CUATRO: Soy un idiota
Apple pasó la noche en vela enseñándole a Erika a cambiar su fuerte acento germánico por la exótica entonación irlandesa que había cautivado a tantas personas en su primer día de trabajo junto a la Columna de Nelson. A cambio de eso, la Aquilae Magister le permitió ver cómo funcionaban algunos Artificiums Capitales resguardados en el Santuario y quedó más que fascinada.
Pero no tan embelesada como las adolescentes Aquilae que veían desde los pisos superiores del lugar a Wallace cortando madera en el jardín mientras el sol salía una vez más en la fría Londres.
—Wallace, puedes dejarla así con magia en segundos —señaló la irlandesa—. ¿Tiene algo de especial el hacerlo a la antigua?
—Para mí sí —respondió él mientras se limpiaba la frente y le daba un certero hachazo al leño que tenía frente a él—: es parte de mi entrenamiento físico. Los músculos no se mantienen así solo con peleas clandestinas, ¿sabes?
—Sí, me lo imagino. Supongo que eres consciente de todos los ojos que tienes encima cuando haces eso estando semidesnudo.
El Aquilae Veteranus miró hacia el balcón interior del tercer piso y pudo notar a un grupo de cinco jovencitas mirándolo fijamente. Movió su mano saludándolas con una sonrisa, a lo que algunas de ellas soltaron uno que otro suspiro perceptible. Él sabía que inspiraba cosas en sus cofrades adolescentes, pero prefería pretender que no tenía idea de aquello para no meterse en problemas.
—Apple, solo me quité la camisa para que no se llenara de sudor. No exageres. —ella se encogió de hombros.
—De donde yo vengo eso es estar semidesnudo, Amery. No es una queja, solo que me parece muy curioso que esas señoritas no tengan conocimiento del fino arte del disimulo.
—Ellas creen que no me doy cuenta, y en realidad no es algo que me importe mucho. Es más, puedo asegurar que no se van de aquí porque imaginan que en algún momento voy a elegir a alguna como pareja, pero jamás va a pasar. Tienen catorce años y yo veintiuno, ¡no se me ocurriría algo así!
La irlandesa no pudo evitar reírse ruidosamente. Aquello se le hacía muy jocoso pero para nada descabellado, pues en sus años de adolescencia también fantaseó con hombres que tenían una actitud parecida. Sin embargo, no pasaba de un sueño, pues sabía que ese tipo de enamoramiento nunca llegaba a algo serio.
—¿Me estás diciendo que tu belleza es lo único que las mantiene aquí y prefieren quedarse mirándote?
—Lo que estaba intentando decir era que soñaban con acostarse conmigo algún día y por eso no se iban, pero esa es una mejor manera de explicarlo. También está el hecho de que un Serpens puede matarlas si salen de aquí, no conocen más de Londres aparte de lo que Charlotte les cuenta cuando va a comprar comida o medicinas.
—Vaya, Erika tiene razón cuando dice que eres un idiota.
—Jamás lo he negado, soy el Aquilae idiota que todas quieren besar, y no precisamente en la cara.
Wallace le guiñó el ojo a Apple y ella no pudo evitar soltar un bufido desdeñoso. Al menos él era lo suficientemente competente para ayudarle a resguardarse en el Santuario como la germánica había prometido.
—Se me hace divertido ver aquello... me recuerda esos enamoramientos de juventud.
—Deberías verlas cuando están en clases de combate sin armas, se han ganado varios golpes entre ellas por distraerse.
—¿Les enseñas a defenderse? Eso es fantástico.
—No, es mi padre quien lo hace. Me ha pedido que no deje que ellas noten mi presencia durante las lecciones, probablemente porque se causan uno que otro moretón en la cara por mi culpa. Pero ya se les pasará, Charlie dice que son cosas de la edad.
—Supongo que sí. ¿Cuándo podré conocer al ilustre Archibald Amery?
—Cuando nos llamen a desayunar, casi siempre llega de primero.
Dos de las adolescentes que estuvieron mirando a Wallace desde el tercer piso llegaron al jardín, una de ellas sosteniendo una bandeja con una jarra llena de agua.
—Buenos días, Wallace... —saludó una de ellas con voz temblorosa—, Charlotte envía esto para ti.
—Gracias, Emily —el Aquilae recibió el agua y le sonrió a la adolescente, quien se ruborizó al instante—. Eres una dulzura.
—Emily es mi hermana —tartamudeó señalando a la jovencita a su lado, quien esbozó una tímida sonrisa—, yo soy Alice.
—Oh, lo siento... es que las dos son tan encantadoras como serviciales —Wallace le hizo una seña con la mano a Apple—. Te lo dije, señorita Daly... ¡estas damas serán unas Aquilae maravillosas!
