Paranoia
La moral del grupo estaba destrozada. El suicidio de Stella era una sombra que los envolvía, una falla que no podían aceptar. Habían prometido a la señora Stella que traerían a su hija con vida, pero habían fallado, y la culpa se sentía como un peso asfixiante. La habitación del hotel estaba llena, pero el silencio hablaba más que cualquier palabra. Cada uno ocupaba un rincón, perdido en sus propios pensamientos.
Erika no podía quitarse de encima una sensación que iba más allá de la culpa. Había algo extraño en su interior, algo que no podía identificar pero que la carcomía lentamente.
—Esto no se puede quedar así, Sofía —dijo Ana, rompiendo el silencio. Su voz temblaba, pero sus ojos estaban firmes—. Ver a Stella llorar y gritar... Dios, es algo que me sigue atormentando en mis noches.
—Siento que estamos peleando contra una hidra —respondió Erika con un tono apagado—. Ellos tienen ventaja en todo. Tienen sometido a la gente, al gobierno... todo.
—¿Ya tienes los análisis del líquido en esa jeringa? —preguntó Sofía, intentando cambiar el enfoque.
Kai asintió, consultando su dispositivo. —Sí. Amadeus envió los resultados hace unas horas. Es... interesante. Esa sustancia contiene sangre modificada de Adán. Está alterada para infectar casi al instante.
Todos quedaron en silencio. Evolux, la organización que habían creído inactiva, se había estado armando en las sombras, y lo que habían descubierto apenas era la punta del iceberg.
—La pregunta es: ¿quién está financiando a Evolux? —interrumpió Juniper. Su voz era un susurro, pero el peso de sus palabras cayó sobre todos.
Ana miró a Erika, quien estaba ausente, casi ajena a la conversación.
—Erika, cuando trabajabas para ellos, ¿nunca viste quién les proporcionaba la tecnología?
—No —dijo Erika, casi en un murmullo—. Siempre me llevaban con la cabeza cubierta. Pero recuerdo el olor. Había un fuerte aroma a azufre.
Kai desplegó un mapa holográfico sobre la mesa. —La zona minera. La forja. Es el lugar más probable.
La imagen del mapa iluminó la habitación con un brillo verdoso. Era un lugar vasto, con una piscina de lava verde en el centro. Ana, siempre optimista, no pudo evitar mostrar fascinación.
—¡Wow, esas máquinas son geniales! —exclamó, intentando aligerar el ambiente.
Erika esbozó una leve sonrisa. —Mi abuelo trabajó en su construcción. Creo que de él heredé mi pasión por la programación y las máquinas. Lo extraño.
Ana se acercó y abrazó a Erika con calidez. —Está bien. Estoy aquí contigo.
Por un momento, Erika cerró los ojos y se permitió sentir el consuelo. —Tus brazos se sienten como los de mi madre... —murmuró, mientras una solitaria lágrima descendía por su mejilla.
En el silencio que siguió, un dron, oculto en las sombras, observaba a través de la ventana. Sus lentes brillaban como ojos inquietantes antes de desaparecer en la noche.
Esa misma noche, Ana estaba sola en su habitación, sentada en la cama. Miraba sus brazos con inquietud. Había aprendido a controlar parte de su poder, pero algo dentro de ella intentaba liberarse.
De repente, el mundo a su alrededor comenzó a desmoronarse. Alucinaciones se apoderaron de su mente: sus brazos goteaban sangre, y en el horizonte, una ciudad ardía en caos. Cuerpos podridos se amontonaban en las calles, mientras los gusanos emergían de sus orificios y moscas revoloteaban como heraldos de la muerte.
Ana apretó los ojos, intentando regresar a la realidad, pero el horror seguía persiguiéndola. Su respiración era irregular, y el sudor frío recorría su espalda.
—Esto no puede ser real... —susurró, pero en el fondo sabía que su cuerpo, su mente y su humanidad estaban también siendo reclamados por algo que no comprendía.
El corazón de Ana martillaba con fuerza desbocada mientras cerraba los ojos con desesperación.
—Esto no es real... Esto no es real... —murmuró para sí misma, como si repetirlo pudiera desterrar la oscuridad que la asfixiaba.
Al abrirlos de nuevo, su mente le jugó otra cruel trampa. Ahora se encontraba en un laboratorio iluminado por una luz antinatural, encerrada en una celda fría y opresiva. Voces susurraban más allá del vidrio reforzado. Trató de distinguirlas, asomándose con cautela, y alcanzó a ver a dos figuras observándola desde un balcón elevado.
