59: Muro emocional
Erika corta la llamada y tuerce los labios en un mohín de contrariedad y preocupación. ¿Se puede saber dónde diablos está Risa? Lleva todo el día llamándola, pero, una vez más, no le responde al teléfono. Quienes prepararon la «broma» de mal gusto del día anterior se pasaron varios pueblos, por eso Erika solo se sintió un poco molesta al ver que Risa estaba ignorándola; hoy, en cambio, está enfadada, pues no cree que esta vez su amiga tenga excusa. Entiende que no haya querido ir a clase, ¿pero por qué no se desahoga con ella y con Nagisa? ¿Acaso no son sus mejores amigas? ¿Cómo van a ayudarla si no hace más que apartarlas?
—Prueba a llamarla tú, por favor.
Nagisa cierra su taquilla y se coloca bien la mochila sobre los hombros.
—Eri, ¿qué te dije hace un par de días sobre dejarla su espacio? —la regaña mientras echa a andar hacia la salida.
—¿Y qué te repliqué yo? Creo que Risa se está aislando demasiado y eso no es bueno. Además, actúa como si solo ella sufriera.
—Sabes que eso no es cierto.
—Bueno, vale, pues si no la quieres llamar, vamos a su casa. —Erika se detiene a mitad del camino hacia el aparcamiento. Enfrascada en sus pensamientos, no escucha el suspiro resignado de Nagisa—. ¡Espera! ¿Tú sabes cuál es el apartamento?
Dado que Risa se mudó con Eiji al poco de comenzar su relación, ninguna de las dos jóvenes ha tenido la oportunidad de pisar la casa de Masaru; lo único que saben es que el señor Serizawa reside en una de las Torres Harumi.
—Eri, déjalo estar, seguro que mañana viene al instituto.
—¿Sabes dónde vive la madr...?
—¡No vamos a ir a molestarla por una tontería, Eri! ¿Quieres hacer el favor de calmarte?
—¡Pero es que tengo un mal presentimiento! Ayer, cuando hablamos con ella, estaba un poco rara, parecía incómoda. No sé, a lo mejor tienes razón y me estoy agobiando por una tontería, pero necesito comprobarlo y no sé a quién recurrir.
Nagisa deja escapar un largo suspiro. Erika no se va a relajar hasta que vea que Risa está bien, lo mejor que puede hacer es ayudarla e impedir que su estado alterado la lleve a cometer alguna locura de la que luego se arrepienta.
—Vale, creo que ya sé lo que podemos hacer: ir a preguntar a la Hirano Records. Ame ensaya allí, ¿no? Y el señor Serizawa es su representante, seguro que tienen su número de móvil. Pero vas a ser tú la que explique la situación.
—A lo mejor el señor Serizawa está allí también. ¡Qué buena idea, Nagisa!
Deciden ir en la limusina de Erika, pero las cosas no suceden como esperaban: la recepcionista se muestra recelosa y se niega a proporcionarles información alguna. Nagisa comprende que debe proteger la intimidad del grupo, pero Erika está demasiado nerviosa para hacer esa consideración. Antes de que abra la boca y suelte una protesta que ponga a la mujer en su contra de forma definitiva, Nagisa le roza el antebrazo y toma la palabra:
—Entiendo su desconfianza. ¿Sería posible hablar con el señor Hirano, por favor?
—Lo siento, está reunido. Si no tienen cita, me temo que tendrán que volver otro día.
—De acuerdo. Muchas gracias por su amabilidad.
—¡De eso nada! —Ante la cara de circunstancias de Nagisa y la atónita mirada de la recepcionista, Erika planta su teléfono móvil en el mostrador—. Mire el videoclip de Momiji. ¿Ve que la chica que está con Yuuichi soy yo? Somos amigas del grupo y de la hija del señor Serizawa. Estudiamos en el mismo instituto, pero Risa hoy no ha venido a clase y estamos muy preocupadas porque no conseguimos contactar con ella. Por eso queremos el número de su padre, ¿comprende? No está pasando por un buen momento y ayer también faltó. Si todavía no nos cree, consúltelo con el señor Hirano, pero, por favor, ayúdenos. Es importante.
