{♚} Capítulo cinco.
«Tengo una tía que quiere matarme... ¿por qué?»
Ese pensamiento fue el primero que me vino a la cabeza después de que Hugo respondiera a mi pregunta. Ni siquiera me había quedado sorprendida por haber descubierto que pertenecía a un sitio distinto... un lugar que siempre se había creído que era un mito.
La Atlántida.
Había escuchado hablar sobre ella. Incluso había visto la película de Disney, Atlantis, y no había podido evitar sentirme emocionada y triste al mismo tiempo al verla, como si algo en mi subconsciente se sintiera vacío. Pero jamás habría creído que pudiera ser un lugar real.
Tragué saliva mientras Hugo estaba atento a cómo reaccionaba a la noticia que, sin duda alguna, me había cogido totalmente por sorpresa.
Me llevé las manos a las sienes para poder masajeármelas y tratar de pensar mejor. La única familia que había conocido en toda mi vida había sido, en primer lugar, mi madre y mi abuela; luego, cuando mi madre se casó con Giancarlo, se sumaron a ella él y su hija, Natalia, además de Pietro, que era el hijo de mi madre y Giancarlo.
Me era muy difícil abrir esa idea y añadir la palabra «tía», por no hablar de que esa misma persona estaba buscándome para poder matarme. Digno de cualquier telenovela.
-Tuvimos que huir de la Atlántida y mi padre murió en el intento –traté de resumir, con un nudo en la garganta-. ¿Y todo aquello fue idea de mi tía?
Hugo asintió con gravedad.
-Mi padre murió poco después de que Xanthippe decidiera que ella quería ser la Emperatriz –confesó en voz baja.
Me puse rígida al escucharlo.
-¿Emperatriz? –repetí, con esfuerzo. Era como si se me hubiera instalado en la garganta una enorme piedra que me impidiera poder hablar correctamente; quizá fuera un nudo de lágrimas por haber descubierto que mi familia me había estado mintiendo todos aquellos años que habían trascurrido-. ¿Cómo que Emperatriz?
Hugo endureció su gesto.
-Tu abuela y tu madre fueron las Emperatrices de la Atlántida antes que Xanthippe. La línea de sucesión es bastante clara al respecto: primacía de la mujer sobre el hombre, en caso de que haya diferencia de sexos entre los herederos, y de la mayor heredera sobre la menor; tu madre era la primera en la línea de sucesión cuando tu abuela decidió que había llegado el momento de retirarse. Y eso fue algo que Xanthippe nunca entendió...
»Nadie sabía de las intenciones ocultas de tu tía y, después de mucho tiempo, llegamos a creer que fue ella la que puso tantas trabas a tu madre para que pudiera concebir: si no había una heredera, sería Xanthippe quien ocuparía el lugar de Emperatriz una vez que Amaranth decidiera retirarse –su tono sonaba dolido y, en el fondo, resentido-. Sin embargo, de algún modo, tú llegaste al mundo y le hundiste los planes a tu tía. Fue entonces cuando decidió revelarse y hacer uso de lo que jamás creímos que ninguno de nosotros fuera capaz: el Kraken.
El nombre de criatura despertó en mí un fuerte sentimiento de horror. Cerré los ojos y un fogonazo detrás de mis párpados me mostró la monstruosa imagen de un enorme calamar deforme cuyos largos tentáculos estaban cubiertos de venenosos pinchos y su boca estaba rodeada por una doble hilera de afilados dientes, capaces de destruir y triturar cualquier cosa.
Un escalofrío sacudió mi cuerpo y me abracé a mí misma, como si tratara de protegerme de algo.
-¿Cómo es ella? –pregunté, manteniendo un tono neutral-. Xanthippe, quiero decir.
Tenía un extraño presentimiento que tenía que ver con la identidad de mi tía. O de la mujer que intentaba matarme por haberle fastidiado el plan de convertirse en Emperatriz de la Atlántida.
Las cejas de Hugo descendieron de golpe y su cara se convirtió en una máscara de piedra que me impedía sospechar de qué humor estaba o cómo le había sentado mi pregunta.
-Será mejor que te lo muestre –dijo.
Alzó la mano y el agua acudió a él desde una botella que había colocada en la mesa; no pude evitar mirarlo fascinada, preguntándome si yo también sería capaz de hacer eso algún día. Hugo movió los dedos y la masa de agua flotante empezó a girar sobre sí misma, formando un amplio óvalo, casi como un espejo.
Tragué saliva cuando el agua dio una última sacudida y un blanquecino destello cubrió por entero la masa de agua, como si ésta tuviera luz propia; espié por el rabillo del ojo a Hugo y vi que parecía estar concentrado en el agua.
