Capítulo 13: Son dracmas

Las horas pasaron lentamente en aquella habitación donde el olor de las hojas de té era más que distinguible. En la chimenea se apagaban unos cuantos tizones, las ventanas estaban bloqueadas y las puertas tenían guardia constante, por lo que Star no podía salir del lugar sin usar la fuerza o pasar desapercibida. Aun si lo hubiera logrado, Olivia de York la habría apresado para torturarla.

Callum Watson había puesto un hurgón en la chimenea cuando la aliada Serpens llegó a su oficina llevando consigo a una joven de aproximadamente veinte años que se había infiltrado en la casa, pero no lograron identificar en un principio con quién estaba relacionada. Sospechaban que era parte de la Cofradía de Aquilae, y si era así, podían hacerle unas cuantas preguntas para ganar un poco de ventaja antes de acabar con su vida.

Pero ella no decía una sola palabra.

Era valiente, eso estaba claro. Cuando la llevaron con Callum Watson nunca bajó la cabeza y lo miró a los ojos como si lo conociera de siempre. Él no fue indiferente a aquel acto que consideraba de altanería, e intuyendo que ella sabía algo de él que otros ignoraban, hizo que todos a excepción de Olivia de York salieran de su oficina. Star tenía las manos atadas sobre su regazo y no se movió un milímetro cuando su padre sacó una pistola para apuntarle a la cara.

—Es muy valiente de su parte venir aquí sin tener un plan, jovencita. Pero nada de eso va a funcionar si no habla. ¿Quién la ha enviado?

Había sido un gran alivio que no llevara ninguna insignia de la Cofradía en su ropa, por lo que la posibilidad de sobrevivir a aquel encuentro aumentaba. Star permaneció en silencio con la mirada impasible. La Duquesa de York le dio un manotazo en el hombro.

—Abre la boca, niña. ¿Cuál es tu nombre? —no hubo respuesta, pero sí un intenso intercambio de miradas que terminó con la Serpens abofeteando a la indefensa chica.
—Olivia, déjala ya —Watson intervino luego de guardar su arma—. Después de un par de días sin comida va a rogar que la escuchemos, ¿no crees que eso es más efectivo?
—Si está tan comprometida con lo que cree, va a elegir la muerte sin dudarlo. Creo que podemos ayudarle con eso, Cal.
—Tisífone vendrá por quien derrame mi sangre en nombre de Callum Watson. —anunció la joven.

Star sabía que su padre era supersticioso, y gracias a la educación que él había recibido conocía el mito de las Erinias, diosas que castigaban los delitos cometidos por mortales. Tisífone, en específico, vengaba los asesinatos y los crímenes de sangre, atormentando al malhechor de tal forma que rogaría por una muerte rápida para no seguir sufriendo, pero estaría condenado a pasar su eternidad en el Tártaro.

El Serpens Dominans se levantó de su silla y se acercó a Star para mirarla más de cerca.

—¿Habla de un crimen de sangre, jovencita?
—Hace un poco más de veinte años hubo un intento de robo de información en su casa por parte de una mujer que se infiltró en su habitación. Usted la descubrió, tomó la decisión de abusar de ella para luego golpearla y ordenó tirar su cuerpo en una carretera creyendo que había muerto —la joven suspiró brevemente—. Soy el producto de esa violación, señor Watson. Soy su hija.
—Eso no es posible —dijo Olivia de York en medio de la indignación—. Callum, no vas a creerle a esta niñita desquiciada.
—Mírenos, Duquesa Olivia de York —replicó Star luego de levantarse de su silla—. Hay rasgos en común que son inconfundibles, ¿de verdad cree que estoy inventando esto?

La chica estaba en lo correcto. A pesar de que no tenían el mismo color de ojos y sus facciones estaban mucho más suavizadas, ella era la viva imagen de Callum Watson.

—Ahora viene a vengarse, supongo. —dijo el Serpens. La joven negó con la cabeza.
—Y enfrentar el castigo de Tisífone, ¿en el que creo ciegamente? Jamás.
—Supongo que eso nos salva de matarnos mutuamente. ¿Qué es lo que quiere? —Star pasó saliva.
—Solo quería... ver la cara de mi padre al menos una vez.

Olivia de York veía todo estupefacta. Le parecía absurdo que Watson se estuviera creyendo esa patraña, así que agarró el hurgón que estaba en la chimenea y lo pasó por la espalda de Star, causándole una quemadura terrible. La joven gritó de dolor y cayó al piso entre lágrimas.

