TERCERA PARTE

Córdoba, noviembre de 1806

Hacía dos meses que caminaban, haciendo noche en el camino o en algún poblado que cruzaban. Las carretas tiradas por bueyes que los escoltaban, transportaban algunas pertenencias que llevaban y a las mujeres —especialmente las embarazadas— y las criaturas más pequeñas que no podían mantener el paso de la caravana. Ya casi llegaban y eso los alentaba a seguir.

Thomas extrañaba a su amigo William, pero se alegraba de que, al momento de la rendición, estuviera ya embarcado junto a su padre y no hubiera corrido su misma suerte. Él, además de haber tenido entrenamiento, estaba acostumbrado a una vida dura; su joven amigo en cambio, no lo hubiera resistido. El grupo, conformado por la tropa y sus sargentos —los oficiales habían quedado en la capital—, mujeres y niños, había salido de Buenos Aires los primeros días de septiembre.

Las columnas de prisioneros abandonaron la capital, con destino al interior, una hacia Mendoza y la otra siguiendo el Camino Real. Thomas, quien formaba parte de la segunda, conocía en parte el camino porque lo había recorrido a caballo de ida y vuelta hasta la Villa de Luján, cuando fueron a buscar el tesoro.

Después de dejar atrás aquella Villa, siguieron hacia el oeste. El lugar a dónde iban se llamaba Córdoba y según les dijeron estaba bastante lejos; iban a ser al menos dos meses al paso que llevaban. Como la mayoría iba caminando, y había mujeres y niños entre ellos, no podían ir más rápido. Poco antes de llegar, la mitad del contingente iba a desviarse hacia el norte, rumbo a Santiago del Estero y Tucumán.

El camino era poco más que una huella de carretas y, cada tanto, había una posta: una casa donde los viajeros que pasaban por allí, podían parar a descansar y recambiar caballos, como así también refrescarse, comer y dormir. Claro que ellos no tenían tantos privilegios, ya que no eran viajantes comunes, sino prisioneros.

A pesar de ello, la gente que habitaba en las postas se mostraba muy amable y solidaria. Siempre el trato era agradable y, cuanto más se adentraban en aquellas tierras, más cordial se volvía. La gente del interior, en su simpleza trataba de complacer y agasajar a los extranjeros. Les traían alguna hogaza de pan para el camino o les convidaban mate, una bebida totalmente desconocida para los británicos, pero que pronto se les hizo costumbre; apenas llegaban a una posta, lo primero que pedían era que les cebaran mates.

Muchos escoceses del Regimiento 71º enseguida se sintieron como en casa. El clima se había vuelto agradable con la llegada de la primavera y cuando pasaban por un poblado en domingo, solían pedir permiso para participar de las misas que se estuvieran celebrando al aire libre. Estas ceremonias se realizaban a la puerta de las capillas, aprovechando el buen clima y por falta de espacio dentro de los oratorios. Los vecinos veían con buenos ojos a estos extranjeros que eran devotos de su misma religión.

Mientras los escoceses católicos se sumaban a las misas del lugar, los demás británicos realizaban al mismo tiempo las ceremonias de su credo. Los pobladores rehuían de aquellos herejes protestantes, muchas veces instigados por los capellanes católicos, que los veían como una amenaza a la fe cristiana.

Thomas no asistía a las misas católicas porque había sido bautizado en la religión protestante, sin embargo, tampoco participaba activamente de las ceremonias de su religión. Se quedaba al final de la congregación y guardaba respetuoso silencio, porque lo cierto es que, aunque de pequeño lo habían educado en la fe, ésta lo había abandonado hacía mucho tiempo.

Terminadas las respectivas ceremonias, la columna reemprendía el viaje. Si bien ninguno iba encadenado y caminaban libremente, la mayoría no se animaba a alejarse de la comitiva. Las distancias eran enormes y una vez oyeron pasar no muy lejos de su campamento, un malón arreando ganado que seguramente habían robado de algún infortunado poblado. El retumbar del galope de la tropilla y los perturbadores alaridos de la indiada en medio de la noche, les erizó la piel y ya no volvieron a conciliar el sueño.

