Bestia Interior
Sofía levantó su arma, su rostro impasible, mientras los pandilleros la rodeaban. Sus ojos brillaban con una determinación fría, inhumana. La tensión en el aire era casi palpable. Con un tono que era más máquina que humana, su voz se elevó, cortando el aire denso:
—Retrocedan. Dejen a la chica en paz... o terminarán como su compañero.
El cadáver destrozado de uno de los suyos, esparcido en un charco de sangre y fragmentos de hueso, aún humeaba en el suelo. Los pandilleros vacilaron. Algunos retrocedieron, otros intentaron mantener la compostura. Uno de ellos, demasiado temerario para pensar con claridad, levantó su arma.
Antes de que pudiera apretar el gatillo, Sofía se movió con una precisión brutal. Sus movimientos eran quirúrgicos, más eficientes que humanos. Un disparo certero desde su pistola perforó la rodilla del atacante. Los gritos de dolor llenaron el callejón mientras la sangre salpicaba el concreto sucio. Otros intentaron reaccionar, pero Sofía ya estaba en movimiento, esquivando balas y derribando enemigos con una mezcla de agilidad sobrehumana y fuerza letal.
Ana, atrapada en el caos, observaba horrorizada cómo la extraña mujer eliminaba a los pandilleros con una precisión despiadada. Sus disparos resonaban como golpes de martillo, y uno a uno, los atacantes caían, dejando tras de sí un rastro de sangre y miembros mutilados. El último intento de resistencia terminó con un disparo en la cabeza.
Cuando el último grito se apagó, el silencio volvió a reinar, salvo por los sollozos ahogados de Ana. Sofía se giró hacia ella, su silueta bañada en la luz tenue de un poste parpadeante. Su paso firme y elegante contrastaba con el suelo manchado de rojo.
—No tengas miedo. —Sofía extendió su mano hacia Ana, sus ojos brillando con una calidez que parecía fuera de lugar en ese escenario de carnicería—. No soy tu enemiga.
Ana retrocedió, sus instintos ferales aflorando. Un gruñido bajo escapó de sus labios mientras sus garras emergían de sus manos temblorosas.
—¡No necesito la ayuda de nadie! —rugió, su voz temblando entre furia y miedo.
Sofía no se inmutó. Se quitó la chaqueta y la colocó suavemente sobre los hombros de Ana, como si el frío de la noche fuera su única preocupación.
—Tómala. —La voz de Sofía era suave ahora, casi maternal—. No quiero que pases frío.
Ana se quedó inmóvil, sus garras aún visibles, pero algo en el gesto de Sofía rompió sus defensas. Recordó, aunque no quería, las manos cálidas de Amanda, la única persona que alguna vez la trató como algo más que un experimento fallido.
—No deberías acercarte a mí —susurró Ana, retrocediendo de nuevo—. Soy peligrosa... puedo lastimarte.
—Sé lo que eres —respondió Sofía, su tono sin una pizca de duda—. Y no tienes que temerme. No eres un monstruo.
Ana se detuvo, sus ojos inyectados en lágrimas.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó, sus palabras apenas audibles entre sollozos—. ¿Cómo puedes decir eso...?
Sofía dio un paso adelante, cerrando la distancia entre ellas.
—Porque tú y yo no somos tan diferentes.
Las palabras parecieron derribar los muros que Ana había construido. Lentamente, dejó caer sus garras y se derrumbó en los brazos de Sofía, sus sollozos resonando en el pecho de la extraña.
Desde la distancia, un hombre con un rifle emergió de las sombras.
—¿Todo en orden, señorita Sofía?
Sofía asintió, acariciando el cabello enmarañado de Ana.
—Sí. Todo está bajo control.
Pero mientras Ana se aferraba a ella, temblando y sollozando, Sofía sabía que aquello era solo el principio de una tormenta mucho más grande.
Ana gruñó, sus dientes apretados y los ojos brillando con un destello antinatural mientras el aire alrededor de ella se cargaba de tensión.
—Todo está bajo control —dijo Sofía, dirigiéndose al francotirador que observaba la escena desde el otro extremo del callejón—. Solicite el vehículo de extracción y envíe un aviso a la morgue. Estos cuerpos no deben permanecer aquí más tiempo.
