Injusticia y Crimen
En el corazón de una instalación abandonada, dos soldados de Evolux permanecían en una sala sombría. El foco en el techo parpadeaba, lanzando destellos irregulares que iluminaban brevemente las paredes corroídas y el polvo suspendido en el aire. Frente a ellos, una enorme pantalla negra proyectaba una presencia silenciosa y ominosa.
El silencio fue interrumpido cuando la pantalla cobró vida con un zumbido eléctrico. El logo de Evolux apareció: un rayo descendiendo desde el cielo, atravesando una estrella de David que brillaba en su epicentro. Sin embargo, la imagen pronto cambió. Ahora mostraba la figura de una persona sentada en un trono cibernético, rodeada de cables y sistemas pulsantes.
Los soldados cayeron de rodillas al instante, inclinando la cabeza con reverencia.
—Digan su informe, soldados. —La voz del sujeto en la pantalla resonó, mecánica y cargada de autoridad.
—Mi señor... —Eve 3 comenzó, con la voz temblorosa—. Lamento informar que Erika logró escapar. Los agentes de Phoebus se interpusieron en nuestro camino. No pude cumplir mi tarea.
El segundo soldado tragó saliva antes de hablar.
—Apenas logré huir. Hay una nueva agente... su poder es indescriptible. Nunca imaginé que un Eve pudiera alcanzar semejante nivel.
La figura en el trono asintió lentamente.
—Lo sé. He visto los reportes sobre Titán. Phoebus tiene un nuevo juguete. Se llama Ana. Parece estar conectada con los incidentes en Nova Terra hace un mes. Caos puro, esa pequeña...
En la pantalla, comenzaron a proyectarse grabaciones de Ana. Las imágenes mostraban su fuga de un laboratorio en ruinas, atravesando pasillos llenos de cadáveres y destellos de alarmas rojas.
La voz del líder se endureció.
—Pero lo que no tolero... ¡son las fallas! ¿Saben lo peligroso que puede ser Erika? ¡Podría destruir nuestros planes!
—¡Lo sé, mi señor! —imploró Eve 3—. Pero no esperaba la aparición de Phoebus...
—¿Y tú? —La figura en el trono giró su atención al otro soldado—. Tu única tarea era pasar desapercibido. Pero gracias a nuestro agente en Titán, Margaret y otros desaparecieron de manera tan burda que llamaron la atención de Phoebus. ¡Una estupidez imperdonable!
Los soldados apenas tuvieron tiempo de reaccionar cuando la voz concluyó con frialdad:
—Adrien. Samara. Encárguense de ellos.
La pantalla se apagó, dejando la sala nuevamente en penumbras. Las sombras comenzaron a moverse cuando dos figuras infantiles emergieron del umbral de una puerta lateral. Una niña de cabello largo y gris cenizo, con ojos rojos como brasas, avanzó juguetonamente. A su lado, un niño idéntico, de cabello corto y mirada afilada, sonreía con un sadismo contenido. Vestidos como muñecos antiguos, los gemelos proyectaban un aire de inocencia grotesca.
Adrien inclinó la cabeza hacia su hermana con teatralidad.
—Hermana, parece que una vez más debemos limpiar la basura de la organización.
Samara sonrió de manera traviesa, acariciando el pecho de Adrien con una ternura perturbadora.
—Jejeje... eso parece, hermano. Pero primero, ¡qué grosero nuestro jefe interrumpiendo nuestro momento íntimo!
Los soldados retrocedieron aterrados.
—¡Por favor, no lo hagan! —suplicó Eve 3, con lágrimas en los ojos—. ¡Denme otra oportunidad!
—No quiero morir... —murmuró el otro soldado, temblando.
Adrien miró a su hermana con un gesto galante.
—¿Te harías el honor, Samara?
La niña respondió con una risa que helaba la sangre. Tomando la mano de su hermano, lo besó en los labios con una intensidad perturbadora. Al separarse, un hilo de saliva brilló bajo la luz intermitente.
—Claro que sí, hermano. Será un placer.
Mientras avanzaba hacia los soldados, comenzó a desvestirse lentamente. Su sombra se expandía con cada paso, cubriendo a los aterrorizados soldados. Cuando habló de nuevo, su voz resonó como un rugido distorsionado, grave y monstruoso.
