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Emprendemos el camino en sentido contrario de donde está el sendero de flores mágicas que lleva a lo que antes era un túnel de piedra. Me paro un momento para reflexionar, ¿y si nunca más puedo volver a casa? Ellos dicen que alguien puede ayudarme pero, ¿y si es todo mentira? ¿Y si me quedo aquí para siempre? Todo es precioso y me encanta estar aquí pero no quiero pasar el resto de mi vida sin ver a Beatriz, aquí, sola, con una paloma parlante de colores...
—¿Qué pasa? ¡Vamos, muévete!— Rié interrumpe mis pensamientos, tan bruscamente como la primera vez qué me habló.
Voy a responder, un tanto cabreada, pero me trago mis palabras. Seguimos andando un largo rato hasta llegar a un pequeño y precioso lago con arbustos decorados con preciosas y llamativas flores. Rié pasa volando, pero como yo no vuelo, me limito a buscar una manera de cruzar. Analizo el lugar con la mirada y finalmente veo un estrecho camino formado por unas piedras planas que flotan encima del lago. Puedo pasar tranquilamente porque, asombrosamente parece que las piedras están clavadas al fondo del lago. Camino encima de las piedras, observando las preciosas flores que se abren cuando paso por delante, algunas incluso se estiran hacia mi.
Al final del largo pero hermoso camino, está Rié con cara de haber esperado mucho.
—Siento haber tardado tanto— le digo con tono sarcástico—, es que resulta que yo no vuelo...
—Anda, calla y sígueme— me responde Rié.
Obedezco sin rechistar, y nos ponemos en camino. Unos minutos después diviso a lo lejos una aldea con casas hechas totalmente de flores

—¿Es esa la aldea de Kimpur?— pregunto emocionada.
No— me contesta Rié—, me temo que nuestra capital es más grande, pero algo más modesta...
Me quedo callada el resto del camino, excepto alguna vez que paro para comentar los bonitos paisajes de Albduria, o para preguntarle algo a Rié. Por fin, cuando ya creo que nuestra caminata no acabará nunca, diviso a lo lejos otra aldea. Esta vez sí, bastante más grande, pero no tan colorida. Las casas son de madera, como algunos templos japoneses o chinos, pero son cada una de un tono distinto. Veo varios gatos pasearse por allí y entonces, ya tengo claro que nuestro viaje ha concluido. Lo confirmo cuando Rié comenta:
—Aquí estamos, Kimpur, la ciudad de los gatos.

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