Cuando volví a centrar toda mi atención, el óvalo de agua me mostraba la imagen de la mujer que había aparecido en mi cabeza por arte de magia el día que estalló la tubería; igual que ese día, un repentino odio me recorrió el cuerpo y noté que algo burbujeaba dentro de mí.
Cerré los ojos un segundo, tratando de controlar mis emociones y mantenerlas a raya. Ahora tenía bastante claro que no había ningún fallo dentro de la tubería y que había sido yo, en un arrebato, quien había provocado que estallara.
Sin embargo, se me estaba haciendo muy complicado: el óvalo de agua me estaba mostrando a Xanthippe, la mujer que había aparecido de la nada en mi cabeza y que quería verme muerta. Mi propia tía.
Ahora que sabía quién era ella y qué es lo que me unía a su persona podía ver con claridad la semejanza que había entre Xanthippe y mi madre: por ejemplo, ambas tenían los mismos ojos verdes; la forma respingona de la nariz también era un rasgo común entre ellas dos... además de mí.
Me resultaba muy duro de creer que esa mujer, sangre de mi sangre, quisiera matarme por una simple cuestión... de poder.
Cuando volví a abrir los ojos, mucho más calmada, vi que Hugo me miraba atentamente. Casi diría que estaba esperando que hiciera estallar algo o que rompiera algo contra la pared.
-¿Por qué has tardado tanto tiempo en mostrarte fuera de mis sueños? –pregunté, tratando de sonar lo más calmada posible.
No quería tratar aún el tema de mi familia. El ahondar en aquel tema que se había puesto tan espinoso conseguiría que hiciera estallar algo de verdad y, en aquellos precisos segundos, lo cierto es que buscaba algo de... estabilidad; preguntarle a Hugo por qué no me había ido a buscar antes me mantendría ocupada aunque, al final, el tema desembocaría en el asunto de mi tía y su más que evidente objetivo de hacerme desaparecer de la faz de la Tierra.
Hugo se frotó con el pulgar derecho la comisura de su labio.
-No estaba del todo seguro, Amelia –me confesó, casi avergonzándose de sí mismo-. Durante muchos años me sumergí en multitud de mentes infantiles, avanzando a ciegas... hasta que di contigo; tuve un extraño presentimiento, casi como si tuviera una afinidad más especial contigo que con el resto de niñas a las que visitaba en sueños. No pude comprobar mi teoría hasta que no empezaste a mostrar tus poderes, cuando éstos ya hubieron madurado.
Fruncí el ceño. Había conocido a Habis tres años atrás y, desde entonces, no había dejado de soñar ni un solo día con él y con el misterioso castillo que, sospechaba, era una réplica del que existía en la Atlántida.
-Yo te conocí hace tres años –lo corregí y él sonrió de manera misteriosa.
-Llevo metido en tus sueños desde que tenías siete años, Amelia –dijo-. Por aquel entonces tú no eras del todo consciente de mi presencia; cuando tuve bastante claro que eras tú me dejé ver en todos y cada uno de tus sueños. Eso fue hace tres años, como tú bien has dicho –añadió.
Cogí aire.
-¿Cuántos años tienes? –me atreví a preguntar.
-¿Cuántos años crees que tengo? –me respondió con otra pregunta y una sonrisita altanera.
-¿Diecisiete? –probé a decir, dudando.
Su sonrisa se ensanchó y supe que me había equivocado por completo.
-Tengo diecinueve –contestó Hugo.
Parpadeé entre asombrada y escéptica.
-No me lo puedo creer –musité-. Con razón tienes carnet de conducir...
Mi último comentario le arrancó una risotada a Hugo.
-Por supuesto que puedo conducir con esos trastos de cuatro ruedas, Amelia. No son ningún obstáculo para mí.
Debí seguir mirándolo como una estúpida, ya que enarcó una ceja.
-¿No tienes más preguntas al respecto? Vaya, jamás creí que esto fuera tan rápido...
Volví a coger aire, dispuesta a exprimir al máximo toda la información que Hugo pudiera brindarme sobre mis orígenes.
-¿Yo también puedo hacer eso que haces... con el agua? –pregunté con algo de timidez.
Ambos clavamos la vista en el óvalo de agua y Hugo apretó la mano en un puño, deshaciendo la imagen de Xanthippe y convirtiendo el óvalo en una esfera perfecta de agua; después, mirándome con una media sonrisa, devolvió el agua a su recipiente.
-Todo esto y mucho más –respondió con gravedad.
No le di mayor importancia al tono que había empleado, en mi cabeza ya estaba imaginándome a mí misma moviendo agua tal y como había hecho Hugo; los pulmones se me llenaron de oxígeno cuando fui consciente de lo que aquello significaba: mi madre y mi abuela también eran capaces de mover el agua a voluntad. Quizá por eso mismo mi abuela había conseguido hacer desaparecer con un simple movimiento el nudo que se me había formado con el zumo, haciendo que casi me atragantara.
