{♚} Capítulo diecinueve.
La verdad, la auténtica misión de Habis allí, fue como si me hubiera tirado de cabeza a otra piscina y después se hubiera divertido estrujando mi maltrecho corazón casi hecho pedazos. Me tambaleé y tuve que dejar caerme en la cama para poder mantener el poco equilibrio que me quedaba.
La reacción de Habis a mi acusación no se hizo esperar: abrió mucho los ojos y se inclinó frente a mí, tratando de cogerme por las muñecas.
No se lo permití.
En aquellos momentos me sentía sucia conmigo misma después de haber dejado que Habis hubiera estado jugando conmigo de aquella forma, siempre tras las órdenes de Xanthippe.
Buscando la oportunidad perfecta para dar el golpe de gracia.
-¡No te acerques a mí! –chillé, fuera de control.
A mi alrededor escuché como tintineaban los recipientes que estaban llenos de agua debido a mi repentina pérdida de control por haber comprendido el verdadero cometido allí. En esos momentos deseaba terriblemente que todos aquellos frascos y botellas estallaran, dirigiendo sus trozos hacia el cuerpo de Habis, buscando hacer daño... sangre...
Haciéndolo sufrir de la misma forma en la que estaba sufriendo yo en aquellos momentos. Un dolor físico del mismo calibre que el dolor psicológico que atenazaba mi pecho, retorciéndolo con saña.
-Amelia –suplicó Habis, arrodillándose frente a mí.
Parpadeé varias veces, tratando de espantar las lágrimas y tratando de recuperarme de la sorpresa de verlo en ese estado tan... deplorable: Habis se había postrado de rodillas y mantenía la cabeza gacha, impidiéndome ver su rostro.
No podía adivinar sus intenciones; no podía saber si aquel numerito era parte del espectáculo o, por el contrario, era real.
Me aparté de él, creando una buena distancia entre ambos.
-Me has traicionado –escupí con rencor-. Siempre has trabajado para Xanthippe. ¿Cómo no pude darme cuenta antes? Ambos compartís un mismo objetivo: eliminarme. Supongo que no pudiste evitar congraciarte con tu madrastra.
Por cada palabra que iba pronunciando, la historia iba cobrando más sentido: Xanthippe había sido la que le había abierto los portales a Habis para que pudiera llegar aquí, cansada de que Habis no hubiera logrado convencerme en sueños; le había dado una excusa para que la utilizara conmigo, le dio un período de tiempo para que Habis cumpliera con su propia misión.
Pero algo había hecho que se retrasara, lo que había alertado a Xanthippe y, por eso mismo, la Emperatriz había decidido enviar ayuda adicional: Desdémona.
-Esa mujer asesinó a mi padre cuando no le resultó de utilidad.
Compuse una sonrisa irónica.
-Pero eso no te retuvo para ayudar a Xanthippe con tu enfermiza obsesión –insistí, en absoluto arrepentida de lo que estaba diciendo: que Habis había decidido colaborar con la asesina de su propio padre... si es que eso era verdad-. ¿Cuál era el plan, Habis? ¿Llevarme a la fuerza a la Atlántida, forzarme a casarme contigo y asesinarme durante la noche de bodas?
La mandíbula de Habis se tensó y la vibración del ambiente se hizo más evidente, haciendo que todo el líquido que había dentro de la cabaña empezara a descontrolarse por culpa de ambos.
Había una extraña chispa en el ambiente que nos recorría a ambos, producto del choque entre nuestras esencias; yo seguía creyendo firmemente que Habis era un traidor y tenía ganas de destrozarlo con mis propias manos. De no haber sido por Habis, yo habría seguido con mi anodina vida... mi abuela estaría bien y la relación con mi madre no habría sufrido ningún altibajo.
-No sabes lo que estás diciendo –siseó.
-Yo creo que lo tengo bastante claro –contradije, notando cómo la ira seguía recorriendo mis venas, alentándome a que dejara salir todo y lo dirigiera contra él-. Has estado jugando con mis sentimientos, me has estado moldeando a tu antojo. Has utilizado que no tuviera ningún tipo de recuerdo para hacer de mí lo que quisieras.
