58: Segunda oportunidad

Borrosa, la figura de Eiji se perfila junto a la cama, pero cuando consigue abrir los ojos ya no está allí. ¿Era real o formaba parte de ese extraño sueño que olvida tan pronto su mente regresa a la vigilia? Pero la sensación de que era importante, algo valioso, persiste. Aturdida, tarda unos segundos en darse cuenta de que no está en su dormitorio, sino en lo que parece ser una habitación de hospital. Asustada, trata de incorporarse, pero una mano en su antebrazo se lo impide.

—Shhh, túmbate, todavía estás débil.

Sí, lo ha notado en el leve mareo que se ha apoderado de su cuerpo durante unos instantes. Traga saliva y, despacio, gira la cabeza hacia ese sonido tan familiar.

—¿Papá? —Su voz suena ronca—. ¿Estoy en un hospital? ¿Qué ha pasado?

Algo grave, pues Masaru, sentado en una silla junto a su cama, presenta el aspecto pálido y ojeroso de quien no ha pegado ojo en toda la noche.

—Tengo una sensación rara en la garganta —insiste Risa, inquieta, al ver que su padre no responde.

Los médicos le metieron una sonda hasta el estómago para hacerle un lavado gástrico, es normal que la note un poco irritada. Sin embargo, Masaru no tiene fuerzas para contarle por qué ha despertado en un hospital. Ni siquiera termina de comprender lo que sucedió anoche. Lo recuerda en una secuencia lineal sin cortes, pero es como si su cerebro se negase a asimilarlo; una serie de pequeños cortocircuitos cuya finalidad es evitar que los hechos queden almacenados en su memoria. Porque aceptarlo significaría admitir que no lo vio venir, que falló como padre cuando más se estaba esforzando por sacar a Risa adelante.

«Está claro que no fue suficiente. O, tal vez, ya fuera demasiado tarde.»

—¿Papá?

—Lo siento mucho, Risa. —Masaru se cubre la cara con las manos y a la joven se le encoge el corazón al ver cómo tiemblan. «No lleva su máscara... ¿Papá no lleva su máscara? ¿Qué ha pasado? ¿Qué he hecho?»— Naoki tenía razón.

—¿Naoki? —Risa se esfuerza por atisbar los ojos de su padre entre las rendijas de los dedos, pero, como si intuyera sus intenciones, el hombre acaba de inclinar la cabeza hacia abajo—. Papá, me estás asustando. Por favor, dime qué hago aquí.

Masaru necesita de tres inspiraciones profundas para conseguir que los temblores cesen. Siente las pequeñas fisuras que agrietan su máscara, pero confía en que el grueso de sus emociones está bajo control. El problema es que se derrumbará de un momento a otro.

—No puedo.

—¿Tan malo es?

Risa intenta contener el sollozo, pero su voz se quiebra en la última palabra. ¿Qué demonios ha hecho para despertar en un hospital y haber alterado de ese modo a su padre? ¿Por qué no se acuerda? Sabe que tuvo clase con el señor Tanaka y que después regresó a casa. Masaru y ella cenaron yakisoba, él le habló del proyecto de animación en el que Yuu y Mika están trabajando juntos y luego... ¿Luego qué?

—Voy a avisar de que ya estás despierta. Enseguida vuelvo.

«Cobarde», se recrimina Masaru mientras sale al pasillo. Aunque sepa que no va a intentarlo de nuevo, no debería dejar a Risa sola; no cuando sabe que está confusa y asustada. Debería haber pulsado el botón que hay junto a la cama y haber esperado a la enfermera sosteniendo las manos de su hija, pero el aire en la habitación comenzaba a ser demasiado denso.

«¿Por qué ha tenido que pasar esto?»

Las piernas le fallan a mitad de camino y se ve obligado a apoyarse en la pared. Por más que lo intenta, no puede evitar que la imagen de Risa, arrodillada junto al retrete, llene su mente. La expresión de vergüenza y horror que transformó sus facciones cuando le oyó entrar. La frase que consiguió balbucear entre sollozos aterrados: «no sé si he vomitado suficiente». El sudor frío y pegajoso que bañó su cuerpo cuando supo que Risa se había tomado el frasco entero de analgésicos que le recetaron para el hematoma del costado. La impotencia y el pánico de no saber cuánto tiempo había pasado desde que la joven ingiriese la droga ni si la ambulancia llegaría antes de que perdiera el conocimiento.

«Pero está viva. —Masaru respira hondo—. Risa está viva; ambos tenemos una segunda oportunidad. Y, esta vez, no voy a fallar, Lucía.»

