Adán Padre Primigenio

La ciudad, ahora un hervidero de rumores y pánico, parecía un organismo vivo que reaccionaba al incidente de los apartamentos como si fuera una herida abierta. Siete horas habían pasado desde que Ana desató su naturaleza salvaje, dejando tras de sí un rastro de caos imposible de ocultar. Las autoridades de la colonia habían intentado desesperadamente encubrir los eventos, pero la magnitud del desastre había atraído la ira de los altos mandos y alimentado el miedo colectivo de los habitantes. Ana, para ellos, ya no era una persona, sino un símbolo de terror indescriptible.

En el centro de mando, Génesis presidía una reunión con los líderes de las quince colonias espaciales restantes. Las pantallas holográficas iluminaban la habitación con un resplandor azul frío, proyectando los rostros tensos de los gobernantes. La conversación giraba en torno a los recientes ataques perpetrados por los Eve y los grupos terroristas que buscaban desestabilizar las colonias.

—Debemos contener esto antes de que se salga de control —exigió el Gobernante 01, una figura cuya voz resonaba con la autoridad de un sistema entero—. Phoebus ya nos ha causado suficientes escándalos. Si vuelven a fallar, no tendrán más recursos.

Génesis permanecía imperturbable, sus ojos grises brillando como un abismo insondable. Su voz, carente de emoción, cortó el aire:

—No tienen por qué preocuparse. Los Eve serán erradicados. Además, nuestra nueva adquisición resultará clave para acabar con el conflicto.

Las palabras de Génesis, pronunciadas con una serenidad casi antinatural, dejaron a los líderes momentáneamente en silencio. Su estoica calma era desconcertante, como si no hablasen con un ser humano, sino con una máquina.

Cuando las pantallas se apagaron y la sala recuperó su penumbra, Amadeus, uno de sus principales subordinados, se acercó, incapaz de contener su asombro.

—A veces me pregunto si realmente eres humana, Génesis. Tu control es... inhumano.

Ella no respondió de inmediato. Se limitó a ajustar los guantes de su uniforme antes de dirigir su mirada acerada hacia él.

—Años de preparación siempre rinden frutos. Pero volvamos al asunto principal. ¿Cómo están Ana y Sofía?

Amadeus dudó antes de responder.

—Sofía está con Ana. Ha logrado calmarla, pero... Ana está devastada por lo que ocurrió.

—Sofía no tiene tiempo para sentimentalismos —replicó Génesis con frialdad—. Necesito que entrene a Ana de inmediato. Su poder es crucial para nuestra misión.

—Lo sé —contestó Amadeus—, pero si no le explicamos la verdad, será un error irreversible. Ana no puede seguir siendo una peón ignorante.

Génesis asintió con desdén.

—Mañana lo resolveré. Reuniré a todos y le dejaré claro a Ana por qué está aquí. No podemos permitir que las emociones de Sofía comprometan esta oportunidad.

En una habitación aislada, Sofía abrazaba a Ana, quien temblaba entre sollozos desgarradores.

—Tengo miedo, Sofía... Miedo de mí misma. No debí venir contigo. ¡Soy un monstruo!

Sofía la sostuvo con más fuerza, como si sus brazos pudieran contener los pedazos rotos de su alma.

—No eres un monstruo, Ana. Nos salvaste. A mí y a Morgan. No puedo permitir que pienses así.

—Yo... Yo solo quiero ser normal —respondió Ana, su voz quebrándose—. Quiero dejar de ver esas miradas. Esas miradas llenas de terror.

Sofía cerró los ojos con fuerza, luchando contra sus propias emociones.

—No estás sola, Ana. Me tienes a mí, a Kai, Amadeus y Juniper. Y yo haré todo lo posible para protegerte.

Pero el nombre de Génesis se deslizó como un veneno en la conversación. Ana la mencionó, y Sofía sintió un nudo de disgusto en el estómago.

