Capítulo 9: En su justa medida

Wallace abrió los ojos y sonrió al ver a Star durmiendo plácidamente recostada sobre su pecho. Al estar abrazado a ella, sus dedos pudieron palpar con delicadeza la herida en su costado que ya se había cerrado del todo, pero aun estaba sensible al tacto. El olor de la vainilla en su cabello se sentía más cautivador y la luz del sol filtrándose por la ventana la hacía ver más radiante. Aquel momento se convirtió en el favorito del Aquilae, quien deseó con intensidad que jamás se terminara.

¿Cómo habían amanecido así?

Él no recordaba haber hecho algo indecoroso con ella la noche anterior, pero experimentaba aquella sensación de relajación que llegaba después de haberse involucrado carnalmente con alguien. Eventualmente, cuando despertara, Star le daría una explicación de por qué había amanecido desnuda entre sus brazos.

Sintiendo que ella se movía, Amery contuvo la respiración. No quería perturbarla de ninguna manera en su despertar, pues la veía tan frágil e indefensa que la creía a punto de romperse con cualquier movimiento.

—Wallace... —murmuró Star.
—¿Sí?

La joven lo miró sonriendo. Las pecas en su rostro se veían más oscuras y su piel tenía un brillo muy particular.

—¿Está bien? Anoche lo sentí tembloroso. —él asintió.
—Bastante bien, pero no esperaba pasar la noche sin recordar cómo llegamos a esto.
—Hay una explicación —Star se incorporó. Wallace tuvo una breve vista de su largo cabello resplandeciendo al sol antes de que ella hablara de nuevo—, pero también hay un problema: no sé por dónde empezarla.
—¿Qué tal si inicia por el final y vamos recapitulando?

La joven le dirigió una mirada tan seductora, que el Aquilae no pudo evitar pestañear nerviosamente. Ella se dio la vuelta y se sentó a horcajadas sobre él con un rápido movimiento.

—Así que quiere reconstruir los hechos —Star se inclinó sobre Wallace y besó su cuello con dulzura mientras acariciaba su abdomen. Él le pasó cuidadosamente los dedos por el cabello y asintió—. Comencemos con uno particularmente placentero.
—Star... —Amery cerró los ojos y soltó un jadeo al sentir una leve presión en su bajo vientre.
Shhh —la joven lo detuvo—, no hace falta hablar.

Ambos juntaron sus labios y se rindieron a un beso intenso y sinuoso. Las manos de él se posaron en las caderas de Star de manera delicada pero sin perder la firmeza, y una sensación cálida los invadió por unos segundos. La joven se irguió y él pudo notar un rubor delator en sus mejillas que lo hizo sonreír.

—No voy a hacerle nada que no quiera, Star.
—Ni yo a usted —respondió ella mientras rápidamente se ataba el cabello—. ¿Dónde íbamos?

Star acercó su cara a la de Wallace para besarlo una vez más, pero el sonido de la ventana rompiéndose interrumpió el momento. Cuando ella se dio vuelta, una mujer vestida de Serpens entró de un salto a la habitación y atravesó el vientre de la joven con un cuchillo. Al compás de un desgarrador grito de dolor, el Aquilae recibió toda la salpicadura de la sangre en los ojos y se tardó en reaccionar unos segundos, mismos que aquella intrusa utilizó para clavar la hoja en su garganta.

—¡STAR, NO!

Amery despertó sobresaltado gritando el nombre de su amiga. Mirando a todos lados en busca de rastros de sangre, se dio cuenta de que aquello había sido una horrible pesadilla.

—Wallace, ¿qué sucede? —él escuchó la voz de la joven desde el baño, y al saber que ella estaba sana y salva respiró aliviado. Luego se levantó de la cama.
—Nada, fue un mal sueño. —respondió el Aquilae.

Star llevaba un buen rato metida en la bañera, y cuando Wallace entró al baño, la encontró con los brazos apoyados sobre el borde de porcelana y mirándolo fijamente.

—Morfeo debió hacerlo vivir algo terrible en sus sueños si despertó con mi nombre en su boca, señor Amery. —él suspiró.
—Lo importante es que todo pasó en mi cabeza nada más, ¿podemos dejarlo así? —la joven asintió.
—No iba a preguntar nada, puede quedarse tranquilo —dijo Star—. Ahora, le sugiero que salga de aquí si no quiere entrar en pánico de nuevo, porque ya terminé mi baño y está a punto de verme sin ropa.