—OLIVIA, ¿QUÉ HICISTE? —el Serpens le arrebató el hurgón a su aliada.
—¿Le crees a esa muchachita que puede ser una cualquiera?
—Si dice la verdad podemos usar su sangre en un futuro para muchísimos rituales y hechizos de protección —susurró el hombre—, cualquier ventaja que consigamos para acabar con esa asquerosa Cofradía nos vendrá bien. Si vuelves a tocarla, tendremos problemas.

Watson ordenó a sus sirvientes que llevaran a una adolorida Star a la habitación donde pasaría los meses siguientes. Allí no le faltó comida, cuidados para sus heridas y una cama confortable, pero la oscuridad en la que estaba le hizo perder la noción del tiempo. Pasó un tiempo y apenas se estaba terminando de sanar la cicatriz en su espalda cuando los disturbios cerca del lugar donde la tenían retenida comenzaron.

Los gritos de la gente afuera pusieron en alarma a la debilitada joven, que no daba crédito a lo que escuchaba.

"Watson está muerto, ¡los Amery y los Strauss acabaron con él!"

Amery. Como Archibald Amery. Tal vez él estaba en camino para rescatarla.

Ella no era la única rehén de los Serpens en Londres, pero sí era de las que permanecía en mejores condiciones por estar tan cerca de Callum Watson. Sin embargo, la falta de sol, el dolor corporal y su desgano para comer la dejaron bastante mermada, por lo que casi no se sobresaltó cuando un miembro de la Cofradía derribó la puerta de la habitación, le quitó los grilletes de las manos y le ayudó a salir del lugar.

Star recordó que Archie Amery le había dado indicaciones de ir a un refugio temporal en el que podría recuperar sus pertenencias, incluida la Flecha de Paris que buscaba resguardar. Cuando quiso contactarlo, recibió la noticia de que se iría del país después de su rescate y le recomendaron mucho que se comunicara con Wallace.

Todo estaba saliendo como había planeado, el único detalle que no había imaginado era que su escolta y amigo se encariñara con ella.

Star, sentada en el sofá, acariciaba el cabello del Aquilae mientras él dormía con la cabeza sobre su regazo y los ojos hinchados de haber llorado a mares. Después del tormentoso día anterior, ella pasó la noche en vela cuidándolo para que, en su ebriedad, no fuera a hacer algo estúpido. Respiraba tranquila, pues estaba a unas horas de tomar el barco que la llevaría a casa para devolver la Flecha de Paris a donde pertenecía. Regresaría para convertirse en su guardiana, honrando así la memoria de Raisa y todo lo que había aprendido de ella.

Jamás iba a olvidar aquel paso por Londres, tanto por las cosas horribles que tuvo que soportar mientras Callum Watson la tuvo retenida como por los días entretenidos que pasó junto a Wallace Amery. Iba a tener que retractarse de asegurar que él sería la amistad más corta que tendría en su vida, pues era cierto que no se terminaría tan fácilmente.

El Aquilae despertó cuando el primer rayo de sol alcanzó su cara. Al abrir los ojos, Star lo miraba fijamente.

—Buenos días, Wallace —ella sonrió—. ¿Sigue ebrio?
—No lo creo —respondió él y se incorporó—. Tuve un sueño muy extraño, usted me rompía la nariz de un puñetazo y luego decía que ya se iba a casa. ¿Qué fue eso?
—¿No recuerda lo que pasó anoche? —él negó con la cabeza. Ella suspiró—. Pues no fue un sueño, sí le rompí la nariz, y hoy tengo que tomar un barco de vuelta a casa. Voy para el puerto en una hora.

Wallace se tocó la cara y sintió una leve inflamación bajo sus dedos cuando los pasó por la zona del tabique. Había sido un golpe seco y muy bien ejecutado. Star le dejó ver un nudillo hinchado en su mano izquierda para demostrar que no mentía, pues ella también se había hecho daño al desahogarse así.

—Está rota —el Aquilae tomó la mano de la joven para examinarla—. Por favor, tiene que dejar que le ayude a llevar
las cosas hasta el carruaje.
—No estoy lisiada, Wallace. Voy a sobrevivir —ella trató de apartarla, pero él no la soltó. La joven respiró hondo y lo miró a los ojos—. ¿Está seguro de que no recuerda nada?
—Muy seguro —replicó Wallace luego de pensarlo unos segundos—. ¿Había algo importante por recordar?
—En absoluto —Star se levantó del sofá y comenzó a recoger sus cosas—. Quiero tomar un baño antes de irme, ya regreso.