—Esa mujer... —murmuró—. Génesis es peligrosa. Fría. Manipuladora. Escucha lo que te diga, pero no le respondas. Yo me encargaré de manejarla.

Al día siguiente, el salón principal de Phoebus era un hervidero de tensión. Génesis, en el centro, irradiaba una autoridad casi opresiva. Ana y Sofía estaban frente a ella, rodeadas por los agentes de mayor rango. La comandante dio un paso al frente, sus guantes negros crujieron al apretarse contra su piel.

—Sofía —dijo con voz helada—, sé lo que hiciste. Investigaste los asesinatos en los apartamentos sin autorización. No intentes mentirme. Las cámaras lo han visto todo.

Sofía levantó la barbilla, desafiante.

—¿Me vas a castigar?

Génesis se inclinó hacia ella, tomando su barbilla con una fuerza casi mecánica. Ana, a un lado, apretó los puños, pero Sofía le lanzó una mirada que le pedía calma.

—No he dedicado la mitad de mi vida a este proyecto para que tu rebeldía lo eche a perder —susurró Génesis—. Estamos demasiado cerca de localizar las partes de Adán.

El aire en el salón se volvió denso, cargado de un terror latente. Ana sintió que algo oscuro y monstruoso estaba en marcha, y que ella, de alguna manera, era parte de ello.

La sala de mando parecía un mausoleo tecnológico, con suelos de acero bruñido y pantallas que zumbaban con un brillo frío. Génesis, de pie en el centro, dominaba la atención como si fuese un dios moderno dictando sentencia.

—¿Adán? —preguntó Ana, su voz temblorosa, cargada de curiosidad y temor.

—Parece que he despertado tu interés —respondió Génesis, esbozando una sonrisa apenas perceptible—. Sí, Adán... el primero y el último. El responsable de que la humanidad esté al borde de su extinción.

Con un movimiento de su mano, un holograma masivo se proyectó en el aire. Imágenes borrosas y aterradoras comenzaron a relatar la historia: ciudades en ruinas, masas mutadas retorciéndose, y un hombre de ojos inhumanos alzándose sobre un horizonte teñido de sangre.

—Hace 30 años —comenzó Génesis, su tono impasible—, mi padre, el profesor Howard, hizo un descubrimiento que sellaría el destino de nuestra especie. Un mineral traído de un exoplaneta sin nombre. Su ADN no coincidía con ninguna forma de vida conocida, no en este sistema ni en cualquier otro. Era de una civilización extinguida, una que probablemente enfrentó el mismo destino que nosotros.

La habitación permaneció en silencio, salvo por el zumbido constante de las pantallas. Ana tragó saliva, sintiendo un nudo en el estómago.

—El gran pecado de mi padre fue obsesionarse con la evolución humana. Soñaba con trascender las limitaciones biológicas, con crear una humanidad capaz de sobrevivir sin trajes espaciales ni estos frágiles domos de oxígeno. Pero su sueño se convirtió en una pesadilla. Fue entonces cuando nació el Proyecto Babylon.

El nombre provocó un destello en la memoria de Ana. Visiones borrosas de laboratorios fríos, de agujas perforando su piel y voces distantes murmurando sobre "Babylon". Una punzada de dolor la atravesó, y Génesis lo notó.

—Mi padre no tardó en cruzar la línea —continuó, sin detenerse—. Tras años de fracasos, logró sintetizar óvulos y esperma artificiales, combinándolos con el ADN alienígena. El resultado fue Adán. Mi padre lo nombró así porque se veía a sí mismo como un nuevo Dios. Pero su soberbia lo cegó.

Las imágenes del holograma mostraron al niño, aparentemente humano, pero con ojos blancos como la nieve. A medida que crecía, su cuerpo y mente evolucionaban a un ritmo imposible. Génesis calló, y Amadeus, quien había permanecido en la penumbra, dio un paso al frente.

—Déjame continuar, comandante —dijo, su voz grave y llena de recuerdos amargos—. Yo estuve allí. Adán no era un hombre, ni siquiera un humano. Era una anomalía. Una fuerza de la naturaleza que no podíamos controlar.

