Capítulo 4
El Círculo de Piedra estaba en silencio; un silencio tan tenso y pesado que casi podía palparlo. Los ojos de la totalidad del Sindicato, miembros y aprendices por igual, estaban fijos en él. Miradas frías, duras, penetrantes... pero ninguna como la del hombre que aguardaba en el centro de la arena. Aiden estudió detenidamente a Ferl Hojalarga. Los ojos del instructor eran negros y duros como el pedernal, rebosantes de una ira que habría hecho apartar la mirada a cualquiera.
Se había sacado su chaqueta negra, pese al frío, revelando un torso recio como el tronco de un roble. Aiden se detuvo frente a él y, con movimientos pausados, sin apartar la mirada, se quitó a su vez la chaqueta. El cuerpo debajo era pálido, esbelto, recubierto de una verdadera telaraña de cicatrices. Ferl sonrió despectivamente, señalándolo con la punta de su espada.
—Recuerdo el día que te hice esa —anunció, apuntando a un corte largo e irregular en su hombro—. Cada cicatriz es una lección, un recuerdo de todo aquello que no hemos hecho como se debe. Uno diría que con todas esas encima deberías haber aprendido a comportarte con algo de humildad. —Su semblante se ensombreció—. Pero todos aquí sabemos que no es así. Me temo que tendrás que aprender nuevamente por las malas. Y yo voy a enseñarte.
Apenas un minuto atrás, Aiden le habría respondido con los dientes apretados, incluso a sabiendas de que se estaba dejando provocar como un mocoso. No lo hizo. Desenfundó lentamente su espada, palmo a palmo de orihalcón oscuro y reluciente. Sonrió. Aquel gesto no agradó en absoluto a Ferl.
—Tu arrogancia me enferma... No eres nada Aiden, nunca lo has sido. Es hora de demostrarte que sigues siendo el mismo chiquillo débil y llorón que sobrevivió de milagro al entrenamiento... Yo te lo haré entender. Llévate esa certeza a la tumba.
—Lo único que me llevaré a la tumba es la alegría de haberte devuelto todo lo que te mereces.
—¿Eso te crees? Te sobrestimas, muchacho.
—Aprendí de los mejores. Pero a ti voy a darte una paliza.
Ferl apretó los labios.
—Oh, ya veremos...
Aiden sabía lo peligroso que era Hojalarga. Sabía que, pese a su edad, haría gala de una velocidad y una fuerza superlativas. Aun así, su embestida lo descolocó. Ferl no dio ningún indicio de que iba a moverse; estaba allí, parado, señalándolo con su hoja, y de repente pareció materializarse ante él, lanzando un golpe a dos manos desde abajo con una fuerza brutal.
Aiden echó el cuerpo y la cabeza hacia atrás. La punta de la hoja pasó ante su rostro, casi rozándole la nariz. Sabía que había quedado expuesto, así que bajó rápidamente la guardia para protegerse de una segunda estocada. Ferl lo anticipó. No le lanzó un nuevo tajo apresurado, sino que mantuvo la distancia y lo atacó con una patada baja directo a la pierna. Pretendía desestabilizarlo con aquello para luego rematarlo con su espada, pero Aiden, pese a todo, lo vio venir. No pudo evitar el golpe a la pierna, que sacudió su espinilla como si fuera a reventársela, pero logró mantenerse firme, desviando la verdadera amenaza de la hoja con un revés.
Luego de aquello, todo lo que se venía esperando sucedió. Ferl se abalanzó sobre él como un huracán de acero y músculo. Aiden retrocedió a lo largo y ancho del círculo, esquivando golpes que le habrían hecho estallar la cabeza como un melón. La lluvia había transformado el Círculo en una pátina viscosa y resbaladiza, lo que no hacía las cosas más sencillas para ninguno de los dos, pero Ferl ni siquiera fingía contenerse. Cada uno de sus tajos y mandobles llevaban una fuerza aterradora. Hágnar había estado en lo cierto: Hojalarga estaba buscando terminar cuanto antes la pelea. Estaba buscando matarlo.
«Resiste... Capea la tormenta... Terminará convirtiéndose en una simple llovizna.»
Resultaba mucho más fácil plantear la estrategia que llevarla a cabo. Ferl no podría mantener un ritmo tan alto durante demasiado tiempo, si lograba resistir terminaría por agotarse... pero ¿cuándo? ¿Diez minutos más? ¿Quince? No podía cometer ni un solo error. El más leve descuido ante semejante embiste le costaría la vida.
Aiden supo que debía emplearse al máximo. Transformó cada músculo, cada hueso, cada fibra de su ser en concentración y agilidad puras. Creía conocer a la perfección el estilo de Ferl; había aprendido gran parte de lo que sabía bajo su enseñanza, después de todo, pero el maldito no solo era increíblemente fuerte y rápido, sino terriblemente impredecible. Cambiaba de guardia en forma constante, lo atacaba a dos manos y luego pasaba a una, empleando su brazo libre para arrojar codazos y puñetazos en la corta distancia.