El recuerdo comenzó a torcerse, desdibujando los límites entre lo real y lo imaginario. Ana regresó al presente, jadeando, con los brazos transformados en algo monstruoso. Su mirada se llenó de terror al observar las extremidades deformes y pulsantes que emergían de su propio cuerpo.
—¡¿Qué demonios me está pasando?! —gritó, luchando por recuperar el control.
Con un esfuerzo desesperado, hizo que sus brazos volvieran a su forma humana, pero el esfuerzo le costó caro. La habitación giró, el mareo la dobló sobre sí misma, y el sabor amargo de la bilis subió a su garganta. Sus manos temblaban descontroladamente cuando se miró en el espejo, donde una sombra bestial acechaba detrás de sus ojos.
La visión regresó con violencia. Esta vez, estaba en una civilización antigua y desconocida. Las personas se transformaban en abominaciones grotescas, desgarrando carne y destruyendo todo a su paso con una brutalidad que superaba la imaginación. Murmullos ininteligibles resonaron en su mente, palabras en una lengua olvidada que la llenaron de pavor.
—¡Cállense! —gritó, llevándose las manos a la cabeza.
La presión era insoportable. Sentía que su cordura se resquebrajaba como un cristal a punto de estallar.
—No voy a dejar que ganes... ¡No voy a dejar que me controles!
El sonido de algo rompiéndose resonó en la habitación. Sofía, alarmada, irrumpió en el cuarto de Ana y la encontró temblando en la cama, con una mano ensangrentada.
—¡¿Qué ocurrió, Ana?!
Ana levantó la mirada, sus ojos llenos de pánico.
—Siento que algo me está devorando, Sofía. Hay recuerdos... horribles recuerdos que no son míos. Veo muerte, destrucción... ¡Y ese laboratorio! Lo recuerdo tan vívidamente... Había dos personas observándome desde un balcón, pero todo es tan confuso...
Sofía se sentó junto a ella, colocando un brazo protector sobre sus hombros.
—Calma, Ana. Estoy aquí.
Ana se abrazó a ella, temblando.
—Vi una colonia en ruinas... gente siendo masacrada. No era yo quien lo hacía, pero lo sentía... como si estuviera conectada a esa atrocidad. Y esos murmullos... No puedo soportarlo. Tengo miedo, Sofía.
Mientras Ana lloraba, en una instalación oculta, el líder de Evolux observaba las grabaciones recopiladas junto a sus asesores, Adrien y Samara.
—No podemos permitir que los agentes de Phoebus investiguen más. Si averiguan nuestros planes, todo estará perdido, incluyendo nuestra visión para la evolución humana.
Adrien asintió con severidad.
—Sin embargo, hay un problema. El agente en Titán falló en eliminar a Erika. Necesitamos un plan más efectivo para acabar con esos entrometidos... y esa mocosa.
El líder sonrió con una frialdad que helaba los huesos.
—Quizá no sea necesario eliminarla. Ana podría ser la clave para nuestra victoria...
De regreso con el grupo, al día siguiente se adentraron en la zona minera, pero algo no estaba bien. Los trabajadores caminaban por las calles estrechas con movimientos mecánicos, miradas vacías y perturbadoras. En medio de este panorama inquietante, Erika rompió el silencio.
—Hay algo que necesito confesar... —susurró, con la voz temblorosa.
Sofía se volvió hacia ella.
—¿Qué ocurre, Erika?
Las manos de Erika temblaban mientras las lágrimas surcaban su rostro.
—Es por mi culpa... Todas esas personas desaparecidas... eran mis contactos. Intentaba desenmascarar a Gadan y Chronium. Solo quería proteger a mi familia... pero terminé entregándolos al infierno.
Ana la miró, horrorizada.
—¿Qué estás diciendo...?
—¡No pensé en las consecuencias! —sollozó Erika—. Uno por uno, los vi desaparecer... Todo esto... es mi culpa.
La confesión cayó como un golpe seco, mientras el grupo procesaba la magnitud de sus palabras. En el horizonte, un dron espía se alejaba silenciosamente, llevando consigo la información que marcaría el destino de todos ellos.
Ana se acercó a Erika y la abrazó con fuerza, mientras esta sollozaba desconsolada, sus lágrimas mezclándose con el silencio tenso del ambiente.
—Erika, no puedes permitir que tus errores del pasado cieguen tu presente —dijo Kai con firmeza, su voz grave cortando el aire como un bisturí—. Todas esas personas a las que contactaste confiaron en ti, sabían los riesgos. Si no hubieran querido involucrarse, te habrían abandonado. Pero no lo hicieron.