Aquella experiencia les había enseñado que no era seguro andar por allí solos. Y los que se aventuraron a escapar corriendo, fueron perseguidos y cazados por los guardias que los custodiaban. De allí en más y luego de ser azotados, aquellos infelices prosiguieron el viaje con grilletes en manos y pies, que les producían llagas sangrantes y dolorosas. Después de tres intentos fallidos, todos habían aprendido la lección y ya nadie más intentó huir.

***

Cuando por fin arribaron a Córdoba, el grupo se dividió y la mitad que seguiría viaje al norte se despidió con tristeza de los que se quedaban. Habiendo llegado a destino, los que permanecerían en el lugar, se sentían aliviados tras más de dos meses de camino.

Sin embargo el alivio les duró poco; al cabo de un par de días de descanso, tuvieron que retomar la marcha. El Cabildo de Córdoba consideró que 400 eran demasiados prisioneros para alojarlos todos juntos. Por lo que decidió que la mitad siguiera viaje a La Rioja y Catamarca, y la otra mitad, fuera repartida entre Alta Gracia, San Ignacio y La Carlota, ésta última, en el borde sur de la provincia, donde terminaba la civilización y empezaba el reino de los salvajes.

Thomas estaba en el último grupo. Iban a ser otras dos o tres semanas de camino y el muchacho no veía la hora de llegar a su destino definitivo. Esperaba poder establecerse por un tiempo y ya no tener que desplazarse, siguiendo un horizonte que parecía no tener fin. Además, deseaba fervientemente llegar a algún sitio donde poder adquirir algunos elementos de primera necesidad, como ropa, calzado y jabón para bañarse.

La primera parte del camino, de Buenos Aires a Córdoba, había sido monótona en su paisaje. Todo era llano y, a no ser por algún añejo árbol que sobresalía en altura, no se veían accidentes geográficos con los que entretener la vista; de allí que tuvieran la sensación de que no avanzaban. Por fortuna el camino desde Córdoba a La Carlota les mostró un espectáculo totalmente diferente.

Era una zona de sierras y de suelo muy fértil, surcado de arroyos y vertientes de aguas cristalinas. La vegetación variaba en distintas tonalidades de verde y la primavera había matizado los arbustos y suelos de florecillas de brillantes colores. Había animales por los pastizales, como zorros y mulitas, que ofrecían un alegre momento de esparcimiento al verlos corretear. Las bulliciosas aves en las copas de los árboles, como jilgueros y cabecitasnegras y los loros en las barrancas, los acompañaban con sus cantos y bullicio.

Cuando debían parar por el camino para descansar, las mujeres se encargaban de preparar los alimentos del grupo, incorporando algunos ingredientes que, entre todos, recolectaban o cazaban en el lugar. Quizá no tuvieran nada, pero alimento no les podía faltar en aquel territorio tan fecundo y lleno de vida.

En cambio, cuando paraban en una posta o en algún poblado, negociaban los alimentos con los pobladores del lugar. Adquirían carne de yegua o mula a cambio de algún objeto de valor que tuvieran o un trabajo manual.

Algunos de los prisioneros llevaban en sus equipajes cosas que podían ser intercambiadas, incluso dinero en metálico. Y aquel que no tenía nada para negociar, siempre podía ofrecerse para hacer alguna labor, como arreglar un techo volado por el viento, acarrear agua desde el arroyo cercano o cambiar la rueda dañada de una carreta.

Los hombres adultos y fuertes escaseaban a causa del constante ataque de los indios, que no dudaban en lancear a los lugareños en sus incursiones, como así también debido a las levas obligatorias que continuamente alejaban a los jóvenes de sus casas para unirlos al ejército, la mayoría de las veces, para nunca más volver. Por esto muchas familias estaban integradas por viudas —o mujeres casadas cuyos maridos estaban ausentes—, unos pocos ancianos enclenques y unos cuantos niños, hijos de «padre no conocido».

Así es que nadie despreciaba un par de brazos fuertes o una espalda vigorosa que se ofreciera a hacer esas tareas que estaban pendientes por falta de hombres, a cambio de un plato de comida, una gallina o algunos huevos.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top