Tuve que controlar las ganas de abalanzarme sobre él al recordar todo lo que habíamos compartido. Juegos, risas, secretos... Habis se había aprovechado de una inocente niña de trece años que había creído encontrar en él a un amigo, su amigo imaginario; después, cuando se había aburrido de hacer su papel de amigo imaginario, había empezado a insinuarme cosas sobre quién era.
Por no hablar de cómo había procedido conmigo cuando se había presentado en Portia. «Tendría que haberme dejado ahogarme en la piscina», llegué a esa conclusión con un auténtico sentimiento de ira; ¿quién sabía si podía utilizar aquella ocasión para volver la situación a su favor?
-¿Te obligué a que me besaras? –preguntó, temblando de ira, como yo-. ¿Te obligué a que dijeras «mío» en ese sueño?
Giré la cabeza para que Habis no pudiera ver una leve brecha que habían abierto sus palabras en mi máscara que había creado y que ahora amenazaba con derrumbarse. No podía negarme a que todo lo que había dicho Habis había sido con mi consentimiento, que había salido de mí; él no me había obligado en aquellas dos ocasiones, había salido voluntariamente.
Pero había visto perfectamente lo que buscaba Habis con eso: remover esos sentimientos que había creído tener hacia él y utilizarlos en mi contra.
-Tú me indujiste a que hiciera eso –repliqué, sin atreverme a mirarlo fijamente-. Te has aprovechado totalmente de mí.
Traté de zafarme cuando Habis consiguió agarrarme por las manos, pero él no me lo permitió.
-Cuando te dije que yo era tuyo y que tú eras mía... hablaba completamente en serio –sus palabras hicieron finos cortes en mi coraza-. Estamos destinados a estar juntos, Amelia.
Tiré de mis manos para recuperarlas del agarre de Habis. No quería seguir escuchándole; sus mentiras me herían en lo más profundo y lo único que yo buscaba era crear un abismo entre ambos.
Quería recuperar mi antigua vida.
-Estás muy mal de la cabeza, Habis –le recriminé-. No creo que sea necesario que sigas fingiendo: el compromiso fue una trampa ideada por Xanthippe, estoy segura de ello. Con eso creyó que conseguiría tenerme más cerca por si las cosas salían mal.
-¿No lo entiendes? –preguntó con demasiada ansiedad acumulada en su voz-. En estos momentos soy el príncipe. El príncipe heredero al trono de Xanthippe.
Tiré con más fuerza. Las palabras de Habis me golpeaban cada vez con más contundencia, dándole más sentido a la maraña de ideas y pensamientos que aún sobrevolaban por encima de mi cabeza y de las que aún no había encontrado un sentido.
-¿Y qué pinto yo en todo eso? –inquirí con un graznido.
Me atreví a ladear un poco la cabeza para poder observar sus ojos. El rostro de Habis operaba como una máscara, escondiendo cualquier tipo de emoción... pero los ojos eran la puerta que me permitía ver la verdad que se ocultaba tras la aparente indiferencia que quería mostrar.
En aquella ocasión estaban cargados de un hondo sufrimiento y trataban de transmitirme algo, pero ¿el qué? ¿Habría aprendido a manipular sus propios sentimientos para utilizarme, para tratar de darme lástima?
-No tenemos opción –respondió y su tono de voz se rompió-. Es la única manera si quiero mantenerte a salvo.
Conseguí apartarlo de un empujón, poniendo un poco de distancia entre nuestros cuerpos; la incansable sensación en el vientre, las ganas de tenerlo más cerca me estaban mosqueando realmente. Odiaba sentirme así, con mis emociones completamente anuladas por ese chico que se encontraba a unos metros de mí.
-Una vez te pregunté en qué nos convertía tu secreto –recordé, con un sordo dolor en el pecho-. Tú dijiste que en aliados... pero estabas equivocado, Habis: tu secreto nos ha convertido en enemigos. No puedo volver a confiar en ti.
Aquella era mi forma de decirle que no pensaba dar mi brazo a torcer, ahora que había descubierto quién era realmente; ahora sabía quién era Habis y qué podía esperar de él. Estábamos en bandos distintos: Habis trataba de cumplir las órdenes de Xanthippe y yo me resistiría hasta que me fuera posible.
No tenía el entrenamiento y preparación como el que hubiera recibido Habis en la Atlántida, pero estaba dispuesta a poner cada pizca de energía que tuviera para evitar que Habis se saliera con la suya.
