{♚} Capítulo cuatro.

Cuando mi cuerpo entró en contacto con el agua no pude evitar pensar: «¿Quién me mandaría a mí quedarme tan cerca de la piscina con mis antecedentes con ellas en el pasado?», a lo que le siguió el siguiente pensamiento: «Qué patético debe resultar morir en una piscina aclimatada».

Había cerrado los ojos durante la caída y no me atrevía a abrirlos por una razón absurda: tenía miedo de verme rodeada de agua. De manera inconsciente boqueé, pero no entró ni una sola gota de agua en mi boca; decidí que había llegado el momento de abrir los ojos y de no sucumbir al pánico. No tenía ningún conocimiento respecto a nadar, así que chapoteé en el fondo de la piscina pero sin ahogarme.

El agua me repelía, como si estuviera cubierta por algún tipo de sustancia, sin llegar a rozarme en ningún momento. Incluso era capaz de respirar bajo el agua, lo que me puso más nerviosa aún.

Me debatí sin saber qué más hacer y porque aquel misterio estaba logrando ponerme más nerviosa de lo que estaba. Era incapaz de poder ascender a la superficie y me mantenía estática en mi sitio a pesar de las brazadas desesperadas de mis brazos; algo cayó a mi lado en la piscina y me giré como bien pude para encontrarme cara a cara con Hugo, que se debía haber lanzado a la piscina.

Abrí la boca para decir algo, pero solamente me salieron una ridícula hilera de burbujitas, lo que me puso más en ridículo. Hugo nadó hacia mí y se quedó flotando frente a donde me encontraba.

«Tranquila», dijo una voz en mi mente que sonaba escalofriantemente igual que la de Hugo.

«¿Tranquila? ¿Cómo quieres que esté tranquila en el fondo de una piscina, sin saber nadar y ahogándome?», pensé con desesperación, sin entender por qué Hugo no me sacaba de ahí.

Hugo sacudió la cabeza y sus hombros se sacudieron como si estuviera riendo de algo.

«No te vas a ahogar, Amelia», respondió. «El agua forma parte de la gente como nosotros. Es nuestro elemento.»

Lo miré con desconfianza y traté de subir a la superficie, sin entender por qué era capaz de respirar en el agua. ¿Cómo era posible que pudiera hacerlo si había estado a punto de ahogarme en la piscina de un amigo de mi madre siendo niña?

«Esto no es real», creí comprender. «El agua ha entrado en mis pulmones y estoy...»

Hugo me cogió por la muñeca y me acercó a su cuerpo. Sus ojos azules brillaban misteriosamente bajo el agua.

«Estás viva, Amelia», me contradijo. «Sin embargo, tu magia ha salido de dentro de ti porque te encontrabas en una situación de riesgo. Es lo que llamamos magia instintiva.»

«Estoy alucinando», es lo último que pensé antes de que Hugo decidiera rodearme la cintura con su brazo e impulsarse a la superficie; creo que llegué a desmayarme, quizá por la impresión, porque cuando volví a abrir los ojos me encontraba en una habitación, quizá la que usaban la familia de Barukh para recibir a sus invitados, tendida sobre la cama y con mi ropa completamente empapada.

Parpadeé varias veces, tratando de orientarme.

-¿Qué ha...? –intenté preguntar, pero me interrumpí por un repentino ataque de tos-. ¿Qué ha sucedido? –probé al final, lográndolo.

No estaba sola en la habitación: Natalia, Rafaela, Matteo, Alessandro y Hugo estaban haciéndome compañía. Natalia y Hugo estaban sobre la cama, cada uno a un lado, mientras que el resto me observaba con una mezcla de susto y alivio desde el fondo de la habitación.

Natalia no tardó en lanzarse a mí para estrecharme en un asfixiante abrazo que no pude corresponderle debido a que aún estaba bastante aturdida por todo lo que había sucedido. Lo último que recordaba era que había caído en la piscina, el resto lo tenía confuso.

Cuando se separó de mí, vi que tenía el rostro enrojecido y las mejillas húmedas de haber llorado tanto; el resto de mis amigos tampoco tenía mejor aspecto que mi hermanastra. Rafaela, por ejemplo, tenía los ojos húmedos y estaba apoyada en el brazo de Matteo, quien trataba de reconfortarla dándole palmaditas en la cabeza.