Incómoda, la mujer aparta la mirada y les indica que tomen asiento en unas sillas cercanas a la puerta. Erika se relaja un tanto al ver que coge el teléfono y habla con alguien. La sonrisa le tiembla en la boca cuando, poco después, les anuncia que el señor Hirano las espera en su despacho y les indica cómo llegar.
«Así que reunido, ¿eh? —piensa Erika, lanzándole una mirada de reproche por encima del hombro mientras Nagisa y ella se dirigen al ascensor—. ¡Bruja!»
Al ver la expresión grave con la que el dueño de la discográfica las recibe, por la mente de Nagisa pasa la posibilidad de que la corazonada de Erika sea fundada. Es cierto que el día anterior Risa reaccionó de una forma un poco rara cuando intentaron animarla. «Nunca le han gustado las matemáticas, pero ayer parecía ansiosa por tener su clase particular. Y eso que tampoco soporta a su profesor. —La joven respira hondo para relajar el nudo de aprensión que ha comenzado a formarse en su estómago—. Deja de imaginar cosas y cálmate. El señor Hirano está serio porque no le ha gustado la escena que hemos montado en recepción. Es normal, cualquiera se enfadaría.»
Por su parte, Erika ve confirmado su peor temor en las pupilas del hombre. Él las invita a tomar asiento con un gesto, pero ninguna de las dos reacciona.
—¿Qué le ha pasado a Risa? —solloza Erika.
Nagisa da un respingo y la mira con los ojos muy abiertos.
—Insisto en que os sentéis, por favor.
Ellas obedecen; temblorosa Erika, rígida Nagisa. Hirano opta por apoyarse en una esquina del escritorio. Entonces suspira y trata de componer una sonrisa que tranquilice a las chicas, y a él mismo; todavía no ha conseguido quitarse el susto del cuerpo y teme que le acompañará el resto del día.
—Lo primero de todo: Risa está bien, ¿de acuerdo? Está en el hospital, pero su vida no corre ningún peligro.
Erika se pone en pie de un salto y empieza a dar vueltas por la habitación, ansiosa por salir de allí y poner rumbo al hospital. Nagisa siente una punzada de culpabilidad por haber tratado a su amiga de exagerada; no obstante, la ignora y pregunta por la dirección del hospital. Hirano le da también el número de Masaru para que le llame cuando estén llegando. Tras agradecérselo, ambas jóvenes abandonan el despacho con paso apurado. Erika no deja de llorar y Nagisa ve que las manos le tiemblan demasiado mientras busca en su lista de contactos a Atsushi.
—Ya lo hago yo cuando estemos en la limusina, ¿vale? Tú intenta calmarte. Risa está bien.
En un mutuo y silencioso acuerdo, pasan de largo el ascensor y se dirigen hacia las escaleras.
—Pero el señor Hirano no ha querido decir por qué está en el hospital. Si fuera algo sin importancia, nos lo hubiera dicho. ¿Has visto lo asustado que estaba?
—Lo importante es que Risa está bien. Además, no sabremos más hasta que lleguemos allí.
♫♪♫
Atsushi da un respingo cuando siente vibrar el móvil contra su muslo derecho. Creyendo que será su abuela, lo consulta con disimulo y se sorprende al leer el nombre de Nagisa en la pantalla. Un escalofrío le recorre la columna vertebral: Nagisa siempre llama por la noche, después de la cena.
Para cuando sale al pasillo la llamada se ha cortado, pero se reanuda segundos después.
—Nagisa, ¿va todo bien?
