Epílogo: Cosas malas
Con los brazos apoyados sobre el borde de la bañera y la luz de la luna acariciando su espalda, Asteria se llevó a la boca la última aceituna del cuenco y le dio un sorbo a su copa de vino. Luego recostó su cabeza en el pecho de Wallace, que miraba las estrellas fascinado por lo que había acabado de suceder.
—No puedo creer que tú y Electra usen "queso de cabra" como palabra clave para el sexo. —ambos rieron.
—Empezó como un chiste entre nosotras, pero después la tomamos muy en serio para saber qué hacer si una de las dos tenía que irse de la casa por un tiempo.
—Hay algo más increíble todavía, ¡eres la hijastra de la Aquilae Immortalis y jamás me lo dijiste!
—¿Recuerdas eso de mantenernos siempre ocultos? Ese es el secreto más grande que he guardado y no me arrepiento de haber aceptado esa responsabilidad —mientras hablaba, la joven se dio cuenta de que Wallace tenía un rasguño en el cuello y pasó sus dedos con suavidad—. Tengo que ser más delicada, detesto verte sangrar por mi culpa.
—Voy a estar bien —el Aquilae besó la mano y acarició el cabello de su amante—. ¿Puedo?
Ella asintió. Habían sido bastante rudos durante su placentero contacto físico, y lejos de alarmarse por las marcas en sus cuerpos se dieron cuenta de que un poco de dolor les resultaba estimulante y los mantenía con los pies en la tierra. Asteria tenía la suficiente determinación para pedirle a Wallace que se detuviera si algo le molestaba y él hizo lo mismo, creando una conexión muy especial.
Mientras Amery trenzaba su cabello, ella finalmente se tomó el tiempo de contarle el origen de aquella cicatriz en la espalda de la cual no había querido hablar por años, y él la escuchó con el corazón encogido. Si Olivia de York creyó por un momento que haciéndole daño físico le iba a robar su grandeza, valor y feminidad, estaba muy equivocada.
Wallace la rodeó con sus brazos y llenó su espalda de besos. Una cicatriz no la definía ni le iba a restar nada a lo que Asteria significaba para él, y en lugar de eso hacía su figura más venerable y fuerte, una encarnación de Afrodita misma solo para su disfrute.
A pesar de que el sexo entre ellos había sido bastante fuerte, encontraban muy satisfactorio el tiempo para cuidarse después. Eran muy necesarias las caricias suaves después de las rudas sesiones donde ambos se dejaban moretones o rasguños en el cuerpo y recuerdos en el alma, junto con un poco de alcohol y algo de chocolate para relajarse. Era la receta apropiada para recuperar el aliento.
Asteria salió de la bañera y fue por una botella de vino al cobertizo. Luego se sentó en el borde de esta para llenar un par de copas. Una vez más, Wallace se deleitó con la vista de aquel tatuaje de mono azul que vio por primera vez bajo la luz de esa misma luna majestuosa. Ahora, sabiendo que tenía todo el permiso para hacerlo, recorrió cada trazo con las yemas de sus dedos, advirtiendo un ligero relieve donde los trazos de tinta negra marcaban cada contorno en aquella piel aterciopelada que el agua hacía resplandecer.
—¿Has escuchado la leyenda de los tres monos del santuario de Tōshō-gū? —preguntó Wallace.
—Voy a pretender que no —sí que la conocía, pero deseaba oírla de boca de su amante—, ¿quisieras hablarme de eso?
—Claro que sí —ambos entrelazaron sus manos—. Había un samurai en Japón llamado Tokugawa Ieyasu, sabio y prudente. Animó a todos los que conocía a ser respetuosos y buenos con quienes los rodeaban, y como recordatorio de eso pidió crear una escultura con tres monos: uno con las manos en los oídos, otro con las manos en los ojos y el último con las manos en la boca.
—Ah, ¿sí? —Asteria entró de nuevo a la bañera, abrazó a Amery por la cintura y comenzó a besarlo en el cuello.
—El primer mono que cubre sus oídos significa "no escuches cosas malas". El segundo mono que cubre sus ojos significa "no veas cosas malas". Y el tercer mono que cubre su boca significa "no digas cosas malas". —respondió el Aquilae entre tartamudeos. La joven soltó una risa breve, pues sabía muy bien que le estaba haciendo perder la concentración.
—¿Se puede saber qué se cubre el mono que significa "no hagas cosas malas"?
—No estoy seguro. ¿Quieres dejar tus manos quietas? Estoy contándote algo. —ella obedeció.
—Está bien, dejaré que termines.
—Los monos ahora son símbolos de sabiduría y buen comportamiento —él apuró un poco las palabras—. Muchas personas consiguieron reproducciones más pequeñas de la escultura del santuario para tener en sus casas y no olvidar ser respetuosos y buenos con la gente, y ya terminé.
Wallace atrajo a Asteria hacia él y volvió a besarla dulcemente. Ambos regresaron al cobertizo una vez más para amarse sin medida a la luz de las velas y descansaron abrazados hasta que el amanecer los acogió.
La pareja fue testigo del fulgor rosa que tomó el cielo en las primeras horas de la mañana, y luego de quedarse mirándolo por unos minutos ella se levantó y llevó a su amante a la terraza para un desayuno romántico. Entre las cosas deliciosas que comieron había pan con mantequilla y miel, aceitunas con tomates frescos, mermelada de fresa silvestre, queso cremoso con jamón ibérico y té de China. La brisa agitaba las enredaderas que colgaban del balcón y llevaba consigo el dulce olor de los jacintos azules recién abiertos, que a ratos eran visitados por colibríes y mariposas.
