Capítulo 1
-¿Un dragón? -Aiden alzó una ceja-. ¿Lo dicen en serio?
Jenna suspiró, cruzándose de brazos en su silla. Hágnar en cambio, sonrió con la boca llena de vino.
-¡Pero claro! ¿Qué no has oído las historias? ¡De la Marca Baja a la Alta ya comienza a hablarse de Hágnar el Matadragones!
-Si ya antes era insufrible con todas sus canciones -rezongó Jenna-, imagínate cómo está ahora.
-Pues me lo merezco -replicó Hágnar- ¿Cuándo fue la última vez que escucharon que alguien mató a uno de esos bichos? ¡Si hasta se suponía que no quedaban más de ellos! ¡Eh! ¡Paisanos! -Se puso de pie, agitando los brazos. Aiden alzó una mano para cubrirse de los salpicones de vino-. ¿Han escuchado de la valiente gesta de Hágnar el Matadragones en Vannadian?
Los rudos marineros que atestaban la posada, llena a aquellas horas, lo miraron con ojos enrojecidos. Se escuchó alguna tos, pero nadie dijo nada.
-Oh, vamos, ¿nadie? -Hágnar sonrió-. ¡Pero si es una gran historia! Sucedió hace unas pocas lunas en la Ciudad del Otoño. Escuchen, resulta que el marqués Bennet D...
Una damajuana vacía voló hacia ellos.
-¡Ya cállate, borracho!
-¡Hey! ¡Que soy del Sindicato, su puta mad...!
-Mejor siéntate. -Aiden lo tomó por la muñeca y lo devolvió a su silla de un tirón-. Creo tu historia, no hace falta que la estés cacareando a los cuatro vientos.
-Deberías haber estado ahí, Aidi... -Los ojos de Hágnar brillaban de emoción-. En inferioridad numérica en medio del pantano, contra unos cabrones de los duros... ¡Y de repente aparece un dragón salido de la nada! Se me caen las lágrimas de solo recordarlo.
-¿Y dicen que el hijo del marqués Dorwan estaba con ustedes?
-Sí. -Jenna dio un sorbo a su copa de tinto-. Apareció con Hágnar y varios de sus caballeros cuando me atacaron en el Monte. Fue un movimiento bastante peligroso.
-Muy peligroso. Si el mocoso hubiera muerto, tu cabeza y la de Hágnar se estarían pudriendo en una pica en las almenas de Vannadian.
-¿Y qué? -Jenna frunció los labios-. ¿Acaso te habría molestado siquiera un poco que me matasen, Caracortada?
-A diferencia de ti -repuso Aiden con voz fría-, yo jamás he disfrutado de la crueldad innecesaria.
-Oh, vamos... No empiecen. -Hágnar volvió a rebasar su copa, con vodka esta vez-. Lo importante es que no le pasó nada al crío. De hecho, le debes la vida al muchacho, Jenna. Si no hubiese aparecido conmigo en el momento en que lo hicimos, los hombres de Volker te habrían pasado por la espada.
-Podrían haberlo intentado.
-No te hagas la dura, que nos conocemos todos... -Hágnar miró a Aiden-. En fin, ¿qué tal estuvo tu estadía aquí en Atzlan, Aidi? ¿Te la pasaste con la cabeza enterrada en la Gran Biblioteca del Norte, o esta vez hiciste algo un poco más interesante?
Los ojos azules y helados de Jenna se clavaron en él. Aiden le sostuvo la mirada, cruzando los brazos sobre el pecho.
-No tengo duda de que los bardos comenzarán a cantar en breve sobre Hágnar el Matadragones -dijo-, pero quizás también canten de cómo se evitó una nueva guerra con Iörd en las Islas de la Luna.
-Ah, ¿sí? ¿Cómo? -Hágnar se acercó más a él, curioso como un niño-. ¿Qué hiciste?
-Un trabajo en Rocafuerte. La marquesa me contrató para participar en una competencia de lucha contra el líder del clan Vollr, que seguía parado en la isla tras el armisticio. Ya sabes, algo acorde a sus costumbres para zanjar "en forma pacífica" el asunto.