Amadeus extendió su brazo derecho. Ana se sobresaltó al ver que era una prótesis, reluciente y fría como la sala que los rodeaba.

—Adán destruyó Antigua Terra, la mayor de nuestras colonias. Vi cómo la ciudad ardía, cómo los cuerpos se retorcían y mutaban. Su sangre y saliva transformaban a los humanos en abominaciones. Y su voz... oh, su voz... —Amadeus hizo una pausa, estremeciéndose—. Era un eco dual, masculino y femenino, como si dos seres hablaran al unísono desde lo más profundo del abismo.

Ana sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras imágenes de criaturas deformes llenaban el holograma.

—Intentamos detenerlo —prosiguió Amadeus, su voz tensa—. Construimos el Cañón Molecular Omega y diseñamos una munición especial para bloquear su factor regenerativo. Pero incluso con nuestras mejores armas, no pudimos derrotarlo. Fue una masacre. Perdí a mis amigos. Perdí mi humanidad.

Génesis volvió a tomar la palabra, su tono impasible contrastando con la emoción de Amadeus.

—Adán fue nuestro error más grande y nuestra prueba más clara. La humanidad no puede jugar a ser Dios sin pagar un precio. Ahora, Ana, tú formas parte de la solución. Pero recuerda esto: el poder siempre tiene un costo. Y el tuyo no será una excepción.

Ana bajó la mirada, su mente inundada de dudas. En su interior, sabía que no estaba preparada para enfrentar lo que venía. Pero tampoco podía escapar de ello.

Ana observó a Génesis, su mirada cargada de desconfianza.

—¿Por qué tanta preocupación si Adán está muerto? —preguntó, tratando de desenredar el misterio que había en el aire.

Génesis soltó un suspiro que parecía cargar décadas de culpa.

—¿Muerto? —repitió, con un deje de ironía en su voz—. Adán está... muerto a medias.

La respuesta heló la sala. Juniper, sentado al fondo, se inclinó hacia adelante con el ceño fruncido.

—¿Qué? Nunca mencionaste que Adán seguía con vida —dijo, sus palabras llenas de reproche.

—Sí —intervino Kai, apretando los puños—. Pensé que esa era solo una historia de terror, un mito para asustar a las nuevas generaciones.

Génesis, con los labios tensos, enfrentó sus miradas incrédulas.

—Cuando Amadeus disparó el cañón Omega, el cuerpo de Adán no murió por completo. Entró en una especie de coma regenerativo. Sabíamos que, si no actuábamos rápido, eventualmente despertaría.

La sala permaneció en un tenso silencio mientras Génesis continuaba, su voz endureciéndose con cada palabra.

—No sabíamos qué hacer. Optamos por extraer y destruir sus órganos vitales y lanzar los restos de su cuerpo al sol. Pero...

La pausa fue suficiente para que Ana sintiera un escalofrío recorriéndole la columna.

—...Un grupo de terroristas interceptó la operación —prosiguió Génesis—. Robaron algunos de sus órganos, incluso uno de sus brazos. Y no solo eso. Amadeus descubrió que hay muestras de su sangre distribuidas por el sistema solar y más allá. Sangre que puede transformar a los humanos en abominaciones.

El rostro de Génesis se endureció aún más mientras giraba su atención hacia Ana.

—Es por eso que existes, Ana. Como hija del hombre que causó este desastre, siento el deber de corregir sus errores. Creé Phoebus no solo para salvar lo que queda de nuestra especie, sino para erradicar a los Eves corrompidos y a los terroristas que usan el legado de Adán para sus propios fines.

La tensión en la sala era palpable. Sofía, que había permanecido en silencio, cruzó los brazos y miró a Génesis con frialdad.

—Tus métodos no son precisamente éticos, Génesis.

El golpe que Génesis dio sobre la mesa resonó como un disparo.