Después de comer, Asteria llevó a Wallace a uno de los balcones de la casa donde se podía divisar el panorama. Tomados de la mano, vieron cómo la ciudad despertaba y se llenaba de sonidos agradables con personas que vivían felices y tranquilas prosperando, riendo, acogiendo a los viajeros, enseñando a los aprendices y cautivando a los amantes.
Atenas era, es y será siempre una ciudad bellísima.
—Podría quedarme aquí todo el día. —dijo Asteria.
—La vista es maravillosa sin duda —Wallace la abrazó y le dio un beso en la frente—, y la compañía es mucho mejor.
—Wally... —ella lo rodeó con sus brazos—. Tengo una confesión por hacer.
—Déjame decirte una cosa antes, desde anoche quería hablarte sobre eso —la joven asintió—. Sabes que soy terrible con las palabras, pero creo que es más fácil ser directo y me entenderás mejor. Asteria... te amo.
Ella sonrió. Nunca dos palabras la habían hecho tan feliz.
—Que lindo suena mi nombre en tus labios —ella besó la mejilla de su amado—. Yo también te amo, Wallace Amery.
—Eres tan hermosa... —dijo él mientras le acariciaba el cuello suavemente—. Me está costando mucho trabajo tenerte tan cerca y no besarte.
—¿Podemos hablar de algo importante primero? Por favor...
Ambos volvieron al cobertizo. Asteria sirvió un par de copas de vino, pues lo que quería hablar con Wallace podía ser difícil de manejar después de tanto amor que se habían profesado.
—Fuiste honesto conmigo y lo aprecio profundamente, así que haré lo mismo —ella le dio un sorbo a su copa antes de seguir hablando—. ¿Cuánto quieres que dure esto?
—¿Depende de mí? —dijo él, sorprendido.
—Soy consciente de que no puedes quedarte aquí para siempre, yo no lo haré. Quiero volver a la India, conocer la ciudad donde nació mi madre, ir a Egipto, regresar a Londres... puedes unirte al viaje si quieres, pero sé que la Corona Británica te querrá de vuelta en Inglaterra tarde o temprano.
—Star...
—Afrodita ya atendió mi plegaria y la cumplió con creces, lo único que deseaba era volverte a ver y demostrarte todo lo que siento por ti... así que voy a disfrutarlo mientras dure, agradecerle al destino por haberme dado un espacio en tu vida y amarte mientras quieras estar en la mía.
Wallace respiró hondo y miró a Asteria. La propuesta de viajar junto a su amada era muy tentadora, y saber que ella tomaba todo con mucha sensatez le daba algo de tranquilidad. Él no quería que las cosas acabaran tan rápido, y conocer nuevos lugares junto a alguien que le pudiera enseñar sobre ellos daba lugar a una gran aventura. De repente, tuvo una idea. Salió del cobertizo y buscó sus cosas para sacar la bolsa de dracmas con la que ella había pagado su misión de escolta cinco años atrás. Luego tomó una de las monedas y la puso en la mano de la joven.
—Vamos a hacer algo: sin importar lo lejos que estemos o el tiempo que haya pasado, quiero que esto termine solo cuando haya gastado todas estas dracmas, así que guarda la última donde yo no pueda encontrarla. ¿Qué te parece?
Con una sonrisa, Asteria asintió. Un beso selló aquel trato.
—¿Crees que la Reina Victoria extrañe tu presencia en su imperio por los próximos seis meses?
—Lo dudo —dijo el Aquilae—, siempre puede escribirle a mi padre o a Erika si hace falta. La reina que debo atender ahora está aquí conmigo. —ella se sonrojó y bebió un poco más de su vino.
—Wally, no quiero que te metas en problemas por eso.
—Y yo no quiero que vayas a Egipto sin mí, tenemos que conocer la necrópolis de gatos de la que me hablaste cuando estuvimos en Stonehenge. Ven —Wallace le hizo una seña a Asteria para que se acercara y la atrajo hacia él para recostarse en los cojines—, prométeme que cuando no estemos en el mismo sitio vas a recordar que hay un Aquilae Magister nacido en Londres que te adora como a la más hermosa de las diosas.
—Claro que sí, con una condición: que la distancia no te permita olvidar a una mujer que hizo una plegaria a los dioses porque le robaste el corazón y quería verte de nuevo para apreciar los dones de Afrodita contigo.
Era una promesa. Asteria y Wallace tenían en un principio seis meses para amarse con la mayor intensidad que pudieran, pero toda una vida para extrañarse en la distancia y nunca olvidarse. Eventualmente iban a encontrarse en el camino por asuntos de la Cofradía y aprovecharían esos momentos para entregarse y protegerse el uno al otro. Sin importar que sus cuerpos se hicieran mayores, se sentirían jóvenes y felices. Tal vez estando en soledad tendrían una buena vida, pero cada vez que se reencontraran los besos serían más dulces, las caricias más intensas y el amor más placentero. Todo para más y mejor, como debía ser.
Ni siquiera en la impersonalidad de un vínculo ancestral, tan ajeno para el resto del mundo y tan cercano para los Aquilae, dejarían de ser por siempre Star y Wally.
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