Por primera vez en la vida Sir Wallace Amery, Aquilae Magister de la Cofradía londinense, se sintió mal de haber dicho una mentira. Sí que recordaba todo lo que había pasado la noche anterior, pero no hallaba una razón para hablar del tema si Star iba camino a casa y la posibilidad de volverse a ver cuando ella dejara Inglaterra era casi nula. Eventualmente él contaría aquello como una anécdota de juventud donde les hablaría a sus hijos y nietos sobre una Aquilae Legenda que le enseñó unas cuantas cosas bastante útiles, ¿qué más podía hacer?

—Podría pedirle que no se fuera —susurró él y se recostó en el sofá de nuevo—, pero no creo que cambie de opinión.

Un carruaje esperaba a Star y Wallace en el almacén, y cuando ella estuvo lista, ambos se subieron sin decir una sola palabra. El breve recorrido final desde el almacén de Liz Shatner hasta uno de los muelles del puerto de Londres se dio en silencio, con ella echándole un vistazo a los edificios a través de la ventana y él mirando al suelo con el semblante abatido. Ya ni siquiera tenía ánimo de ocultárselo a su amiga, que estaba demasiado ocupada viendo la ciudad por última vez.

En el muelle podía verse desde lejos el barco de vapor que había expulsado el humo naranja que Star mencionó, y resaltaba entre los demás por sus colores alegres y brillantes.

—Oh, ¡enviaron el Estandarte de Iris! —exclamó Star emocionada. Wallace la miró extrañado.
—¿El Estandarte de qué? —la joven sonrió al ver la expresión de su amigo.
—Es el nombre del barco. ¿Ve los colores? Son los del arco iris. ¡Cuánto extrañaba navegarlo!

La tripulación de la nave estaba compuesta exclusivamente de mujeres. Una de ellas salió para recoger las pertenencias de Star y después de eso, dio un salto hasta el muelle.

—Penti, ¡estás aquí! —ambas se abrazaron amistosamente. Luego se volvieron hacia Wallace—. Ven, quiero que conozcas al Aquilae Magister que me ayudó en los últimos días. Él es Sir Wallace Amery.
—Señor Amery —la mujer lo saludó con un fuerte apretón de manos—, Penthesilea. Es un gusto conocerlo.
—El gusto es mío, señorita.
—Espero que la pequeña estrellita no le haya hecho pasar muchos problemas mientras estuvo aquí.
—Para nada —Wallace se señaló la cara—, ¿ve la nariz rota? Completamente merecida. De resto, todo bien.
—Me rompí la mano —Star le mostró el puño a Penthesilea y se rió. Luego tomó a Wallace del brazo—. Siento haberle roto la nariz. Tuve la intención, pero me sentí muy mal cuando pasó.

Amery sonrió. Le alegraba ver a Star tan alegre, tan distinta de la que él había percibido en los últimos días. De inmediato se dio cuenta de que ella jamás había sido rígida, lo que originó su cambio de actitud fue causado en Inglaterra y ella estaba lidiando con una gran desconfianza, quizás también con un horrible trauma. Era una lástima que el tiempo que pasaron juntos hubiera sido tan corto como para que tuviera la oportunidad de verla en todo su esplendor, porque a los ojos de Wallace era radiante y hermosa. Se veía tan feliz de regresar...

Por eso se aguantó el impulso de pedirle que se quedara.

Star interrumpió las cavilaciones de su amigo tendiéndole una bolsa de tela. Él la miró con curiosidad.

—Las misiones se pagan cuando acaban —la joven sacudió un poco la bolsa haciendo un sonido metálico—. Esta es su muy merecida recompensa.

Amery metió la mano en la bolsa y sacó una moneda de oro con grabados que nunca había visto. Luego la abrió un poco más para ver una gran cantidad de ellas.

—Son dracmas —dijo la joven—. Del lugar donde vivo. Hay cincuenta mil. Puede cambiarlas por libras si desea, o gastarlas si algún día quiere visitarme.
—¿No le parece mucho dinero solo por escoltarla? —ella negó con la cabeza.
—Es muy poco para todo lo que implica lograr devolver la Flecha de Paris a donde pertenece. Además, no fue solo una misión de escolta, me salvó la vida... y ha creado un monstruo en mí al incitarme a probar cosas dulces —Star puso su mano en el rostro de Wallace y le dio un beso en la mejilla—. Gracias por mantener sus ojos en mis posaderas, Wally.
—Usted es la única que podrá llamarme así de ahora en adelante, y le juro que nunca voy a olvidar sus posaderas de tanto que debí poner mis ojos en ellas.