-Te has caído en la piscina –me contó Natalia, con la voz ronca-. ¿Te acuerdas de eso?

Asentí varias veces.

-Por supuesto –dije-. Estaba hablando con Fabrizio cuando él intentó besarme; retrocedí y fue cuando caí en la piscina. El resto soy incapaz de recordarlo...

Forcé a mi cabeza a que tratara de rescatar lo acontecido después de haberme caído a la piscina; debía haberme quedado inconsciente en ese momento, quizá unos segundos después, ya que había un gran vacío en ese período de tiempo hasta que alguien me había sacado de allí.

Hugo hizo crujir sus nudillos y me lanzó una elocuente mirada. ¿Qué estaba haciendo él allí? Cuando bajé la mirada, vi que la ropa de Hugo estaba mojada y arrugada; comprendí entonces que había sido él quien se había lanzado a la piscina para sacarme de allí.

-Menos mal que Hugo reaccionó rápido –comentó Natalia, con el ceño fruncido-. No sabemos lo que hubiera pasado si no...

Dejó la frase en el aire, incapaz de terminarla. Sin embargo, yo sabía perfectamente lo que le habría gustado añadir: que podría haber muerto. En un momento ciertamente había creído firmemente que iba a morir y que me resultaría ridículo hacerlo de ese modo; no había muchas chicas de dieciséis años que no supieran nadar y que cayeran en piscinas climatizadas.

-Por suerte la situación no ha llegado a mayores –interrumpió Hugo, muy serio. Hizo una pausa-. ¿Os importaría dejarme un momento a solas con Amelia? Hay algo que me gustaría hablar con ella.

Todos le miramos con confusión y desconcierto. ¿Para qué querría hablar conmigo Hugo? ¿Qué asunto pendiente tendríamos ambos? El corazón me latió con fuerza ante la posibilidad de tener un momento a solas con Hugo para poder preguntarle si nos conocíamos de algo, si él era Habis, el chico que aparecía en mis sueños.

En cierto modo, aquello era demasiado absurdo preguntarle si había salido directo de mis sueños. Pero, a pesar de la posibilidad de quedar como una lunática, tenía la necesidad de quitarme esta angustiante sensación del pecho.

Mi hermanastra y mis amigos me miraron, pidiéndome con la mirada que les dejara estar allí. Sin embargo, eso es algo que debía hacer yo sola.

-Solamente es un momento –dije y recibí una mirada molesta por parte de Natalia y el resto-. Por favor.

Uno por uno fueron desfilando hasta fuera de la habitación hasta que nos quedamos nosotros dos solos. Hugo se acercó a la puerta y se encargó de echar el pestillo; después observó los jarrones llenos de agua con un brillo pensativo.

Alzó una mano y el agua que había dentro del primer jarrón que había señalado se elevó hasta convertirse en una masa de agua flotante; Hugo la dirigió con un movimiento de mano hacia la puerta y el agua se empezó a condensar en los huecos que quedaban con el umbral para después congelarse.

Miré con espanto a Hugo mientras éste se acercaba a la cama sonriendo. Todas mis intenciones iniciales de interrogarlo sobre su misteriosa similitud con Habis se esfumó de golpe al comprender que, quizá, Hugo no tenía tan buenas intenciones como había creído.

-¿Qué has hecho? –pregunté en un susurro.

Hugo se encogió de hombros.

-He tenido que asegurar la puerta y asegurarnos de que tus amigos no puedan escuchar nada de lo que se va a hablar en esta habitación –respondió con calma-. Además, no quiero interrupciones.

Retrocedí cuando Hugo tomó asiento en la cama y me dedicó una amplia sonrisa.

-Hay mucho de lo que tenemos que hablar –dijo, pensativo-. Sin embargo, es mejor que empecemos por las partes más importantes, ¿no crees? Seguramente tienes muchas preguntas que hacerme y yo intentaré responderte a todas ellas de la mejor forma posible.

Todas las preguntas se apelotaron en mi cabeza, mareándome por unos instantes. Había un montón de cosas que quería preguntarle, pero no sabía cuál de ellas era la más acuciante.

-¿Quién eres en realidad, Hugo? –me decanté por la que había estado en primer lugar antes de que me hubiera asustado con ese truco con el agua.

Él se encogió de hombros.