-Esto es una... ¿declaración de guerra o algo por el estilo? –Habis decidió mostrarse frío y sarcástico ante mis intenciones.
Ignoré por completo ese insidioso tono que me recordaba a todas las ocasiones en las que, siendo niños, había tratado de convencerme de algo... lográndolo al final; ahora sospechaba que Xanthippe tendría algo que ver con todo ello. ¿Desde cuándo estaría trabajando para su madrastra?
Sonreí con ironía.
-Una declaración de intenciones –le aclaré.
Le di la espalda y me dirigí hacia la salida de la cabaña. Estábamos atrapados en aquella playa, ya que había sido el propio Habis quien nos había llevado hasta allí, pero no iba a preocuparme de ese pequeño detalle por el momento: iba a reunirme con Matteo y le pediría que nos marchásemos de la playa.
Escuché la risa de Habis. Parecía haber decidido dejar de actuar y ahora mostraba su verdadero yo: alguien despiadado y retorcido que no dudaría ni un segundo la próxima vez que nos encontráramos.
Pero yo estaría preparada.
-No voy a poder protegerte de esta forma, Amelia –se carcajeó a mis espaldas.
Como toda respuesta, levanté de manera concluyente mi dedo corazón y salí de la cabaña.
Matteo estaba de pie en la orilla, con las manos a la espalda y observando el mar. Sin embargo, yo no podía evitar mirar con mis sospechas hacia él; había sido testigo de la crueldad y virulencia del mar en manos equivocadas... como las de Desdémona. O las mías propias, como cuando había formado aquella ola gigantesca.
-Matteo –lo llamé con suavidad-. Tenemos que irnos.
Mi amigo ladeó la cabeza y sus ojos miraron por encima de mi hombro, en dirección hacia la cabaña. Me negaba en girarme para ver si Habis había decidido salir en pos de mí o seguía encerrado, burlándose a mis espaldas por lo tonta que había sido y por todo lo que había conseguido llevarse de mí.
-¿Él no viene? –preguntó, llegando a la misma conclusión que yo: Habis era el único que tenía coche.
Negué varias veces con la cabeza.
-No podemos confiar en él –hice una breve pausa-. Ya no.
«En realidad, nunca debí haber confiado en él», me corregí para mis adentros.
Matteo se acercó trotando hacia mí para que pudiésemos marcharnos de la playa y volver al instituto. Una vez llegamos al viejo y abandonado paseo, ambos miramos a la carretera, casi esperando a que apareciera por arte de magia cualquier coche que pudiéramos parar.
-No llevo nada de dinero –me confesó Matteo, palpándose sus bolsillos-. ¿Y tú?
Le imité y vi que no había nada... a excepción de mi teléfono móvil, del cual no quería separarme por temor a que mi madre pudiera tener noticias sobre el estado de mi abuela...
Cerré esa línea de pensamientos. Había sido Habis quien había conducido a Xanthippe hacia nosotros, dándole la oportunidad de tratar de vengarse de la familia que la había traicionado; la primera en recibir su venganza había sido mi pobre abuela, que se había encontrado en el momento menos oportuno. ¿Quién sería la siguiente? ¿Mi madre?
¿O Xanthippe podría atreverse a ir mucho más lejos... yendo incluso a por Natalia o Pietro?
Saqué mi teléfono móvil y lo agité frente a Matteo, que parecía decaído. Y todo por el aluvión de información y sucesos al que se había tenido que ver metido por un simple error. «Otro error más.»
-Podrías llamar a tu hermano –dije.
Matteo se echó a reír con desgana.
-¿Y qué excusa le pongo? El instituto se ha visto inundado por unas misteriosas circunstancias y nosotros estamos atrapados a kilómetros de él. Hará demasiadas preguntas.
Sin embargo, ambos sabíamos que Giulio era lo suficientemente simple como para llegar a una idea equivocada si Matteo le pedía que viniera a buscarnos a Matteo y a mí porque habíamos decidido saltarnos las clases para venir a un sitio tan recóndito y alejado como aquél.
