El espejo


Sueño de Kioto, sueño de Osaka. Todo es pasajero, nada es eterno. A esas alturas de su vida debería saberlo, pero decidió confiar en que podría borrar los manchurrones de su lienzo, devolverlo a su blancura inicial y llenarlo de vibrantes y brillantes colores. ¡Qué estupidez!

Con mano temblorosa y la respiración agitada, abre el armario-botiquín y coge el frasco de pastillas. Somníferos. Es la mejor manera, ¿no? Se dormirá y no habrá beso mágico. Sabe que no es justo, que dejará mucho dolor tras de sí, pero el suyo es mucho más grande. Opresivo. Indeleble. Nacido de la culpa, la rabia y la impotencia, crece día a día y nada consigue frenar su avance.

<<Quizás tengan razón y sea culpa mía... Yo le obligué, ¿no?>>

Abre el frasco y, contemplando su lloroso reflejo en el espejo, empieza a tomarse las pastillas una a una mientras no deja de repetirse que lo siente, que lo siente en el alma, pero que no hay otra salida...

Vacío. Ahora puede regresar a la cama y esperar.

El tacto de las sábanas es suave y frío, como la caricia de la brisa en verano. ¿Por qué nunca se había percatado de ello? Ya no importa, sólo le queda el consuelo de que saberlo ahora, hará la experiencia algo más agradable.

Cierra los ojos y respira profundamente. ¿Habrá algo al otro lado? ¿Sus seres queridos? O quizás tenga que superar alguna clase de prueba como castigo.

<<¡¡No!!>>

Se incorpora con un sobresalto. Esa voz... Es imposible, las pastillas deben de estar empezando a hacer efecto. Sí, siente su cuerpo pesado y hace frío... ¿Frío?

<<¡¡Vomita!!>>

De nuevo esa voz, y viene de...

<<¡Vomita antes de que sea demasiado tarde!>>

Al volverse hacia el espejo, sus ojos se abren como platos.


Arriba Winter Sleep de Olivia Lufkin, la canción que inspiró esta novela y que jamás me canso de escuchar ^^ (@Nanaoba ;))

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