—¡Tus sentimentalismos solo empeoran las cosas, Sofía! —gritó, con los ojos centelleando de furia—. Les cuento esto porque ya sabemos dónde está uno de los órganos de Adán. ¡Y necesitamos actuar!

Nadie se atrevió a intervenir en la discusión. Todos evitaron el contacto visual, atrapados en la incomodidad de la situación.

Génesis respiró hondo y se giró hacia Ana, apuntándola con un dedo.

—Necesitamos tu ayuda. Tu poder puede ser crucial para enfrentarnos a quienes están detrás de este robo.

Ana se levantó de su asiento con una calma inquietante, su mirada fija en Génesis. El silencio en la sala era absoluto.

—Te ayudaré —dijo finalmente, con una voz tan firme que Sofía levantó la cabeza, sorprendida—. Pero tengo una condición.

Génesis arqueó una ceja, intrigada.

—¿Y cuál sería esa condición, querida?

Ana se acercó, su figura más alta que la de Génesis la hacía parecer imponente, pero la comandante no mostró señales de intimidación.

—No vuelvas a faltarle el respeto a Sofía —dijo Ana, con un tono que no permitía objeciones—. Ni siquiera le alces la voz. Esa es mi condición. ¿La aceptas?

Por un instante, la sala quedó congelada. Kai y Juniper intercambiaron miradas de incredulidad.

—¡Por dios, nunca vi a nadie desafiar a la comandante! —murmuró Kai.

Juniper asintió, impresionado. —Es como si Ana estuviera madurando a pasos agigantados...

Génesis esbozó una sonrisa sarcástica y cruzó los brazos, dando un paso más cerca de Ana.

—Me admira tu valor —respondió finalmente—. Proteger a Sofía es lo que te motiva a luchar, ¿no es así?

Se dio media vuelta, dejando el salón tras una última orden.

—Acepto el trato. Pero prepárate, Ana. Mañana comenzará tu entrenamiento. Te daré un mes para perfeccionar tus habilidades mientras localizamos los órganos restantes. Eso es todo.

Cuando Génesis se marchó, Sofía se acercó a Ana, con una expresión de gratitud.

—Gracias... No sabes cuánto aprecio lo que hiciste —murmuró, abrazándola.

—Tú me ayudaste cuando más lo necesitaba —respondió Ana, devolviéndole el abrazo—. Ahora es mi turno de ayudarte.

El grupo se unió a ellas, con Kai golpeando la mesa con entusiasmo.

—Ana, eso fue increíble. ¡Nunca pensé que alguien se enfrentaría a Génesis así!

Juniper sonrió. —Te enseñaremos todo lo que sabemos. Con tu fuerza y tu determinación, seremos imparables.

Dos meses después, Ana era una versión completamente diferente de sí misma. Bajo el intenso entrenamiento de Kai y Juniper, sus poderes habían evolucionado, llamando la atención de Amadeus y Génesis. Pero el enigma de su origen seguía sin resolverse, y el eco del nombre de Adán aún resonaba como una amenaza latente.

Amadeus observó los hologramas que proyectaban las últimas pruebas de laboratorio. Con un leve suspiro, ajustó el guante metálico que cubría su brazo amputado antes de hablar.

—Hemos realizado todos los análisis posibles de su sangre y tejidos. Buscamos anomalías, mutaciones, incluso marcas genéticas específicas. Pero no hay nada. Ana parece... normal.

Génesis, recostada contra la mesa central del laboratorio, cruzó los brazos con expresión severa. Su voz cortó el silencio como un bisturí:

—Normal no explica lo que hizo. Esta chica es un enigma, Amadeus.

Él giró hacia ella, con una sonrisa irónica que no alcanzaba a ocultar la tensión en su rostro.

—Dijo que escapó de un laboratorio. Si lo encontramos, tal vez descubramos lo que realmente es.

La CEO de Phoebus golpeó la mesa con la palma abierta, el eco resonando en el cuarto estéril. Su postura irradiaba autoridad.