Aiden se agachó y esquivó un tajo horizontal que rozó su coronilla. Hojalarga lo siguió, lanzando un brutal mandoble descendente a una mano. Aiden tuvo que escurrirse como una víbora para eludirlo, pero no vio como Ferl giraba al instante la muñeca, invirtiendo el agarre para transformar el mandoble en un golpe hacia arriba con el pomo. Aiden recibió el impacto directo en la barbilla, tambaleándose peligrosamente. Logró apartarse con una voltereta al ras del suelo, alejándose de una segunda estocada que lo habría atravesado como un ciervo en un espetón.
Aiden se puso de pie de un salto. Por primera vez en todo el combate, había logrado poner una prudente distancia de por medio. Ferl lo observaba dos metros más allá, agitado y cubierto de sudor. Creyó que la estrategia empezaba a rendir sus frutos, que su rival al fin comenzaba a agotarse, pero no pudo siquiera empezar a evaluar sus opciones. Sin darle un segundo más de respiro, Hojalarga volvió a lanzarse al ataque con una serie de combinaciones consecutivas. Recto, revés, giro, estocada, codazo; Aiden retrocedió como pudo, desviando su hoja con veloces molinetes, recibiendo de lleno los puñetazos y patadas que no llegaba a anticipar.
Un nuevo puntapié a la pierna casi lo hizo caer, y Ferl tajó de arriba hacia abajo con todas sus fuerzas. Aiden no llegó a apartarse del todo, la hoja le abrió la carne del hombro al pectoral casi hasta el hueso. Pero no había dolor. Se alejó lanzando una patada circular que conectó a Ferl en el hígado, un golpe que tendría que haberlo hecho doblarse en el suelo, pero aquel hijo de puta parecía hecho de piedra. Siguió hacia adelante con un revés que atravesó su guardia y abrió un nuevo corte en su pecho, justo en el esternón.
Esta vez, Aiden no pudo evitar doblar la rodilla. Un paso en falso letal. Intentó contraatacar con un tajo ascendente, pero Ferl no solo lo anticipó, sino que, con un veloz molinete de su hoja, le arrancó la espada de las manos.
Aiden se vio desarmado de repente, inclinado a medias sobre la piedra manchada de sangre. Holarga estaba justo encima de él, la espada sujeta a dos manos sobre su cabeza, listo para terminar todo con un último golpe. Aiden era plenamente consciente de que no tenía sitio adónde huir. Si no hacía algo, moriría. La hoja descendió directo a su cabeza, potente y letal... y en ese instante lo notó. Podía verla.
«¡Demasiado lento!»
Aiden se incorporó con los antebrazos en cruz por delante, frenando los propios brazos de Ferl antes de que concluyera el golpe. Estaban cara a cara, cuerpo a cuerpo, tan cerca que casi podía contarle los dientes apretados... tan cerca que resultaba imposible escapar de un rodillazo a quemarropa. El golpe alcanzó al instructor en la entrepierna, directo, inmisericorde.
—¡Hi... hijo de...!
Hojalarga ni siquiera pudo terminar su improperio. Cayó de rodillas, sus ojos desorbitados por el dolor. Incluso así, trató de ponerse de pie, pero Aiden contaba con ello. Desde su posición superior, giró todo el torso en un potentísimo codazo que alcanzó a su rival en la sien. El instructor cayó de espaldas al suelo, aturdido, manoteando para reafirmar el agarre de su espada. Aiden le pisó brutalmente la muñeca, obligándole a abrir la mano. Así, antes de que atinara a intentar levantarse, le arrebató de un tirón la espada. Pudo escuchar el murmullo ahogado del público cuando colocó la punta sobre su garganta.
Luego, silencio.
Absoluto silencio.
Aiden podía sentir el escozor en su pecho y en su hombro, el tacto cálido de la sangre manándole torso abajo. Notaba el retumbar de su corazón en las sienes, el sonido quedo de su propia respiración... pero también las bocanadas ahogadas de Ferl. El hombretón yacía boca arriba, mirándolo con ojos atónitos. Su pecho subía y bajaba descontrolado.
Aiden comprendió de repente lo que había sucedido. Hojalarga estaba cansado; más que eso, estaba exhausto. Si seguía vivo era porque la estrategia de Hágnar había funcionado. Hacia el desenlace de la pelea, luego de hacer que lo persiguiera por todo el Círculo, Ferl había estado demasiado agotado como para ejecutar su golpe final con la velocidad necesaria. Eso era lo que le había dado el segundo justo para contraatacar y derribarlo.
Miró hacia el mar de rostros incrédulos que lo rodeaban, buscando a Hágnar entre la multitud. Su amigo lo observaba con una sonrisa salvaje en los labios, al igual que Jenna. La chica sonreía con toda la boca, un fuego inclemente ardiendo en sus ojos, indicándole, exigiéndole lo que debía hacer.