Erika levantó la mirada, todavía empañada por el llanto, pero llena de culpa.
—Margaret... Ella fue quien me convenció de investigar la fábrica de comida antes de que Gadan... —Tragó saliva, su voz quebrándose—. Detectó anomalías en la comida del café: pedazos de uñas, cabello. Fue a investigar, pero no logró entrar y me pidió interceptar llamadas sospechosas. Nunca imaginé que sería allí donde encontraría su cuerpo.
Un sollozo la interrumpió, cubriéndose el rostro con las manos temblorosas.
—Me siento culpable. Me aterraba confesarlo. Temía que me despreciaran por esta verdad tan cruel. Si no hubiera intervenido, si no hubiera estudiado máquinas y software, la hija de Stella, Robert, mis padres... Todos estarían vivos.
—No te rindas, Erika. —Ana apretó sus manos, su tono imbuido de una extraña mezcla de autoridad y consuelo—. Te necesitamos ahora más que nunca. No estás sola.
—Eso es cierto —añadió Juniper, con dureza—. Puedes redimirte ayudándonos. Eres la única que conoce este lugar. Juntos nos aseguraremos de que sus muertes no sean en vano.
Antes de que Erika pudiera responder, un trabajador de la mina, con movimientos erráticos, se acercó tambaleándose. Sus ojos brillaban con una luz inhumana, como una pantalla mal sintonizada, y su voz surgió en un tono metálico:
—Erika... Ha pasado tiempo...
El grupo giró de inmediato hacia la figura. Erika jadeó, reconociendo la voz.
—¡Espera! —advirtió Sofía, agarrándola del brazo—. ¡Podría ser una trampa!
Pero Erika, impulsada por la emoción, corrió hacia él. Al llegar, su corazón se encogió al reconocer a su antiguo vecino.
—¡Joe! —exclamó, con lágrimas en los ojos—. ¿Qué demonios te han hecho?
—¿Lo conoces? —preguntó Ana, avanzando con cautela.
—Era mi vecino. Defendió a mi familia de los miembros de Evolux. Pensé que lo habían matado.
Joe alzó la cabeza, sus ojos vacíos y su voz sintética retumbando.
—Huye... Erika... No puedo... controlar... mis acciones...
Su cuerpo se tensó y, con un rugido gutural, se abalanzó hacia ella. Juniper reaccionó de inmediato, bloqueando el ataque con su brazo reforzado.
—¡Joe, por favor, detente! —suplicó Erika.
—¡Alguien los está controlando! —gritó Kai, con desesperación—. ¡Tenemos que irnos!
Desde los altavoces, una voz resonó, burlona y grave.
—Vaya, vaya... Parece que no necesitaban una invitación para visitarme. ¡Qué dulces moscas atrapadas en mi trampa!
—¡Maldito bastardo! —gritó Erika, llena de rabia—. ¡Sal de tu escondite, cobarde!
La voz de Gadan respondió con una carcajada grotesca.
—Oh, Erika. Si no hubieras metido tu naricita donde no debías, tus padres estarían vivos. Pero decidiste ser una niña traviesa.
Ana avanzó, apretando los puños.
—¡Pagarás por todo lo que has hecho, desgraciado!
—¿Pagar? —replicó Gadan, sarcástico—. Dudo que tengan la fuerza para hacerlo. ¡Adelante, trabajadores!
Los trabajadores comenzaron a moverse, atacando como una marea de pesadilla.
—¡Son demasiados! ¡Tenemos que huir! —gritó Kai.
—¡Erika, encuentra la fuente de control! —ordenó Sofía mientras bloqueaba a uno de los atacantes.
—¡Viene desde la sala de control de la mina! —respondió Erika, ajustándose sus lentes.
—¡Kai, guía el camino! —gritó Ana, mientras esquivaba un ataque brutal.
El grupo escapó por callejones estrechos, con los trabajadores en su persecución. Al llegar a un callejón sin salida, Juniper y Kai usaron sus habilidades para trepar. Sofía, cargando a Erika, lanzó un gancho que las llevó a un tejado.
—¡Kai, ¿nos siguen?! —gritó Sofía.
Kai se asomó, su expresión pálida.
—¡Están escalando como malditos insectos!
Un trabajador, con un salto inhumano, disparó una lluvia de clavos. Kai alzó una mano, desviándolos con su telequinesis mientras el grupo continuaba su desesperada carrera hacia la sala de control.
Juniper se volvió hacia el grupo, el rostro marcado por una determinación férrea, mientras ajustaba las correas de su equipo.
