Capítulo 1: La Flecha de Paris
Una escueta nota de papel raído cayó sobre la mesa, atrayendo la mirada del Aquilae que le daba los últimos sorbos a una Stout justo después de que el sol se ocultara en una sombría tarde de la Londres Victoriana.
"¿Le gustaría acompañarme a casa esta noche?"
Wallace Amery levantó la mirada. Grácil y despreocupada, una joven de negro cabello que caía con rizos desordenados hasta la parte baja de la espalda le sonrió mientras rellenaba la cerveza del cliente en la mesa más próxima. La apariencia de aquella chica se le hizo bastante peculiar por su vestido verde brillante, color que él no estaba acostumbrado a ver en una ciudad tan lóbrega y lluviosa como la capital del Imperio Británico.
Ambos se miraron y él le mostró la nota mientras la sostenía con dos dedos cuando ella se acercó.
—Creo que esto es suyo, señorita. —dijo Wallace.
—Ahora le pertenece, señor Amery —replicó ella—. Podría responder la pregunta, ¿por favor?
Él respiró hondo. Había atendido peticiones bastante inusuales desde su iniciación en la Cofradía, y ciertamente algunas superaban muchísimo en dificultad la que estaba escrita en ese papel, apelando a lo que él creía que iba a suceder si dejaba la taberna con esa chica.
—Puedo asegurar sin temor a equivocarme que la dama que se levantó de esta mesa hace unos minutos es la rimbombante Erika Strauss. Supongo que su visita a Inglaterra se ha extendido más de lo esperado. —siguió hablando la joven. Su acento era bastante fuerte y se notaba que el inglés no era su lengua materna.
—¿Cómo la conoce? —preguntó él, extrañado de que supiera la identidad de su compañera Aquilae.
—Eso no importa. Debería haberle pedido este favor a ella, pero creo que tenía un poco de prisa.
—Tal vez si la llamo de nuev...
—Lo necesito a usted, Wallace Amery —interrumpió—, no hay punto de discusión. Además, no puedo hacer lo que planeo para ambos si hay tanta gente alrededor. ¿Cuál será su respuesta?
El muchacho sintió un pulso breve junto a su pecho, así que antes de decir algo más se tomó el tiempo para mirar bajo su abrigo. La pluma grabada en su reloj de bolsillo emitió un brillo trémulo con el que supo que iba a tomar la decisión correcta si aceptaba, así que, a pesar de su desconcierto, asintió. La joven sonrió complacida y con una seña le pidió que la siguiera hasta la barra donde ella puso un puñado de monedas, haciendo un ruido leve que alertó a su compañero de trabajo.
—Esta va por cuenta de la casa, Clarence —le dijo al hombre tras el mostrador—. Me voy a casa con este fino caballero y necesitaba preparar un poco el ambiente.
Clarence no dijo nada, solo esbozó una sonrisa burlona, gesto que Wallace no ignoró. La joven lo tomó firmemente del brazo, ambos salieron de la taberna y caminaron un par de bloques hasta llegar a una pequeña casa de puerta gris y ventanas cubiertas con arpillera negra. Un leve olor a flores secas llenaba la estancia que el Aquilae ojeó con rapidez en busca de cosas sospechosas, mas no halló nada comprometedor. Sin embargo, no dejaba de ser inquietante y se cuestionó un par de veces el haber permitido que una desconocida lo llevara a su casa sin decirle específicamente el porqué. Aseguró con rapidez una ruta de escape por si acaso.
La joven se sentó en uno de los sillones de la sala y se quitó los botines, quedando descalza y disfrutando de la textura suave que sentía bajo sus pies. Wallace se recostó junto a una ventana.
—No me ha dicho su nombre.
—¿Necesita saberlo ya? Dudo que haga falta —ella se levantó y se acercó a la estufa—. Al menos hasta que explique lo que quiero hacer con usted. ¿Desea un poco de té?
Amery asintió. La joven rellenó la tetera con un poco de agua caliente, y una vez el té estuvo listo, se sentó de nuevo luego de entregarle una taza al Aquilae que, después de ver que la chica frente a él no representaba ningún peligro, tomó asiento también.
—No sé cómo empezar a hablar sobre esto, señor Amery —dijo ella luego de darle un sorbo a su taza—. Es más importante la gran historia que uno de sus personajes poco relevantes.
—¿Es algo que haya podido pasarle a cualquiera?
—Siendo honesta, lo dudo —la joven sacudió la cabeza de lado a lado—, alguien común no lo entendería.
Wallace miró fijamente a aquella muchacha de semblante tranquilo. Ella se acomodó un poco la falda y cruzó los pies antes de empezar a contar un relato que fácilmente podía ser falso, pero que ambos sabían cierto gracias a circunstancias que los hacían creer ciegamente.
En los estertores de la Guerra de Troya, las cosas se pusieron de lado de los ejércitos locales con rapidez. Héroes de lado y lado caían y se levantaban de nuevo, motivados por una fuerza mística inexplicable. Uno de ellos, Aquiles, líder de los mirmidones, enardecido por la horrenda muerte de su gran amigo Patroclo, estalló en furia e inició una racha de asesinatos que solo pudo ser detenida por una certera flecha al talón, su único punto débil que nadie conocía hasta ese momento.
Algunos dicen que el tirador que acabó con la vida de Aquiles fue el dios Apolo disfrazado, otros que fue Paris, el príncipe troyano que inició el enfrentamiento. Casus belli: rapto de Helena de Esparta.