—¿Puedes encargarte de dos misiones al mismo tiempo? —demandó, con su tono entre firme y contenido—. No olvides que también estamos rastreando las partes de Adán.

Amadeus arqueó una ceja, inclinándose ligeramente hacia ella con una sonrisa torcida.

—¿Subestimándome, Génesis? Aunque solo tenga un brazo, sé cómo desenterrar secretos.

Ella exhaló, agotada, y se pasó una mano por el rostro, dejando entrever el peso que cargaba. Su voz bajó de volumen, pero no perdió su filo.

—Espero que sepas lo que haces. Si el gobierno está detrás de la creación de Ana, te estarás metiendo en la boca del lobo.

—Confía en mí. Sabes de lo que soy capaz. —Amadeus esbozó una sonrisa autocomplaciente.

La comandante lo ignoró, su mirada perdida en la ventanilla que daba al salón principal. Allí, Sofía conversaba con Kai y Juniper. El grupo reía, ajenos a la intensidad de la conversación que tenía lugar en el laboratorio.

—Amadeus, hay algo más —dijo Génesis con un deje de inquietud, sin apartar la vista del grupo—. Quiero saber si Ana puede controlar a otros Eve. Después de lo que pasó en los apartamentos, no puedo quitarme esa posibilidad de la cabeza.

Amadeus frunció el ceño.

—La teoría es inquietante. Encontramos ADN de Ana en los restos de las criaturas. Si puede infectar a otros seres... Génesis, estaríamos ante un peligro que podría descontrolarse.

Génesis no respondió de inmediato. Su mirada se endureció al observar a Sofía, que sonreía inocente mientras hablaba con los demás.

—Mientras Sofía mantenga a Ana bajo control, no habrá problemas —afirmó con frialdad—. Pero si falla... sabes lo que hay que hacer.

Amadeus asintió, su tono frío como el acero.

—Entendido. Continuaré investigándola.

Mientras tanto, en el salón principal, Kai y Juniper discutían sobre los avances de Ana.

—Es increíble cómo se ha adaptado tan rápido —comentó Juniper con una sonrisa. Su voz, sin embargo, ocultaba una ligera inquietud—. Aunque hay algo en ella... un peligro latente que no puedo ignorar.

Kai asintió.

—Sí, pero también tiene un lado humano que es difícil de ignorar. Me respeta, aunque dice que soy un hiperactivo. Eso cuenta, ¿no?

Sofía, que permanecía en silencio, finalmente preguntó:

—¿Y dónde está Ana?

Juniper se encogió de hombros.

—Dijo que se estaba preparando para futuras misiones. Aunque es raro que esté tan... tranquila después de lo que pasó.

De repente, las puertas se abrieron con un sonido sibilante. Todos giraron hacia la entrada, y el salón quedó en silencio.

Ana entró con pasos firmes, su presencia dominando la habitación. Su cabello corto y despeinado brillaba bajo las luces fluorescentes, mientras su traje futurista, un diseño minimalista y revelador que acentuaba sus rasgos físicos, parecía salido de un laboratorio militar avanzado.

Sofía se quedó boquiabierta, incapaz de apartar la vista. Un rubor se asomó en sus mejillas mientras Ana avanzaba, cada paso acompañado de una calma inquietante.

—¿Sorprendida de verme, Sofía? —preguntó Ana, con una sonrisa suave pero cargada de una extraña intensidad.

La voz de Ana, dulce pero cargada de una amenaza implícita, llenó el aire, mientras Sofía intentaba recomponerse.

—Luces... genial —respondió, su voz apenas un murmullo.

Juniper sonrió para sí misma, percibiendo la tensión que llenaba el aire, pero decidió no intervenir. Algo estaba cambiando en Ana, y todos en la sala lo sabían. La pregunta era: ¿sería para bien o para mal?

En la sala de mando, la atmósfera estaba cargada de tensión y camaradería forzada. Kai se cruzó de brazos, observando con un gesto pensativo a Ana mientras hablaba.