-Tú me conoces bien. Tres años es bastante tiempo para conocernos, ¿verdad? –respondió con un tono burlón.

Su confirmación me dejó durante unos segundos fuera de juego. Hugo, tal y como había sospechado desde un principio, era Habis; Habis era un personaje real, de carne y hueso que había decidido reunirse conmigo, cumpliendo así con la promesa que me había hecho en mi último sueño.

Me llevé una mano al pecho, tratando de ralentizar así el ritmo acelerado de mi pobre corazón.

-Pero... pero ¿cómo es posible? –musité.

La sonrisa de Hugo, o Habis, se hizo más amplia.

-Te dije que te protegería –me recordó-. Es lo que estoy tratando de hacer, Amelia. Eres muy importante, aunque tú no lo sepas aún.

Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo cuando Hugo me respondió. No era la primera vez que me decía algo así y me pregunté si tendría hoy las respuestas a las preguntas que rondaban mi mente.

Si sacaría algo en claro.

-¿Por qué? –pregunté, casi desolada-. ¿Por qué soy tan importante? ¿Por qué me proteges? –hice una breve pausa-. ¿Quién está tras de mí?

La última pregunta me trajo a la memoria las marcas que aún llevaba en el cuello y que habían aparecido tras haber sufrido una pesadilla donde Habis se había transformado en un hombre que había tratado de estrangularme.

De manera inconsciente me aparté el pelo mojado del cuello y me froté la zona del cuello donde llevaba las marcas; Hugo siguió con la mirada cada uno de mis movimientos y sus ojos se estrecharon cuando vio las marcas, ya que el maquillaje que me había echado había desaparecido tras haberme caído en la piscina.

Sus manos apartaron los mechones que entorpecían la visión de aquellas marcas y me quitó con suavidad mi mano para poder contemplar aquellas huellas que había dejado de algún modo el hombre de mis sueños.

-Te dije que eras vulnerable en el mundo de los sueños –dijo, repitiendo las palabras que me había dedicado en mi sueño-. Y ellos lo han descubierto. Ahora saben quién eres y dónde encontrarte, Amelia: no tardarán en venir a por ti.

Me eché a temblar de manera inconsciente al recordar la mirada de odio que me había dirigido ese desconocido y la sangre fría que había tenido al enroscar sus manos en torno a mi cuello para asesinarme.

Sin embargo, Hugo aún no me había explicado por qué iban tras de mí y por qué era tan importante. Lo hubiera entendido si yo hubiera resultado ser alguien excepcional, el tipo de chica que poblaban las novelas que Natalia devoraba y que yo, en ocasiones, leía a escondidas.

-No logro entenderlo, Hugo –repuse con suavidad-. ¿Por qué yo? ¿Qué tengo yo de especial?

Él chasqueó la lengua con fastidio.

-Tus amigos se están impacientando y no tardarán en echar la puerta abajo –observó-. Dejemos esta conversación en pausa y la terminaremos en mi casa, que es un lugar seguro donde nadie podrá escucharnos.

Con un rápido gesto de mano devolvió el agua que había usado para inutilizar la puerta a su jarrón; descorrió el pestillo y abrió la puerta para que Natalia y el resto echaran un vistazo a la habitación antes de acercarse de nuevo a la cama donde me encontraba tendida y estupefacta por lo poco que había podido descubrir y que solamente había acrecentado mi confusión.

-Le estaba diciendo a Amelia que no me importaba lo más mínimo acompañarla a casa –dijo Hugo, con una nueva sonrisa en el rostro-. Mi padre era médico, así que le he dado un par de indicaciones.

Los ojos de Matteo estaban clavados en Hugo y lo observaba con cierta hostilidad. Alessandro, por el contrario, escuchaba atentamente a Hugo, como si estuviera absorto con la explicación que les había dado.

Natalia y Rafaela miraban en mi dirección, entre preocupadas y muertas de envidia por la posibilidad de que Hugo pudiera llevarme a casa.

-Mi hermano podría recogernos ahora mismo –intervino Matteo-. Además, eres nuevo en Portia y te perderías con facilidad.

Hugo le dedicó una sonrisa carente de humor.

-Tengo la suerte de contar con un móvil con sistema de GPS, creo que podré arreglármelas perfectamente –repuso-. Pero gracias por la observación.