—Es hora de comer... ¡carne!
El foco parpadeó una última vez antes de estallar en oscuridad. Los gritos de los soldados llenaron el aire, junto con los húmedos sonidos de carne desgarrada. Cuando la luz regresó brevemente, el cuarto estaba cubierto de sangre, y la figura de Adrien sonreía malévolamente, mostrando que ambos hermanos eran algo más que humanos.
Mientras tanto, a kilómetros de distancia, Ana y Sofía estaban en la zona del conflicto, examinando un artefacto extraño.
—¿Qué demonios pasó aquí, Ana? —preguntó Sofía, con el ceño fruncido—. Necesito todos los detalles.
Ana sostuvo el artefacto, una jeringa de diseño peculiar, mientras su mirada reflejaba una mezcla de desconcierto y furia.
—Perseguía a un sujeto por el callejón, pero... de repente, un vagabundo comenzó a transformarse en esa cosa horrenda que viste. Esto tiene algo que ver con su mutación.
Sofía tomó la jeringa y la examinó cuidadosamente.
—Esto no es común. Está diseñada para ser usada en un arma...
Con cuidado, probó insertarla en su pistola y comprobó que encajaba perfectamente.
—Esto es tecnología militar. El gobierno tiene protocolos estrictos para evitar exactamente este tipo de catástrofes. Pero quien esté detrás de esto... —Sofía miró a Ana con seriedad— está empujando los límites de la cordura.
El ambiente se llenó de tensión mientras ambas intercambiaban miradas, conscientes de que las piezas del rompecabezas formaban algo mucho más siniestro de lo que imaginaban.
Juniper irrumpió en el caos del lugar, su voz grave y cargada de urgencia.
—¡Chicas!
Ana y Sofía se giraron hacia él, aún recuperándose del combate.
—¡Juniper! —respondieron al unísono.
Juniper avanzó hacia ellas, su rostro marcado por la fatiga.
—Génesis nos informó que estaban enfrentando a un Eve de clase alta.
Ana asintió, limpiando un rastro de sangre de su rostro.
—Sí, pero logramos neutralizarlo. Sin embargo... hay cosas que necesitan saber.
Juniper entrecerró los ojos, como si midiera las palabras de Ana.
—Nosotros también tenemos novedades. En la zona minera nos encontramos con... problemas. Pero ahora debemos priorizar. Ayudar a las autoridades a controlar el pánico no será sencillo después de lo que pasó aquí.
—Sofía, guarda esa evidencia —ordenó Ana con un tono firme.
Sofía asintió y ocultó la jeringa en el interior de su chaqueta, sus movimientos reflejando una mezcla de paranoia y profesionalismo.
Al día siguiente, el caos seguía impregnando Titán. En las calles bajas, rumores y especulaciones crecían sobre los incidentes. Las desapariciones recientes en la colonia y el altercado en la zona minera habían puesto a todas las colonias en alerta máxima. La conferencia de prensa convocada para calmar a la población sólo alimentó el frenesí.
Frente a las cámaras, Sofía mantuvo la compostura mientras una avalancha de preguntas se estrellaba contra ella.
—Lo siento, pero la conferencia ha terminado.
Los periodistas clamaron en protesta, pero los guardias intervinieron para detenerlos. Sofía se retiró con pasos rápidos, su expresión traicionando la furia contenida.
En la sala de mando, la Comandante observaba los eventos en un silencio glacial. Sin una palabra, se dio la vuelta y desapareció en las sombras.
Detrás del escenario, Ana alcanzó a Sofía, quien luchaba por contener su frustración.
—¡Malditos cobardes! Me dejaron sola ahí fuera. Gadan y Harold se suponía que estarían conmigo, pero no aparecieron.
—¿No explicaron por qué? —preguntó Ana, intentando calmarla.
—Harold dijo que estaba enfermo. Siempre lo mismo. Desde hace meses su salud ha empeorado drásticamente, pero esto...
El comunicador de Sofía interrumpió la conversación, vibrando con insistencia. Al ver el nombre en la pantalla, Sofía apretó los dientes.