Ligeramente ruborizada, la Aquilae Inceptor se apartó. Sin embargo, Amery no planeaba soltarla todavía, así que tiró de su mano con suavidad para atraerla hacia él y abrazarla. Star le rodeó el cuello con sus brazos.

—Asteria... —susurró ella al oído de Wallace.
—¿Qué es eso?
—Mi verdadero nombre es Asteria. Así se pronuncia "estrella" en griego.

Ella se apartó y le dedicó una última sonrisa antes de subir al barco, dejándolo con una sensación de tranquilidad al hacerle saber que, con ese abrazo, ella jamás olvidaría todo lo que él había hecho para protegerla.

—Misión cumplida, señor Amery.

Wallace vio la colorida nave alejándose hacia el horizonte sabiendo que la joven tendría un buen viaje y que devolvería la Flecha de Paris sin contratiempos. Lo tranquilizaba saber que ella sería una guardiana responsable y no buscaría problemas.

El Aquilae no tuvo mucho tiempo para extrañar a Asteria en silencio, pues en cuanto le dio la espalda al Estandarte de Iris, un mensajero de la Corona Británica se aproximó a él y le entregó un sobre sellado con el emblema real. Todavía tenía mucho por hacer en Londres, ya habría tiempo de averiguar si quería tomarse unas vacaciones de verdad.

—Sir Wallace Amery, Su Majestad la Reina Victoria requiere de sus servicios en el Palacio de Buckingham.

"Mientras quede al menos una piedra consagrada a ella, seguirá siendo un templo de Afrodita y recibirá las ofrendas que quieras llevarle."

La espesa vegetación que rodeaba las ruinas del Templo de Afrodita Urania en Atenas era perfecta para ocultar la Flecha de Paris y tenerla cerca, pues necesitaba montarle guardia de manera apropiada. Asteria tuvo que ir de madrugada para no despertar sospechas sobre el artefacto, pues el proceso para activar su hechizo de protección era incierto: si Afrodita consideraba que podía atender la plegaria que pesaba sobre el Artificium Capital consagrado a ella, se levantaría un espejismo para evitar que fuera robado y el deseo se cumpliría con total certeza.

La recién nombrada Aquilae Servus podía haber elegido un templo de Apolo, el dios del Sol, pero él raramente habría puesto atención a sus rezos. Tampoco su hermana Artemisa, diosa de la caza, quien se mantuvo siempre alejada de los hombres y jamás buscó enamorarse. Ares era el menos indicado, pues su tinte bélico chocaba fuertemente con las intenciones deseadas. En lugar de eso, el amor era el sentimiento requerido para infundir en la ofrenda, de ahí que la diosa Afrodita fuera la elegida para recibir aquel regalo, siendo de ella la responsabilidad mayor sobre el origen de la Guerra de Troya. Después de todo, fue quien recibió la manzana de oro por parte de Paris.

Asteria se hincó ante una de las pocas piedras que sobresalía entre las enredaderas y puso sobre ella la caja que resguardaba la Flecha de Paris, luego la abrió y retiró su Artificium Menor, el trozo de terciopelo violeta que la envolvía. Estaba lista para continuar el trabajo de su madre.

—Siempre bella, siempre joven, siempre celestial... ¡oh, gran Afrodita! —dijo la ahora Aquilae Servus en voz baja mientras miraba al cielo—. Tu poder fortalezca mi corazón y lo envuelva, tu voluntad lo enaltezca y lo guarde, tu pasión lo mantenga siempre latiendo en pos de mi gran anhelo. Todo lo que fui, soy y seré, todo lo que amé, amo y amaré se conserve en tu nombre. Si ha de cumplirse mi plegaria, que así sea. Si jamás ocurre, que así sea. Tu impulso de vida se convierta en mi fortuna.

Asteria de Grecia, la futura Aquilae Legenda, cerró los ojos y puso las manos sobre el corazón. Pudo sentir en su cabeza un breve pulso proveniente del artefacto, que gracias a aquella oración se había activado para proteger a toda Atenas, dándole la certeza de que había sido escuchada y su deseo se haría realidad tarde o temprano. Aceptando el destino, la joven regresó a casa dispuesta a entregar su vida a los caprichos de Afrodita, la guardia de la Flecha de Paris y la Cofradía de Aquilae, si hacía falta, hasta el fin de sus días.

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