La voz de Sofía era tranquila, pero su mirada no se apartaba de Ana. Lentamente, se inclinó hacia ella y le susurró con ternura:
—Calma, todo estará bien. Estoy a tu lado.
El gruñido de Ana se fue apagando hasta convertirse en un murmullo bajo, mientras se acomodaba en el hombro de Sofía, temblando levemente. La mujer la envolvió en un abrazo protector, su chaqueta cubriendo los hombros de la mutante. A lo lejos, el ruido de rotores mecánicos marcó la llegada del transporte. Cuando el vehículo aéreo descendió, su luz azulada iluminó la escena: un callejón bañado en sangre y cuerpos destrozados, sombras de un pasado violento que Ana intentaba desesperadamente dejar atrás.
Dentro del vehículo, soldados con trajes presurizados y visores oscuros esperaban. Ana los miró con recelo, sus instintos alertas, pero el susurro calmante de Sofía la detuvo.
—No temas. Son aliados. —Sofía hizo una pausa y añadió suavemente—: ¿Tienes un nombre?
Ana dudó, sus ojos recorriendo el rostro amable de Sofía antes de bajar la mirada al suelo.
—Ana —murmuró, casi en un susurro—. Me llamaron Ana en... donde nací. Pero no quiero recordar ese lugar.
—Está bien. —Sofía asintió, su voz cálida—. Ya estás a salvo.
Mientras el vehículo ascendía, Ana se aferró al brazo de Sofía y miró por la ventana. Más allá de los muros del domo que cubría la ciudad, enormes planetas brillaban en un cielo oscuro, con torres de acero y vidrio que se alzaban hacia las alturas. Era la primera vez que veía el mundo exterior sin miedo ni dolor, pero su asombro fue interrumpido cuando el piloto anunció su llegada al destino.
El vehículo descendió hacia un edificio masivo, sus estructuras bañadas en luces rojas que pulsaban como un latido. Cuando las puertas se abrieron, el pasillo que se extendía ante ellas tenía una atmósfera estéril, casi quirúrgica, llena de ecos distantes de maquinaria. Ana se tensó, recuerdos de su encierro en laboratorios llenando su mente.
Sofía la abrazó con fuerza.
—Estoy aquí, no dejaré que te hagan daño.
Caminaron hasta una sala de reuniones donde dos figuras les dieron la bienvenida. Un chico de cabello negro desordenado, sus ojos miel brillando con curiosidad, y una mujer de cabello verde corto y mirada aguda los esperaban.
—Ella es Ana —dijo Sofía, presentándola—. Es parte de nuestra familia ahora.
—¡Es un placer conocerte! —exclamó Juniper, con una sonrisa amplia y un tono enérgico—. ¡Nos llevaremos bien, ya lo verás!
Ana se mantuvo en silencio, su mirada desconfiada clavada en ellos. Pero antes de que pudiera reaccionar, una figura más apareció en la sala. Un hombre de cabello canoso y bata de laboratorio descendió por las escaleras, su rostro surcado por una mezcla de interés y diversión.
—Interesante comportamiento. —Su voz era grave, cargada de autoridad.
Ana retrocedió, su cuerpo vibrando con energía acumulada. Las luces de la sala comenzaron a parpadear y luego estallaron en un destello de chispas.
—¡Ana, cálmate! —Sofía se interpuso, sujetándola con fuerza. La mutante cayó de rodillas, lágrimas rodando por sus mejillas mientras se aferraba a Sofía con desesperación.
—No dejes que me lastimen... no quiero volver a ese lugar.
El hombre, identificado como el profesor Amadeus, observó la escena con calma clínica.
—Es normal este tipo de comportamiento —dijo, mirando a Sofía—. Según mis cálculos, esta joven no tiene más de unas semanas de vida. Es un recién nacido... aunque atrapado en un cuerpo diseñado para combatir.
Sofía lo miró incrédula, mientras Ana, temblando, se escondía en su pecho.