—Vayan ustedes a la forja. Yo me quedaré aquí para enfrentarlos —dijo, su voz cortante como el acero.
Sofía dio un paso adelante, el ceño fruncido con preocupación.
—¡Es demasiado peligroso, Juniper! Son demasiados, no podrás sola.
Juniper le dirigió una sonrisa llena de confianza, aunque sus ojos traicionaban el temor que intentaba ocultar.
—Es justo para mí. Háganlo. Asegúrense de que ese cerdo de Gadan pague por todo lo que ha hecho.
Erika se adelantó, su rostro demacrado por el agotamiento y el miedo.
—Prométeme que estarás bien, Juniper —imploró.
Juniper levantó el pulgar y sonrió. El gesto sencillo y seguro bastó para que el grupo se pusiera en marcha, saltando de un edificio a otro. Desde la distancia, podían ver a Juniper enfrentarse a la horda de trabajadores modificados, su figura destacando entre las sombras como un faro de resistencia.
Por los altavoces resonó la risa grave de Gadan, burlona y despectiva.
—Qué agallas tiene la señorita Juniper. Pero están prolongando lo inevitable. Jajajajaja.
Ana apretó los dientes, el veneno de su odio casi palpable en el aire.
—No veo la hora de partirle la maldita cara a ese cerdo.
Erika, sin embargo, tenía la mirada fija en el horizonte, donde la forja se erguía como un coloso oscuro.
—Debe estar en la sala principal. Desde allí puede rastrear nuestros movimientos.
Kai, que corría a su lado, frunció el ceño.
—Todavía me cuesta creer que toda tu familia estuviera involucrada en la creación de este lugar...
—Esto es más una maldición que una bendición —respondió Erika en un tono áspero, con el peso del pasado oprimiendo cada palabra.
La forja surgió ante ellos, una estructura monumental de acero negro, con chimeneas que vomitaban un vapor sulfuroso. Alrededor de la base, un líquido verde burbujeaba con una textura viscosa, emitiendo un hedor tóxico.
—¿Ese es el lugar? —preguntó Ana, frenando en seco para observar la siniestra construcción.
—Sí, pero tengan cuidado. Ese líquido es altamente corrosivo. Proviene del núcleo de Titán. Lo usamos para fundir los metales más resistentes —explicó Erika.
La tensión aumentó al cruzar la muralla de acero que separaba la forja de la zona residencial. El lugar estaba inquietantemente vacío, sin rastro de los habitantes no modificados.
—Esto no me gusta nada... —murmuró Sofía, su mano tensándose sobre su arma.
De repente, un punto rojo apareció sobre la frente de Erika. Antes de que pudiera reaccionar, Ana se lanzó sobre ella, derribándola al suelo mientras un potente disparo retumbaba en el aire.
—¡Emboscada! —gritó Ana, rodando hasta ponerse a cubierto detrás de un contenedor oxidado.
Kai alzó la vista y señaló una torre en la distancia.
—¡Allí! ¡Francotiradores!
Del acero oscuro emergieron más soldados, sus armas iluminadas por el brillo parpadeante de los láseres. El grupo se dispersó, buscando protección detrás de vehículos abandonados y maquinaria desgastada.
—¡Son muchos! —exclamó Sofía, disparando hacia una de las figuras.
Erika sacó un pequeño espejo de su bolsillo, usándolo para escanear las posiciones enemigas.
—¡Son agentes de Evolux! Hay cinco a la izquierda y tres a la derecha.
Ana, con los ojos entrecerrados, asintió lentamente.
—Esos bastardos... déjenlos en mis manos.
Con una agilidad antinatural, Ana trepó la muralla, moviéndose como una cazadora que acecha a su presa. Los soldados dispararon, pero no lograron alcanzarla. En un instante, Ana estuvo sobre ellos, acabando con uno tras otro de manera brutal. La sangre salpicaba las paredes metálicas mientras sus movimientos adquirían un tono grotesco, casi inhumano.
Al alcanzar al último soldado, Ana se detuvo. Su respiración era errática, su aliento saliendo como vapor en la fría atmósfera. Sus ojos, ahora completamente negros, reflejaban un abismo antinatural. El hombre temblaba, retrocediendo con pánico.
—¡Aléjate de mí, monstruo! —gritó, disparando sin pensar.
Ana avanzó lentamente, con una sonrisa torcida en sus labios. Su cuerpo se movía con una gracia depredadora, y cuando llegó hasta él, lo sujetó con ambas manos. Con un movimiento perturbador, se inclinó y lo besó.