Al final Matteo cedió, cogiendo mi teléfono y marcando el número de su hermano Giulio casi a regañadientes. Mientras Matteo se encargaba de tratar de crear una historia ficticia sobre cómo habíamos terminado tan lejos del instituto, yo me apoyé sobre el muro de piedras y me dediqué a escrutar el mar, casi esperando que apareciera un tentáculo de agua o cualquier otro tipo de magia atlante manifestada.
Matteo no tardó en acercarse a mí con una sonrisa satisfecha.
-Viene de camino –me informó, devolviéndome el aparatito.
Lo guardé de nuevo en el bolsillo y palmeé el sitio del muro que estaba a mi lado para que Matteo lo ocupara; mi amigo no tardó en auparse para hacerlo, quedándose a unos centímetros de mí.
Ladeé la cabeza en su dirección.
-No te he preguntado cómo estás –dije con suavidad, el único tono que me salía estando con él después de todo lo que había tenido que sufrir por mi culpa-. Soy una amiga horrible.
Matteo sacudió la cabeza.
-Todo esto me resulta... difícil de entender –respondió y se miró las manos-. Pero es real, Amelia: te he visto levantar ese muro de hielo con un simple gesto de manos... y a esa mujer hacer todo eso...
No pudo continuar, seguramente aterrado por lo que había tenido que vivir... por estar a punto de morir sin haber tenido culpa alguna. No quise forzarlo a que siguiera hablando de ese tema en cuestión, no era justo para él.
Nos quedamos en silencio hasta que escuchamos el sonido de un coche acercándose a lo lejos. Saltamos del muro cuando divisamos el contorno del coche de Giulio; el hermano de Matteo nos recibió con una enorme y pícara sonrisa mientras nos montábamos en el coche y arrancaba para llevarnos de vuelta a la civilización.
El interior del vehículo olía levemente a comida rápida y ambientador.
-No voy a hacer preguntas al respecto –nos avisó Giulio mientras conducía-. Pero la próxima vez podíais buscaros un sitio más cercano, ¿eh?
Matteo negó con la cabeza, avergonzado. Yo pillé a Giulio mirándome por el espejo retrovisor, con la misma sonrisa con la que nos había recibido al venir a buscarnos.
-Ninguno de vosotros sabe entonces lo que ha sucedido en el instituto, ¿verdad?
Los hombros de Matteo se pusieron rígidos y yo me puse tensa, a la espera de que siguiera hablando.
-Al parecer hubo un problema con las cañerías y tuvieron que desalojar todo el edificio –nos explicó con aire de dramatismo.
Le pedí que me llevara a casa, sintiendo el estómago revuelto por lo que había sucedido. ¿Qué hubiera pasado de habernos quedado en el instituto, en mitad de todo aquel desastre? ¿Cómo habríamos podido dar una explicación que pudiera justificar lo que había sucedido allí?
Cuando el coche se detuvo frente a la puerta de mi casa, casi salté en marcha. Me despedí de ambos hermanos y me apresuré a llamar al timbre, rezando para que fuera Pietro o Natalia quien me abriera la puerta.
No pude evitar sentirme un poco decepcionada al comprobar que era la hermana de Giancarlo quien me esperaba al otro lado, en el interior de la casa.
-Ah, Amelia –suspiró con teatralidad-. Agradezco mucho que hayas decidido venir a casa.
Se hizo a un lado para que pudiera pasar y yo la miré con sorpresa. ¿Qué demonios estaba haciendo ella aquí? Ni siquiera lograba entender por qué seguía en Portia cuando, era más que evidente, que tenía demasiados problemas en su vida.
La hermana de Giancarlo me siguió como una sombra cuando pasé de la entrada a la cocina, donde me esperaban Pietro y Natalia con la misma cara de pasmo que yo.
-Estaba a punto de explicarles a tus hermanos qué hago yo aquí justo cuando nos has interrumpido –me explicó con una pizca de desdén.
-Nosotras nos apañamos bien solas, tía –intervino Natalia con consternación-. Puedes irte, en serio.
Laurence alzó un amenazador dedo en dirección a Natalia, silenciándola de golpe con ese simple gesto.
-Tu padre no opina lo mismo, cariño. Melba será sometida a algunas pruebas para comprobar cómo está, por lo que Giancarlo y Amaranth tendrán que pasar la noche en el hospital –continuó con su explicación, paseándose por toda la cocina-. Así pues, mi hermano me ha llamado para pedirme si podría quedarme con todos vosotros esta noche, hasta que sepan algo más.