-¿Venciste a Éinar Vollr en un duelo a mano limpia? -Hágnar se agarró de los bordes de la mesa, emocionado-. Me topé con él en una trifulca de borrachos hace tiempo. ¡Un tipo durísimo!
-Me lo imaginaba. -Aiden recordó la historia que el Cabeza de Piedra le había contado antes de abandonar la isla-. Y coincido, no fue nada fácil...
-Así que la nueva marquesa te contrató, ¿eh? -Jenna lo observó con gesto agrio-. Irenka Hástegard. Toda la ciudad habla de la muerte del marqués y de su ascenso como nueva cabeza de la familia, pero ¿qué hace ella con el título? ¿Qué pasó con su hermano menor?
-El marqués la nombró heredera en su lecho de muerte. Larga historia.
-La conocí hace unos años, cuando hice un trabajo para su padre -siguió Jenna, acentuando su expresión de disgusto-. Una víbora arrogante como pocas.
-Ah, ¿sí? -Aiden le dedicó una sonrisa insolente-. La has descrito muy bien entonces, porque su forma de ser me recuerda bastante a ti.
Un insulto era lo mínimo que se esperaba después de aquello, pero Jenna solo entrecerró los ojos, observándolo de arriba abajo. No dijo nada.
-De en serio, dejen las peleas de enamorados para después -suspiró Hágnar-. Y ahora que los tengo a los dos aquí... ¿por qué no me cuentan un poco del trabajito ese que hicieron juntos a principios de año? La gente sigue hablando de ello en toda la Marca Alta.
Aiden y Jenna intercambiaron miradas. Hágnar lo notó al instante, alzando una ceja pelirroja.
-¿Y bien?
-¿Qué más quieres que te digamos? -preguntó Jenna, hastiada-. Ya te lo he contado todo. Había un asesino degenerado en Campodeoro. El hijo de puta torturaba y despellejaba como liebres a sus víctimas. Mató como a quince personas antes de que lo atrapáramos, y la última fue una pobre niña de apenas ocho años. -Jenna se volvió lentamente hacia él-. Aiden lo encontró en el bosque cuando lo estaba haciendo. Fue duro... muy duro. ¿O no, Caracortada?
Aiden guardó silencio unos segundos. Jenna, inteligente como era, había narrado toda aquella patraña de un tirón, invitándolo a corroborar su historia. Resultaba claro que, al igual que él, no confiaba lo suficiente en Hágnar como para intentar contarle algo tan jodidamente imposible de creer.
Aiden asintió, echando la cabeza hacia atrás sobre el respaldo de su silla.
-Sí... así fue. Y si me tienes algo de aprecio, Hágnar, no volverás a interrogarme más sobre ese asunto. Fue un trabajo difícil y desagradable. Muy desagradable. No quiero acordarme de eso. Considéralo cortesía profesional de tu parte.
-Yo solo preguntaba. -Hágnar se encogió de hombros, vaciando su jarra de un trago-. Sea como sea, me alegra que nos hayamos reunido los tres aquí. Jenna insistió en venir desde Vannadian cuando le dije que tenías pensado visitar Aztlan, ¿lo sabías?
Hágnar los observó, burlón, pero aquellas palabras tenían un significado completamente distinto para Aiden. Si Jenna había querido encontrarse con él, era para hablar.
Y solo había una cosa de la que ella podía querer hablarle.
-Vaya, me halagas, Jenna -dijo con voz socarrona, invitándola a desviar la atención-. No me imaginaba que me extrañaras tanto luego de lo de Campodeoro.
-No te halagues, Caracortada -replicó ella, atrapando al instante la indirecta-. Solo me pareció que sería bueno encontrarnos antes de partir hacia la Fortaleza. El Consejo se celebrará dentro de muy poco, y quiero que te evites problemas y vengas con nosotros esta vez. -Lo miró fijamente-. Considéralo mi oferta de paz.
Aiden frunció el ceño. No sabía si le había dicho aquello de verdad o solo para distraer a Hágnar. Decidió que debía ser lo último.