Fue un beso de muerte. Tentáculos emergieron de su boca, invadiendo el cuerpo del soldado. Su piel comenzó a desgarrarse desde adentro, y sus extremidades se retorcieron en ángulos imposibles mientras los tentáculos devoraban cada fibra de su ser.
El eco de sus gritos se apagó lentamente, dejando solo un charco de sangre y la ropa vacía del soldado. Ana retrocedió tambaleándose, su rostro ahora lleno de horror al darse cuenta de lo que había hecho.
En su mente, un mantra resonaba entre las memorias robadas del soldado:
"Más allá de la oscuridad del espacio, está la respuesta hacia un nuevo mañana. La evolución es ahora."
Ana cayó de rodillas, temblando, hasta que sintió una mano en su hombro. Erika estaba frente a ella, los ojos llenos de lágrimas. Sin decir una palabra, la abrazó con fuerza.
Ana se aferró a los brazos de Sofía, temblando de pies a cabeza. Las lágrimas corrían por su rostro, mezclándose con la sangre que manchaba sus manos.
—¡No me dejes, Sofía! ¡Tengo miedo! —gimió con voz entrecortada—. Tengo miedo de mí misma. Lo siento... lo siento tanto... No pude controlarme.
Sofía la rodeó con sus brazos, ignorando el hedor metálico y la humedad pegajosa que impregnaba su ropa.
—Tranquila —murmuró con suavidad, aunque su mirada se mantenía fija en el entorno amenazante—. Ya estoy aquí.
Una carcajada resonó entre las sombras, áspera y burlona. Gadan emergió de entre los escombros, su figura distorsionada por implantes metálicos y cables que colgaban como serpientes.
—Vaya forma de acabar con tus enemigos, Ana. —Su sonrisa era una mueca inhumana, desprovista de compasión—. Me demuestras bien lo que eres: un monstruo.
Ana apretó los dientes y dejó escapar un grito visceral.
—¡Cállate!
—No lo niegues —respondió él con un tono que destilaba desprecio—. Tú y tus compañeros... fueron creados para algo más grande. Son armas vivientes, diseñadas para conquistar mundos, para llevar a la humanidad más allá de esta miserable colonia y hacia las profundidades del cosmos.
Kai, con el rostro endurecido, avanzó un paso al frente.
—Estás equivocado, Gadan. —Su voz era firme, aunque su mirada revelaba la rabia contenida—. No somos armas. No somos herramientas para gente como tú, que solo busca esparcir destrucción.
—¡Basta de escucharlo! —gritó Erika, sacando un arma improvisada de su cinturón—. ¡Él es el verdadero monstruo aquí! Tú destruiste mi familia, Gadan. Mataste a gente inocente solo para obtener más poder.
Gadan inclinó la cabeza, como si saboreara cada palabra de odio dirigida hacia él.
—Oh, Erika. Siempre tan dramática. Pero dime... ¿realmente crees que saldrás con vida de aquí? —Su risa resonó, un eco cruel que llenaba la fábrica abandonada.
De repente, una alarma ensordecedora perforó el aire. Las compuertas de la sala se abrieron, y un enjambre de trabajadores modificados surgió de las sombras. Sus cuerpos grotescos estaban plagados de prótesis metálicas y extremidades que parecían más máquinas de guerra que humanas.
—¡Debemos llegar a la sala de control! —gritó Sofía, lanzándose hacia un poste de luz y derribándolo con su gancho retráctil para bloquear el paso.
—Está en la cima del recinto —dijo Erika, ya en movimiento.
—No hay otra opción. —Kai señaló las carretillas de transporte—. Usaremos esos vagones para llegar más rápido.
Ana asintió con decisión, aunque su rostro estaba marcado por la culpa y el cansancio.
—Debemos arriesgarnos. Juniper no aguantará mucho más si siguen apareciendo más trabajadores.
En la plaza central, Juniper jadeaba, inclinada sobre sus rodillas. Su cuerpo estaba cubierto de cortes y hematomas, y sus manos temblaban mientras sostenía los restos de una barra de metal. A su alrededor, los cuerpos desmembrados de trabajadores cibernéticos yacían en charcos de sangre y aceite.
—Malditos... —escupió entre dientes, apretando las manos hasta que sus nudillos crujieron—. Nunca pensé que sería tan complicado noquear a estos bastardos.
Pero antes de que pudiera recuperar el aliento, el sonido de pasos mecánicos resonó a lo lejos. Una nueva horda de trabajadores avanzaba hacia ella, más grandes y grotescos que los anteriores. La poca carne que les quedaba estaba fusionada con metal, y sus ojos eran meras luces rojas brillando desde cráneos desfigurados.
