Capítulo 3

Aiden cargó el venado sobre sus hombros y se acercó hacia la gran roca plana a un lado del campamento. Lo depositó con cuidado sobre la piedra, desenvainando la daga de acero alvoreano que llevaba al cinto. Unos metros a su diestra, Jenna luchaba por encender un fuego con su cuchillo y su pedernal.

—Esta puta leña está demasiado húmeda —gruñó entre toses, raspando el acero contra la piedra—. ¡Sale más humo que chispas! Espero que Hágnar no tarde una eternidad en traer algo que sí se pueda quemar...

Aiden no respondió. Alzó la vista hacia el cielo cargado de estrellas, contemplando el horizonte con ojos vacuos. Las cimas del Monte Oricalco se alzaban como una colección de cuchillas hacia el oeste, bordeadas por un denso tapiz de cedros, abetos y pinos. Aiden sabía que la Fortaleza los aguardaba un poco más hacia el sur. Estaban cerca ahora, muy cerca. En solo unos pocos días, luego de cuatro años de recorrer en soledad el reino, estaría una vez más ante sus puertas.

—¡Pero su puta madre! —Jenna volvió a maldecir, abanicándose el rostro—. ¡Esta cosa no prende! ¡Ven a echarme una mano, Caracortada!

Aiden no le hizo caso. Hundió el puñal en la carne con suma delicadeza, haciendo palanca con la hoja hasta que las costillas se abrieron. Retiró las entrañas, hundiendo nuevamente el cuchillo para desollar la piel. A un costado, Jenna no tardó en perder la paciencia. Arrojó el pedernal al suelo, irritada, poniéndose de pie con un bufido.

—Bah, a la mierda con esto. Mejor te ayudo con ese pobre bicho. A ver, haz lugar.

Aiden no dijo nada. Dejó que Jenna se acuclillara a su lado, separando las piezas que servían de los despojos. Trabajaron en silencio durante unos cuantos minutos, sin intercambiar una sola palabra. La chica alzó sus ojos azules hacia él, observándolo con una mueca.

—No estás particularmente hablador hoy, eh.

—Umm.

—¿Umm qué?

—Ummmm.

—Dioses —Jenna negó con la cabeza—, tienes la elocuencia de un muro de granito.

—He aprendido que cuando no hay nada interesante que decir, es mejor quedarse callado. Deberías intentarlo.

Jenna chasqueó la lengua, tajando la carne para preparar la cecina.

—¿No te cansas de andar siempre con un palo metido en el culo, Aiden?

—No. ¿Y tú?

—Cuando me hayan ascendido a primera orden —replicó ella, burlona—, tendrás que empezar a dirigirte a mí con más respeto. Si te portas bien, quizás deje que me lustres las botas de tanto en tanto.

Aiden se detuvo. Alzó lentamente la vista.

—Cometes un error, Jenna.

—¿Al convertirte en mi lustrabotas? Eso será todo un acierto.

—Sabes muy bien de qué estoy hablando.

Jenna estrechó los ojos.

—Será un error mío entonces, no tuyo. ¿Qué te importa a ti?

—No sabes en lo que te metes.

—¿Y tú sí? —La chica le sonrió despectivamente, cortando la carne en tiras—. Esto es lo que quiero, Aiden. Ser la mejor. Que se me reconozca en consecuencia. Y voy a hacerlo.

Miembro de primera orden del Sindicato.

Solo había dos con ese rango en toda la organización. El único modo de ascender en la jerarquía era derrotar en combate singular a alguien con un rango inmediatamente superior. Para lograrlo, Jenna debía vencer al Maestro o a...

—Hay algo que no te mencioné sobre mi "visita" a la biblioteca del rey —le dijo de repente, sorprendido de que en verdad estuviera a punto de contarle aquello.

—Tus aventuras en Dominio Alto —se mofó ella—. ¿Qué tiene que ver eso?

—Alberion estaba ahí, Jenna.

La joven se quedó en silencio un instante, mirándolo.

—¿Alberion? ¿En la biblioteca real?

—Sí... Me dijo que Gádriel es su nuevo empleador. Debe ser cierto si estaba allí esa noche.

—¿Ese desviado trabajando para el rey? —Jenna hizo girar la daga en su mano, pensativa—. No había oído hablar de eso.

Aiden tampoco había estado al tanto. De haberlo sabido, jamás se habría arriesgado a infiltrarse en aquel maldito lugar. Una estúpida oleada de orgullo, sin embargo, le impidió reconocerlo ante ella.