La puerta de la sala de comando se abrió con un leve siseo mecánico, revelando a una mujer de unos cuarenta y cinco años. Su figura irradiaba una autoridad casi palpable, reforzada por su bata blanca de diseño futurista. Su cabello plateado caía en ondas perfectas, enmarcando unos ojos violetas que parecían perforar cualquier fachada. Bajó las escaleras con una gracia glacial, mientras Juniper y Kai se cuadraban en un saludo militar.
Amadeus rompió el silencio con una sonrisa tensa.
—Veo que sigues tan alerta como siempre... Génesis.
La mujer inclinó apenas la cabeza en reconocimiento.
—En este trabajo, no hay espacio para relajarse, Amadeus. Proteger lo que queda de la humanidad no permite distracciones.
Sus ojos se posaron en Ana, examinándola con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Su mirada severa recorrió la sala, deteniéndose en Sofía, que evitó el contacto visual con evidente nerviosismo.
—Así que esta es la anomalía que detectamos en los radares —dijo Génesis, su tono afilado como una cuchilla.
Sofía tragó saliva antes de responder.
—Sí, comandante. Ella es... la infectada que localizamos.
Génesis avanzó unos pasos, lo suficiente para que Ana retrocediera, escondiendo su rostro en el hombro de Sofía. La comandante no mostró reacción, pero su presencia parecía llenar el espacio con una presión opresiva.
—Buen trabajo, Sofía. Sin embargo, debes entrenarla. No podemos permitir que esta anomalía sea un peligro para los demás.
Amadeus intervino con un gesto conciliador.
—Es normal que esté alterada. Es apenas una recién nacida, literalmente hablando. Se ha aferrado a Sofía, lo cual puede ser beneficioso en su integración.
Génesis asintió, sus ojos evaluando cada reacción de Ana.
—Entonces, Sofía, será tu responsabilidad. Enséñale lo básico. Asegúrate de que esté lista para contribuir a nuestras misiones. La humanidad no puede permitirse debilidades.
Dio media vuelta y se dirigió hacia la salida, dejando una atmósfera pesada a su paso. Solo cuando la puerta se cerró tras ella, Juniper soltó un suspiro exagerado.
—Dios, qué carácter.
Kai asintió rápidamente.
—Sí, alguien debería enseñarle a relajarse.
Amadeus sonrió con cansancio.
—Ser la comandante de la resistencia no es algo que permita mucho descanso. Sofía, lleva a Ana a su habitación. Habla con ella, aclara sus dudas. Es crucial que empiece a adaptarse.
Sofía asintió y tomó suavemente la mano de Ana.
—Vamos, te mostraré tu cuarto. No temas, estaré contigo todo el tiempo.
---
El pasillo conducía a una habitación pequeña pero acogedora, iluminada por una tenue luz azulada. Al cruzar la puerta, Ana se quedó inmóvil, sus ojos recorriendo cada rincón con asombro infantil.
—¿Esto... esto es mío? —preguntó, casi en un susurro.
Sofía sonrió.
—Sí, aquí puedes descansar. Ya no hay científicos ni jaulas, solo paz.
Ana se dejó caer en la cama, tocando las sábanas suaves con incredulidad.
—Es tan... diferente de donde estaba antes.
Sofía se sentó a su lado, acariciándole el cabello.
—Ana, no tengas miedo de Juniper y Kai. Ellos son como tú.
Ana frunció el ceño.
—¿Como yo? ¿A qué te refieres?
Sofía respiró hondo.
—Son lo que llamamos los Eve. Infectados con el virus Babylon, una creación de hace 30 años. Ese virus alteró su ADN con el material genético de una raza extraterrestre. Tienen habilidades únicas, como tú.
Ana la miró, sus ojos llenos de un extraño brillo entre fascinación y miedo.
—Pensé que era la única... un monstruo.
Sofía negó con firmeza.
—No eres un monstruo. Los Eve no son monstruos. Pero hay quienes no los entienden, quienes los temen y los odian. Por eso estamos aquí, para protegerlos, para protegerte.
La mutante guardó silencio, sus manos jugando nerviosamente con la manta. Finalmente, levantó la vista.
—¿Y tú? ¿Eres como nosotros?
Sofía sonrió con tristeza.
—No, yo soy humana. Pero hago todo lo que puedo para protegerlos.