—Esto no está bien... nada bien —murmuró Juniper.
Uno de los trabajadores lanzó un grito gutural, señalándola con un brazo transformado en un cañón improvisado.
—¡Acaben con ella!
Juniper intentó esquivar, pero su agilidad estaba mermada. El golpe la envió volando, estrellándola contra una pared cercana. Entre los escombros, se levantó tambaleante, tosiendo polvo y sangre.
—Muy bien, hijos de perra... —Su voz era un susurro ronco mientras sus brazos comenzaban a cambiar, transformándose en grotescos puños de carne y hueso metálico—. Si quieren matarme, tendrán que esforzarse más.
Golpeó el suelo con toda su fuerza, desatando una onda expansiva que lanzó a los trabajadores por los aires. Sin perder un segundo, se giró y corrió hacia un callejón, buscando un lugar donde reagruparse.
Mientras tanto, Ana y los demás ascendían en las carretillas de transporte, esquivando disparos y ataques de soldados de Evolux que se habían unido a la persecución. Kai usaba su telequinesis para lanzar rocas a los enemigos, aplastándolos con una brutalidad despiadada, mientras Sofía disparaba a los francotiradores que los seguían desde las alturas.
—¡Nos están rodeando! —gritó Erika, señalando un grupo de soldados que apuntaban con un lanzacohetes.
Ana no lo dudó. Extendió su mano, concentrándose en el proyectil que venía hacia ellos. El misil se detuvo a centímetros del vagón y, con un movimiento de su brazo, lo devolvió hacia los soldados. La explosión sacudió la estructura, salpicando sangre y fragmentos de metal por todas partes.
Finalmente, llegaron al nivel superior. Erika hackeó la entrada de la sala de control, y la puerta se cerró tras ellos con un ruido ensordecedor.
—No puedo creer que haya tantos soldados de Evolux en Titán —murmuró Erika, todavía con las manos temblorosas.
Ana la miró con gravedad.
—Esto termina aquí. Encontraremos a Gadan y acabaremos con esta pesadilla de una vez por todas.
En ese momento, una pantalla gigante se encendió frente al grupo, revelando jaulas llenas de habitantes no modificados. Sus rostros reflejaban terror y resignación.
—¡Maldito cabrón! —gritó Kai, golpeando la pared.
Gadan apareció en la pantalla, con su sonrisa habitual.
—Si quieren detenerme, los espero en la sala principal. Aunque dudo que tengan el valor para enfrentarme.
Sofía apretó los dientes.
—Vamos a separarnos. Ana y yo iremos por Gadan. Erika y Kai, ustedes desactiven el sistema y liberen a los prisioneros.
Kai asintió con determinación.
—Tengan cuidado. No sabemos qué trampas nos esperan.
Erika miró a Ana, la voz quebrándose.
—No mueran, por favor.
Ana solo asintió, preparándose para la confrontación que definiría sus vidas.
Ana observó a Erika con una mezcla de admiración y pesar.
—Eres fuerte, Erika. A tu corta edad, has demostrado una madurez que envidio. A veces, desearía tener el mismo valor que tú.
Erika bajó la mirada, incómoda.
—Ana...
Ana tomó un respiro profundo, apartando cualquier rastro de duda de su rostro.
—Kai, cuida de ella, por favor.
El joven asintió solemnemente antes de marcharse con Erika, dejando a Ana y Sofía solas frente a lo que parecía una pesadilla interminable.
—Acabemos con esto, Sofía —dijo Ana, con los ojos fijos en el pasillo oscuro que se extendía frente a ellas.
Sofía ajustó el agarre de su arma, mostrando una sonrisa de determinación.
—Te cubro las espaldas.
Corrieron juntas hacia el núcleo de la instalación minera, un espacio que, según sus informes, contenía el corazón del horror que intentaban detener. En su camino, encontraron un área peculiar: un pasillo flanqueado por celdas rudimentarias.
Ana se detuvo frente a una de ellas, su expresión reflejando inquietud.
—¿Celdas en una mina? Esto no tiene sentido.
Sofía se acercó, escaneando el lugar con una mirada analítica.
—Es como si este lugar fuese algo más... algo peor. ¿Qué demonios nos oculta el gobierno de Titán?
Ana se inclinó hacia una de las rendijas, su curiosidad venciendo a su instinto de autopreservación. Dentro, distinguió a una figura humana acurrucada en posición fetal. La voz del prisionero, apenas un susurro, la alcanzó como un lamento ahogado:
—Duele... todo duele. Mi piel... mis nervios...