—Me lo topé ahí, en medio del pasillo, justo cuando estaba a punto de irme.

—Ese cabrón siempre ha sabido ser de lo más oportuno. —Jenna escupió hacia un lado—. ¿Y qué? ¿Qué te dijo?

—Él... me ordenó que le entregara los libros y las armas.

—¿Y qué hiciste?

—Me negué.

—Oh...

En cualquier otra circunstancia, ese "oh..." habría estado barnizado de una hiriente capa de burla, pero en ese momento Jenna no fue capaz de ocultar su sorpresa.

—Le dijiste que no a Alberion. ¿Acaso ustedes...?

—Sí... —Aiden desvió la vista—. Peleamos.

La noche era fría y despejada. La brisa hacía bailar las ramas de los cedros con un suave murmullo. Ambos lo oían a la perfección, pues se habían quedado completamente callados. Jenna comenzó a girar la hoja en su mano cada vez más y más deprisa.

—¿Cómo fue?

Aiden no respondió. La verdad, era que había evitado hacerse esa pregunta desde que despertó medio muerto en las oscuras y estrechas estancias del Templo de los Cuatro Dioses. Pero ahora que lo pensaba, ahora que se obligaba a hacerlo, solo unas pocas palabras acudían a su mente.

Escalofriante.

Aterrador.

Imposible.

Lo peor de todo, era que, cuanto más lo meditaba, más le costaba entender qué error había cometido durante la pelea. Rápidamente llegó a la desoladora conclusión de que no había habido ningún error. Había hecho todo bien. Cada paso, cada golpe, cada tajo de sus puñales; todo lo habría llevado a una victoria segura ante cualquier otro oponente.

Pero no con Alberion.

No con un miembro de primera orden del Sindicato.

Al igual que aquel lejano día en el que le rajó el rostro de lado a lado, no había tenido la más mínima oportunidad.

—Fue... —dijo al fin, sintiéndose estúpidamente avergonzado—, fue imposible, Jenna. No hay modo de vencer a alguien como él. Es imposible. No hay otra forma de describirlo.

Jenna giraba la daga en la mano, una y otra vez, su faz congelada en un gesto inexpresivo.

—Hubo un momento en el que pensé que sería imposible vencer a Volker —comentó de repente—. Era más rápido, más fuerte y más hábil que cualquier otro oponente al que me haya enfrentado jamás. Puede que incluso más que Hágnar. Puede que incluso más que Alberion. —Hizo danzar el puñal entre sus dedos con una fluidez impresionante, señalándolo con la punta—. Pero al final pude derrotarlo. Quizás era incluso mejor que yo, y aun así le atravesé de lado a lado el cuello con esta misma daga. ¿Sabes por qué?

Aiden no respondió.

—Porque no hay nadie más fuerte que yo aquí. —Jenna se golpeó el pecho con el puño—. Lo que late aquí con toda la maldita fuerza del mundo no solo me permitió vencer a Volker, sino que me llevó a hacer lo imposible esa noche, en ese bosque perdido de la Marca Alta. Maté a ese monstruo asqueroso porque mi corazón se rehusó a darse por vencido. —Jenna hundió el puñal en el cuerpo inerte del venado—. Jamás dar un paso atrás. Jamás volver a tener miedo... Ser la mejor. Eso es lo que hago, Aiden, eso es lo que soy y lo que siempre seré.

—¿Y crees que esa arrogancia será suficiente para vencer a alguien como Alberion? —Aiden apretaba los puños—. ¿A ese maldito loco? Te matará, Jenna.

—No he sobrevivido todo este tiempo para dejar que me maten tan fácilmente —le espetó ella, y no bromeaba—. Es mi problema, mi lucha. No hace falta que finjas preocupación. No va contigo.

Aiden guardó silencio, intentando contener una súbita oleada de rabia. Jenna lo miraba fijamente, tan impasible como una roca. Estaba tratando de mantener una conversación sincera con ella por una vez en su vida, ¿y qué ganaba a cambio? Respiró honda y pausadamente, hablando en voz muy baja.

—Me salvaste la vida en Campodeoro, Jenna. No lo he olvidado. ¿En dónde quedaría mi honor si dejara que desperdicies la tuya por algo completamente innecesario?

Jenna soltó una fuerte carcajada, aunque, para su asombro, no había ni malicia ni burla en ella.

—Tu honor no tiene nada que ver en esto. Cuando nos despedimos en Campodeoro dijimos que estábamos a mano. ¿Ya lo olvidaste?