—Hablando del diablo... —murmuró.
Ana colocó una mano tranquilizadora en el hombro de Sofía.
—Mantén la calma. Estoy contigo.
Sofía respiró hondo y respondió la llamada.
—¿Qué ocurre, Gadan? ¿A qué debo el honor de que me llames después de dejarme plantada?
La voz al otro lado sonaba tensa.
—¡No hay tiempo para eso! Nos han convocado a una reunión urgente en la Presidencia.
Sofía frunció el ceño.
—¿Quién convocó?
—¿Quién crees? —espetó Gadan—. ¡El presidente de Apollyon en persona!
La línea se cortó abruptamente, dejando a Sofía con un semblante sombrío.
—Esto no pinta nada bien —dijo Ana, observando a su compañera.
—Cuando el presidente de Apollyon interviene, nunca es para algo trivial —murmuró Sofía.
El vehículo enviado por Gadan llegó minutos después, y ambas subieron rápidamente. Mientras atravesaban la densa atmósfera de Titán, Ana rompió el silencio.
—¿Qué es Apollyon, Sofía? Noté que Gadan se puso muy nervioso al mencionarlo.
Sofía suspiró, recostándose en el asiento.
—Es el imperio más antiguo del sistema solar. Fue fundado en la Tierra, antes de que colapsara. En sus inicios, se especializaba en tecnología y colonización espacial, pero pronto absorbió sectores enteros: medicina, armamento, incluso los gobiernos. Hoy, nada ocurre sin que Apollyon lo autorice.
Ana la miró, perpleja.
—Eso suena... aterrador.
—Porque lo es. La gente prefiere creer que vivimos en una democracia, pero todo está bajo el control de Apollyon. Es un imperio disfrazado.
Mientras hablaban, el vehículo descendió hacia el edificio presidencial. Las calles estaban llenas de manifestantes y periodistas, su clamor acallado por los estrictos controles de los guardias armados. El estado de emergencia había sido declarado, y la ley marcial pendía sobre la colonia como una sombra.
Ana miró por la ventana, sintiendo una creciente inquietud.
—Espero que estemos listas para lo que viene.
Sofía apretó los labios.
—Nunca se está lista cuando Apollyon está involucrado.
El vehículo aterrizó con un crujido metálico, y Sofía dejó escapar un suspiro tenso mientras contemplaba el tumulto de guardias y periodistas que rodeaban el edificio.
—Nunca había visto tanto caos desde el suicidio masivo de los miembros de Evolux —murmuró, ajustándose el cinturón de su chaqueta.
Ana no respondió; su atención estaba fija en la tensión palpable del ambiente. Ambas bajaron del vehículo, sus pasos resonando en el suelo pulido, y se dirigieron al despacho presidencial, esquivando miradas curiosas y cámaras inquisitivas.
La puerta de madera, imponente y decorada con grabados dorados, se abrió lentamente, revelando a Gadan caminando de un lado a otro, como un animal enjaulado. Su rostro estaba empapado en sudor, y sus ojos delataban un nerviosismo difícil de ocultar.
—¡Al fin llegan! —gritó, señalándolas con un dedo tembloroso—. ¡¿Sabes el terror que has ocasionado por tu maldita pelea, mujer?!
Sofía no se dejó intimidar. Avanzó con firmeza, su mirada cortante como un bisturí.
—¡No fue culpa de Ana! Usted y Harold no han hecho nada para proteger a los ciudadanos. Han permitido que Evolux infiltre la ciudad.
Gadan la enfrentó, sus facciones crispadas de furia.
—¡¿De qué rayos hablas?! ¡Hemos hecho todo lo que está en nuestras manos para mantener el orden!
Sofía sacó un dispositivo de su bolsillo y proyectó imágenes holográficas frente a él. En ellas, soldados de Evolux atacaban con violencia desmedida.
—¿Y esto? ¿Es otra "falla técnica" de las cámaras?
El hombre se quedó en silencio, observando con creciente inquietud las escenas proyectadas. Tragó saliva, evitando su mirada.
—Grrr... Eso no prueba nada. No puedes usar esto para causar más pánico.