Me pregunté cuántas cosas más me habrían estado ocultando... y qué partes de mi vida serían reales.
-En mi sueño dijiste que mi mente tiene un poderoso bloqueo –recordé de repente-. ¿Crees que quien lo puso ahí fue mi madre... o mi abuela?
Se me hacía muy duro pensar que mi familia me había manipulado la mente, manteniendo encerrada una parte de mí, mintiéndome al respecto; ellas debían haber averiguado que la tubería había sido cosa mía, comprendí. ¿Qué más cosas sabrían al respecto de lo que estaba pasando y me lo habrían ocultado?
-Sin lugar a dudas –respondió Hugo sin titubear-. Y solamente son ellas las que pueden retirarlo. Esa magia es demasiado poderosa incluso para mí.
Miré a Hugo pensativa.
-¿Quién eres en realidad, Habis? –lo llamé a propósito por su verdadero nombre-. ¿Y por qué has decidido venir a por mí?
La pregunta pareció pillarlo desprevenido, ya que me lanzó una mirada cargada de pesimismo, como si hubiera algo no se atreviera a decirme.
Se encogió de hombros.
-No hay mucho que contar sobre mí –replicó, un tanto evasivo-. Mi madre murió cuando yo tenía dos años; mi padre decidió volver a casarse, pero hizo una mala elección... Unos años más tarde estalló la rebelión por parte de Xanthippe y sus secuaces donde mi padre murió. Fin de la historia.
Ambos fuimos conscientes de que aún había mucho más que decir en aquella historia pero que, por algún motivo que solamente Hugo conocía, no iba a hacerme partícipe de mucho más; nos mantuvimos la mirada unos instantes más hasta que él decidió bajarla para clavarla en sus manos.
-Llevamos mucho tiempo bajo la tiranía de la Suprema Emperatriz, como le gusta a Xanthippe que la llamemos, y solamente un reducido grupo de personas sabíamos que parte de la familia real había conseguido marcharse al exilio –prosiguió-. Sabíamos que tú estabas viva y, técnicamente, Xanthippe es una usurpadora: el trono te pertenece a ti por derecho –hizo una pausa para volver a mirarme momentáneamente-. Estoy aquí para pedirte que ayudes a tu pueblo y traigas la paz; ayúdanos a eliminar a la impostora y ocupa tu lugar.
Su confesión me sentó como si me hubiese tragado un kilo de piedras. Me aparté de Hugo como si su simple cercanía me desagradara en lo más profundo de mi ser; sin embargo, había sido su mensaje lo que más me había desagradado: yo no sería capaz de frenar a mi tía. ¡Ni siquiera estaba interesada en convertirme de la noche a la mañana en una emperatriz de un sitio que solamente había escuchado por medio de historias y mitos!
Me masajeé la frente mientras controlaba mis respiraciones. Aquello me había sentado tan mal como ver la imagen de mi tía y confirmar mis sospechas; se me escapó un quejido al comprender que, tarde o temprano, tendría que enfrentarme a Xanthippe porque ella no iba a descansar hasta encontrarme y eliminarme.
Para aquella mujer yo suponía una amenaza directa hacia su continuidad en el trono; tal y como había dicho Hugo, Xanthippe había ocupado ilegítimamente el trono y eso era algo que toda la Atlántida conocía... aunque quizá no supieran que yo seguía viva, una esperanza de que Xanthippe podría desaparecer de sus vidas para siempre.
-¿Por qué has tardado tres malditos años en decirme todo esto? –pregunté y mi voz salió amortiguada-. ¿Por qué ahora?
Me atreví a mirarlo de soslayo: Hugo tenía la mandíbula tensa y se había cruzado de brazos; su mirada estaba clavada en algún punto por encima de mi cabeza y lo contemplaba con seriedad.
-Porque ya estás preparada para afrontarlo –respondió-. Tus poderes están madurando y pronto, y con la preparación suficiente, serás capaz de vencer a Xanthippe. Traerás equilibrio a nuestro reino.
Alcé la mirada y la clavé en Hugo. Me ardían las entrañas de la rabia que me consumía en esos momentos.
-¿Y qué sucede si me niego? –inquirí con rebeldía-. Yo jamás pedí nada de esto.
Los ojos azules de Hugo bajaron a la altura de mi rostro y sus iris se oscurecieron paulatinamente.
-Eres su Emperatriz, Amelia –replicó con dureza-. Es tu responsabilidad...
Salté del sofá y lo encaré de pie.
-¡Eso no es mi responsabilidad! –chillé-. En todo caso la responsabilidad recaería sobre mi madre o mi abuela. Estoy harta de que todo el mundo trate de utilizarme... ¡y de mentirme!