Eris, la diosa de la discordia, estaba más que encantada cuando vio el estropicio que creó al llevar un incómodo regalo a una boda: una manzana de oro con la inscripción "Para la más hermosa", fruta que en el futuro sería un Artificium Capital.
Se dice que Hera, Afrodita y Atenea se disputaron aquel artículo, y la discusión llegó a un punto en el que las deidades olímpicas no quisieron terminarla por su cuenta, pues el favorecer a una de las diosas traería represalias descomunales por parte de las otras dos, así que decidieron dejar aquello en manos de un mortal. El elegido fue el príncipe Paris, hijo de los reyes Príamo y Hécuba.
Como cualquier humano, Paris no era inmune a las mieles del amor, y cuando la diosa Afrodita le prometió el corazón de la hija de Zeus y Leda, la mujer más bella del mundo conocido, él no se resistió. Rechazando los sobornos de las otras diosas en favor de ser elegidas, optó por lo que su corazón le dictaba, entregando la manzana a Afrodita y generando un efecto mariposa con consecuencias tan densas como el fondo marino.
—¿Por qué me cuenta esto?
—Porque necesito que lo sepa.
Wallace Amery no entendía el porqué de aquella clase de mitología griega. Estaba seguro de ya conocer esa historia, y no podía estar menos interesado en poner sus manos sobre otro Artificium Capital porque sabía la gran responsabilidad que acarreaba tenerlo a cargo. Sin embargo, no dejaba de apreciar la intención de la joven al hablar del tema. Sus ojos grandes le dedicaban una mirada dulce con un ligero tinte de preocupación a pesar de que intentaba disimularlo, y algo de ello le resultaba cautivador. La chica se levantó de su silla y se acercó a la de él.
—Puede llamarme Star, señor Amery —dijo ella—. Eso debería ser suficiente. Venga a mi habitación, por favor.
—¿Es para lo que estoy pensando? —Star esbozó una sonrisa burlona y le tendió la mano.
—Tal vez. Si sabe apreciar los dones de Afrodita...
La joven subió las escaleras junto con Wallace mientras lo tomaba del antebrazo y llegaron a una habitación que albergaba una cama pequeña y una mesa de noche. Esta daba a un balcón por donde la luz de la luna se empezó a asomar con timidez.
—Qué iluminación tan propicia para esto, señor Amery.
—La hace ver muy bella, señorita Star —el Aquilae se quitó su sombrero, también el abrigo. Luego los puso sobre el nochero y tomó a la joven de la cintura—. ¿Puedo?
Star soltó una risa nerviosa y luego cambió el gesto. Acercó su rostro al de Wallace con una expresión muy seria. Firmemente agarró la mano del Aquilae, la retiró de su espalda, suspiró brevemente y con un rápido movimiento le asestó un codazo en el pómulo izquierdo, obligándolo a retroceder.
—No lo traje hasta aquí para esto, señor. —él la miró desconcertado mientras se frotaba la cara para calmar el dolor.
—Entonces no debió mencionar los dones de Afrodita en un principio, señorita Star —Amery hizo una mueca—. Usted da unos golpes bastante fuertes.
—Lo de Afrodita fue una coincidencia feliz. Si gusta, podemos divertirnos así después, pero esto es muy importante y necesito que se enfoque.
—Me lo está dificultando un poco, su acento distrae bastante.
—Oh, mis disculpas —ella se aclaró la garganta con discreción antes de cambiar su acento extranjero a uno bastante típico de una mujer nativa londinense—. Le parece mejor que mi voz suene así, ¿o tal vez lo distraigo más?
—Vaya. Ya no lo sé.
Star empujó con delicadeza a un estupefacto Wallace, incitándolo a apartarse. Ella se agachó y sacó de debajo de la cama un cofre alargado de color negro con inscripciones bastante llamativas que a la luz de la luna brillaban con el tremor particular de los Artificiums que el muchacho reconoció de inmediato.
—Sé que también lo ve, señor Amery —dijo Star—. Pero dentro de esta caja no hay un Artificium cualquiera. Créame que después de esto va a estar muchísimo más interesado en prestarme su ayuda.
Con rapidez, la joven abrió la caja. En su interior, entre trozos de terciopelo violeta, se asomaba un astil de plata con inscripciones en griego antiguo. Punta de bronce con pequeños surcos que daban señas de haber penetrado una armadura. Tres plumas traslúcidas que destellaban el arco iris bajo la luz lunar adornaban el extremo opuesto de aquel proyectil al que Wallace Amery le costó dejar de mirar por un tiempo, pues sabía de sobra lo que era. Alcanzó a ver un dibujo del Artificium entre las notas de su padre y definitivamente no le hacía justicia a lo que realmente representaba: la legendaria Flecha de Paris.
Aquella fascinación duró poco, pues la tela que envolvía la flecha tenía un bordado bastante peculiar que a Amery se le hizo tremendamente familiar: un escudo otrora grabado en varios edificios de la ciudad que pertenecían a los Watson.
Wallace contuvo la respiración por un par de segundos al ver que Star tomaba el pañuelo y lo apretaba mientras una expresión amarga surcaba su rostro. Al Aquilae no le costó mucho trabajo encajar las piezas ante aquella revelación que ensombreció el momento y que lo obligó a hacer una incómoda pregunta.
—¿Usted es hija de Callum Watson?
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