-¡El Consejo! -exclamó el pelirrojo, bebiendo su enésima copa de la noche-. No es por seguir metiendo el dedo en la llaga, Aiden, pero Jenna no anda falta de razón. Hace como cuatro años que no vienes. Nadie ha pasado tanto tiempo sin presentarse, que yo recuerde.
-La última vez que fui hice un aporte considerable -replicó Aiden, evasivo-. No tengo por qué volver.
-Sí, sí, pero ya sabes cómo es. En la Fortaleza hay tipos muy orgullosos. Y peligrosos. Sabes lo cabrones que son algunos de los instructores, ¿te acuerdas de Ferl Hojalarga, por ejemplo? Es mejor mantenerse al margen de esas cosas.
-¿Acaso tienes miedo? -lo provocó Aiden.
-Soy Hágnar el Rojo... Luego de todo lo que he visto y de todo lo que he hecho a lo largo de esta vida, no le temo a nada ni a nadie. -La voz de Hágnar cambió al decirle aquello. Había algo extraño y... amenazador en su tono-. Pero ¿sabes qué? Yo sí pienso que tienes razón. Uno no debería preocuparse de si se presenta o no en ese castillo de mierda al final de cada año. La Fortaleza siempre será mi hogar, pero aun así las cosas deberían ser... diferentes.
Se hizo un breve silencio, interrumpido solo por las conversaciones de la taberna y el crepitar del enorme hogar que dominaba la sala. Jenna frunció el ceño.
-¿Diferentes? ¿De qué hablas, Hágnar? ¿Qué, ahora te has vuelto un rebelde como este otro? -Señaló a Aiden con un ademán-. No me jodas. Las cosas son como son, como siempre han sido. Somos guerreros del Sindicato. Y se acabó.
-Sí... -La sonrisa volvió a aflorar en los labios de Hágnar-. Tienes toda la razón, Jenna. Somos del Sindicato. Las cosas son como son. Y siendo así... -Se volvió hacia Aiden-. ¿Aceptas la "oferta de paz" que te hacen, Aidi? ¿Te vienes con nosotros a la Fortaleza este año?
Aiden se quedó callado unos segundos, desviando la mirada hacia el suelo. Allí, junto a sus pies, descansaba su espada. Dentro de la desastrada funda reposaba el filo negro del orihalcón, el brillo intenso de las Runas de Poder... las mismas runas plasmadas en el libro que había traído consigo de Rocafuerte.
-Sí... -Alzó la vista-. Voy.
-La Fortaleza del Sindicato... -balbuceó Hágnar con voz pastosa, ebria-. Nuestro querido hogar, creadores de guerreros y héroes.
No sin cierto esfuerzo, Aiden lo arrastró escaleras arriba, rumbo a la habitación que habían rentado para pasar la noche. Como siempre, a su amigo le costaba bastante moverse por sí solo a esas horas, aunque aquella vez parecía incluso más borracho que de costumbre. Estaba pálido como la cera, recubierto de una capa de sudor que le pegaba los cabellos pelirrojos a la frente, dotándolo de un aspecto enfermizo.
-Vas a matarte si continúas bebiendo así... -siseó entre dientes.
Hágnar murmuró algo inteligible, aunque Aiden dudaba que lo hubiera escuchado. Abrió la puerta de un puntapié, encaminándose hacia uno de los estrechos y desgastados camastros. Arrojó a Hágnar sobre el colchón, tomándose la molestia de taparlo un poco con una raída manta de lana. Hágnar lo observó con ojos vidriosos.
-La Fortaleza del Sindicato... Los mejores guerreros del mundo, ¿verdad, Aidi?
-Ya es tarde. Será mejor que intentes dormir un poco para despejarte esa cabeza. Mañana tenemos un largo camino por delante.
Hágnar dio media vuelta en la cama, y, por un instante, tuvo la impresión de que iba a vomitar otra vez. Pero no lo hizo. Temblaba.
-Héroes, guerreros. Asesinos... monstruos.
Su voz se fue desvaneciendo hasta transformarse en un ronquido suave, calmo. Aiden se lo quedó mirando en silencio.
-Sí... -susurró-. Tú lo has dicho, hermano.