La historia que su amiga le cuenta a continuación le deja clavado en el sitio. De fondo, escucha sollozos entrecortados y no le cuesta imaginar a Erika sentada junto a Nagisa, las manos en el regazo y la cabeza gacha. ¿Por qué está tan asustada si sabe que Risa está bien? Porque lo está, ¿verdad? No tiene ningún sentido que el señor Hirano haya mentido. «Pero tampoco ha dicho toda la verdad. Lo que le ha sucedido a Risa le incomoda, lo cual es extraño porque se supone que ella no está en el hospital por voluntad propia, ¿no?»
—¿Atsushi?
—¿Eh? Sí, perdona. Te escucho.
—Te decía que nosotras llegaremos en unos diez minutos y que cuando sepa el número de habitación te envío un mensaje.
—Bien, gracias. Voy a avisar a Shin y nos vemos allí.
La hipótesis de que Risa haya provocado su ingreso trata de recobrar el protagonismo, pero Atsushi la silencia y vuelve al aula para recoger sus cosas. Sumido en una nube de aturdimiento y nerviosismo, no es consciente de que la clase se ha interrumpido y todo el mundo está pendiente de él hasta que el profesor carraspea con afectación.
—Perdón, es una emergencia —se escucha decir, pero tiene la impresión de que su voz pertenece a otra persona.
Siempre le han gustado la paz y la quietud del silencio, los lugares recogidos donde poder pensar. Ahora, sin embargo, el pasillo vacío le produce ansiedad, pues se siente incapaz de enfrentarse al furioso oleaje que arremete contra las orillas de su mente. Pero debe hacerlo. Debe recuperar el control.
Tras respirar hondo, saca el móvil del bolsillo y busca en la lista de favoritos. «¡Venga ya, Shin! ¿Por qué siempre te olvidas de volver a poner el sonido cuando sales de clase?» Atsushi bufa al imaginar a su amigo tumbando en el sofá, leyendo un libro con Yuri en el regazo. Su teléfono todavía estará en algún bolsillo de la mochila, vibrando en vano. ¡Incluso tarda tres tonos en responderle al fijo! «¡Menos mal que lo tenemos!»
—¿Diga?
Atsushi no pierde el tiempo en regañinas que no servirán para nada. En su lugar, expone la situación intentando ser lo más breve y claro posible. La voz le tiembla un poco, pero con Shinobu no hay necesidad de fingir. Nunca la ha habido, por muy irritante que pueda resultar en ocasiones. Vio sus sentimientos por Risa mucho antes de que él mismo se diera cuenta. Probablemente también supo que ella le rechazaría.
Risa: la chica que ha puesto su mundo patas arriba y a quien debió cuidar mejor. Pero su orgullo herido tomó el control, le obligó a distanciarse tanto física como emocionalmente. Si su suposición es cierta, deberá aceptar su parte de responsabilidad y actuar en consecuencia.
—Vale, olvida el metro; será más rápido en taxi. —El equilibrio emocional de Shin es una virtud que Eiji y él solían comentar con admiración. Atsushi siempre se ha considerado una persona madura para su edad, pero no tiene nada que hacer frente a Shinobu. De no ser por él, la pérdida de Eiji estaría siendo mucho más dolorosa—. Te recojo en unos minutos delante de tu facultad.
Unos minutos que se le antojan horas. Pero lo peor aguarda en una de las salas de espera del St. Luke's, donde Nagisa está intentando que una medio desmayada Erika beba un poco de agua. El corazón de Atsushi se salta un latido al verlas. Esa sospecha que todavía se esfuerza por ignorar...
—¿Qué ha pasado? —inquiere Shinobu, aunque la palidez de su rostro delata que imagina la respuesta.
Nagisa abre la boca para responder, pero apenas puede sostenerles la mirada. Si no se ha derrumbado igual que Erika es gracias a que el constante desprecio de su tío y su esposa han curtido su carácter. Ninguno de los dos se hubiera preocupado por su futuro de no ser porque su abuelo así lo quiso. Gracias a sus circunstancias personales y al anciano que dirige el clan Nakano, Nagisa aprendió, desde muy temprana edad, a ver en los corazones de la gente y a atesorar aquellos pocos que brillaran con luz propia. Como el de Eiji. Como el de Risa. Lo que le sucedió a él fue un accidente; lo que le ha pasado a ella...
