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CAP. 2
Me monto encima de Cor. Ahrí le da una leve patada a su caballo para indicarle que se ponga en marcha. Ella y el majestuoso corcel comienzan a marchar a paso lento y los demás los seguimos por detrás.
—Ah —añade Ahrí—, se me ha olvidado deciros que se tarda aproximadamente un mes en llegar hasta allí, si contamos que hay varios seres no deseables en el camino al bosque. También habrá que parar durante algunos días si queremos llegar con las fuerzas suficientes.
Hace una pausa.
–Pero, antes de nada, tengo que hacer una pequeña visita a unos amigos míos...
Empezamos a cabalgar, en el caso de Rié a volar, entre un sendero de rosas de una inmensa variedad de colores como el rosa chicle, amarillo pastel, azul cielo, naranja amarillento o blanco del color de la nieve; que segregan un perfume parecido al de la lavanda. Las hojas de los arbustos y matorrales son de un verde parecido a plástico, o de color granate verdoso y está todo recubierto de gotas de rocío. Es todo muy hermoso a mi alrededor, nunca habría imaginado que llegaría a estar en un lugar como este.
Cor no puede resistir la tentación, así que mete el hocico en una de las delicadas rosas del sendero, de la que de inmediato sale un ser parecido a una avispa, pero dos veces más grande y es naranja con puntos negros. Aquel extraño insecto no duda ni una milésima de segundo en inyectarle todas y cada una de las pringosas gotas de veneno de su aguijón. Casi instantáneamente el hocico de mi amigo de pelo dorado se hincha y se vuelve de color azul.
Ahrí, que ya ha pasado varias veces por aquí, ya tiene experiencia en estas cosas. Saca de su cinturón una especie de tarro que contiene una crema viscosa y burbujeante de color morado oscuro. Mete el dedo y, con éste lleno de aquel asqueroso potingue, le unta el hocico entero con ello a Cor.
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