Cerró cuidadosamente la puerta, descendiendo las escaleras que conectaban el primer piso con la sala común. Aún escuchaba los ronquidos a través de los muros, pero a él no le apetecía irse a la cama. Desde hacía ya un tiempo dormía cada vez menos. Sabía lo que lo aguardaba en sueños si cerraba los ojos.
No tardó en alcanzar la plata baja, atravesando la sala común con aire pensativo. Era tarde. Salvo el posadero, que limpiaba un pichel con un trapo en la barra, y algunos marineros trasnochados roncando sobre sus mesas, no había nadie allí. La escolta que le había asignado Irenka seguramente aguardaba afuera, muerta de aburrimiento. Aiden no les había dado ni un motivo para quejarse, pero seguir a un tipo que lo único que hacía era revolver libros y pergaminos viejos en la biblioteca, no debía ser lo más divertido del mundo.
Se sentó junto al gran hogar de piedra, dejando su espada y su morral a un lado de la mesa. Algunas ascuas ardían aún, bañando la sala con un cálido fulgor anaranjado. Aiden observó fijamente el fuego unos instantes. Aquel era su último día en la ciudad. Al rayar el alba debía cumplir el mandato de la marquesa y abandonar Atzlan. Más le valía hacerlo. Irenka le había puesto una escolta de buena fe, pero no dudaba que también debía haber hombres de Olesia siguiéndolo, dispuestos a rebanarle la garganta ante la más mínima excusa. Estaría feliz de marcharse de la ciudad... pero no tanto del destino que le aguardaba.
La Fortaleza.
Aiden apretó los puños. Una vez, eternidades atrás, había abrazado la fantasía de abandonar el Sindicato y desaparecer junto a Lilka en alguna bonita ciudad de Laurentia. Pero no había sido más que un sueño, una quimera pueril e inocente. La Fortaleza siempre obtenía lo suyo. Suponer que podría huir sin más había sido una insensatez imperdonable.
En un último y desesperado intento les había dado todo el oro que había logrado reunir en los últimos años, haciendo un aporte que le permitiera mantenerse alejado; que le permitiera pensar, prepararse, ganar algo de tiempo para... para...
¿Para qué?
Había entregado oro equivalente al aporte de cinco años suponiendo que en ese tiempo lograría desaparecer, marcharse a Ardenia, a Iörd, a alguna de las ciudades occidentales de Laurentia; o más lejos aún, a las Islas Australes quizás, o al menguado imperio de Rhill o las legendarias tierras de Arjhum, al otro lado del Mundo Conocido.
Pero no lo había hecho. Había rechazado la oferta de Éinar Vollr y todas las que se le habían presentado hasta entonces. Seguí allí.
Pese a todo el odio que sentía por lo que le habían hecho, pese a lo que había sucedido con la propia Jauría Negra, seguía allí, en Ilmeria, recorriendo los caminos, juntando monedas, haciendo lo único que sabía hacer.
Tenía miedo.
Aiden sabía que esa era la respuesta.
Tenía miedo de enfrentar el mundo abandonando aquello que, pese a todo su odio, lo definía desde que tenía uso de razón. Era un profesional. Un guerrero. Un asesino.
«Un monstruo...»
¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Podía asentarse en el campo y volverse granjero, o en la ciudad a ejercer de comerciante? ¿Podía casarse con una mujer y tener niños sin que las pesadillas de todo cuanto había hecho lo arrastraran de vuelta a la senda? ¿Había algo más para él allí, en el mundo, luego de lo que había pasado con los únicos hermanos de verdad que tuvo en la vida?
Y ahora iba a volver. Iba a volver al lugar donde todo empezó. Y lo peor, lo más desolador, era que sería por un motivo mucho más oscuro.
Observó el morral tumbado a sus pies. Había terminado por descubrir, a las malas, que en el mundo había cosas más atroces que lo que el Sindicato había hecho de su vida.
-¿Tampoco puedes dormirte?