—Ha intentado suicidarse, ¿verdad?
—¡Cállate! —Erika alza la cabeza de golpe y clava en Atsushi una mirada furibunda—. ¿Cómo puedes preguntarlo con semejante calma?
—¿Calma?
—Basta —zanja Shinobu, sin alzar la voz—. Eri, cada persona tiene su propia forma de reaccionar frente a las situaciones adversas. No te dejes engañar por la calma de Atsushi.
—¡Pero es que no entiendo cómo se le ha ocurrido hacer algo así! ¿No somos sus amigos? ¿Por qué no confió en nosotros cuando más falta le hacíamos?
—Tampoco confió en su familia —replica una voz masculina a espaldas del grupo. Es Masaru, que les observa desde el umbral—. Creo que ni ella misma sabe por qué lo ha hecho. Sin embargo, ahora no es momento de juzgar, sino de ayudarla a comprender. De esta forma, nosotros también lo entenderemos.
—Discúlpeme, señor Serizawa —murmura Erika, azorada.
—No puedo culparte por estar enfadada. —Masaru esboza una sonrisa cansada y señala el pasillo con un gesto de la cabeza—. Risa me manda a buscaros.
♫♪♫
Aparta la vista de la ventana cuando escucha el conjunto de sus pasos acercándose por el pasillo. La interminable evaluación psicológica de la doctora Tsurugi le ha dejado mal cuerpo, pues ahora es plenamente consciente de la enorme estupidez que ha cometido. No ha sabido explicar la razón de sus actos (tampoco puede decirse que estuviera muy colaborativa), pero la mujer ha lanzado una pregunta que no consigue sacarse de la cabeza: «¿Pensaste, aunque solo fuera por un instante, en tus seres queridos antes de coger el bote de analgésicos?» Lo hizo, pero no pensó en todo el dolor que hubiera dejado atrás, sino en lo sola que se sentía pese a tenerlos tan cerca. La psicóloga lo ha calificado de acto egoísta. Risa podría haber replicado que estaba gritando sin voz, que no encontraba las palabras adecuadas para hacerse entender, que todavía tiene miedo de lo que pueda descubrir si pregunta demasiado. Pero no lo hizo porque quería que esa horrible mujer que no ocultaba su condescendencia la dejase en paz cuanto antes. Cuando por fin llegó el momento, la doctora Tsurugi dijo que los resultados no son concluyentes y que debe ingresar en el ala de psiquiatría «durante un tiempo indefinido».
«Y, por si no fuera suficiente, he disgustado a mis amigos y a mi familia. —El cuerpo de la joven se tensa, pues los pasos acaban de detenerse frente a la puerta. Naoki y sus abuelos están de camino. Quería ser ella misma quien hablase con su hermano por teléfono, pero Masaru no se lo ha permitido—. Seguro que Naoki ha descargado toda su rabia con papá, y todo por mi culpa.»
La puerta se abre despacio. Nagisa y Erika son las primeras en entrar. Risa siente un pinchazo en el pecho al ver la mirada herida de Eri, pero, al menos, ha dejado de llorar. Las siguen Atsushi y Shinobu. Casi como si fuera un acto reflejo, nuestra protagonista ignora a Atsushi y centra su atención en Shin. Los ojos se le llenan de lágrimas cuando ve la sonrisa cariñosa que él le ofrece. No cree que se la merezca, pero la hace sentirse arropada. Al igual que la ternura con la que Mamoru la ha reconfortado un par de horas atrás; ha sido su bálsamo después de la dolorosa reacción de Yuuichi. «No puedo culparle —suspira para sí—, como tampoco podré culpar a Naoki cuando él también pierda los nervios.»