Los dos se giraron hacia mí a la par, esperando que tomara yo una decisión.

Mis mejillas se colorearon por la repentina atención que había suscitado y desvié la mirada mientras me pensaba mi respuesta. ¿Qué debía hacer? Hugo me estaba ofreciendo una oportunidad de darle sentido a aquella descabellada historia que había ido complicándose cada vez más.

-Quizá podría llevarme –respondí, encogiéndome de hombros-. Y vosotros podríais seguir aquí... al menos un poco más.

Natalia abrió mucho los ojos y Rafaela esbozó una sonrisa satisfecha; Alessandro y Matteo se miraron con incredulidad, como si no me hubieran entendido bien. Hugo, por el contrario, me dedicó una sonrisa de agradecimiento.

-Entonces será mejor que nos vayamos –decidió.

Me arrastré hasta el borde de la cama y el suelo se tambaleó bajo mis pies antes de que pudiera recuperar el control; Hugo se hizo a un lado mientras yo me despedía de mis amigos y le prometía a Natalia que la llamaría nada más llegar a casa. No se quedó muy convencida, al igual que Matteo, pero ninguno de los dos dijo nada mientras nos acompañaban hacia la salida de la casa.

Hugo me guió hacia uno de los callejones que había a un lado de la casa de Barukh y me señaló un discreto coche gris. Nos acercamos a él con paso lento y Hugo se encargó de sujetarme la puerta mientras yo me introducía dentro del vehículo, temiendo manchar la tapicería con mi ropa mojada.

Lo observé mientras se montaba en el coche y sacudía la cabeza, haciendo que pequeñas gotitas de su pelo chocaran contra mi cara. Su ropa, a pesar de haberse tirado a por mí a la piscina, tenía mucho mejor aspecto que la mía.

Recordé lo que me había comentado sobre mi «magia» y cómo había usado mi «magia instintiva» para no ahogarme. ¿Sería la primera vez que lo hubiera hecho o, en el pasado, también habría hecho algo así?

-¿Alguna vez podré hacer lo que tú haces con el agua? –pregunté mientras Hugo salía del callejón.

Me dedicó una rápida mirada antes de centrarse de nuevo en la carretera.

-Te lo has tomado bastante bien –observó-. No he visto ni chillidos histéricos, ni teorías descabelladas sobre libros que leéis aquí en tierra firme... ni tampoco ningún intento de agresión –lo miré con enfado, incapaz de poderme creer que creyera que iba a pegarle. Hugo soltó una risa profunda que retumbó en todo el coche-. Es broma, Amelia. Me alegro mucho de que hayas decidido creerme.

-Podía respirar bajo el agua –respondí, aún un poco entumecida por todo lo que había sucedido-. Creo que mi momento de perder los papeles tuvo lugar mientras estuve en la piscina. Me desmayé, ¿no es cierto?

-Pero empiezas a recordar cosas, ¿verdad? –adivinó y yo asentí-. Sobre lo que ha pasado en el fondo de esa piscina.

Me golpeé en repetidas ocasiones la barbilla con el dedo índice, tratando de establecer mis propias conclusiones con las respuestas que me había dado Hugo y con lo que sabía hasta el momento, que no era mucho.

-Tú eres como yo –afirmé y Hugo asintió, constatando mis palabras-. ¿Qué somos, entonces? ¿Extraterrestres? ¿Proyectos fallidos de alguna organización topsecret? ¿Sirenas? –aquella suposición arrancó una nueva carcajada a Hugo, pero lo que me vino a la mente era horrible-. ¿Acaso soy adoptada? Mi madre y mi abuela... ellas no saben nada de esto. ¿Decidieron adoptarme porque hacía cosas raras?

-Todo a su tiempo, Amelia –me pidió y giró por una calle que en absoluto llegaba a mi casa.

-Te has equivocado –hice notar-. Por aquí no se llega a mi casa.

-Ya te he dicho que íbamos a ir a mi casa primero –me recordó-. Es un sitio seguro donde podré explicártelo todo.

Hice un mohín con el labio inferior, pero no me negué a que me llevara a su casa. Hugo, a pesar de haberme confesado que era Habis, el chico de mis sueños, era un completo misterio para mí... al igual que parte de mi vida; habíamos estado conociéndonos en estos tres últimos años, creando una amistad, me permitiría darle el beneficio de la duda para que pudiera darme algo de luz.