Wallace obedeció sin chistar. Cerrando la puerta del baño tras él, esperó unos minutos a que Star saliera, ya vestida y con el cabello recogido, luego dejó que el Aquilae hiciera lo mismo. En el comedor lo esperaba un fastuoso desayuno cuando salió.

Ambos comieron en silencio por un rato hasta que Star notó que Wallace estaba más pensativo de lo normal y su semblante parecía diferente.

—Lo veo pálido —dijo la joven—. ¿Está seguro de que puede dejar así las cosas?
—Sí, estoy seguro —respondió el Aquilae—. Los sueños no me afectan una vez abro los ojos.
—Pueden ser premoniciones —Star dio un sorbo a su taza de té—, o deseos reprimidos.

Amery tomó una tira de tocino y comenzó a masticarla mientras analizaba lo que acababa de escuchar. Ese sueño fácilmente podía ser un poco de esto, un poco de aquello, pero sin duda era inquietante.

—Definitivamente no es una visión del futuro —replicó el Aquilae—, y lo otro... tal vez.
—O tal vez no —dijo secamente la joven—. Si pudiera ver la cara que se le quedó cuando pensó en lo último, no diría eso.
—¿Qué pasa con mi cara?
—Usted y yo solo somos amigos, pero me está mirando con el mismo gesto de una persona que hace años fue mi... novia.

Wallace estuvo a punto de irse de espaldas cuando oyó que sus ojos lo delataban. Desconcertado, esperó a que Star dijera que había sido una broma, pero cuando ella siguió comiendo como si no hubiera pasado nada importante, hizo un gran esfuerzo para mantenerse tranquilo. Ella volvió a mirarlo con la misma calma de siempre y lo señaló con el dedo.

—Ahora sí cambió a la cara de chico bueno con la que lo conocí. —ella sonrió.
—Star —él pasó saliva—, tengo muchas preguntas.
—Espero poder responder varias de ellas a satisfacción. ¿Qué quiere saber?

El Aquilae estaba tan confundido que no tenía idea de por dónde iniciar, así que ella decidió tomar el liderato y le contó una historia de amor que no estuvo destinada a durar.

La piel bronceada de Thais olía a sal marina y contrastaba fuertemente con la blancura de Star, pues hallaba su sustento en los dominios de Poseidón como pescadora. Quedó huérfana cuando era muy pequeña y su independencia cautivaba a quienes entraban en contacto con ella. Ambas se vieron por primera vez en una clase de tiro con arco, donde congeniaron rápidamente y se volvieron amigas en muy poco tiempo. Cuando Raisa la conoció, de inmediato notó que su hija no solo la quería como amiga, y lejos de prohibirle verla, permitió que ella pudiera entender por qué se sonrojaba cada vez que pasaban tiempo juntas y el dios Hímero le susurraba constantemente que aquellos roces mutuos de manos y esas miradas intimidantes no eran producto de casualidades.

Su madre le enseñó que el amor podía tomar formas inesperadas, y que no debía sentirse mal por querer a alguien de su mismo género si lo sentía genuino y el sentimiento era correspondido. Star lo sabía, y también era consciente de que no todos eran tan respetuosos acerca de eso como su familia.

Pensar que en el Mundo Antiguo era algo tan normal y que las épocas cambiaban para ejercer restricciones terribles...

Star fue una adolescente curiosa pero tímida, por lo que pasó mucho tiempo antes de que pudiera expresarle de alguna manera sus sentimientos a Thais, pero el día que sucedió, fue una experiencia tan dulce como llena de interrogantes. Ambas tuvieron que recorrer aquel camino juntas, pero mientras su relación existió, ellas fueron felices y aprendieron mucho la una de la otra. Era una experiencia hermosa, pero también estuvo empañada por el odio de alguien que no sabía respetar la libertad del amor adolescente.

Kostas, uno de los vecinos de Star, no estaba enamorado de ella, lo que él sentía era una obsesión absurda. Cualquier atisbo de atracción que ella hubiera podido sentir por sus ojos verdes y su físico fornido se desvaneció cuando abrió la boca y lo primero que dijo fue una idiotez machista y opresora. Él detestaba verla con Thais, y cuando las descubrió en una gruta besándose no concibió un mundo en el que él no estuviera en el lugar de la pescadora, así que se dedicó a hostigarlas y perseguirlas solo por ser un par de chicas que se amaban profundamente.