—¿Qué es lo que... lo que miras, pedazo de cabrón?
Aiden volvió a enfocarse en Ferl.
—Vamos, maldito hijo de puta, acaba con... con esto... ¡Vamos! Qué... ¡¿Qué esperas?! —Estaba tan cansado que le costaba hablar—. ¡Termina con esto de una vez! ¡Ganaste! ¡Acaba conmigo! ¡Hazlo!
Aiden se quedó inmóvil, mirando fijamente a aquel sujeto cruel y mezquino. Tenía la punta de la espada tensa sobre su cuello, tanto que delgados hilos de sangre le brotaban de la piel. En ese momento, atravesarle la garganta habría sido lo más fácil del mundo. Después de todo, era por hombres como él que había aprendido a odiar al Sindicato. Aquel tipo representaba todo lo que estaba mal en ese lugar. Arrogancia, violencia, crueldad innecesaria, y lo peor, lo imperdonable, encontrar solaz en ello. Sería fácil, demasiado fácil, terminar con su miserable existencia allí mismo. Mandar un mensaje.
Un creciente murmullo comenzó a tomar forma a su alrededor. Nadie osaba pronunciar directamente las palabras, pero Aiden veía en los rostros de los aprendices qué era lo que deseaban. Estaba allí, al alcance de su mano, darles lo que querían. Lo que merecían.
—¡¿Qué esperas, pedazo de hijo de puta?! ¿Vas a quedarte ahí parado como un cobarde? —Aiden sentía el odio en la voz de Ferl de un modo casi físico—. Te crees que eres muy especial... ¿verdad? Haciendo siempre lo que te da la gana... como si todos aquí te debiéramos algo. ¡Pero no es así, imbécil! Alberion... ¡Él te lo demostró hace diez años, te enseñó la lección cuando se te salió la cadena! ¡Él te mostró lo que pasa cuando olvidas de dónde vienes, a quién le debes tu lealtad! ¿Qué? ¿Qué pones esa cara? ¿Qué me miras así? ¡Se lo merecían! ¡Esos malnacidos hijos de puta se merecían lo que les suced...!
Aiden alzó la espada y se la hundió con violencia en la rodilla. Ferl soltó un grito desgarrador. Intentó alejarse, retorciéndose, pero la estocada había sido tan brutal que la punta había atravesado de lado a lado su rótula, enterrándose en la roca debajo. Estaba literalmente clavado al suelo.
—¡Maldito! ¿Pero qué... qué es lo que has...? ¡AHHHHHHHH!
Aiden giró bruscamente la hoja hacia un lado, despedazándole la articulación. Trozos de hueso y cartílago saltaron hacia los lados cuando extrajo la espada, no hacia arriba, sino en forma transversal, de costado, abriendo aún más la herida. A continuación, mientras Ferl aullaba y se contorsionaba en el piso, clavó la espada de punta junto a su cabeza, dejándola allí.
—No creo que vayas a perder la pierna —le dijo con toda tranquilidad—. Pero sabes tan bien como yo que con una herida como esa nunca más podrás volver a caminar como se debe. Mucho menos pararte en una postura decente de pelea. —Aiden hizo una pequeña pausa, observándolo desde arriba con todo el desprecio que guardaba en su interior—. Tus días como espadachín han terminado, Ferl.
—Ma... maldito... Maldito... ¡MALDITO! —La voz de Hojalarga había perdido sus notas de ira y odio. La desesperación y el miedo empaparon cada palabra—. Voy a matarte... Maldito... No... ¡No! ¡NOOOO!
Aiden se alejó a través del Círculo Sangriento. Las piernas y los brazos le pesaban como si estuvieran hechos de plomo. Estaba perdiendo sangre; sangre que se unía a las innumerables manchas carmesíes sobre el suelo. Aún en esos instantes, ninguno de los presentes se animaba a formular con palabras lo que sentía. Pero Aiden podía verlo en sus ojos, en sus expresiones, en la forma en que los labios se torcían intentando contener una sonrisa de revancha. Había excepciones, por supuesto. Bran y Cadwyn lo contemplaban con un semblante negro como la muerte. El Maestro le dedicó una mirada cargada de ira antes de darle definitivamente la espalda. No le importaba. Rostros como el del niño al que había salvado de su castigo, que en ese momento lo observaba con los ojos abiertos de par en par, eran suficientes para él. Rostros como el de Hágnar cuando salió a recibirlo, entre exclamaciones de júbilo; rostros como el de Wex, como el de Hildi. Como el de Jenna.
—Bien hecho, Caracortada —le dijo con una sonrisa feroz—. Muy bien hecho.
Aiden no respondió.
Su pelea había terminado.
Pero lo peor estaba por venir.
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