La irlandesa hizo un breve ademán de aplaudir a las hermanas mientras se retiraban y ellas, emocionadas, se dirigieron a las escaleras murmurando cosas ininteligibles. Por el mismo lugar bajaba Archibald impecablemente trajeado, con un reluciente sombrero de copa en una mano y sosteniendo su reloj de bolsillo en la otra. Le bastaron un par de segundos a Apple viendo al Aquilae Magister para quedar tan cautivada por él como las niñas Aquilae por su hijo y, sin querer, soltó un suspiro lo suficientemente audible para quien estuviera cerca.
—¿Te gustan mayores? —preguntó Wallace luego de una risa breve—. No puede ser en serio, Apple...
—Callum Watson se me hizo muy atractivo antes de saber que era más malo que el cólera —respondió la rubia sin dejar de mirar a Archibald—, esa debió ser tu primera pista.
—No me molestaría en lo absoluto si te conviertes en mi madrastra, la cantidad de tiempo que mi padre ha guardado luto no es saludable.
—Será todo el tiempo que él quiera, déjalo.
La irlandesa se acercó a Archibald y lo saludó con una leve inclinación de cabeza. Wallace siguió moviendo el hacha mientras escuchaba un poco de lo que Apple hablaba con su padre, y cuando ella le mencionó lo que el muchacho había dicho para tratar de convencerla de ayudar a Erika, supo que iba a recibir un gran regaño.
—Wallace, no puedes decirle a alguien que quieres acabar con quien mató a tu madre, eso te hace igual a esa persona —dijo Archibald—. Tú solo tenías que decir que querías hacerlo pagar justamente por lo que hizo y no habrías asustado tanto a esta señorita, ¡tienes que escoger mejor tus palabras!
—Padre, ¡ese era el objetivo desde el principio!
—Pero no lo digas así, jovencito... ¡por cosas como esa Erika dice que te falta cuidado al hablar!
—El que te sobra a ti, padre —el muchacho se encogió de hombros—. Tú también puedes decir directamente que soy un idiota, no me voy a enojar por algo que es cierto.
—La diferencia con un idiota es que tú puedes cambiar esa actitud si te lo propones, Wallace Amery.
Un taconeo leve repicó en el suelo de madera de la entrada. La sofisticada mujer que poseía aquellos zapatos se quitó los guantes, los guardó en su bolso y saludó a los presentes en el jardín con un refinado movimiento de la mano. Archibald se acercó a ella e inclinó la cabeza con respeto.
—Elizabeth... ¿cómo ha estado tu mañana?
—Bastante ajetreada, Archie. ¿Movieron la hora de insultar a Wallace para el desayuno? Qué faltos de clase, eso se hace tomando el té de las cinco.
—Déjame, Shatner —el Aquilae se encogió de hombros—. Al menos las niñas me quieren, debería traerlas para que vean lo que ustedes hacen conmigo y sepan cómo no comportarse con sus compañeros.
—Tú ni siquiera recuerdas sus nombres, jovencito —intervino Apple—, te quieren porque les das algo para distraer la cabeza en las noches y ya.
Wallace miró a la irlandesa y le pidió con una seña que guardara silencio. Ella lo ignoró y se acercó a Elizabeth para conversar un poco y conocerla antes de que Charlotte los llamara a desayunar, cosa que tardó un par de minutos más antes de que el grupo de adultos pudiera sentarse a comer con tranquilidad. Apenas terminaron, la señorita Shatner llamó aparte a Archibald para hablarle de algo importante.
—Archie, necesito que me prometas que esta información no la sabrá nadie más.
—Probablemente Erika la necesite, pero ningún otro cofrade tiene por qué enterarse, ni siquiera Wallace. —la mujer asintió.
—Tiene sentido, si ella es la que va a lograr todo lo que me prometiste... necesito que escuches muy bien, porque no lo voy a repetir.
Los Serpens estaban convencidos de que tenían el control total de Londres y podían hacer lo que quisieran. Creían que el poder que poseían les daba una libertad lo suficientemente grande como para moverse a su antojo en cada centímetro cuadrado de la ciudad sin ser juzgados ni neutralizados pero, aparte de los Aquilae, había un grupo más agresivo que no los dejaba manejar todo con comodidad: los delincuentes que pululaban por la ciudad y querían balancear las cargas para que los ricos no se quedaran con todo el dinero que circulaba. Ahí era donde Elizabeth Shatner tenía un papel crucial, pues era una de las que manejaba los negocios turbios en los bajos londinenses. Era la cabeza invisible de los prostíbulos y las apuestas, así como la reina del contrabando en el Támesis, con lo que conseguía información que se escapaba de las manos de gente del común y de la minoría adinerada. Constituía una fortuna que los Aquilae la hubieran conocido primero y se convirtiera en la aliada más valiosa de la Cofradía, extendiendo sus redes de informantes a tal punto que Callum Watson no podía estornudar o rascarse el trasero sin que Elizabeth lo supiese.