El asedio fue a mayores cuando los tres cumplieron los dieciséis años y Kostas aprendió a usar la fuerza para conseguir lo que quería, hasta que ocurrió una tragedia: el mar se tiñó de sangre el día que el muchacho, enardecido por su manía, decidió que si Star no iba a quedarse con él, tampoco lo haría con Thais, a quien llamaba una "pescadora despreciable". Aprovechando que estaba sola en su pequeña barca para ir a trabajar al amanecer, el muchacho tomó una hoz y le atravesó el pecho, matándola al instante. Luego le arrancó el corazón y se lo envió a Star junto con un collar de la chica en un cofre de madera.

Raisa y su pareja consolaron a la joven y la instruyeron bien en asuntos de no ejercer venganza por mano propia, por lo que ella, en medio del dolor de haber perdido el amor en un crimen de odio, elevó una plegaria a Temis, la titánide de la justicia, con la esperanza de que Kostas fuera castigado por los dioses y tuviera que vivir con el hecho de que nadie lo haría sufrir de esa manera en vida, pero que iría al Tártaro en cuanto dejara de respirar.

—No sé qué fue de Kostas, abandonó la ciudad poco después de la muerte de Thais, seguramente creyó que iría tras él buscando venganza. —Star le dio un sorbo a su taza de té mientras un boquiabierto Wallace la miraba aterrado.
—Yo habría torturado a ese miserable de tantas maneras después de saber esto... —la joven negó con la cabeza.
—Thais no habría querido que hiciera algo así. Era un castigo demasiado oscuro para que alguien como yo lo ejecutara. Solo espero que él tenga una buena vida y que alguna de sus hijas se enamore de otra chica para que aprenda a respetar.
—Lo siento mucho, Star. —ella suspiró y sonrió débilmente.
—Gracias, Wallace. ¿Podemos cambiar de tema? Esto es algo que jamás compartí con nadie diferente de mi familia.

El Aquilae asintió y se levantó del comedor. Luego le echó una ojeada a la cama donde Star había pasado la noche para verla perfectamente hecha y con sus libros encima. Una vez más, su mirada se desvió a aquel ejemplar con letras incomprensibles e ilustraciones adultas. La joven no pasó aquello por alto, se acercó a la cama y le tendió el Kamasutra a Wallace.

—Lléveselo, estoy segura de que podrá darle un uso maravilloso. —él la miró estupefacto.
—¿Usted regala sus libros así todo el tiempo?
—Solo a gente con tanta curiosidad como la que veo en sus ojos —ella sonrió—. Como le dije antes, lo uso de guía porque, si hablamos de lo que más llamó su atención, la realidad es que las prácticas que disfruto no están escritas ahí.

Amery entrecerró los ojos y miró a Star con algo de duda. Iba a tener muchas más preguntas si volvían a ahondar en el tema.

—¿No me dirá que le gusta el...
—Siempre me entretiene el coito con algo de... dureza, ya sea física o verbal, pero consentida y en su justa medida —Star lo interrumpió—. Entre otras cosas que preferiría conversar con mis amantes, no con mis... amigos. —el Aquilae resopló asustado.
—Iba a decir algo diferente.
—Afortunadamente lo salvé de mencionar cualquier barbaridad como hacerlo en completa oscuridad, en un estanque lleno de sanguijuelas o Eros sabrá en qué otras prácticas insalubres y aburridas pensaba usted.

Wallace tuvo que aguantarse una risa nerviosa. Definitivamente era demasiado inocente, pues esperaba oír cosas menos turbias, y la pesadilla que había tenido esa mañana le confirmaba que ella era más degenerada de lo que él imaginaba.

—Tomaré el libro —dijo él—, pero no le cuente esto a Erika si llega a cruzarse con ella algún día.
—No se preocupe, si de algo le sirve para mantener su figura de Aquilae Magister rudo e impulsivo, no me consta del todo que sepa leer, así que su secreto está a salvo conmigo.

Los dos rieron. Él tomó una maleta vacía antes de acercarse a la puerta.

—Star, creo que esta no sería una cita digna de usted, ¿pero le gustaría acompañarme a conseguir unas piedras para un experimento? Un amigo me pidió el favor y prometí que no llegaría de Stonehenge con las manos vacías.
—Claro —la joven tomó una manzana verde y le dio un mordisco—, ¿por qué no?

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