Ana suspiró, recostándose en la cama.
—Debe ser difícil, con tanta gente que no entiende...
Sofía se acercó a la ventana, observando la ciudad iluminada bajo el domo que protegía a Nova Terra.
—Sí, es difícil. La humanidad no ha aprendido mucho en treinta años. Seguimos repitiendo errores. Pero aún queda esperanza... y tú eres parte de ella.
Ana cerró los ojos, dejándose arrullar por la voz de Sofía. Pero en su mente, las palabras resonaban con un peso desconocido, como si un eco oscuro respondiera desde lo más profundo de su ser.
n la penumbra de la habitación, la mirada de Sofía se tiñó de una tristeza que parecía arrastrar décadas de dolor y culpa. Dejó escapar un largo suspiro, volviendo al presente con esfuerzo.
—Perdona si te abruma todo esto —dijo finalmente, con una voz cargada de melancolía—. Cumplí mi promesa de contarte lo que sé, pero hay algo que me inquieta.
Ana, sentada en el borde de la cama, alzó la vista, todavía incómoda con la intensidad del momento.
—¿Qué cosa?
Sofía la observó con una curiosidad que parecía penetrar más allá de la carne, como si intentara comprender algo que ni siquiera Ana entendía de sí misma.
—Cuando te mostré el cuarto, mencionaste que era mejor que el lugar donde estabas antes. Exactamente... ¿dónde estabas?
El cuerpo de Ana se tensó al recordar. Los recuerdos, como cuchillas afiladas, se hundieron en su mente. Tragó saliva y, con la voz temblorosa, comenzó a hablar.
Describió los horrores del laboratorio: los experimentos inhumanos, el dolor, la desesperación y las sombras que nunca se apartaban de su vista. Habló de la fuga, de cómo había sentido su cuerpo estallar en una furia primitiva, de cómo las cosas habían muerto a su paso, incluso un vehículo policial que terminó incrustado en un edificio.
Sofía escuchó con atención, su rostro tornándose más sombrío con cada palabra. Cuando Ana terminó, un largo silencio llenó la habitación, roto solo por el zumbido de la iluminación fluorescente.
—Entonces... —murmuró Sofía, casi en un susurro—. ¿Tú eres la chica que todos vieron en las noticias? La que... destrozó el vehículo.
Ana desvió la mirada, avergonzada, y asintió lentamente.
—No quería hacer daño —susurró—. Solo quería escapar. Quiero vivir en paz.
Sofía asintió con comprensión, pero su expresión mostraba preocupación.
—Entiendo. Hablaremos de tu futuro más tarde. Por ahora, descansa. Hay ropa en el armario y puedes usar la computadora para explorar un poco. El sistema es sencillo y te guiará si lo necesitas.
Se levantó con una sonrisa cálida, tratando de calmarla, y salió de la habitación, dejando a Ana sola.
Mientras Sofía caminaba por el pasillo, Kai apareció corriendo, su respiración entrecortada. Antes de que pudiera decir algo, tropezó y cayó al suelo, deslizándose hasta los pies de Sofía.
—¡Kai! ¿Estás bien? —preguntó mientras lo ayudaba a levantarse.
El joven se quejó, frotándose la cabeza.
—Sí, sí... estoy bien. Pero esto es urgente.
—¿Qué pasa?
—Génesis nos informó de una serie de asesinatos en los bajos de la ciudad. Encontraron a un vendedor de comida y a un huésped del edificio muertos de una manera... peculiar. Mira esto.
Un holograma emergió del guante de Sofía, mostrando imágenes de los cuerpos. El vendedor de comida estaba irreconocible: su torso quemado por lo que parecía ser ácido, su mandíbula inferior arrancada de un tirón brutal. Mordeduras cubrían su cuerpo, desgarrando piel y músculo en patrones caóticos. El segundo cadáver, aunque diferente, mostraba un horror similar: el abdomen abierto con violencia, las mismas quemaduras químicas cubriendo su carne.
—¿Qué opinas? —preguntó Kai, mientras Sofía estudiaba las imágenes.
—Es una bestia Eve... o algo peor. Necesito más información.
—¿Vas a la escena del crimen?