—No lo haré —respondió Sofía, acercándose un paso más—. Pero si usted no coopera con las investigaciones, me aseguraré de que los medios lo vean. Además, necesito hablar con Harold cuanto antes. Espero que pueda recibirnos.
Gadan asintió de mala gana, pero antes de que pudiera responder, la puerta del despacho se abrió nuevamente. Un sonido metálico reverberó por la sala, y varios soldados robóticos entraron en formación perfecta. Sus armaduras blancas, adornadas con relieves dorados, brillaban bajo la tenue luz, y sus armas, espadas y lanzas desproporcionadamente grandes, emitían un leve zumbido.
Detrás de ellos, un hombre anciano de cabello blanco y negro hizo su entrada. Vestía una túnica ceremonial blanca con detalles dorados, y una corona en forma de aureola descansaba sobre su cabeza. A su lado, una joven de largo cabello negro y ojos azules se movía con una gracia etérea. Su presencia tenía algo hipnótico, casi alienígena.
Ana no pudo evitar susurrar:
—¿Quiénes son ellos?
Antes de que Sofía respondiera, Gadan cayó de rodillas frente a los recién llegados.
—¡Su santidad Serah, alta sacerdotisa Lucy! ¡No esperaba que vinieran!
El anciano alzó una mano, su voz profunda resonando con calma casi artificial:
—Calma, mi estimado Gadan. Que la luz de Dios ilumine tu mente. Levántate; no permitas que el miedo te consuma.
Lucy observó a Ana con una sonrisa curiosa y caminó hacia ella, sus movimientos calculados como los de un depredador elegante.
—Así que tú eres Ana —dijo con voz seductora—. Había oído hablar de ti en los informes de Phoebus. Eres la novata, ¿no es así?
Ana, atónita, asintió. Lucy, sin previo aviso, tomó su mano y la besó con una mezcla de cortesía y malicia.
Sofía, con una mueca de disgusto, se interpuso entre ambas.
—Aunque sea la novata, Ana es muy fuerte. No la subestimes.
El extraño momento fue interrumpido por un sonido metálico tras ellas. La puerta volvió a abrirse, revelando al presidente de Apollyon. Un hombre de mediana edad con cabello rubio ondulado y ojos azules que irradiaban una intensidad casi antinatural. Vestía una túnica oscura con hombreras doradas, y sus movimientos exudaban una autoridad que parecía aplastar el aire a su alrededor.
—Gadan —dijo con voz gélida—, siempre te dejas dominar por el pánico. Debes aprender a controlar tus emociones.
El hombre se acercó a Serah y estrechó su mano con una sonrisa enigmática.
—Me alegra que haya podido venir, su santidad. Espero que comprenda la urgencia de esta reunión.
La sala quedó en silencio, cada palabra de Siegfried cargada de un peso que aplastaba cualquier intento de réplica. Sofía miró a Ana, y ambas supieron que lo que ocurriría a continuación cambiaría todo.
Serah ajustó su túnica con calma antes de responder.
—No se preocupe, sabe bien que cuenta con nuestra ayuda.
El aire en la sala estaba cargado de tensión, y el eco de sus palabras apenas se desvaneció cuando Siegfried giró la cabeza, sus ojos azules como bisturís al encontrar las figuras de Sofía y Ana.
—Vaya, a quién tenemos aquí —murmuró, su tono cargado de una falsa cordialidad—. Pensé que nunca volvería a verte, querida Sofía.
Sofía lo miró con una dureza que podría haber cortado metal.
—Pues aprovéchalo, porque dudo que vuelvas a ver mi rostro.
Siegfried esbozó una sonrisa perezosa, la clase de sonrisa que se ve en alguien que está acostumbrado a tener el control. Dio un paso hacia ella, inclinándose ligeramente para tomar su barbilla entre sus dedos enguantados.
—De carácter duro, como siempre. Igual que tu madre. Pensé que ella estaría aquí.
Sofía se apartó bruscamente, fulminándolo con la mirada.
—No mencione a la comandante. Ella tiene asuntos más importantes que perder el tiempo aquí.
Ana, hasta ese momento ajena, parpadeó, la sorpresa pintada en su rostro.
—¡Esto explica tantas cosas!
