el momento; el rostro de Habis no se crispó en ningún momento por el dolor, pero sus ojos azules, mucho más oscuros que los de Desdémona, estaban atentos a mí. Conocía aquella mirada, sabía lo que significaba: que Habis tenía miedo de que yo supiera algo que no debería.
Las palabras de Habis no parecieron contentar en absoluto a Desdémona, ya que torció el gesto con evidente desacuerdo.
-Hablaremos de esto, Habis –le advirtió Desdémona a modo de despedida y echó a andar hacia el otro lado del pasillo.
Miré el cuerpo inmóvil de la misteriosa mujer a la que Desdémona había poseído para después pasar mi mirada a Habis, que estaba igual de inmóvil que la mujer.
Me encogí cuando Habis se incorporó y se acercó hacia mí.
-No... no te acerques mucho más –le pedí con un hilo de voz.
Habis miró a su alrededor con gesto crítico.
-Tenemos que irnos de aquí, Amelia –dijo, muy serio-. No pueden encontrarnos aquí.
Mis ojos se clavaron en el cuerpo de la mujer, Habis siguió mi mirada sin un ápice de preocupación por ella.
-Estará bien –me dijo casi a regañadientes-. No recordará nada de lo sucedido y no podrá decir nada sobre lo que ha sucedido. Estamos a salvo.
«Pero Matteo no –comprendí con horror-. Él me ha visto utilizar mis poderes... lo ha visto todo...»
Conseguí ponerme en pie con ayuda de la pared y observé largamente a Habis, tratando de desvelar alguno de sus muchos secretos; Habis me tendió una mano y, tras unos instantes de vacilación, terminé por aceptarla.
Habis me ayudó a caminar hacia el extremo contrario del pasillo, donde nos esperaba Matteo al otro lado de la pared de hielo; no pude evitar sentirme cautivada por el movimiento de mano que hizo y cómo desapareció la pared de hielo, convertida en un gran charco de agua.
No pude evitar lanzarme contra Matteo, que se había dejado caer en el suelo, y abrazarlo con todas las fuerzas que fui capaz de reunir; en aquella ocasión fui yo quien palpó el torso de Matteo, buscando cualquier herida que pudiera haber resultado de aquel patético enfrentamiento.
Me sentía avergonzada de lo poco que había hecho. De no haber sido por la oportuna aparición de Habis, en aquellos precisos momentos habríamos estado en una situación muy distinta a la que estábamos viviendo.
-¿Estás bien? –pregunté, frenética-. ¿Te has herido?
Las manos de Habis me apartaron de Matteo para que éste pudiera respirar; me debatí para regresar al lado de mi amigo, que parecía estar aún un poco perdido. Los brazos de Habis me retuvieron y yo dejé de pelear, sabedora de que no iba a sacar nada en claro.
-Dale espacio para respirar –me aconsejó-. Tenemos que irnos de aquí cuanto antes.
Miré a Habis de manera más que intencionada.
-Él vendrá con nosotros –prometió y lanzó a Matteo una malhumorada mirada-. Tenemos mucho de lo que hablar.
Ayudé a Habis con Matteo y, entre los dos, pudimos ponerlo en pie. Empezamos a avanzar hacia las escaleras que conducían al piso de abajo, donde se encontraba la salida; Matteo apenas podía moverse, por lo que teníamos que arrastrarlo como si fuera un peso muerto.
Habis nos guió hacia la salida del edificio y nos condujo hacia el mismo coche con el que me había llevado al hospital; tuve que sostener a Matteo yo sola mientras Habis rebuscaba en sus bolsillos y sacó las llaves del vehículo. Resoplé de disgusto al verme casi sepultada de nuevo al suelo con todo el peso de Matteo encima de mí.
Habis me abrió la puerta trasera del coche y me ayudó a meter a Matteo en los asientos de atrás.
-No podemos ir a mi casa –dijo repentinamente.
Supe que lo decía por Desdémona y no pude evitar sentirme decepcionada por el hecho de que ella estuviera viviendo con Habis. Controlé el ataque de rabia y fingí que no me importaba en absoluto ese pequeño detalle; me esforcé por concentrarme en mi amigo, que estaba en el asiento trasero sin decir palabra alguna.
Lo espié por el espejo retrovisor. Miraba por la ventanilla con aspecto distraído, como si se encontrara a millones de kilómetros de distancia. No pude evitar responsabilizarme de su estado. Si Matteo no me hubiera interceptado en las escaleras, no se encontraría en aquella situación.
-Hay una... hay una vieja cabaña cerca de la playa –recordé de golpe.
Lo guié por las enrevesadas calles de Portia hasta que salimos a la zona marítima; en aquel punto del pueblo se veían unas pocas cabañas dispersas por la orilla. Allí era donde los pescadores mantenían algunas chozas donde pasar las noches antes de salir a faenar y algunas se habían quedado deshabitadas, por lo que podríamos colarnos en una de ellas para ayudar a Matteo.
Habis aparcó el coche cerca de la playa, de una desvencijada cabaña que íbamos a utilizar; en aquella ocasión Habis volvió a ayudarme a sacar a Matteo y a llevarlo al interior de la cabaña.
La cabaña estaba mucho peor por dentro de lo que podía aparecer por fuera; llevamos a Matteo a la cama que había al fondo de la habitación y lo depositamos con cuidado sobre ella. Habis se apartó de nosotros para poder encender una vieja linterna de aceite para iluminar la habitación.
Aparté algunos mechones del rostro de Matteo y lo miré con auténtica preocupación. ¿Qué era lo que le había causado tanta sorpresa hasta dejarlo... así?
Los ojos de Matteo siguieron el movimiento de mi brazo y me quedé helada. Era la primera señal de reconocimiento que mostraba desde que habíamos salido del instituto de aquella forma tan atropellada.
-¿Amelia? –el tono ronco de Matteo me sobresaltó-. ¿Estoy... estoy soñando?
No pude responderle. En su lugar, alcé la mirada hacia Habis, que se había quedado relegado a un segundo plano, y nos observaba a ambos con el ceño fruncido; no sabía qué podía responderle y qué debía contarle.
No estaba preparada para decirle que pertenecía a un lugar mítico, que el chico que tenía delante de él era mi prometido y que mi tía quería verme muerta porque temía que pudiera robarle el trono que, en definitiva, me pertenecía a mí.
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