—No tengo opción. Pero necesito que hagas algo por mí, Kai.
—Dime.
—Vigila a Ana. Si Génesis intenta algo, llámame. No confío en lo que pueda hacerle para obtener respuestas.
Kai asintió con seriedad.
—Entendido. Confía en mí.
Sofía le dedicó una última mirada agradecida antes de alejarse.
En la habitación, Ana se dejó llevar por la tranquilidad momentánea, pero no por mucho tiempo. Bajo el agua de la ducha, algo empezó a cambiar. Imágenes brutales cruzaron su mente: sangre, gritos, un hombre luchando desesperadamente antes de que sus dientes se hundieran en su carne. Eran recuerdos que no eran suyos, pero los sentía como propios.
Un dolor punzante la sacó del trance. En el espejo empañado, vio cómo su espalda comenzaba a deformarse, bultos grotescos surgiendo bajo su piel. Luchó contra la transformación, apretando los dientes, las lágrimas mezclándose con el agua.
—No soy un monstruo... no soy un monstruo... —repitió, como si las palabras pudieran salvarla.
Ana se acurrucó en el rincón más cálido que pudo encontrar en su habitación. Su cuerpo temblaba aún después de que la transformación involuntaria cediera, dejando tras de sí un dolor sordo en su espalda. Las lágrimas caían libremente mientras murmuraba entre sollozos:
—No quiero sufrir más... No quiero... Sofía, por favor, ayúdame...
Lejos de allí, en una sala de control, Génesis observaba en silencio los monitores que rastreaban a Ana. Unos sensores incrustados en las paredes de la habitación detectaban su fluctuación energética. La comandante inclinó la cabeza, fascinada, mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa perturbadora.
—Pensé que era un fallo en los medidores, pero es cierto. Su poder crece de forma exponencial... Amadeus, ¿puedes confirmarlo? —preguntó, sin apartar la vista de los datos holográficos que se desplegaban ante ella.
El profesor Amadeus, un hombre de rostro demacrado y ojeras perpetuas, ajustó las gafas mientras revisaba sus notas.
—No hay error, comandante. La cantidad de energía es asombrosa. Pero debemos proceder con cautela. Ya ha demostrado ser inestable. Si alguien que no sea Sofía se acerca, podría desencadenar otra catástrofe.
Génesis chasqueó la lengua con desdén.
—Eso cambiará. Con tiempo y exposición, aprenderá a confiar. Sofía la guiará hasta que esté lista para integrarse a nuestras operaciones. Mientras tanto, mantened la vigilancia estricta. No quiero errores... esta vez.
Sofía no podía sacarse a Ana de la cabeza mientras se dirigía a la escena del crimen. Al llegar, el capitán Morgan la recibió con su habitual efusividad, pero no tardaron en sumergirse en la tensión del caso. Los cuerpos de las víctimas, almacenados en una camioneta de la morgue, habían desaparecido, y un grito desgarrador desde un edificio cercano rompió el frágil orden de la escena.
—¡Evacúen la zona de inmediato! —ordenó Sofía al capitán, mientras desenfundaba su arma y se lanzaba hacia el origen del grito.
Dentro del edificio, las luces parpadeaban como si el lugar mismo se resistiera a su presencia. Subió las escaleras a toda velocidad, ignorando las miradas aterrorizadas de los inquilinos.
—¡No es un simulacro! ¡Evacúen el edificio ahora mismo! —gritó, mientras avanzaba con pasos decididos.
El sexto piso la recibió como un espectro: un laberinto de penumbras donde el aire olía a sangre y óxido. La linterna de su arma iluminó un charco carmesí que se extendía por el pasillo, reflejando sombras macabras en las paredes descascaradas. Un sonido húmedo, casi visceral, la hizo detenerse.
—Esto no tiene buena pinta... —murmuró, apretando la mandíbula.
La tensión se hizo insoportable cuando escuchó un ruido en los conductos de ventilación, un golpeteo rítmico que avanzaba hacia ella. Apuntó con su arma hacia el origen del sonido. Algo grande se movía en la rejilla frente a ella, su silueta apenas visible entre destellos intermitentes de luz.