Antes de que pudiera elaborar sus pensamientos, Siegfried ya estaba frente a ella, estudiándola con un interés depredador.
—¿Y usted quién es? —preguntó, inclinando la cabeza como un lobo evaluando a su presa—. No creo haberte visto antes.
—Soy Ana, una nueva recluta de Phoebus —respondió ella, incómoda bajo su escrutinio.
Siegfried dejó escapar una carcajada suave y elegante.
—Ah, sí, creo que escuché algo sobre tu llegada. Aunque, debo admitir, nadie mencionó... esto. —Sus ojos recorrieron su rostro, deteniéndose en su cabello y ojos inusuales—. Una belleza peculiar, única, diría yo. Si tuviera que catalogarte, serías una especie rara y fascinante.
Desde un rincón de la sala, Gadan soltó un gruñido frustrado.
—Le sugiero que no provoque a esa mujer, señor. Ella es la responsable de todo el caos en la colonia.
Siegfried arqueó una ceja, su interés redoblándose.
—¿De verdad? Entonces debes ser excepcionalmente poderosa.
—Así es —dijo Ana, sosteniéndole la mirada con firmeza—. Supongo que sabe que soy una Eve.
—Oh, claro que lo sé. —La sonrisa de Siegfried se ensanchó—. Pero es fascinante escuchar que una sola Eve ha causado tanta destrucción. Ni siquiera tus compañeros han llegado a ese nivel.
El comentario quedó flotando en el aire como una amenaza velada antes de que Siegfried cambiara abruptamente de tema.
—Pero estamos desviándonos. Los llamé aquí para informarles que el evento ha sido cancelado. No habrá celebraciones hasta que pueda garantizar la seguridad total de la colonia.
Gadan parecía a punto de desmayarse.
—¿Habla en serio, mi señor?
—Por supuesto —respondió Siegfried, sin molestarse en mirarlo—. Su Santidad Serah es la persona adecuada para transmitir el mensaje. La gente confía más en él que en mí.
Serah asintió solemnemente.
—Entendido. Haré lo que sea necesario para evitar más caos.
Sofía aprovechó el momento, plantándose frente a Siegfried.
—Quiero autorización para una reunión con Harold. Es urgente. Necesitamos permiso para investigar las desapariciones. Las autoridades locales han demostrado ser inútiles.
—¡Eso es imposible! —Gadan levantó la voz, sudando profusamente—. ¡El presidente está muy enfermo!
—¿Y qué? —replicó Siegfried con un tono frío—. Harold siempre ha sido responsable, incluso en su peor estado. Mañana, Gadan, acompaña a Sofía a verlo.
El hombre calvo tragó saliva y asintió con un gemido resignado.
Siegfried se giró hacia Sofía, su expresión suavizándose apenas.
—Me alegra volver a verte, querida. —Luego, tomando la mano de Ana, besó sus dedos con una caballerosidad inquietante—. Señorita Ana, espero que volvamos a encontrarnos.
Mientras él salía de la sala, Ana se quedó mirando su mano, incómoda por el gesto inesperado.
—No ha cambiado nada —murmuró Sofía con desdén. Luego, dirigiéndose a Gadan, añadió—: Mañana estaré aquí. Asegúrate de que Harold sepa que iré.
—Como sea —gruñó Gadan, dándose la vuelta.
En el camino de regreso, Ana rompió el silencio, su voz cargada de curiosidad.
—Sofía, ¿por qué no me dijiste que tú y Génesis...
—Por favor, Ana —interrumpió Sofía, su tono más frío de lo habitual—. No quiero hablar de eso. Por respeto.
Ana, un tanto herida, guardó silencio. Las sombras de la colonia de Titán las envolvieron mientras continuaban su camino, las preguntas sin responder pesando entre ellas como un yugo invisible.
Ana sintió que el peso de sus palabras había caído como un yunque. Antes de que pudiera decir algo más, Sofía se inclinó hacia ella y la abrazó con fuerza, su armadura de combate emitiendo un leve crujido bajo la presión.
—Lo siento, Ana. No era mi intención hacerte sentir mal. Es solo que... no me gusta hablar de mi pasado. O de mi vida personal.
