Habrá más crisantemos blancos en el futuro.

Salió del salón del concejo estudiantil más desganado que otras veces, sintiéndose como un estúpido luego de echarle llave a la puerta y rememorar lo que había pasado con Isuke hace unos momentos.

Sabía que no tenía que dejar las cosas así, que debía disculparse por haberlo lastimado al negarse a hablar con él y, estarlo evitando. Incluso se imaginaba a Ruby mirándolo con reproche y golpear su brazo por estar echando a perder su avance para "agradarle" al témpano de hielo que era Isuke.

(Aunque ya no estaba tan seguro que Isuke fuese de "hielo").

Suspiró, revolviéndose el cabello con la mano antes de simplemente peinarlo levemente y dirigirse a las escaleras para bajar, cambiarse el calzado e irse finalmente a casa. Y tal vez pasar por alguna pastilla para el dolor para Ruby.

Lo que Enzo no se esperó, fue ser emboscado al final de las escaleras y ser arrastrado a un salón de clases vacío. Obviamente, por Isuke.

Definitivamente, no esperó esto de parte de Isuke. Estaba impresionado.

– Quiero hablar contigo y quiero que me escuches – fue lo que Isuke le pidió, cerrando la puerta del salón a sus espaldas mientras lo miraba directamente a los ojos. Enzo casi se sintió como una presa.

Y aunque fácilmente podría salir la otra puerta del salón o por alguna de las ventanas... solamente suspiró, sentándose tranquilamente en uno de los mesabancos del salón para (casi) sorpresa de Isuke.

– Está bien... ¿de qué quieres hablar?

Isuke tomó asiento en el mesabanco de su lado derecho, casi suspirando antes de sentarse de lado como Enzo, quedando frente a frente.

– ¿Por qué estás evitándome?

Oh vaya, la pregunta más difícil de responder.

–... Porque soy...

Un cobarde.

Un idiota.

Un chico que sólo sabe huir cuando tiene miedo de enfrentarse a las cosas importantes.

– Porque... porque me sentí extraño. Sentí que hice algo que no debía y, bueno... eso – no era la primera vez que sentía así de raro con Omerta, sin embargo, una parte de sí tenía una idea de qué se trataba.

Sólo era el propio Enzo quien no quería –y no se atrevía– a nombrarlo (aún).

– Entonces tú... ¿te arrepientes de haberlo hecho?

¿Lo hacía? ¿Se arrepentía de haberle regalado los crisantemos que vio que le gustaban a Isuke? ¿...Se arrepentía de haberlo visto poner esa expresión tan linda (e impropia) en Isuke?

Enzo se cubrió el rostro con una mano y cerró los ojos, sintiéndose frustrado ante sus propios cuestionamientos.

La respuesta ya la sabes, Enzo.

– Tch, no es eso. Es sólo... que no le regalas flores a alguien que no es tu pareja. Y... bueno, un regalo así, mayormente lo hacen las personas que se van a declarar.

– ¿Entonces las flores, no eran una confesión?

– No.

– Ya veo... entonces yo no te gusto.

El decaimiento en las últimas palabras de Isuke llamó su atención y lo hicieron pensar nuevamente. Ah, maldición, si tan sólo tuviera una botella de alcohol a la mano para procesar esta situación con mayor facilidad y no sentirse avergonzado de lo que iba a hacer.

Todo por culpa de un estúpido consejo y él por seguirlo.

– Las flores no eran una confesión pero eso... eso... no significa que no me gustes... un poco – respondió, sintiendo su rostro calentarse ante sus atropelladas palabras y, su pésima y presurosa confesión. El corto silencio que le siguió después fue suficiente para abrumarlo, por lo que, levantándose de la silla, lo miró y tomó de los hombros, casi zangoloteándolo –. ¡Di algo, maldita sea! ¡Te estoy diciendo que me gustas! Un poco... ¡pero aun así!

Eran muy raras las veces en las que Isuke solía quedarse sin palabras, mayormente porque era de pocas palabras o porque optaba por el mutismo como respuesta. sin embargo, en estos momentos, su mente estaba procesando lo que Enzo estaba diciéndole y por ello, no sabía qué decirle.

Y claro, no vas a poder decir algo si te están zangoloteando.

Por eso mismo, Isuke pone sus manos sobre los brazos de Enzo con un agarre firme pero suave, logrando detener el zangoloteo y evitar así, nuevamente, que huya. Aclarando su mente de paso.

– A mí también me gustas, Enzo.

Y dándole fin a este malentendido.

...

– ¿A dónde vas?

– A la farmacia, tengo que comprarle unas pastillas para el dolor.

– ¿Te sientes mal?

– Uh, son para mi hermana, Isuke.

–... Entiendo.

– Tal vez compre algo para tomar también.

– ¿Un jugo, verdad?

–... Sí, un jugo... – Enzo desvió la mirada y fingió no notar la mirada de reproche que Isuke le estaba dando –. ¡Bueno, vámonos ya!

Fue lo último que dijo antes de tomar su mano, tirar de ella y arrastrarlo a una pequeña carrera a la farmacia. Como dos –idiotas– adolescentes (enamorados) que eran.

-Traumada Taisho

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