—Risa —Shinobu se ha sentado en la silla junto a la cama y acaba de cogerle la mano derecha—, ¿cómo estás?
Ella sacude la cabeza mientras se limpia las lágrimas con la izquierda.
—Lo siento —solloza—. No sé qué me pasó.
—No te preocupes por eso ahora. Estás aquí, y eso es lo que cuenta.
—Pero me siento terriblemente avergonzada porque os he decepcionado.
—¡Nooo! —Erika se acerca por el otro lado de la cama y se sube al colchón para poder abrazar a su amiga—. Solo nos has dado un buen susto, pero Shin tiene razón. Eso sí: como se te ocurra volver a hacerlo, yo misma me encargaré de matarte por segunda vez, ¿te queda claro?
Risa se echa a reír y, con ella, el resto de los presentes. Sin embargo, las carcajadas de la joven pronto derivan al llanto. Erika se incorpora y mira a Shinobu con gesto agobiado, pero él niega con suavidad y se dedica a acariciar la mano de la chica.
—La doctora Tsurugi dice que soy emocionalmente inestable y un peligro para mí misma —explica Risa, tras unos incómodos segundos en los que Atsushi ha estado a punto de vencer su reticencia y de acercarse a la cama—. Me quiere ingresar en psiquiatría, pero yo no quiero. ¿Por qué no me ha creído cuando le he dicho que no volveré a hacerlo?
—No vas a quedarte ingresada aquí —interviene Masaru—. Vamos a buscar una alternativa con la que te sientas cómoda, ¿de acuerdo? Pero tengo que darle la razón cuando dice que necesitas terapia.
Risa clava la vista en su regazo y murmura un escueto «lo sé». Su primera y única experiencia con un psicólogo le resultó incómoda y una pérdida de tiempo; ahora piensa que, tal vez, el problema residía en su miedo a abrirse. ¿Cómo esperaba que su terapeuta la ayudase si ella no ponía de su parte? «Si entonces me lo hubiera tomado en serio, ¿cómo sería ahora? Para empezar, seguro que no hubiese intentado suicidarme.»
—Risa... —Ella da un respingo y se vuelve hacia Shinobu—. Sé compasiva contigo misma. Cometiste un error, pero, por suerte, sigues con nosotros y vas a tener la oportunidad de aceptarlo y aprender de ello.
—No fue suerte —replica Risa en tono quedo, como si estuviera hablando de algo prohibido—, fue Eiji: se apareció en el espejo de mi habitación y me suplicó que vomitara.
Puesto que la joven ha clavado la vista en un punto indefinido de la pared a su derecha, no ve cómo Masaru contiene un escalofrío y traga saliva. Tampoco se percata del intercambio de miradas preocupadas que comparten sus amigos.
—¿Te... te refieres a su fantasma? —inquiere Erika con voz temblorosa.
—Al principio creía que estaba enfadado conmigo, pero anoche me salvó. Parecía tan asustado...
—Risa —Shin le aprieta la mano para obligarla a mirarle—, ¿por qué crees que era su fantasma?
Ella se lo queda mirando durante unos segundos y luego sonríe.
—Eiji envidiaba el aura de paz que transmites, ¿sabes? Tenía mucha curiosidad por averiguar cómo funciona la mente humana, pero temía el momento en que tuviera que ejercer de verdad. Le daba miedo el muro emocional que se vería obligado a alzar entre sus pacientes y él mismo. «¿Y si no es lo bastante grueso?», solía preguntarme. «¿Y si lo es demasiado?» Le fascinaba cómo a ti te resulta algo tan natural. —Los ojos de Risa se llenan de lágrimas—. ¿Por qué tuvo que irse?
—Esa clase de cosas sucede sin que nadie pueda controlarlas —responde Shinobu con suavidad—; por eso no debemos culparnos.
—¿Crees que fue una proyección de mi mente? ¿Que, en realidad, no quería morir y por eso le vi en el espejo?
—¿Lo crees tú?
Risa suspira.
—No lo sé.
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