—No. Pero...

—Además —lo interrumpió Jenna, ya más seria—, lo que para ti es innecesario o no me trae sin cuidado. Sé que a ti no te interesa el Sindicato y sus normas, Aiden, pero la primera orden es algo de mucha importancia para mí. —Se cruzó de brazos, tranquila—. En cuanto a Alberion, no me preocupa. No será a él a quién enfrente.

—No puedes asegurar eso. Las peleas para ascender de rango no son a muerte, pero ya sabes cómo es Alberion... Matará a cualquiera que le pongan adelante solo porque puede hacerlo.

—Quizás. Pero te lo repito: no pelearé con él. Hace más de cuatro años que no pisas la Fortaleza, Aiden. En ese tiempo han sucedido cosas. ¿No te lo contó Hágnar?

—¿De qué hablas?

Jenna se puso de pie y se estiró, desperezándose como un gato. La chaqueta y los pantalones negros se adherían con firmeza a cada curva de su cuerpo.

—Varios de los muchachos intentaron ascender de tercera a segunda. Yo misma le di una paliza a Theron y a Hildi, que querían pasar a segunda. —Sonrió—. Eso fue divertido.

—¿Hildi ya se ganó la espada y el tatuaje?

—Te lo dije, llevas demasiado tiempo sin venir. Lo importante —Jenna lo señaló con un dedo—, es que en estos últimos años hubo tres miembros de segunda orden que hicieron la Prueba.

Aiden se la quedó mirando, asombrado. Desde que tenía uso de razón, siempre había habido dos guerreros de primera orden dentro del Sindicato. El Maestro, que durante mucho tiempo fue el único, y el hijo de puta de Alberion, quien, a diferencia de todos aquellos que vio pasar a lo largo de su vida por la Fortaleza, concluyó su entrenamiento ascendiendo directamente a primera orden. En todo ese tiempo, nadie de segundo rango había osado intentar hacer la Prueba.

—Tres... —caviló en voz baja—. ¿Quiénes?

—Bran, Hagen y tu amigo Quent.

—¿Quent? ¿Acaso él...?

—Sí, pero no te preocupes —lo frenó Jenna—. Ninguno de ellos se enfrentó a Alberion. El infeliz estaba ahí, parado y sonriente, pero jamás se ofreció. Fue el Maestro el que aceptó los desafíos y salió a pelear.

—¿El Maestro?

Aiden no había visto nunca combatir al Maestro. Era un hombre callado y austero, frío como una mañana invernal. No se parecía en absolutamente nada a Alberion, pero aun así Aiden jamás le había guardado aprecio. Lo recordaba de pie a un lado del Círculo de Piedra, observando impertérrito como los instructores azotaban a los aprendices, unos niños que ni siquiera llegaban a los ocho años.

Durante todo el entrenamiento se mostró completamente indiferente al dolor y sufrimiento de sus pupilos, y corrían rumores también; rumores terribles sobre las pruebas finales que exigía a ciertos aprendices para ganarse la espada de orihalcón. En su caso había sido pasar casi dos semanas en las montañas sin provisiones ni agua, vestido solo con un taparrabos, debiendo llegar a la cima del Monte Oricalco antes del crepúsculo del doceavo día.

Casi todos sus compañeros le aseguraron que la había tenido fácil.

—¿Y? —preguntó, desconcertado—. ¿Qué tal le fue a Quent y a los otros? ¿Hay un nuevo miembro de primera orden y no me he enterado?

—Para nada. El Maestro les dio una buena paliza a los tres.

—Una paliza... —Aiden sentía como la curiosidad, el instinto que había desarrollado a la fuerza, lo embargaba poco a poco—. El Maestro... ¿Qué tan bueno es él?

—Mucho mejor de lo que cabría esperarse de alguien tan mayor. Pero no me asusta. —Jenna se encogió de hombros—. Superó fácilmente a Quent y a los demás... pero pude ver a través de sus movimientos durante los combates. Será él quien acepte mi desafío... y cuando peleemos, superaré la Prueba y lo venceré.

Jenna era la imagen viva de la confianza. Aiden, en cambio, se sentía extrañamente intranquilo. Quent el Taciturno era un guerrero formidable, el cabrón más duro que había visto pasar por el Sindicato, solo por debajo de Alberion y Hágnar, y al mismo nivel que Jenna a su parecer. Que el Maestro lo hubiera derrotado tan fácilmente no era algo que pudiera pasarse por alto. Pero Jenna, cegada por su arrogancia, no quería verlo.