Aiden volvió bruscamente la cabeza. Sin que siquiera lo hubiera notado, Jenna estaba allí, de pie ante su mesa. Se dejó caer sobre la silla sin esperar invitación, mirándolo con gesto insondable. Había dejado la chaqueta del Sindicato en su habitación, luciendo solo un chaleco y una sencilla camisa de lino blanca. El brazo que Volker le había herido colgaba firme del cabestrillo en torno a su cuello.
-Tenemos que hablar. Tú y yo. Ya sabes de qué.
Aiden asintió, en silencio. Jenna, pese a sus palabras, también se quedó callada. Tenía los labios fruncidos en una mueca de incomodidad, y las aletas de su nariz se abrían y se cerraban con insistencia. Al final, dijo:
-Hay algo que Hágnar no te contó mientras deliraba borracho. En la aldea arrasada en las afueras de Vannadian, me topé con un cadáver... un cadáver en un estado muy particular. ¿Te imaginas cómo estaba?
Aiden sintió un escalofrío.
-Tú dijiste... Dijiste que la banda de Volker tenía un dragón moteado con ellos. Si encontraste un cuerpo... así, es casi seguro que ese bicho fue el responsable.
-Sí, eso mismo pensé yo. De hecho, me preocupaba tanto la otra alternativa que, cuando vi que tenían ese puto dragón con ellos, sentí un alivio de espanto. -Jenna esbozó una sonrisa, negando con la cabeza-. Aliviada de tener que luchar contra un dragón, ¿puedes creerlo? Es una locura.
-No, no lo es... No cuando sabes qué otra cosa es capaz de hacerle eso a una persona.
-Sí... Todo el asunto me seguía preocupando tanto que empecé a darle vueltas a lo del dragón. Si lo soltaron en esa aldea... ¿por qué había un solo cuerpo en ese estado? ¿Por qué ninguno de los sobrevivientes vio al maldito bicho, ni en ese ni en ningún otro de los ataques de Volker? Era un ejemplar joven, pero aun así un dragón es difícil de pasar por alto. No tiene sentido.
-¿Qué insinúas?
Jenna se inclinó hacia adelante, mirándolo a los ojos.
-Que el hecho de que Volker tuviera un dragón fue solo una increíble coincidencia. Había algo más ahí.
Los dos se quedaron en silencio.
-Algo más. -repitió Aiden, tras una larga pausa-. ¿Crees que alguien en Vannadian, o en esa aldea, estaba igual que... igual que Sarah?
-No lo creí en ese momento... pero ahora sí. -Jenna se inclinó más hacia él, bajando la voz-. Hay más de esas cosas allá afuera, Aiden. Estoy segura. No sé cómo, pero lo estoy.
Aiden sintió que el pulso se le aceleraba. Todos sus temores, todas sus pesadillas, acababan de adquirir un significado completamente distinto tras el relato de Jenna.
Tenía razón.
Por los Cuatro Dioses, tenía razón. El monstruo al que se habían enfrentado no era el único suelto ahí afuera... Había más. ¿Cuántos más? ¿Cómo podía ser? ¿Qué...?
-Tú has estado estudiando -afirmó ella, trayéndolo de vuelta a la realidad-. Hágnar me lo contó todo. Cuando hicieron ese trabajo en Ruvigardo te metiste en la Academia durante varias lunas. Estabas investigando qué cosa podía ser esa criatura, ¿verdad? ¿Qué has podido averiguar?
-¿En la academia? Nada. -Aiden negó con la cabeza, dudando si debía contarle acerca de su incursión en la biblioteca del rey, pero ¿con quién más podía hablarlo si no era con ella?-. Luego de lo de Campodeoro, lo único en lo que podía pensar era en lo que me dijiste antes de despedirnos: quizás los mitos del Libro de las Verdades sobre el Vacío y sus Vástagos son más que eso... Mucho más.
-Mucho más -murmuró Jenna, bajando la vista.
-Sí... Por eso empecé mi búsqueda. Traté de encontrar textos que fueran lo suficientemente antiguos, anteriores al mito del Redentor, algo que pudiera darme una idea del origen de las leyendas de los Vástagos. -Sacudió la cabeza-. No encontré nada, nada que no saliera directo de la tradición y los relatos de la Orden. Sin embargo...