De repente, una bombilla estalló, sumiéndola en una oscuridad casi total. Sofía retrocedió instintivamente, pero el silencio que siguió fue aún más aterrador. Escuchó pasos, lentos y pesados, acercándose. Su linterna titiló, mostrando fugaces destellos de una figura que no se parecía a nada humano.
Un rugido gutural rompió el silencio, y Sofía se giró justo a tiempo para ver un par de ojos amarillos brillando en la oscuridad antes de que algo impactara contra ella con fuerza suficiente para lanzarla contra la pared. El horror acababa de empezar.
Sofía apretó los dientes mientras corría a toda velocidad por el pasillo, su linterna parpadeando como si compartiera su desesperación. Las puertas de los apartamentos estaban abiertas de par en par, revelando escenas grotescas: sangre que goteaba de las paredes, vísceras esparcidas como decoración macabra y cadáveres retorcidos en posiciones imposibles. Cada imagen era un recordatorio cruel de lo que le esperaba si no lograba escapar.
En la base, Ana observaba con el corazón en un puño, su visión compartida con los monstruos que acechaban a Sofía. Veía cómo esas cosas la seguían, sus movimientos calculados como depredadores jugando con su presa. "Por favor, vete... no dejes que te atrapen," suplicaba Ana en voz baja, sus palabras quebradas por el pánico.
Sofía giró en un pasillo menos iluminado, donde el silencio era más pesado que el caos anterior. Al acercarse a un apartamento, un ruido sordo llamó su atención. Su linterna captó algo que la hizo retroceder: una criatura abominable emergió de las sombras. Su piel era gris y estaba cubierta de protuberancias pulsantes que parecían estar vivas. En el suelo, una cabeza humana rodó hasta los pies de Sofía, revelando una mitad devorada hasta el hueso.
La criatura giró hacia ella, sus ojos negros y ardientes la perforaron como dagas. Su rostro carecía de nariz, y de sus fosas nasales brotaba un aliento caliente que apestaba a muerte. Cuando la boca se abrió en una mueca torcida, mostró dientes como cuchillas, relucientes y listos para desgarrar.
Sofía disparó instintivamente, sus balas destrozando las piernas del monstruo. Este cayó con un rugido desgarrador, pero no antes de lanzar un ataque desesperado con sus garras. Sofía esquivó con un salto ágil y disparó una última vez, el proyectil encontrando su marca en el cráneo deformado de la criatura. Observó horrorizada cómo el cuerpo comenzaba a derretirse como cera bajo una llama invisible.
"Joder..." murmuró, el sudor bajándole por la frente. "Nunca había visto un Eve tan asqueroso como este."
Pero la batalla estaba lejos de terminar. Frente a ella surgieron dos horrores nuevos: un golem de carne y hueso, un amasijo grotesco de extremidades y torsos fusionados, y una rata gigantesca. Esta última era una amalgama de pesadillas, con huesos expuestos, mandíbula de cocodrilo y una cola espinosa que vibraba con cada movimiento. Sofía disparó de nuevo, pero solo logró herir al golem. La rata, con una rapidez escalofriante, lanzó fragmentos óseos desde su cola, desarmándola.
Ella corrió, su mente un caos de adrenalina y desesperación. Desde la base, Ana seguía mirando, sus manos temblando mientras veía a través de los ojos de las bestias. La impotencia la consumía. Y entonces, una chispa de energía explotó en su interior. En su habitación, los medidores se sobrecargaron y los cristales estallaron en mil pedazos. Kai llegó corriendo, pero lo único que encontró fue una ventana rota.
"Mierda..." murmuró, llevándose las manos a la cabeza. "Si Sofía se entera de que Ana escapó, estoy muerto."
Mientras tanto, Sofía se encontró acorralada. Cuando todo parecía perdido, un rugido atronador sacudió el edificio. Morgan apareció disparando a las criaturas, obligándolas a retroceder. "¡Por aquí, rápido!" gritó. Ambos subieron las escaleras hasta la azotea, pero pronto se dieron cuenta de su error. Estaban atrapados.
"Genial, una pésima idea," murmuró Morgan, con una risa nerviosa.