Aiden le dio la espalda, centrando su atención en el venado. Así, sin entender bien por qué, se escuchó decir:

—He luchado contra incontables rivales a lo largo de mi vida. Algunos no supusieron ningún problema, otros fueron bastardos verdaderamente difíciles. —La miró por encima del hombro—. Tú te encuentras entre ellos, Jenna. No necesitas una etiqueta que diga que eres la mejor para que sea verdad.

—Quizás tú no la necesites. —Jenna le sostuvo con desdén la mirada—. Pero, al final, cada uno toma sus propias decisiones. Sobreviví al entrenamiento, sobreviví a cada uno de mis contratos. Me lo he ganado.

—Nunca mejor dicho.

Aiden y Jenna giraron bruscamente la cabeza. Una silueta los observaba desde la línea de cedros junto al claro en el que habían montado el campamento. Estaba allí, de pie, completamente a la vista, y aun así ninguno lo había oído acercarse.

—No vuelvas a hacer eso, Hágnar —bufó Jenna—. Para la próxima que me sorprendas así, te ensarto de lado a lado.

—Pues deberían estar más atentos, los dos. —Hágnar se adentró en el claro y arrojó un montón de ramas al suelo—. Aquí tienes, Jenna. Bien seco todo. A ver si ahora sí le encuentras el truco a eso de prender el fuego.

—Muy gracioso.

La joven se acuclilló, recogió la leña y volvió a intentar con su daga y su pedernal. Hangar se acercó a Aiden, que seguía trabajando con los restos del venado. Había una sonrisa idiota en su cara, como siempre, pero Aiden supo con solo verlo que no iba a venirle con alguna de sus sandeces de borracho.

—¿Qué quieres, Hágnar? Como ves, estoy ocupado ahora como para...

—El resentimiento y el odio que le tienes a Alberion te impiden ver que no todos piensan como tú —lo cortó en voz baja, muy baja, para que Jenna no pudiera oírlo—. Cometes un error.

—Eres mi amigo y te aprecio, Hágnar —siseó Aiden, apretando los labios—. Pero no hables de cosas de las que no tienes ni puta idea...

—Pero resulta que sí la tengo, Aidi. La verdad es muy simple: le temes a Alberion. Jamás lo enfrentarías por voluntad propia, por eso no puedes concebir que alguien cercano a ti se arriesgue a la posibilidad de luchar contra él.

"Le temes a Alberion".

Aiden sintió que aquellas palabras lo atravesaban como un puñal. Podría haber intentado decir algo al respecto, al fin y al cabo, Hágnar era su amigo, para mal o para bien, pero en cambio optó por la salida fácil.

—¿Alguien "cercano a mí"? —Chasqueó la lengua—. No sé cuánto habrás escuchado antes de quedarte ahí parado entre los árboles, Hágnar, pero evidentemente no entendiste nada.

—Si de verdad tienes un mínimo de aprecio o preocupación por Jenna —siguió Hágnar, sin hacerle caso—. No deberías decirle qué es lo que debe hacer en base a tus temores, sino apoyarla en su decisión. No le falta razón en eso. —Hágnar desvió la mirada hacia el horizonte, hacia los lejanos picos del Monte Oricalco—. Al final, todos tomamos nuestras propias decisiones... y debemos vivir con sus consecuencias.

El mismo tono extraño que le había escuchado en la taberna de Atzlan, llenaba la voz de su amigo. Para Aiden, resultaba poco común escuchar a Hágnar, el tipo menos serio del mundo, hablar de un modo tan asertivo y directo.

Él, sin embargo, se sentía muy poco dispuesto a dejarse sermonear. Se le ocurrieron un centenar de réplicas diferentes para echarle en cara, cada una más hiriente, sarcástica e imbécil que la anterior, y aun así se quedó callado.

Hágnar tenía razón.

Más de diez años atrás tomó la decisión de unirse a la Jauría. Más de diez años atrás decidió dejar de aportar y desertar del Sindicato, iniciar una nueva vida junto a Lilka y los demás.

Debería vivir con las consecuencias de aquella decisión hasta el último de sus días.

—¡Por fin, carajo!

Aiden miró a Jenna.

La chica al fin había logrado encender la fogata. Mientras la contemplaba arrojar más ramas y leñas al fuego, se dijo que ella debería hacer lo mismo, fuera cual fuera el resultado de la Prueba.

Faltaba muy poco ya.

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