—Fue difícil encontrar ropa adecuada para ti —comentó con un toque de humor, aunque su tono denotaba la seriedad del tema—. Tus habilidades emergen de diferentes partes de tu cuerpo, y sería un fastidio cubrirlas con algo que limite tus movimientos o las exponga innecesariamente.

Ana inclinó la cabeza, intrigada, sus ojos destellando con curiosidad.

—¿Tus poderes no tienen que ver con carne o huesos?

Kai soltó una risa breve y negó con la cabeza.

—No, a diferencia tuya y de Juniper, mis habilidades vienen de las cinéticas que manejo. Soy uno de los usuarios cinéticos de élite del sistema solar. Nada tan... visceral como lo tuyo.

—Tú eres la más equilibrada entre nosotros tres —intervino Juniper, su voz calmada pero cargada de un tono de advertencia—. Espero que entiendas el valor de lo que posees, Ana. Nunca subestimes a tus enemigos; siempre tienen trucos sucios bajo la manga.

Sofía, que había permanecido en silencio, intervino con un leve tono de orgullo maternal.

—Me alegra mucho verte progresar, Ana. Estoy muy orgullosa de ti.

Ana le devolvió una sonrisa tímida, pero sus mejillas adquirieron un leve tono rojizo. Dio un paso adelante y, con una torpeza inesperada, le tomó la mano a Sofía, apretándola con afecto.

—No sabes cuánto me motivan tus palabras, Sofía.

La joven asintió, devolviéndole una sonrisa cálida.

—Sabes que siempre estaré a tu lado, sin importar lo que pase.

Kai y Juniper asintieron al unísono, como si hubieran ensayado su respuesta.

—Y nosotros también —dijeron al mismo tiempo, intercambiando una mirada divertida antes de romper en una breve carcajada.

Ana se rió suavemente, pero sus ojos se detuvieron en Sofía. Una chispa de duda cruzó la mirada de esta última, apenas perceptible. Mientras los demás reían, Sofía no podía evitar que un peso invisible se asentara sobre ella: sabía que las misiones futuras serían más peligrosas y caóticas, y temía que su humanidad la hiciera un eslabón débil. Pero al ver la motivación en los ojos de Ana, esa sensación oscura se desvaneció, reemplazada por una renovada determinación.

Sin embargo, el momento fue abruptamente interrumpido. Las puertas de la sala de mando se abrieron con un estruendo, y un soldado irrumpió corriendo, su respiración entrecortada y su rostro pálido por la urgencia.

—¡Tenemos algo, comandante! —exclamó entre jadeos.

Génesis, que había estado observando todo desde las sombras, se adelantó con pasos firmes, seguida por Amadeus.

—Explíquese, soldado.

Juniper le puso una mano en el hombro al joven soldado, instándolo a calmarse.

—Respira profundamente y dinos qué ocurre.

El soldado asintió rápidamente, tragando saliva antes de hablar.

—Hemos detectado actividad anómala en Titán. Secuestros y desapariciones misteriosas.

Kai arqueó una ceja, incrédulo.

—¿En la colonia más importante de Saturno?

—Sí, señor. Lo más inquietante es el patrón: políticos, empresarios y figuras públicas. La última fue Margaret, la cantante protestante del régimen, hace cuatro días.

Sofía frunció el ceño, cruzándose de brazos.

—Había escuchado rumores de problemas en Titán, pero no creí que la situación fuese tan grave. La tensión política allá es insostenible.

—Eso es un eufemismo —bufó Kai—. El gobernador Harold es un completo incompetente, pero lo necesitamos para mantener los fondos de Phoebus.

Génesis, al oír su nombre, levantó una mano, exigiendo silencio.

—Céntrense en lo importante —ordenó con frialdad.

El soldado asintió y conectó un dispositivo al monitor central. Una imagen apareció en la pantalla, mostrando un convoy de vehículos oscuros rondando el complejo donde Margaret vivía. El soldado amplió la imagen, enfocándose en uno de los vehículos. Allí, claramente visible en la carrocería, había un emblema: un círculo que representaba un ojo, con una cadena de ADN en su centro.