La figura, cubierta de sangre fresca, se movió de forma espasmódica antes de girar el rostro hacia la puerta. Con un movimiento brusco, corrió hacia la pequeña rendija, golpeando con desesperación.
—¡Por favor, mátenme! ¡No soporto este dolor! —gritó, con una intensidad que heló la sangre de Ana.
Sofía se acercó rápidamente, con su arma preparada. Pero cuando la luz reveló el rostro del hombre, Sofía dio un paso atrás, sorprendida.
—¿Espera...? Ese rostro...
Sofía sacó su escáner y lo pasó por la rendija. El dispositivo pitó, mostrando un nombre en la pantalla.
—¿Robert...?
El hombre, consumido por el sufrimiento, suplicaba entre gritos incoherentes.
—¡Por favor! ¡No quiero seguir viviendo así! Esos bastardos... están modificando a la gente... sin consentimiento...
La revelación golpeó a Ana como un puñetazo en el estómago.
—Erika tenía razón. Esto no es una mina... es un maldito laboratorio.
Los demás prisioneros comenzaron a gritar desde las celdas, sus voces desgarradas formando un coro de desesperación. Brazos deformados salieron por las rendijas, clamando por liberación o muerte.
Ana se tambaleó, abrumada por el horror de la escena.
—¿Qué hacemos, Sofía? No podemos dejarlos aquí...
Antes de que pudieran decidir, Robert la observó con ojos desesperados.
—Tú... ese cabello... esos ojos...
De repente, el hombre se agarró la cabeza, retorciéndose de dolor. Una risa distorsionada resonó por los altavoces.
—Oh, querido Robert... tu lengua siempre fue demasiado suelta. Creo que te concederé tu deseo.
—¡No! —gritó Robert. Volvió sus ojos aterrados hacia Ana—. ¡Escucha! ¡Están en peligro! Sus enemigos no son quienes creen...
La explosión fue repentina. La cabeza de Robert estalló como una fruta madura, bañando a Ana y Sofía en sangre. El cuerpo sin vida cayó al suelo, mientras las arterias aún pulsaban espasmos finales de sangre fresca.
—¡Mierda! —gritó Sofía, limpiándose el rostro con la manga—. ¡Pagarás por esto, Gadan!
La risa volvió, burlona y cruel.
—No pierdan el tiempo, chicas. Si se entretienen más, las cabezas de los demás prisioneros podrían explotar también. Jajaja...
Sin otra opción, las dos corrieron hacia la sala principal, dejando atrás los gritos de los prisioneros.
La puerta que encontraron era un coloso de hierro negro. Sofía desenfundó su arma, mirando a Ana con una mezcla de determinación y preocupación.
—No sé qué hay detrás de esto, pero prepárate.
Ana asintió, sus músculos tensándose mientras acumulaba energía. Con un grito gutural, lanzó un golpe que hizo temblar la estructura y arrancó la puerta de su sitio. Una nube de polvo se levantó, revelando una sala enorme, circular, parecida a un coliseo. Máquinas quirúrgicas rodeaban el espacio, dejando claro que este era el lugar donde realizaban las modificaciones.
Sofía levantó la vista y vio una estructura esférica llena de cables y circuitos. En su superficie, estaba grabada una palabra en lengua Seráfica: Pulmones.
—¿Pulmones...? —repitió, perpleja.
En el centro de la sala, una figura esperaba, inmóvil. Sofía alzó su arma.
—¡Gadan, estás bajo arresto!
Se acercaron cautelosamente, pero al llegar, lo que encontraron las dejó sin palabras. Gadan estaba muerto, suspendido por cuerdas invisibles, su rostro desfigurado por lo que parecían ser mordidas.
—¿Qué demonios...? —susurró Sofía.
Antes de que pudieran procesar la escena, una voz resonó desde las sombras.
—Gadan era solo un peón. Su propósito era traerlas aquí... jejeje.
Sofía tensó la mandíbula.
—Esa voz... Harold.
El presidente de la colonia emergió de las sombras en una silla de ruedas, conectado a un soporte de suero. Su sonrisa era sádica.
—Ah, Sofía... Siempre fuiste observadora. Igual que tu madre.
Sofía levantó su arma con más firmeza.
—No tienes derecho a mencionar a mi madre. Ahora, responde: ¿Eres el responsable de las desapariciones en Titán?
Harold se limitó a reír, sus ojos llenos de una malicia infinita.