Me erguí sobre la silla en la que me había sentado, alarmada por las pruebas a las que iban a someter a mi abuela y de las que nadie me había informado. Había creído que mi relación con mi madre se había reparado hasta el punto de que me pusiera en conocimiento cualquier cambio que hubiera en el estado de mi abuela. ¿Por qué demonios no me había dicho nada?
Natalia forzó una sonrisa, declarándose a sí misma como portavoz de nosotros tres.
-Ah, qué bien –fue lo único que pudo articular.
Laurence chasqueó los dedos.
-Ya podéis iros a hacer... a hacer cualquier cosa –nos despachó con un aspaviento de mano.
Salimos de la cocina en un incómodo silencio. Pietro parecía contrariado por la idea de que Laurence se quedara con nosotros en status de niñera, como si Natalia y yo no estuviéramos capacitadas para cuidar de él... y de nosotras mismas.
Decidimos recluirnos en la habitación de Pietro, que era el que peor aspecto tenía. Natalia se encargó de encender la televisión de Pietro para poner una película cualquiera mientras yo llevaba a nuestro hermano menor hacia su cama para después taparlo con una manta.
-No quiero que se quede aquí –suspiró Pietro.
Natalia le dio un par de palmaditas en la cabeza mientras los créditos iniciales se mostraban en la pantalla.
Nos quedamos el resto del día allí encerradas, junto a nuestro hermano pequeño hasta que la voz de Laurence se coló desde el primer piso, avisándonos de que la cena estaba lista.
Después de una anodina y aburrida cena en la que nadie abrió el pico, dimos por terminado el día subiendo de nuevo a nuestros respectivos dormitorios; Natalia me preguntó sobre mi extraña desaparición y yo le expliqué a toda prisa una historia en la que Matteo y yo habíamos decidido saltarnos las clases después de haber salido yo del despacho de la profesora.
Cuando cerré los ojos, no supe con lo que iba a encontrarme en mis sueños... aunque tenía mis sospechas.
Y esas sospechas se hicieron realidad cuando me topé con Habis, vestido como un auténtico príncipe, frente a mí.
¿Por qué seguía haciendo cosas como esa si sabía perfectamente en qué situación nos encontrábamos? «Para llevarme al límite –comprendí un segundo después-. Esto es otro de sus juegos.»
Me dirigí a la puerta a buen paso pero el picaporte estaba bloqueado. Habis, a mis espaldas, se movió levemente... lo suficiente para que me pusiera en guardia y todos mis sentidos empezaran a agitárseme por la alarma de estar encerrada en una habitación con Habis.
-Amelia –me saludó con una burlona reverencia.
-Habis.
Mis ojos buscaron de manera casi frenética cualquier vía de escape. No reconocía la habitación en la que había aparecido, pero era amplia y con objetos que podían servirme para lo que tenía en mente.
Me abalancé sobre el primer jarrón que tenía más cerca y se lo lancé a Habis, rezando para que éste le acertara en la cabeza. «Esto es la guerra, cabrón», pensé.
Sin embargo, Habis consiguió esquivar mi proyectil con un leve gesto de mano, haciendo que el jarrón estallara a sus espaldas, esparciendo todo su contenido; decidí no darme por vencida, cogiendo cualquier objeto que estuviera a mi alcance y lanzándoselo a él.
Pronto el suelo se llenó de fragmentos de cristal, flores destrozadas y charcos de agua. Pero mi ansia de herir a Habis, de hacerle daño, no se habían visto mermadas después de semejante espectáculo.
-¿Has terminado ya de comportarte como una niña pequeña? –preguntó con aburrimiento Habis, mirándose las uñas.
-Créeme, la niña pequeña que llevo dentro tiene muchas ganas de seguir arrojándote cosas –le espeté.
Los ojos de Habis relucieron de una forma que no me gustó nada.
-Entonces no me dejas otra opción, Amelia. No tengo tiempo para jugar contigo, como en el pasado.
Quise desviar la mirada, pero había algo en el fondo de sus ojos que me había atrapado... hipnotizándome; un fuerte dolor en las sienes me hizo caer al suelo de rodillas mientras una sensación similar a miles de trocitos de cristal traspasándome la cabeza me mantenía noqueada, incapaz de poder moverme. Contemplé con rabia contenida a Habis frente a mí, observándome como si fuera un simple sujeto de experimento.