Génesis tensó los puños al reconocerlo, su rostro endurecido por la emoción contenida.

—Ese símbolo...

Amadeus, observándola de reojo, se inclinó hacia ella.

—Parece que el pasado está más cerca de lo que pensábamos, comandante.

Génesis asintió lentamente, sus ojos fríos pero calculadores.

—Preparen un equipo. Esto no termina aquí.

En la penumbra del centro de mando, Génesis dio un paso al frente, su figura rígida proyectando una sombra imponente sobre los demás.

—Evolux... al fin te encontré —murmuró, su voz cargada de una mezcla de furia y determinación.

Ana levantó la vista, desconcertada por el tono de su comandante.

—¿Evolux?

Sofía, con el rostro tenso, fue quien respondió.

—Es el nombre de una organización terrorista. Han estado detrás de innumerables atrocidades durante siglos. Incluso antes de la creación de Adán, ya eran una plaga. Su objetivo es llevar a la humanidad a una supuesta trascendencia, pero su método no es evolución... es muerte.

Amadeus, cruzándose de brazos, dejó escapar un suspiro grave.

—No tienen límites. Harán lo que sea necesario para alcanzar sus metas, sin importar cuán inhumanos sean sus actos. He visto de lo que son capaces.

Kai frunció el ceño, su mirada fija en la comandante.

—Ni que lo digas. Aún recuerdo aquel suicidio masivo que organizaron para cubrir sus huellas. Fue espantoso.

El soldado de Phoebus, todavía con la respiración agitada por la urgencia, intervino con una voz temblorosa.

—Fueron 200 personas, señor. En la colonia HK-345, cerca de Neptuno. Los encontramos muertos en una base oculta. Eso fue hace cinco años, justo después de que robaran las partes de Adán.

Una imagen apareció en el monitor central, proyectando una escena escalofriante: cuerpos descompuestos esparcidos por una sala metálica, sus rostros congelados en expresiones de angustia. Ana apartó la mirada, su rostro pálido por la mezcla de tristeza y repulsión que la imagen provocaba.

Génesis golpeó la mesa de control, haciendo que todos en la sala se sobresaltaran.

—¡Basta de hablar! —ordenó, su voz cortante—. Irán a Titán. No importa lo que tengan que hacer, pero Evolux debe caer. ¿Entendido?

—¡Sí, comandante! —respondieron al unísono, sus voces resonando en la sala.

Génesis los observó con una mirada severa, su semblante duro ocultando una inquietud que no podía permitirse mostrar.

—No sé qué encontrarán en Titán, pero deben ser extremadamente cautelosos. Partirán mañana al amanecer. Buena suerte.

A la mañana siguiente, el equipo abordó la nave que los llevaría al distante satélite de Saturno. Ana, aún acostumbrándose a la magnitud de su misión, se quedó maravillada al contemplar por primera vez el espacio exterior desde el domo de Nova Terra. El vasto y oscuro vacío estaba salpicado por el brillo de planetas lejanos y asteroides que parecían fragmentos de cristal flotando en el éter.

Sofía, de pie junto a ella, observaba el mismo espectáculo con una sonrisa nostálgica.

—Es hermoso, ¿no lo crees?

Ana asintió, sus ojos reflejando la inmensidad del cosmos.

—Sí, es como un sueño.

Sofía dejó escapar un suspiro melancólico, desviando la mirada hacia el horizonte infinito.

—Disfruta estas vistas, Ana. En Titán son... muy diferentes.

Su voz, cargada de una seriedad casi dolorosa, dejó a Ana con un nudo en el estómago. Mientras la nave se alejaba del brillo artificial de Nova Terra y se adentraba en la vastedad del sistema solar, ambas sabían que el camino hacia Titán sería solo el inicio de una pesadilla que cambiaría sus vidas para siempre.

Continuará...

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