Hugo vivía en el paseo marítimo que había en Portia; su casa costaba de una sola planta y parecía una vivienda unifamiliar con acceso directo a la playa por la parte trasera. Mientras él se encargaba de guardar el coche en el garaje me dio las llaves de su casa y me pidió que lo esperara dentro.

Nada más traspasar el umbral fue como si me hubiera sumergido en un mundo completamente distinto. La zona de la entrada, cocina y salón-comedor estaban fusionados en un enorme espacio abierto; al fondo había una puerta que debía conducir al dormitorio y que no me atreví a investigar. Además, aunque esto solamente era una simple corazonada, tenía la sensación de que Hugo se había encargado él mismo de decorar toda la casa.

Blanco y azul.

En el fondo, algo dentro de mí se agitó al recordar el castillo que había aparecido en mis sueños. Todo aquello tenía aspecto bastante mediterráneo y marinero, haciendo de ese sitio un hogar bastante acogedor.

-Tardé bastante en dar con algo que pudiera servirme –me explicó la voz de Hugo a mi espalda-. No quería estar muy lejos del mar, hace que me sienta desprotegido.

Me giré para encontrármelo apoyado en la puerta de la entrada, de brazos cruzados y con aspecto de estar un poco... nervioso. Tuve que contener una risita ante la posibilidad de que Hugo estuviera nervioso por haberme traído a su propia casa.

En la que no parecía haber nadie más.

-¿No viven tus padres contigo? –me atreví a preguntar, intentando romper el hielo.

Una sombra de dolor cruzó el rostro de Hugo.

-Mis padres están muertos.

Mi rostro perdió el color de golpe debido a la impresión y a mi enorme metedura de pata. Desvié la mirada automáticamente, avergonzada por haberle hecho una pregunta tan personal y desafortunada.

-Yo... creí... habías dicho que tu padre... era médico –tartamudeé.

El rostro de Hugo se suavizó.

-Así es –afirmó-. Fue un gran... sanador mientras estuvo en vida.

-¿Sanador? –repetí, confusa.

Hugo sonrió.

-Intenté buscar una palabra que pudiera describir lo que hacía mi padre en vuestro mundo –me explicó-. ¿Por qué no te sientas? Estarás más cómoda –me propuso después.

Miré con pena el inmaculado sofá blanco que había al fondo de la sala, frente a una pared que tenía incrustada una televisión y muchísimas fotografías, además de distintos cuadros de tonos azules y celestes.

-Lo mancharé –dije.

-Iré a por una toalla –decidió Hugo y desapareció en el interior de la habitación que aún no había visto.

Regresó al poco tiempo con una enorme toalla que me tendió amablemente. La coloqué encima de la tapicería del sofá y me apoyé sobre ella con cuidado, a la espera de que Hugo decidiera hablar.

Sin embargo, él parecía haberse sumido en un silencio reflexivo.

-Antes no llegaste a decirme qué éramos exactamente y si era adoptada –recordé en voz baja, como si pudiera ofenderlo.

Los ojos azules de Hugo se clavaron en los míos y aspiré todo el aire que fui capaz para mantenerlo atrapado en mis pulmones.

-Se nos conoce como atlantes, Amelia –respondió, hablando despacio-. Y no, me temo que no eres adoptada.

Fruncí el ceño. ¿Atlantes? No sabía a qué ciudad o país pertenecía dicho gentilicio, pero me sentía aliviada en parte por haber descubierto que, al menos, no era adoptada; me hubiera resultado un poco incómodo y violento estar en presencia de mi madre y mi abuela y saber que no compartíamos nada en absoluto, a excepción del apellido y los años que había pasado a su lado.

Hugo leyó la confusión en mi rostro y esbozó una diminuta sonrisa que parecía un tanto forzada.

-Naciste en la Atlántida, Amelia –me desveló en un susurro-. Tu familia tuvo que huir por riesgo a que acabaseis todos muertos; tu propio padre murió en ese ataque. Como te he dicho un millón de veces, eres demasiado importante y hay gente que quiere verte muerta.

-¿Quién? –dije con un hilillo de voz, con las sienes palpitándome con fuerza, como si algo dentro de mi cabeza estuviera luchando por ser liberado.

-Tu tía Xanthippe.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top