♫♪♫

El doctor Hoshino, el médico que se encarga de atenderla, es una de esas personas que disfrazan la condescendencia de falsa amabilidad, y lo último que Risa necesita es que la hagan sentir como una niña que ha hecho una travesura. Sobre todo, cuando sigue sin saber por qué está allí. Tampoco le agrada que la enfermera que su padre ha traído le esté preparando el brazo para sacarle sangre bajo el pretexto de que «tienen que hacerle unas pruebas más». Ella trata de infundirle ánimos con una sonrisa sincera, pero lo único que Risa quiere es que alguien tenga la amabilidad de ponerla en situación. Además, que el doctor Hoshino haya preferido hablar con Masaru en el pasillo, donde ella no pueda escucharles, es muy mala señal. ¿Qué le están ocultando?

—¿Podré irme a casa hoy?

—Todavía no, pero estás en buenas manos.

Una vez finalizada su tarea, la enfermera se despide con una breve reverencia y abandona la habitación. Resignada, Risa cierra los ojos y se retrae al día anterior. ¿Por qué solo recuerda la clase de matemáticas y la cena con su padre? ¿Qué desayunó? ¿Qué tal fue su día en el instituto? Nada. Es como si su cerebro hubiera levantado un alto muro alrededor de esos recuerdos. ¿Pero por qué?

La puerta se abre y Masaru entra acompañado de una mujer más cerca de los sesenta que de los cincuenta. Viste con elegancia y luce una melena corta y suelta en la que cada pelo está en su lugar. Sin embargo, lo que provoca el rechazo automático de Risa es el hastío que reina en sus ojos: la está mirando con desapego emocional, como si solo fuera otra paciente más. ¿Dónde está el doctor Hoshino?

—Buenos días, Serizawa, soy la doctora Tsurugi. ¿Cómo te encuentras?

Está empleando el mismo tono profesional y frío que Yuu usó con ella cuando se enteró de su relación con Eiji.

—¿Por qué estoy aquí? Por favor, necesito que alguien me lo diga.

La mujer toma asiento en la silla que hay junto a la cama. Su perfume huele a bergamota, un aroma que resultaría agradable si no se hubiera puesto demasiada cantidad.

—Anoche...

—¿Me deja unos minutos a solas con mi hija, por favor?

La doctora Tsurugi frunce los labios en un gesto de contrariedad, pero hace lo que se le pide. Nada más cerrar la puerta, Masaru abre la ventana en modo batiente y respira un par de bocanadas de aire fresco antes de ocupar la silla que la mujer ha dejado vacía. No está seguro de haber tomado la decisión correcta, pero algo se ha revelado en su interior cuando se ha dado cuenta de que la psicóloga iba a descorchar la botella de champán sin el cuidado necesario para que el tapón no salga disparado.

«¿Y si era mejor así? Ella es la profesional, ¿no? —vacila mientras Risa le observa, expectante—. Pero yo soy su padre y conozco a mi hija mejor que nadie. Además, la doctora Tsurugi no sabe por lo que Risa está pasando ni cómo podría afectarle la noticia.»

—¿Qué hora es?

Masaru se sobresalta ante lo inesperado de la pregunta. ¿De verdad quiere saberlo o solo está intentando facilitar una conversación a todas luces incómoda? Teniendo en cuenta que el carácter de su hija es muy similar al de Lucía, en algunos aspectos, Masaru se inclina por la segunda opción.

—Poco más de las siete —responde con una sonrisa.

—¿De verdad? Pues teniendo en cuenta que hoy no voy a ir a clase, ya podría haberme despertado más tarde, ¿no crees?

Masaru ríe y se inclina para tomar una de las manos de Risa entre las suyas. Acto seguido, inicia la conversación pidiéndole que le cuente qué hizo el día anterior. Le sorprende que la joven comience a narrar desde la clase particular con el señor Tanaka. Resulta evidente que el desencadenante es algo acontecido durante la mañana, posiblemente en horario escolar. No es la primera vez que Risa se queja de su instituto, pero a mediados de otoño aseguró que iba a gobernarlo y él la creyó porque su tono rebosaba seguridad y determinación. La chica que era antes de romper con Yuuichi y de perder a su madre había vuelto. Pero la muerte de Eiji la ha sepultado de nuevo. Durante su estancia en Kioto, Risa afirmó que el joven era uno de los pilares que la sostenían, ¿por qué no se dio cuenta de lo que le estaba diciendo en realidad?

—¿Qué pasó en el instituto?

Risa pestañea, confusa, y sacude la cabeza. Siempre se pone muy nerviosa cuando se enfrenta a una situación que la sobrepasa; se bloquea y hay que ayudarla a salir del apuro. Lucía era todo amabilidad y paciencia; Naoki se decanta por las bromas cariñosas; él... «Yo siempre he sido más frío y emocionalmente distante. Quería que aprendiera que el mundo no va a mimarla como su madre y su hermano, pero lo único que he conseguido es que crea que no da la talla.»