Ana suspiró, sus ojos captando las cicatrices apenas visibles en el cuello de Sofía, marcas que parecían antiguas y demasiado personales.
—Supongo que tú también has tenido una vida de mierda —murmuró Ana.
Sofía soltó una risa seca, carente de humor.
—Ya habrá tiempo para hablar de eso, pero ahora necesitamos concentrarnos. Stella confía en nosotras. Margaret está ahí afuera, y no podemos fallarle.
Ambas subieron al vehículo. El zumbido del motor eléctrico llenó el silencio mientras Sofía continuaba hablando, su voz apenas audible sobre el ruido de fondo de las transmisiones holográficas de los televisores.
—Erika es brillante. El talento que tiene para hackear y construir cosas... Es casi como si el mundo quisiera destruirla por ser única. Pero si él realmente está detrás de todo esto, debemos protegerla a toda costa.
Un día antes
—¿Cómo sabes que Gadan trabaja para Evolux? —La pregunta de Sofía cortó el aire como una cuchilla.
Erika, de pie frente a un holograma que parpadeaba con líneas de código y patrones de datos, apretó los labios antes de responder.
—Logré interceptar su red de comunicaciones. Esto... esto es lo que encontré. —Con un gesto tembloroso, Erika manipuló los controles de los lentes que había fabricado. El holograma cambió, mostrando un mapa tridimensional con puntos rojos intermitentes.
El grupo observó en silencio cómo Erika destacaba las llamadas sospechosas.
—La mayoría provienen de ubicaciones imposibles —continuó Erika—. Lugares que no deberían tener actividad humana. Pero hay una que es diferente: la sede de Chromium.
Kai frunció el ceño mientras examinaba el mapa.
—Eso es grave. Pero necesitamos pruebas más sólidas antes de acusar directamente a Gadan.
Ana cruzó los brazos, sus ojos brillando con determinación.
—O podríamos acorralarlo y hacer que confiese. Ponerlo contra las cuerdas, hacerle saber que lo estamos observando.
—Eso sería una jugada peligrosa —respondió Sofía, con la mirada fija en el holograma—. Si no lo hacemos bien, podríamos alertarlo y perder cualquier oportunidad de descubrir la verdad.
Erika, que había permanecido en silencio, empezó a temblar.
—Ellos... ellos me lo arrebataron todo —susurró, antes de estallar en lágrimas—. Mis padres no eran el objetivo. Era yo. ¡Era yo, maldita sea!
La joven golpeó el suelo con los puños, una y otra vez, hasta que la sangre manchó el suelo. Sofía se arrodilló frente a ella, tomando sus manos ensangrentadas entre las suyas.
—Erika, no estás sola. Te prometo que haremos que estos monstruos paguen por lo que han hecho.
Erika la miró con lágrimas corriendo por su rostro.
—Gracias, Sofía. Lo necesitaba. Pero hay algo más que encontré... algo que podría llevarnos hasta los desaparecidos.
Presente
De vuelta en el hotel, las transmisiones holográficas mostraban el rostro de "Su Santidad" mientras pronunciaba un mensaje para calmar el creciente pánico en la colonia. Al entrar a la habitación, Ana y Sofía encontraron a Kai, Juniper y Erika jugando con un pequeño dron flotante.
—¿Se divierten, eh? —comentó Ana, cruzando los brazos—. Parecen los padres de Erika.
—¡¿Qué estás diciendo, Ana?! —Kai y Juniper respondieron al unísono, con las caras encendidas.
Erika soltó una carcajada antes de correr hacia Sofía.
—¡Regresaron! ¿Cómo les fue?
—Mañana nos reuniremos con Harold —respondió Sofía mientras se dejaba caer en un sillón—. Con suerte, podremos investigar la planta industrial. Erika, ese mensaje que conseguiste es clave.
Esa misma noche, las calles de la colonia se llenaron de rumores cuando un convoy policial llegó a la planta de alimentos procesados. Las familias de los desaparecidos se reunieron afuera, exigiendo justicia mientras los agentes irrumpían en el edificio.
Dentro de la fábrica, los pasillos desiertos resonaban con los pasos apresurados de los oficiales. Cada puerta que abrían revelaba algo más inquietante: maquinaria oxidada cubierta de moho, habitaciones vacías llenas de ruidos mecánicos y, finalmente, cámaras selladas con algo indescriptible en su interior.