-¿Qué?
-Uno de los encargados de la biblioteca me aseguró que no encontraría nada de eso allí, que su puto catálogo es infalible. Me dijo que mi mejor alternativa era buscar en alguna biblioteca privada especializada en esos temas. -Aiden volvió a dudar, pero al final dijo-: Y eso hice. De la manera más estúpida posible.
-Más allá de pasarte cuatro años sin poner un pie en la Fortaleza, no eres de andar haciendo estupideces. ¿Qué fue lo que hiciste?
-Estaba en Ruvigardo en ese momento, Jenna. ¿No has oído de nadie allí célebre por coleccionar libros raros traídos de todos los rincones del mundo?
Jenna alzó mucho las cejas, echándose hacia atrás.
-No...
-Sí.
-¡¿Entraste a la biblioteca privada del rey?! ¿Estás hablando en serio?
-Muy en serio. Y como te imaginarás, no lo hice con una invitación en la mano.
-Te colaste en Dominio Alto... -susurró ella, y, para su asombro, Aiden creyó ver una chispa de admiración en sus ojos azules-. ¿Cómo lo hiciste?
-Con mucho esfuerzo. Pero eso no importa. Lo importante es lo que encontré allí. -Aiden volvió a guardar silencio. Decidió que su encuentro con Alberion era algo que podía pasar por alto-. Había dos libros en esa biblioteca, uno del tamaño de una mesa, y otro con una tapa de una especie de madera negra y dura como el acero.
-Acacia exótica. Un árbol rarísimo. Se supone que crece solo en el extremo más oriental de Laurentia. ¿De qué trataba el libro?
-No lo sé.
-¿Cómo que no lo sabes? ¿Cuál era su título?
-Estaba escrito en un lenguaje que jamás he visto antes, algo similar a los grafemas de la lengua arjha, pero no estoy seguro. Aun así, encontré algo en ambos libros. Una especie de... círculo.
-¿Un círculo? ¿Qué tiene eso de extraordinario?
-Era un círculo mágico, Jenna.
Ella se quedó callada un momento, mirándolo.
-¿Qué glifos lo componían?
-Unos glifos que tampoco he visto antes en ningún lado... salvo aquí. -Aiden extrajo el libro que había encontrado en Rocafuerte, dejándolo sobre la mesa. Jenna lo tomó, ojeando las primeras páginas.
-Esto está escrito en la antigua proto-lengua -dijo con interés-. Hay pocos libros tan antiguos como para estar escritos por completo en este lenguaje. ¿Dónde lo encontraste?
-En Rocafuerte.
-Mientras hacías tu trabajo para Irenka Hástegard...
-Exacto. Hay ruinas en esas islas, Jenna, ruinas muy antiguas. Me encontré con un templo abandonado ahí, en un bosque, un templo que tenía el antiguo símbolo de la Fe labrado en sus muros.
-Si lo que dices es cierto -evaluó Jenna, pasando un par de páginas más-, ese templo es anterior incluso a la incorporación de la figura del Redentor a la Fe. Tiene cierta lógica. Los santuarios dedicados a los Cuatro Dioses más antiguos que se han hallado están en los extremos norte y sur del continente. ¿Encontraste este libro ahí?
-Sí, en una especie de biblioteca subterránea. La mayoría de los libros estaban hechos polvo, es prácticamente un milagro que este se haya conservado así de bien.
-Sí -reconoció ella-. Aunque no le veo nada fuera de lo común, más allá de estar escrito en la antigua lengua, claro. ¿Por qué dices que...? -Jenna guardó silencio, abriendo muchísimo los ojos-. Espera. Esto... esto es...
-Al fin las has visto.
-¡Estas son las Runas de Poder! -exclamó con asombro-. ¡Es la primera vez que las veo en otro lugar que no sean las hojas de nuestras espadas!
-Sí. Y eso no es lo único. Mira la última página.
Jenna se demoró unos segundos, estudiando las Runas de Poder que se intercalaban con el antiguo lenguaje. No obstante, cuando le hizo caso y avanzó hasta la última hoja, su rostro se congeló en una expresión de espanto.