Harold esbozó una sonrisa que parecía un bisturí cortando el aire, sus palabras impregnadas de una fría satisfacción.
—Jejejeje... La verdad, sabía que tarde o temprano llegaría el día en que descubrieran mi verdadera naturaleza. Es una pena que mi asistente, Gadan, no lograra ser la carnada perfecta. Pensé que ustedes caerían en la trampa y lo culparían de todo.
La sala parecía volverse más fría con cada palabra. Ana y Sofía intercambiaron miradas cargadas de incertidumbre, pero Harold continuó, como si disfrutara de su monólogo.
—Subestimé al destino. Parece que está empecinado en arruinar mis planes. Escuchen bien: esas personas que hice desaparecer estaban a punto de revelar secretos que nunca debieron saber. Lo que más odio es a la gente que no puede mantener la boca cerrada. Y todo, por culpa de esa niña.
Ana, con los ojos entrecerrados, respondió casi en un susurro:
—¿Te refieres a Erika?
—Así es. Esa niña astuta. Desde el principio supe que me traería problemas. Pero Evolux la necesitaba para crear armas informáticas. Irónicamente, debo agradecerle. Gracias a ella encontramos a Robert. —La voz de Harold se volvió más sombría—. Creía que podía sabotear mi empresa, Chronium, contactándose clandestinamente con personas influyentes. Pero lo que nunca supo fue que yo controlaba cada movimiento.
La sonrisa de Harold se ensanchó, grotesca, mientras su tono se teñía de burla:
—Usé mis habilidades para imitar voces. Le hice creer que siempre era Gadan el responsable de todo. Qué predecible.
Sofía dio un paso adelante, su voz quebrada por la incredulidad:
—Nunca creí que tú fueras parte de Evolux. Ahora entiendo por qué siempre parecían ir un paso delante de nosotros.
—¡Exacto! Nadie escapa de mi ojo vigilante. Siempre los estuve observando desde las sombras —dijo Harold, con un brillo oscuro en los ojos—. Por cierto, Kai y Erika están ahora en la sala de control. Mis hombres ya les están dando una cálida bienvenida.
Sofía apretó los puños, sus palabras cargadas de amargura:
—Y pensar que te veía como un hombre respetable... Génesis y yo creíamos en ti, en tu fachada de gobernante ejemplar, incorruptible.
Harold soltó una risa que resonó como un eco macabro.
—La vida da giros terribles, Sofía. Es algo que jamás entenderías. Gracias a Evolux, he abierto los ojos. La humanidad simple y débil ha ocultado la verdad durante años. Podemos trascender más allá de lo comprensible. Y todo empezó con mi enfermedad...
El ambiente pareció densificarse. Ana dio un paso atrás, mientras Harold seguía:
—Imagina vivir ayudando a los demás, sin hacer daño a nadie. ¿Y cómo te paga el universo? Dándote un cáncer terminal. Día tras día, los medicamentos te consumen. Cada respiro duele. Justo cuando pensé que todo estaba perdido, apareció Evolux.
—¿De qué rayos hablas? —exigió Ana, con voz temblorosa.
Harold se puso de pie, dejando atrás su silla de ruedas. Con un movimiento brusco, arrancó los tubos conectados a su cuerpo.
—Mi enfermedad era una cadena. Pero ya no más. —Su voz resonó como un trueno, mientras la silla de ruedas volaba por los aires, impulsada por una fuerza telequinética—. ¡Harold está muerto! Ahora soy... Adán.
Ana y Sofía retrocedieron horrorizadas. Los ojos de Harold se tornaron completamente negros, un abismo sin fondo. Su bata voló en pedazos, revelando un torso surcado por fauces grotescas que se abrían y cerraban como si respiraran. Las fauces se conectaron a su boca, mientras tentáculos carnosos, rematados en hueso, emergían de su espalda.
—¡Ahora verán el auténtico poder de un dios! —rugió Adán.
—¡Sofía, huye! —gritó Ana, encendiendo su energía como un fuego interno.
—¡Pero...!
—¡Solo vete!
Mientras Sofía escapaba, el enfrentamiento comenzaba. Ana se preparó, reuniendo todo su poder, mientras en la sala de control, Erika y Kai luchaban por sobrevivir bajo el fuego enemigo.
—¡Agáchate! —gritó Kai.
Erika, tomando una pistola con nerviosismo, lo cubrió mientras él cargaba contra los soldados.
En las afueras del edificio, Juniper sintió una onda de energía descomunal que lo dejó helado.
—¿Qué demonios está pasando ahí dentro?
El horror apenas comenzaba.
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