Parte 3: Sueños

Hay quién dice que existe una magia especial en los sueños. Que son portales al plano onírico, que esconden algo que tu interior muere por decir, te advierten de tu futuro o te hacen rendir cuentas con tu pasado. Menuda estupidez. Los sueños son sólo eso, sueños. No esconden nada tras su velo y no merece la pena darles más importancia de la que merecen.

Sin embargo, lo que yo acababa de vivir no era un sueño. Había sucedido mientras dormía, cierto. Pero era real. Una advertencia, un mensaje, una... ¿misión? Los elementos tenían formas muy peculiares de comunicarse con sus elementalistas. Y adoraban ser misteriosos y poco concisos. Puro teatro.

Desperté entre jadeos, gritos y sudor. Aquella sensación me resultaba familiar. Aunque era solo eso, una sensación. No era palpable, ni siquiera podría decir si era real o no: Frío.

Mi cabeza retumbaba por culpa de algún sonido infernal que escuchaba de fondo, notaba la boca seca y el cuerpo molido. No estaba mal, con el paso de los años el cuerpo se acostumbraba a la resaca. A los mareos, las náuseas, la sensibilidad a la luz y el taladro en los oídos cuando me despertaba ese condenado teléfono...

El puto teléfono de mesa, ese era el sonido de fondo. Ese trasto era el culpable de mi agrio despertar, y de mi dolor de cabeza actual.

<< ¡Ring ring!>> << ¡Ring ring!>>.

Cada maldito "ring" se colaba en mi cerebro, perforándolo desde dentro. Tanteé nervioso la mesita cerca de mi maltrecha cama, tirando un par de botellas por el camino y manchando el suelo enmoquetado. Maldije por lo bajo a la vez que encontraba mi ocarina y me sentaba en la cama.

<< ¡RING RING!>> << ¡RING RING!>>.

Me llevé el instrumento a la boca sin apartar la vista del teléfono y entoné tres notas rápidas y furiosas. El aire polvoriento se removió delante de mí, formando una pequeña masa, y se propulsó con fuerza contra el teléfono, descolgándolo y acallando por fin ese sonido infernal.

Se produjo el silencio, bendito silencio. Volví a tumbarme en la cama, dispuesto a dormir un poco más.

<< ¡Ring ring!>> << ¡Ring ring!>>

¿Pero qué cojones...? ¿Desde cuándo tenía yo otro teléfono en mi piso?

Volví a maldecir mientras me levantaba de la cama y comenzaba a buscar ese segundo teléfono. Se encontraba escondido bajo un montón de ropa sucia, en una esquina del apartamento, conectado a un enchufe. Descolgué con resignación.

- ¿Qué quieres, Jess? - gruñí, bastante irritado.

- ¿Te he dicho alguna vez que cuando estás borracho eres más listo y divertido? Quiero decir, sigues sin sonreír, pero eres más simpático...- contestó una voz socarrona, al otro lado del teléfono.

- He dicho que qué quieres.

-... De hecho, hasta me sorprendió que tu "yo borracho" tuviese la idea de esconderle a tu "yo resacoso" otro teléfono por la casa, muy astuto- continuó, ignorándome.

- Jess...- le advertí, a punto de colgar el teléfono.

- ¡Oh, venga ya! Tenía que terminar de contarte la broma al menos. Me había preparado una historia más larga y entretenida, pero supondría que me aguarías la fiesta, como siempre- su voz aguda y llena de vida retumbaba en mis sensibles oídos.

-Dime ya qué es lo que pasa- dije mientras me masajeaba la sien con los dedos.

-Colin no me deja en paz. Dice que hace semanas que no sabe de ti. Que si el papeleo se acumula, que si llegan clientes y no sabe qué hacer y bla bla bla... Estoy harta de cubrirte, ve a la oficina de una vez. Deja de ser un despojo humano tirado en casa. O sigue siendo un despojo, me da igual, pero un despojo que va al trabajo y hace que Colin deje de dar el coñazo a su amiga-

Casi podía ver cómo Jess sonreía al otro lado del auricular. Experta policía de operaciones paranormales a jornada completa y toca-huevos a tiempo parcial. Ni siquiera se molestaba en ocultar lo mucho que le gustaba irritarme.

Durante un instante me limité a pensar. Volver a la rutina se me antojaba agotador. Por otro lado, si no hacía caso Jess acabaría dándole a Colin la dirección de mi piso. Y lo último que quería era darle a ese chaval un medio más directo para poder importunarme, bastante tenía ya con Jess. Finalmente suspiré con resignación.

-Hablaré con él.

-Claro que hablarás con él- afirmó en tono burlón- Tengo cosas que hacer, luego hablamos.

-Adiós Jess... y gracias.

Ella calló durante varios segundos, luego volvió a hablar.

-No hay de que, viejo cascarrabias- dijo, esta vez sin rastro de mofa en su voz.

Y colgó.

Desenchufé el teléfono de la pared y observé mi apartamento unos segundos. Bastante cutre, aunque no me importaba. La luz matinal se filtraba por la ventana dejando entrever una pequeña cama junto a una simple mesita de noche, un armario empotrado prácticamente vacío, y una pequeña cocina. Todo ello salpicado con distintos papeles, ropa sucia y botellas de alcohol. Sacudí la cabeza y entré en el baño, me detuve unos minutos en el espejo.

Un canoso pelo largo y una barba poco cuidada enmarcaban mi rostro, aderezado con unas considerables ojeras y un nada desdeñable número de arrugas de expresión. Mis cansados ojos se posaron en mi torso desnudo. El cual tenía tantas marcas y cicatrices que un ciego podría haber leído en braille por encima.

Mi cuerpo aparentaba unos cuarenta y tantos años mal cuidados, mi mente había vivido más de cien... o eso creía. Dejé de contar a los setenta y seis. ¿O fue a los ochenta y seis? Estaba convencido de que había un seis al final...

Dejé a un lado mis divagaciones, y tras una refrescante ducha me puse mi mejor (y única) chaqueta americana, desayuné mi café "especial" y salí del apartamento. Era hora de volver al trabajo.

Dos minutos después volví a entrar, había olvidado mi ocarina.

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