-Pero ¿qué...? -murmuró-. ¿Qué es esto? ¿Por... por qué...?
Aiden estiró un brazo y le quitó el libro. Echó un vistazo al repelente círculo de glifos que llenaba la última hoja, experimentando una oleada de repugnancia que lo recorrió de los pies a la cabeza. Cerró el libro, dejándolo sobre la mesa, entre ambos. Jenna estaba blanca como la cera. Sudaba.
-¿Qué mierda es eso, Aiden?
-No tengo ni idea. Nunca había visto glifos mágicos así. -Dio unos golpecitos con el índice en la tapa del texto-. Lo único que puedo decir es que es el mismo círculo que vi en los libros de la biblioteca del rey. Puedo asegurarlo, pues la... sensación fue la misma.
-He oído hablar de ciertos... conjuros. Maldiciones, magia negra, sortilegios que ni siquiera puedes mirar su escritura. Pero esto... -Jenna tragó saliva-. Nunca había visto nada igual.
-Yo tampoco. No sé lo que sea exactamente este círculo... pero desde luego no parece algo inofensivo.
-Esa cosa horrible excede lo que sabemos de magia. -El rostro de Jenna iba recobrando color, pero seguía pálida como un espectro-. Quizás algún hechicero sepa leer los glifos que lo componen, alguien con mucho conocimiento sobre las artes más oscuras.
-¿Y conoces a algún hechicero así de sabio? -Aiden volvió a golpear la tapa con el dedo-. Olvídate del círculo por ahora. Las Runas de Poder de nuestras espadas también están en este texto. Y eso es importante. Muy importante.
Jenna asintió, pensativa.
-Aquel maldito monstruo era inmune al acero común y corriente. Fue gracias a nuestras hojas que lo matamos. Y nuestras hojas no solo están hechas de orihalcón, sino que...
-Están ornamentadas con estas mismas runas -completó Aiden-. Sea de lo que sea que trate este libro, debemos averiguarlo. El secreto para matar a esas putas cosas puede estar aquí. Quizás hasta su origen... Qué son, o de dónde vienen. ¿Lo entiendes, Jenna?
-Por eso has aceptado volver a la Fortaleza -comprendió ella de repente-. Te importa una mierda el Maestro y sus aportes. Solo quieres hablar con los maestros herreros.
-Antes jamás había tenido la necesidad de hacerlo -reconoció Aiden-. Al fin y al cabo, ¿qué significaban las Runas de Poder para nosotros, aparte de ser un adornito más en nuestras armas? Ahora, sin embargo -alzó el libro-, tengo un motivo para cruzar un par de palabras con esos golpea-yunques.
Jenna se quedó mirándolo unos instantes.
-¿Y qué haremos una vez sepamos de qué va el libro? ¿Qué haremos si algún día descubrimos qué era ese monstruo que matamos en Campodeoro?
-No lo sé... -Aiden juntó las manos, apoyando el mentón sobre ellas-. Pero si de verdad hay más de esas criaturas, como tú sospechas y como yo he sentido desde que abandonamos Campodero... estaremos preparados.
-Sí. -Jenna le sonrió-. Estar preparada. Eso me gusta.
Aiden se sorprendió a sí mismo devolviéndole la sonrisa.
-Sí. Para lo que sea.
-Por eso -Jenna se puso de pie, quitándose las vendas y el cabestrillo. Abrió y cerró la mano varias veces, comprobando el movimiento de la muñeca- ...cuando volvamos a la Fortaleza me postularé para hacer la Prueba.
Aiden sintió que la sonrisa se le borraba del rostro.
-Buenas noches.
Antes de que pudiera decir nada, la chica atravesó la sala común, rumbo a las escaleras.
Aiden se quedó solo y en silencio. La Prueba. Lo había olvidado. Jenna tenía pensado intentar ascender de segunda a primera orden, el más alto rango en habilidad dentro del Sindicato... y solo había una forma de hacerlo.
Volvió la vista hacia el hogar. Las últimas ascuas se habían transformado en cenizas. Sintió un escalofrío.
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