No conocía la sensación, era nueva para mí... pero sabía lo que significaba ese dolor en la cabeza: Habis estaba tratando de poseer mi cuerpo.
Jadeé cuando vi que había caído sobre trozos de cristal y que éstos habían lacerado la piel de mis rodillas y las palmas de las manos. A pesar de ello, no sentía ningún dolor físico por ello.
-Te... te odio –conseguí mascullar con esfuerzo.
Habis se encogió de hombros, como si no le importara lo más mínimo lo que le acababa de decir.
-Estamos en mitad de una guerra, Amelia. En las guerras no hay espacio para los sentimientos.
Tenía razón, pero en aquellos momentos la rabia había comenzado a circular de nuevo por mis venas... dándome algo de control en mi propio cuerpo, liberándome de los hilos de titiritero que Habis había puesto sobre mi cabeza.
Cerca de mí había varios charcos de agua, lo que me dio una arriesgada idea: empecé a resistirme al control mental de Habis y, tras un acopio de fuerzas, conseguí alzar un brazo en dirección al más próximo; noté el tirón en el vientre que me indicaba que mis poderes estaban en pleno funcionamiento.
Formé una larga daga de hielo y me abalancé hacia ella con un gemido de dolor, sintiendo por primera vez las heridas que me había causado la caída; Habis trató de detenerme, sin éxito. Apreté con fuerza la daga y la alcé justo hasta situarla junto al cuello de Habis, que se quedó paralizado.
-En las guerras también tienen lugar bajas –respondí.
-Pero tú no serías capaz de hacerlo, Amelia –me contradijo-. No eres una asesina.
«No me obligues a serlo.»
No tuve tiempo de verbalizarlo en voz alta, ya que un estridente y aterrador chillido me sacó de golpe de mis sueños. Me incorporé en la cama con el corazón latiéndome a mil por hora cuando se repitió el mismo sonido, un sonido que reconocía perfectamente.
Era mi hermano Pietro chillando.
Me abalancé sobre la puerta y salí al pasillo como una exhalación; Natalia también había salido al escuchar a nuestro hermano gritar e intentaba abrir sin éxito la puerta del dormitorio de Pietro; cuando me vio aparecer se quedó pálida.
-¡No consigo abrirla! –me gritó, alarmada.
Me uní a ella. Empujamos a la vez con los hombros; nos abalanzamos sobre ella; incluso Natalia se atrevió a patearla... pero en ninguna de las ocasiones conseguimos abrirla.
Me ascendió la bilis por la garganta cuando repetí en mi cabeza el helador chillido que había proferido mi hermano pequeño. Las miles de posibilidades que se me pasaban por la cabeza estaban logrando hacerme perder el poco control que tenía en aquellos momentos.
A lo lejos resonó un potente trueno y volvimos a intentar abrir la puerta. Natalia lloraba de frustración y yo trataba de calmarla con palabras de ánimo. Pero ¿cómo podíamos calmarnos cuando nuestro hermano pequeño estaba encerrado en su propia habitación y éramos incapaces de traspasarla?
Golpeamos la madera de la puerta hasta que ésta se abrió con un chirrido y nos recibió un sollozo al otro lado; entramos a la habitación como un vendaval y nos topamos con Pietro en su camita, completamente empapado de la cabeza a los pies, y llorando con ganas.
Cuando estudié la habitación, vi que todo estaba en su sitio.
-Había... había una chica... en mis sueños –contaba Pietro, atropellándose a sí mismo-. Dijo cosas... cosas raras... y luego... luego vino un hombre... un hombre malo. Me hizo... daño.
Natalia y yo compartimos una alarmada mirada antes de que Pietro alzara sus muñecas y nos mostrara las muñecas; se me revolvió el estómago cuando contemplé las marcas que habían dejado unos poderosos dedos en la piel de mi hermanito. Unas marcas que yo misma había tenido que esconder y que sabía perfectamente a qué se debían.
Me chirriaron los dientes de rabia: habían traspasado un límite que jamás tendrían que haber cruzado.
E iba a ir a por ellos por haber atacado a un ser inocente.
A una simple criatura.
A mi hermano menor.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top