Stella, entre la multitud afuera, sostuvo una foto desgastada de su hija Margaret. Sus ojos estaban llenos de lágrimas mientras repetía en voz baja:
—Por favor... tráiganla de vuelta.
Dentro de las sombras de la fábrica de procesamiento, un agente de Titán avanzó hacia una bodega de desechos antiguos.
El olor era lo primero que llegó, un hedor pútrido que parecía impregnar incluso las paredes metálicas del recinto. Al fondo, un montón de bolsas negras se apilaban como una tumba improvisada. Algo en su interior gruñía contra la lógica, una sensación visceral que le pedía dar media vuelta y salir corriendo.
Sacando un cuchillo de su equipo, el agente cortó una de las bolsas con manos temblorosas. Al abrirla, un flujo de líquido viscoso, marrón y maloliente, se deslizó al suelo, revelando huesos fracturados y fragmentos de carne putrefacta.
—¡Llamen a Ana y Sofía! ¡Rápido! —gritó, su voz quebrándose.
Cuando las agentes de Phoebus llegaron, el ambiente ya estaba saturado de silencio y horror. Sofía, con su rostro endurecido, sacó un escáner de su cinturón y comenzó a analizar los restos, uno por uno. Cada nombre que aparecía en la pantalla era como un golpe directo al alma, pero al llegar al último, su respiración se cortó.
Antes de que pudiera procesar el impacto, un grito desesperado rompió el aire.
—¡Déjenme pasar! ¡Por favor, mi hija está ahí dentro! ¡Margaret es lo único que me queda! —La voz desgarradora de Stella resonaba entre los muros de la fábrica, mientras forcejeaba con los guardias apostados en la entrada.
Sofía salió al exterior, encontrándose con Ana en la entrada, observando la escena con una mezcla de impotencia y tristeza. Tomando aire, Sofía llamó a Stella.
—Stella... —Su voz era un susurro tenso, cargado de dolor.
La anciana giró hacia ella, con lágrimas surcando su rostro.
—¡Dime que está bien! ¡Dime que lograste salvarla!
Pero la expresión de Sofía, sus hombros caídos y la forma en que desvió la mirada, dijeron todo lo que las palabras no podían. Stella cayó de rodillas, lanzando un alarido que perforó hasta las entrañas de quienes la escucharon.
—¡No! ¡No, no, no puede ser! ¡Me arrebataron a mi hija! ¡Mi Margaret!
Los reporteros que se habían congregado afuera apuntaron sus cámaras hacia la escena, capturando el momento en toda su brutalidad. Las imágenes se dispersaron como un virus a través de la red de la colonia, alimentando el morbo de una sociedad adormecida por la tragedia ajena.
Dos días después
La noticia del suicidio de Stella llegó como una puñalada inesperada. La encontraron colgada en el cuarto trasero de su café, su cuerpo oscilando suavemente como un péndulo. Una de sus empleadas había notado un silencio inquietante antes de descubrirla.
Para Ana y Sofía, la noticia fue un golpe devastador. Eran las últimas que la habían visto con vida. De pie ante las tumbas de Margaret y Stella, el equipo de Phoebus apenas podía articular palabras. El café, ahora cerrado, se erguía como un monumento silencioso a la injusticia.
Ana observó la fachada con una mirada perdida.
—¿La vida siempre es así de cruel, Sofía? —preguntó con la voz quebrada.
Sofía colocó una mano en el hombro de su compañera.
—La vida es cruel, sí. Pero siempre hay quienes luchan por iluminar la oscuridad, por traer justicia a quienes ya no tienen voz. Nosotras somos esas personas, Ana. Por eso seguimos aquí.
Con lágrimas silenciosas, Ana dejó un ramo de flores en la entrada del café.
—Descansen en paz. Les prometo que esto no quedará impune.
Mientras ambas mujeres se alejaban, un extraño viento comenzó a soplar. Dos pétalos se desprendieron del ramo y danzaron en el aire, deslizándose como espíritus libres hacia un horizonte incierto.
Continuará...
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