"No puedo culparte," respondió Sofía, mirando a su alrededor. "Aunque, para ser honestos, esto parece el fin."
La criatura irrumpió en la azotea, pero antes de que pudiera atacar, una fuerza invisible la lanzó violentamente contra otro edificio. Sofía y Morgan se giraron, boquiabiertos. Allí estaba Ana, pero no era la misma. Su piel azul pálido brillaba bajo la luz de la luna. Alas translúcidas y garras afiladas la transformaban en algo entre humano y bestia. Su mirada, fría y feroz, se clavó en la criatura que se levantaba tambaleante.
La batalla que siguió fue una danza de horror y brutalidad. Ana golpeaba y desgarraba a la criatura con una ferocidad sobrehumana, mientras esta respondía con fuego y ácido. Cada golpe resonaba como un trueno, y cada rugido hacía vibrar el aire. Finalmente, Ana lanzó a la criatura desde lo alto del edificio, donde cayó sobre un coche patrulla, destruida.
Ana, ahora cubierta de sangre, lamió su mano con un gesto inquietante. Sus ojos brillaban con una intensidad que mezclaba humanidad y algo mucho más oscuro.
Sofía y Morgan la miraron en silencio, conscientes de que Ana ya no era una simple humana, sino algo que desafiaba toda comprensión.
Sofía observaba a la figura frente a ella, una mezcla de asombro, miedo y algo que no lograba definir. Esa no era Ana. La criatura que se alzaba entre las sombras, cubierta de sangre y con una mirada vacía, parecía un depredador más que una salvadora. Las alas membranosas y los dedos ganchudos, aún teñidos de rojo, eran un recordatorio macabro de lo que acababa de ocurrir.
El monstruo herido, a sus pies, intentó un último ataque desesperado. Lanzándose hacia Ana con un rugido de furia, abrió sus mandíbulas, dispuesto a desgarrarla. Pero Ana lo atrapó con una precisión inhumana. Sus manos, ahora garras, se cerraron alrededor de la mandíbula inferior de la bestia, y con una fuerza aterradora, la partió en dos con un crujido nauseabundo. No se detuvo ahí. En lugar de dejarlo morir, lo golpeó repetidamente contra el suelo, contra las paredes, su risa desquiciada resonando en la azotea como una sinfonía de locura.
Sofía observaba paralizada, el horror creciendo en su pecho. Cada golpe de Ana era una declaración, no de supervivencia, sino de algo más oscuro, más primitivo.
—¡Ana, basta! —gritó finalmente, su voz temblando. —¡Por favor! ¡Tú no eres así!
Ana detuvo su ataque, su risa interrumpida por las palabras de Sofía. El cadáver del monstruo cayó al suelo con un ruido sordo, desmoronándose en un charco viscoso de sangre y tejidos. Los ojos de Ana se encontraron con los de Sofía, y por un instante, la luz de la humanidad parecía regresar a ellos. Pero lo que siguió no fue alivio.
Desde abajo, las voces comenzaron a alzarse. Gritos, insultos, un coro de odio y desprecio. "¡Monstruo!", "¡Bestia!", "¡No te acerques!" Cada palabra era una daga clavándose en la frágil fachada de Ana. La joven retrocedió, sus alas temblando, su cuerpo encorvándose bajo el peso de la culpa y el rechazo.
—¡Lo siento! —gritó Ana, su voz quebrándose mientras caía de rodillas. —¡De verdad, lo siento! ¡Por favor, dejen de mirarme así!
Sofía no dudó. Corrió hacia ella, envolviéndola en un abrazo firme. Las garras de Ana, todavía manchadas de sangre, se aferraron a su compañera con desesperación, como si Sofía fuera lo único que evitaba que se desmoronara por completo.
—Tranquila, Ana. Estoy aquí —susurró Sofía, acariciando la cabeza de su amiga. —No te preocupes. Todo estará bien. Volvamos a casa.
Mientras las dos se alejaban de la escena, dejando atrás el horror y los gritos, Ana temblaba entre sollozos. Pero, al fondo, en las sombras, algo las observaba. Algo que había notado la transformación de Ana... y que no planeaba dejarlas escapar tan fácilmente.
Continuará.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top