—Cierra los ojos y relájate —pide Masaru mientras le acaricia el dorso de la mano con el pulgar—. Ahora intenta visualizar el día de ayer. ¿Hubo algo que te disgustara?

Risa se toma su tiempo. Al principio, se topa con el mismo muro de unos minutos atrás; no obstante, a medida que su ansiedad se reduce, empieza a recordar en forma de emociones: agobio, dolor, alivio, asco, tensión, vergüenza... Esa última es la más intensa, y así se lo explica a su padre. Sin embargo, no consigue visualizar las escenas correspondientes a cada sentimiento.

—El agobio es por el diario de Eiji —la ayuda Masaru—. ¿Recuerdas que Yasuko te lo entregó el martes por la noche? Te sentías obligada a leerlo, pero temías no estar preparada. Yo te dije que no había ninguna prisa y, al final, me pediste que lo guardara.

—Entonces sentí alivio —asiente Risa.

Sí, recuerda que esa conversación tuvo lugar en el ascensor de su edificio, mientras Masaru y ella se dirigían al garaje. Luego hubo un breve trayecto en coche hasta el Instituto Q y después... «¡La tensión! Me reuní con mis amigos en la entrada y cuando llegamos a la zona de las taquillas presentí que algo malo estaba a punto de suceder...»

Risa se queda sin respiración y sus ojos se abren con horror. ¡Ya se acuerda! Se acuerda de todo.

Su primera reacción es apartar la mano y encogerse todo lo posible, como si creyera que así su padre será incapaz de tocarla. Acto seguido, rompe a llorar.

Masaru se levanta a cerrar la ventana y opta por permanecer de pie, apoyado contra la pared. Durante unos minutos, solo se escuchan los sollozos alterados de Risa. ¿En qué estaba pensando para hacer algo así? ¿Qué dirán Naoki y sus amigos cuando lo sepan? ¿Qué dirá Yuu? ¿Y sus abuelos? Tienen una salud fuerte, pero el susto y el disgusto no van a dejarles indiferentes. ¿Cómo ha podido ser tan egoísta?

—¡Lo siento!

Le gustaría añadir que no quería hacerlo, pero el enorme nudo que atora su garganta apenas la deja hablar. Además, se tomó las pastillas siendo plenamente consciente de lo que sucedería, ¿de verdad no quería morir? ¿Recordáis cómo comenzaba el primer capítulo de esta historia? Risa asomada a la terraza de su casa, preguntándose qué sucedería si se dejaba caer. Entonces intentó convencerse de que solo era un pensamiento morboso, que todo el mundo los tiene de vez en cuando y no pasa nada; ahora teme que ese fuera el germen que la ha llevado a semejante extremo.

—Está bien, hija. —Masaru regresa a la silla, pero no intenta coger las manos de Risa—. No estoy enfadado contigo.

—¿No? ¿Ni siquiera un poco?

—Lo estoy conmigo mismo, pero eso no debe preocuparte ahora.

—La enfermera dice que todavía no puedo irme a casa —comenta Risa, tras unos segundos de silencio—. Me ha sacado sangre porque me tienen que hacer más pruebas.

—Te hicieron un lavado de estómago —explica Masaru—; el análisis de sangre es para asegurarse de que ya no quedan restos de droga en tu organismo.

—Entonces, ¿me darán el alta cuando tengan los resultados?

Masaru sacude la cabeza con suavidad.

—La doctora Tsurugi debe hacerte una evaluación psicológica. Ella decidirá si te permite volver a casa bajo mi supervisión o si, por el contrario, te conviene un ingreso corto en el ala de psiquiatría.

—¡¿Qué?! —Pese al mareo provocado por la debilidad, Risa se incorpora hasta quedar sentada—. ¡No! ¡Fue una estupidez! Papá, no quiero que me ingresen, ¡estoy bien!

—Risa —el tono de Masaru pierde parte de su calidez para sonar autoritario—, lo que has hecho es muy grave. Ahora te sientes avergonzada, ¿pero puedes asegurarme que no lo volverás a intentar?

—¿No me crees?

Al oír su tono herido, Masaru suspira.

—Me encantaría, pero comprende que, como padre, no puedo poner tu vida en riesgo de esa manera. Por favor, deja que la doctora Tsurugi te ayude.

Risa chasquea la lengua y desvía la vista hacia la ventana.

—¿Tiene que ser ella? No me gusta esa mujer.

 Yakisoba: plato típico de la cocina callejera que consiste en fideos fritos acompañados de verduras, carne o marisco y salsa yakisoba. Es originario de China.


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