Etapa IV : Caricias

Allí entre el fracturado cristal del techo, las plantas y el moho se habían adueñado de casi todo el suelo. . . sin embargo, en una gran sala de observación, los esperaba una sorpresa. 

Tenía un sistema independiente de calefacción, perfectamente conservado y sin ninguna señal de rotura, incluso provisiones de emergencia. Todo lo necesario para sobrevivir durante varios días. Entonces Lola  subió a la azotea para intentar comunicarse, acompañada por algunos compañeros.  

La pelinegra se dispuso a seguirla, aún pensativa con la primera impresión del lugar, cuando un pie se interpuso con el suyo. 

— ¡GERALDINE, ME VAS A HACER CAER! — 

— Oye, cuido que no tengas arrugas para cuando vallamos a Invernadero, Aracné. . . — 

Esos tiernos detalles de su amiga la hacían sonreír enseguida, era la única con la que bromeaba de esa forma 

— Tu sonrisa no te acompañará a Ucrania, sabelo  —

— Bueno pero ya cálmate, al menos duerme un poco— 

Antes de poder protestar, la chistosa le tiró una manta encima y se dispusieron a descansar cerca de la puerta, casi rindiéndose al sueño en el acto. 

Cuando la tormenta ensordeció el ambiente, Geraldine percibió un escalofrío repentino en las piernas, helando su piel. Intentó sentarse y observar a su alrededor, aunque, no fue posible. . . sus extremidades no respondían ni a la más mísera orden. 

Se limitó a buscar con la mirada, encontrando enseguida la causa de su abrupto despertar, sintiendo cómo el aire escapaba furiosamente de sus pulmones. 

Había alguien arrodillado, al lado de su amiga, dándole la espalda a ella. Distinguió una figura humanoide, que acercaba sus temblorosas manos, al cuerpo de la joven. Ése momento le pareció eterno: el esfuerzo que imponía a su cuerpo hacía tensar sus músculos, su columna, sus manos. . . intentando en vano levantarse y luchar. Cuando supuso que esa cosa había llegado a tomar el cuello, sintió un nudo crecer en su garganta al ver que tomaba la cuchilla. La misma que Aracné le había confiado; con la que se supone que lucharía por seguir adelante. 

No podía hacer nada, por más fuerza que impusiera, por más que rogara internamente. . . sólo quiso llorar. . . y gritar. 

Esa era la respuesta: Geraldine los despertaría a todos, con tal de intentar salvar a su amiga.

Así que apretó sus labios, sus pulmones repusieron todo el aire que hacía falta, cerró los ojos un momento: y dejó ir el sonido más potente que pudo. 

Grande fue la sorpresa que al levantar los párpados, esa cosa ya no estaba ahí. Y más aún, que no fuera su grito la causa del revuelo general.

Su accionar los hizo despertar; sin embargo, todos giraron cuando oyeron los gritos de agonía, provenientes de la escalera. 

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