Hugo también se puso en pie y yo retrocedí unos pasos, manteniendo las distancias entre ambos.
-Yo no he tratado de utilizarte o mentirte –me contradijo, apretando los dientes-. Te he expuesto la situación y te he contado la verdad...
Sin embargo, aún había algo que me ocultaba. En el fondo, tenía la sensación de que se había reservado algo más que tendría que haberme dicho antes y que, en cambio, se lo había guardado.
Alcé la barbilla, desafiante.
-No quiero saber nada de la Atlántida –declaré, tratando de sonar rotunda y definitiva-. Y quiero que me lleves a mi casa ahora mismo, Hugo.
Él cogió aire abruptamente.
-No puedes hacernos esto –musitó, sonando casi como un niño desamparado-. No puedes abandonarnos.
Entrecerré los ojos.
-Quiero irme a casa –repuse, sin dar mi brazo a torcer.
Le di la espalda, cortándolo de golpe, y me dirigí apresuradamente a la puerta para que pudiéramos marcharnos de allí y así pudiera olvidarme de aquella tremebunda historia que me había agitado tanto a nivel emocional.
Sin embargo, la voz de Hugo me detuvo unos instantes.
-¿Ni siquiera quieres vengar a tu padre? –me preguntó, decepcionado.
Suspiré y me encogí de hombros.
-No puedo vengar a alguien a quien prácticamente ni recuerdo –respondí.
Cerré los ojos un instante, tratando de evocar algún recuerdo de la persona que fue mi padre. Según la historia que me había contado mi madre, mi padre había muerto en un accidente de barco... donde su barca había sido completamente destruida y no había habido ningún superviviente; ahora, gracias a la confesión de Hugo, sabía que el verdadero motivo por el cual había muerto mi padre había sido una sola persona: Xanthippe.
Sin embargo, por mucho que me esforzara por tratar de recuperar algún recuerdo sobre mi infancia respecto a mi padre, solamente veía un gran fondo negro.
No había nada.
-Entonces ayúdame a mí –me pidió Hugo junto a mi oído. Casi sonaba suplicante.
Me giré lentamente hacia él, quedándome cara a cara con Hugo.
-Me estás pidiendo que te ayude por una causa que... que yo no puedo compartir –dije.
-Pero la sangre de la Atlántida corre por tus venas –rebatió Hugo, frunciendo el ceño-. Forma parte de ti.
-Lo que pasa es que yo no lo siento así –repliqué, sonando más borde de lo que hubiera querido.
Hugo atrapó mis muñecas y pegó mis manos a su pecho.
-Ayúdame a vengar a mi padre, por favor –en aquella ocasión sí que sonó como una súplica.
El aire se me quedó atrapado en los pulmones, como si algo los hubiera taponado.
-Estás tratando de engatusarme –creí comprender con enfado.
Los ojos de Hugo se abrieron desmesuradamente, llenos de pánico.
-¡No! –exclamó-. ¡Por supuesto que no, Amelia! Tienes que creerme, por favor.
-Llévame a casa –le pedí de nuevo.
Hugo soltó mis muñecas con suavidad y nos dirigimos hacia la puerta. Él mantuvo las distancias conmigo, como si estuviera brindándome un pequeño espacio; yo se lo agradecí en silencio, mientras mi cabeza latía con fuerza debido a la gran cantidad de información que había recibido en tan poco tiempo.
Me aparté el cabello hacia un lado en un movimiento reflejo y escuché a Hugo resoplar junto a mí, haciendo desaparecer el espacio que antes me había brindado; me detuve, completamente perdida.
Los dedos de Hugo recorrieron mi cuello, las marcas que ese hombre había dejado sobre mi piel, con una furia controlada a duras penas.
-Te advertí que en el mundo de los sueños eras vulnerable –dijo, apretando los dientes-. ¿Quién fue?
Sufrí un escalofrío cuando le relaté a Hugo lo que había sucedido en mi sueño, cuando él se había transformado en otra persona.
-Diodoros –masculló Hugo, abriéndome la puerta de un tirón.
Lo miré desorientada desde el asiento del copiloto.
-Es uno de los hombres de confianza de Xanthippe –me explicó Hugo, poniendo en marcha el coche-. Y esas marcas que llevas en tu cuello son muy malas noticias, Amelia.
Tragué saliva con esfuerzo.
-¿Por qué? –pregunté con un hilillo de voz.
Hugo no dudó cuando giró la cabeza para mirarme fijamente.
-Porque eso significa que te han encontrado y saben quién eres Amelia. No tardarán en venir a por ti –respondió con la voz tensa.
El estómago me dio una desagradable sacudida al comprender que, en aquellos precisos momentos, Xanthippe y su séquito podrían aparecer de la nada para matarme.
Y que no habría nada que pudiera detenerlos de cumplir con su propósito.
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