Archibald agradecía enormemente la ayuda de la señorita Shatner, por eso le permitía interactuar con los Aquilae sin ocultarle nada, pues confiaba en ella lo suficiente como para saber que nunca los delataría, y esa confianza se vio recompensada cuando ella le entregó un cofre negro que contenía un Artificium Capital muy poderoso. Amery no pudo contener su emoción al abrirlo, pues lograr arrebatárselo a los Serpens era un indicativo de que empezaban a perder su dominio y tenían la obligación de no permitir que otro de esos artículos cayera en malas manos de nuevo.
—Me entregaron la Flecha, pero la persona que debe recibirla para sacarla de Inglaterra fue retenida al intentar salir de la mansión de Callum Watson. —dijo Elizabeth.
—Pobre chica —replicó Archibald—, con suerte él no le hará daño si sabe quién es ella.
—Así que es cierto... esa jovencita es su hija —el Aquilae asintió—. Ojalá eso sea suficiente para que no le pase nada malo y podamos rescatarla sin problemas.
—No me preocuparía tanto por Watson. Olivia de York es su mayor amenaza, ella es más impulsiva y no tan supersticiosa, eso de los parientes de sangre le importa muy poco.
—Esa loca... ¿cómo es que Callum Watson la tiene tan cerca y no se da cuenta de que ella está enamorada de él?
—Los hombres nunca notamos eso a menos que nos lo digan, señorita Shatner. —él se encogió de hombros.
—Y aunque se enteraran, no están obligados a hacer algo al respecto —la mujer se puso sus guantes de nuevo, lista para irse—. Espero que el plan que vayan a ejecutar con Erika funcione, hay que sacar a todos los rehenes de esa casa antes de que mueran, no solo a los Aquilae. Nos vemos luego, Archie.
El primer día de Erika siendo Apple estuvo relativamente tranquilo, pues se entretuvo conversando con los compradores que llegaban y se deleitaban con aquella actitud jovial y risueña de la irlandesa que debía suplantar. Lo estaba haciendo bastante bien y nadie sospechaba en lo absoluto.
Sin embargo, creyó que la Apple real había fallado en llamar la atención de Callum Watson, pues él no apareció en toda la mañana como había prometido, cosa que no le sorprendió e incluso la alivió un poco. Tener un Serpens Dominans tan cerca, a pesar de que ella era una Aquilae de alto rango, le ponía los pelos de punta y hacía mella en sus nervios al punto de la ansiedad, pero tenía que hacer valer sus clases de dramaturgia y tragarse esa sensación para no meterse en problemas si quería que la misión fuera exitosa.
Junto a la carreta de frutas vacía, Erika estaba a punto de dirigirse al Santuario cuando escuchó tras ella un carruaje tirado por un par de hermosos caballos Shire, muy parecidos a los que montaba junto a su hermano Roland en la hacienda de sus padres en la Confederación Germánica. De aquel vehículo, vestido con un traje azul oscuro y un abrigo de armiño, se bajó Callum Watson. Erika se vio obligada a fingir asombro, pese a que esa estampa ostentosa no le atraía en lo absoluto. El Serpens se acercó a ella, la tomó de la mano con firmeza y besó su dorso. La rubia tuvo que tragarse todo el asco que sentía ante aquel contacto y camuflarlo con una sonrisa inocente.
"Con esa mano mató a la hermana de Charlotte... hijo de puta", pensó. Ningún intento de romanticismo se le iba a hacer dulce de parte de aquel nefasto hombre.
—Señorita Daly, disculpe mi tardanza. Había prometido venir en la mañana, pero tengo un regalo para usted.
—Oh, ¿para mí? Qué considerado —Erika se acercó al carruaje para mirar en su interior y lo encontró vacío—. ¿Qué es?
—No puedo decírselo aun, necesito que me acompañe.
—Señor Watson, no está bien visto que me vaya con un desconocido a esta hora de la noche. Apenas sabemos nuestros nombres. Además, mi carreta...
—No se preocupe por ella —la interrumpió tendiéndole la mano para ayudarla a subir—, uno de mis muchachos la vigilará. Por favor... no le tomará sino un rato.
Erika sabía muy bien el enorme riesgo que corría al no tener con ella su Artificium Menor mientras un Serpens estuviera tan cerca, pero tuvo que verse obligada a confiar. En sus nervios, en sus habilidades actorales, en el entrenamiento que toda la vida la refinó para no vivir como una campesina porque sabía que ese no sería su mundo en el futuro. Ella había nacido para lograr cosas heroicas y el éxito en esta misión sería el comienzo del camino que inmortalizaría su nombre.
Su gran motivación sería esa palabra tan importante: confiar.
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